Jueves Santo 2019

El Sacerdote debe ser Santo.

(Jueves 18 de abril de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Nos hallamos hoy en un día de gran fiesta para la Santa Iglesia Católica, pues hoy ella celebra la institución del Sacerdocio y la celebración de la primera Santa Misa de la historia, lo cual implica el comienzo del Santísimo Sacramento del Altar sobre la tierra, donde Dios Nuestro Señor Jesucristo está verdadera, real y substancialmente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, bajo las especies de pan y de vino.
Nuestro deseo es hablar sobre el Sacerdocio, sobre cómo debe ser un sacerdote, basándonos principalmente en San Pío X, en una Exhortación suya al Clero Católico, llamada Haerent ánimo, de 1908.

(Cuerpo 1: El Sacerdote debe ser Santo)

San Pío X, en su exhortación al clero, inicia inmediatamente con un punto de capital importancia, a saber, que el sacerdote debe ser santo, en él debe brillar la santidad. Y nos da una serie de razones para ello:
1) Primeramente, nos recuerda cómo Dios Nuestro Señor Jesucristo compara al sacerdote a la sal de la tierra y a la luz del mundo. Y nos aclara que, si bien ello implica principalmente la comunicación de la verdad católica, esto es, la predicación de la doctrina de Nuestro Señor, su fiel transmisión sin agregar ni quitar nada, sin embargo, no termina allí la cosa, sino que a esa predicación debe añadirse la santidad de vida, para que la predicación misma dé más fruto; en efecto, dice San Pío X: “¿puede ignorarse que este ministerio [de la predicación] no es nada si el Sacerdote no apoya con su ejemplo lo que enseña con su palabra?”1. Por tanto, es muy importante en el sacerdote, más que en ningún otro, la coherencia de la vida con lo que dice creer. De lo contrario, daría pie a la maledicencia de los incrédulos e impíos.

2) En segundo lugar, San Pío X hace notar que el sacerdote no obra en nombre propio sino en nombre de aquel que es la Santidad misma, esto es, Dios Nuestro Señor Jesucristo, lo cual lo impele a ser santo; pues debe estar a la altura, dentro de lo posible, de aquel a quien representa, según aquello que dice el Señor en el levítico: “Sed santos porque Yo soy santo2.

3) En tercer lugar, invoca como motivo de santidad aquellas cosas que son administradas por el sacerdote, a saber, los sacramentos,los cuales son realidades santísimas, puesto que producen la gracia que significan y nos aplican los méritos de Nuestro Señor; y esto se aplica particularmente a la Santa Misa. Y a este respecto, trae una cita hermosísima de San Juan Crisóstomo que dice así: “¿Qué pureza no deberá tener el que ofrece semejante sacrificio? ¿Qué esplendor más brillante que el del rayo del sol no debe tener la mano que parte esta carne? ¿Cómo no deberá ser la boca que se llena de un fuego espiritual, la lengua que se tiñe con tan preciosa sangre?”3.

1 La Santidad Sacerdotal, Editorial Balmes, 3ª edición, 1964, España, p. 212.
2 Lev., 11,44.
3 Hom. 82 in Matth., n. 5.

(Cuerpo 2: Abnegación y Oración)

San Pío X, en su breve exhortación, trata principalmente dos virtudes o cualidades que el sacerdote ha de poseer: la abnegación y la oración.
(1) La primera que trata es la abnegación, esto es, la práctica de la negación de sí mismo o, lo que es lo mismo, el cumplimiento de aquellas tan conocidas palabras de Nuestro Señor: “Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”4. Atribuye el Santo una importancia capital a esta virtud, no sólo para santificar al sacerdote, sino también para el buen suceso de todo su apostolado; en efecto, dice: “en esta virtud, queridos hijos, están contenidas la fuerza, la eficacia, todo el fruto del ministerio sacerdotal; y de su negligencia procede todo lo que, en las costumbres del Sacerdote, puede ofender a los ojos y las almas de los fieles”5.
En efecto, el sacerdote ha de ser abnegado, debe estar dispuesto al sacrificio. Primeramente, por la renuncia al mundo, a la familia, incluso muchas veces a la propia patria. Debe estar preparado a ser llamado en cualquier momento, de día o de noche, para socorrer a las almas necesitadas, los moribundos graves, por ejemplo. El sacerdote debe estar dispuesto a sacrificar horas de sueño o descanso en el cumplimiento de sus deberes sacerdotales; a socorrer con sus propios bienes a los necesitados; a sobrellevar largas jornadas de trabajo: horas confesando, oyendo y consolando, impartiendo diversos sacramentos; a viajar a cualquier lugar donde hubiere un alma que pudiera ganar para Cristo, especialmente en estos tiempos de Crisis en que la Misa verdadera se halla en tan escasos lugares; debe dedicar tiempo al estudio de las cosas sacras y a la oración —como ya diremos en un momento—; practicar más que el resto de los fieles la mortificación de los apetitos; difundir el Reino de Dios, aun a costa de su propia vida y salud.

En definitiva, el sacerdote debe siempre estar dispuesto a sobrellevar cualquier sacrificio o privación que sea a mayor gloria de Dios y para la salvación de las almas. Por tanto, el que ingresa al sacerdocio debe saber que ha entrado en la milicia de Cristo, el cual no es un estado pacífico de descanso, sino de arduo sacrificio y trabajo.

(2) En segundo lugar, aborda San Pío X el tema de la oración, que es, en realidad, un aspecto fundamental que no puede faltar en la vida del sacerdote. Pues el sacerdote debe ser hombre de oración, pero no de oración cualquiera, sino de profunda oración, ya que, como el mismo Santo enseña, hay una relación y conexión tan necesaria y estrecha entre la oración y la santidad, de modo tal que la santidad es imposible sin afición a la oración, ni es tampoco posible tener verdadera y profunda oración sin llegar a la santidad.
Es más, de esa vida de oración dependerá, no sólo la santificación personal del sacerdote, sino también todo su apostolado: tanto mayor bien hará a las almas, cuanto mayor fuere su oración. Pues los frutos vienen de Dios, según aquellas palabras de San Pablo: “Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento”6, ahora bien, el auxilio de Dios se obtiene únicamente por medio de la oración. Y ésta es, además, indispensable para alcanzar la gracia de la perseverancia. Esto es verdad respecto de cualquier católico, sea quien fuere, pero mucho más con respecto al sacerdote, contra quien el Maligno mayores y peores asechanzas trama; dice, en efecto, San Pío X: “Tengamos, por tanto, como cierto y probado que el Sacerdote, para poder sostener su rango y oficio, necesita entregarse profundamente a la oración”7.

E insiste específicamente en que no puede faltar, en vida del sacerdote, todos los días aquella oración que recibe el nombre de meditación, esto es, la oración mental, la consideración de las verdades eternas; ella jamás debe ser omitida, por más ocupaciones —que en realidad las hay muchas— que se tengan. Pues de esa consideración de las cosas celestiales y eternas, es de donde deberá el sacerdote sacar las fuerzas necesarias para vencer las dificultades y tentaciones; es donde deberá renovar su espíritu que, de lo contrario, se iría enfriando y apagando por el contacto que forzosamente, debido al apostolado, debe tener con el mundo.
El sacerdote, por tanto, ha de aventajar al resto de los fieles en la oración. En efecto, debe, antes que los demás, levantarse temprano e iniciar su día volviendo su alma hacia Dios en la consideración de las cosas celestiales; ha de amar y rezar con todo el decoro y devoción que pueda el Santo Sacrificio de la Misa; entregarse con fervor y devoción a la recitación diaria de las horas canónicas; profesar una singular devoción y amor a la Madre Dios, por medio del Santo Rosario; durante el día volver su alma al cielo frecuentemente; recurrir, todos los días, a la inagotable fuente de sabiduría y refección espiritual que es la Sagrada Escritura; a diario, al finalizar el día, volver sobre sí mismo, replegándose sobre su propia conciencia, para conocer sus propias faltas y pedir perdón por ellas al Señor, y orar y llorar, ciertamente no sólo por sus propios pecados, sino también por todo el pueblo de Dios y decir, como dice el profeta Joel: “Perdona, Señor, Perdona a tu pueblo”8.

(Cuerpo 3: Debe tener toda virtud)

El sacerdote debe estar, en definitiva, imbuido de toda virtud, si bien San Pío X, en su breve Exhortación, se enfoca especialmente en estas dos de abnegación y oración. Entre otras virtudes, el sacerdote ha de brillar por la piedad, por una piedad sólida, fundada en los más firmes principios doctrinales, que no está sujeta a las fluctuaciones del sentimiento; por la castidad, pues el sacerdote, al tener tan alto trato con Dios y las cosas santas como son los sacramentos, debe ser lo más puro posible, no sólo en el alma sino también en el cuerpo, asemejándose así a los espíritus angélicos; por el desinterés, pues el estado eclesiástico no es para el lucro material sino espiritual, no para ganar dinero sino almas para Cristo; por el celo de las almas, pues debe obrar siempre recordando el gran precio que costaron las almas a él encomendadas, esto es, la preciosísima sangre de Nuestro Señor, buscando y yendo tras la oveja perdida; por la ciencia, porque el sacerdote debe estar formado y ser instruido, no sólo para que sea apto para la guía de las almas, sino también para poder argüir contra los que atacan la Fe.4. San Mateo, 16,24.

4 San Mateo, 16,24.
5 Op. Cit., p. 220.

6 1 Cor. 3,6.
7 Op. Cit., p. 224
8 Joel, 2,17.

(Conclusión)

Para terminar, queridos fieles, simplemente deseamos pedirles oraciones por todos aquellos sacerdotes esparcidos por el mundo entero, que guardan la verdadera Fe, que conservan los verdaderos sacramentos y están, asimismo, resistiendo la falsa religión moderna creada con el Concilio Vaticano II, para que Dios los santifique y los haga santos sacerdotes.
Asimismo, les pedimos especialmente rueguen por nosotros, que hemos sido puestos por la Providencia como sus sacerdotes y guías, para que el Buen Dios, por medio de la Benditísima Virgen María, nos otorgue ser sacerdotes abnegados, dados a la oración, piadosos, fervorosos, castos, desinteresados, llenos de amor a Dios y a las almas; en definitiva, que nos otorgue ser Santos Sacerdotes.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.