1er Domingo de Pasión 2019

No tenemos más que un Padre, Dios.

(Domingo 7 de abril de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Nos hayamos ya en el Primer Domingo de Pasión, el próximo domingo será Domingo de Ramos y comenzará la Semana Santa. El día de hoy la Iglesia coloca en el Evangelio un pasaje de San Juan1, cuyo texto es nuestro deseo comentar. El pasaje está tomado del capítulo ocho del Evangelio de San Juan y allí tenemos un diálogo de Dios Nuestro Señor Jesucristo con los judíos; la Iglesia solamente coloca el final de ese diálogo en el texto del Evangelio de hoy, sin embargo les recomendamos muchísimo que lean todo el capítulo —repetimos es el ocho—, porque es muy rico en doctrina y lo sitúa a uno en contexto respecto al diálogo que decimos.

(Cuerpo)

El texto de la Misa de hoy comienza con el versículo 46, sin embargo para la prédica de hoy tomaremos algunos versículos anteriores. Los escribas y fariseos, en todo este diálogo que abarca casi todo el capítulo, no cesaban de ufanarse y de reiterar una y otra vez que tenían por padre a Abraham, que eran del linaje de Abraham, bastándoles eso para creerse ya justos y salvos; llegaron incluso a decir lo siguiente:

“No tenemos más que un padre: ¡Dios!”2.

Dios Nuestro Señor Jesucristo al oír tal afirmación, que atentaba contra el honor y gloria de Dios, no pudo menos que decirles quién era su verdadero padre con las siguientes palabras, duras pero verdaderas:

“Vosotros sois hijos del diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre: él fue homicida desde el principio y no permaneció en la verdad,porque no hay verdad en él; cuando habla mentira, habla de lo propio, porque es mentiroso y padre de la mentira”3.

“Vosotros sois hijos del diablo”, les dice. Dura humillación para aquellos que se engreían tanto de tener a Abraham y a Dios por padre, cifrando en ello toda su excelencia; “hijos del diablo”, nada más ni nada menos. Y hace también alusión al deseo que tenían de matarlo, diciendo: y queréis cumplir los deseos de vuestro padre: él fue homicida desde el principio; porque el diablo, en cierto sentido, podríamos decir que dio muerte a la humanidad a través del primer pecado de Adán y Eva, por medio del cual entró, no sólo la muerte corporal, sino la que es la peor y verdadera, a saber, la muerte eterna.

Y agrega Nuestro Señor algo que debería hacernos reflexionar, algo que debería hacernos temblar; refiriéndose al diablo dice: “cuando habla mentira, habla de lo propio, porque es mentiroso y padre de la mentira”. ¡Y pensar cuántos no dicen mentiras como si nada! “No, padre, fue sólo una mentira ‘piadosa’”, “me tocó decir una mentira, porque si no…”. Para evitar un disgusto o salir del paso, no dudamos en ofender a Dios. Mas, sin embargo, el diablo es padre de la mentira, lo dice Nuestro Señor. Por tanto, recordemos eso, para que el reproche que hace a los judíos (de que son hijos del diablo), no se aplique a nosotros.
Y volviendo al Evangelio y entrando ahora sí en el texto de la Misa de hoy, Nuestro Señor agrega:

“¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios”.

Frases tan cortas como llenas de enseñanzas que sirven para nuestra meditación y reflexión. En primer lugar, la primera afirmación de Nuestro Señor es, en apariencia, muy osada, ¿quién de vosotros me argüirá de pecado?, pero en realidad es muy verdadera, pues Él no era un hombre más, uno más del montón, sino Dios hecho hombre, el Verbo eterno hecho carne, encarnado; por tanto, en Él no había, ni podía haber el más mínimo pecado.
Y lo que agrega inmediatamente debe ser motivo de profunda meditación sobre nuestra vida espiritual, pues nos dice: “El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios”. Tremendas palabras, respecto de las cuales dice San Gregorio Magno: “Si, por consiguiente, escucha las palabras de Dios aquel que es de Dios, y no puede oír sus palabras aquel no es de Dios, examínese cada uno a sí mismo si escucha las palabras de Dios con el oído del corazón, y entenderá [cada uno] de dónde es [esto es, si de Dios o no]. La Verdad [esto es, Cristo] nos manda desear la patria celestial; contener los deseos de la carne [esto es, ser puros, castos]; despreciar la gloria del mundo; no desear las cosas ajenas; dar limosna de las propias”4. Por tanto, pensemos si en verdad seguimos lo que Nuestro Señor nos dice o no.

1 Cap. 8, vss. 46-59.
2 Ibídem, v. 41.
3 Ibídem, v. 44.
4 Breviario, III Nocturno del Domingo 1º de Pasión.

Y volviendo al Evangelio, leemos:

“Respondieron los judíos: ¿No decimos bien que eres un samaritano y que estás endemoniado?”

Los fariseos, no teniendo qué responderle, recurren al insulto, a la ofensa. “Samaritano”, es como si le dijéramos a alguien hoy día para insultarlo que es un “hereje”, además osan llamarlo endemoniado, siendo que lo habían visto librar cientos de veces a los poseídos del demonio…
Y Nuestro Señor, dándonos un gran ejemplo de paciencia y mansedumbre, les responde:

“Yo no estoy endemoniado, sino que honro a mi Padre; y vosotros me habéis deshonrado a mí. Yo no busco mi gloria, hay quien la busca y juzga”.

Es de observar —como lo hace notar San Gregorio5— que no dice “no soy samaritano”, sino que solamente responde “no estoy endemoniado”. Y esto porque, como el mismo Santo dice, samaritano significa “custodio”, y Nuestro Señor verdadera y propiamente es nuestro Custodio, porque cubriéndonos con su sangre y méritos nos protege contra las asechanzas del maligno. Asimismo, Nuestro Señor no quiso negar que fuera samaritano, porque Él es el Buen Samaritano de la parábola, el cual ha venido a curar a la herida humanidad significada en el hombre dejado medio muerto; vino, en efecto, a sanarnos por medio de su Sacrificio de la Cruz.

5 Ibídem.

Y respecto a las palabras, yo no busco mi gloria, hay quien la busca y juzga, el que busca la gloria y juzga es el Padre eterno, el cual glorificó a su Verbo encarnado en el Bautismo en el Jordán, en la transfiguración en el monte y al elevarlo a los cielos y sentarlo a su diestra.
Y Nuestro Señor agrega a lo anterior:

“En verdad, en verdad os digo quien guardare mi palabra no morirá eternamente”.

Aquí Dios Nuestro Señor Jesucristo se está refiriendo a la muerte eterna, es decir, a la condenación, esto es, a la única y verdadera muerte, porque la muerte del cuerpo —que tanto nos asusta— no es sino un tránsito de esta vida a la otra. Quien guarde la palabra de Jesucristo, esto es, la Fe, su doctrina, no sólo conservándola incorrupta tal cual fue transmitida, sino también por medio de la pureza de la vida, esto es, viviendo acorde a esa Fe, ése no morirá eternamente, esto es, no perderá su alma. Por tanto, son necesarias dos cosas: Fe y Caridad o, lo que es lo mismo, doctrina con buenas obras.
Y los fariseos, carnales como siempre, no entendieron a qué muerte se refería, y pensando que hablaba de la muerte del cuerpo le dicen:

“Ahora conocemos que estás endemoniado. Murieron Abraham y los profetas, y tú dices: ‘Quien guardare mi palabra, no morirá eternamente’. ¿Acaso eres mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió, y que los profetas que también murieron? ¿Quién te haces a ti mismo?”

Una vez más recurren al insulto, lo vuelven a llamar “endemoniado”. Mas, sin embargo, es importante poner atención a la pregunta que le hacen, pues Nuestro Señor la va responder, y su respuesta va a ser “Soy Dios”, pero con otras palabras que los fariseos entenderán muy bien. En efecto, Nuestro Señor les dice:

“(…) Abraham, vuestro padre, deseó con ansia ver mi día; lo vio y gozó mucho”.

Al decir Nuestro Señor que Abraham vio su día y gozó mucho, parece referirse a que Dios, en algún momento dado haya dado al Santo Patriarca alguna visión sobre Nuestro Señor, ya sea encarnado en su vida temporal, o en el día de su Segundo Advenimiento en gloria y majestad.
Mas, los judíos faltos de entendimiento para entender las palabras de Nuestro Señor, le dicen:

“¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham? Les respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera creado, Yo soy”.

Aquí Nuestro Señor hace una clara manifestación de su divinidad, de que Él es Dios, y lo hace con unas palabras solemnísimas. Escuchémoslas de nuevo: En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera creado, Yo soy. En el Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo, capítulo 3, versículo 14, Dios dice a Moisés: “Ego sum qui sum”, “Yo soy el que soy”. Yahvé, en efecto, significa “el que es”. Por lo cual, quedó muy claro a los fariseos lo que Nuestro Señor decía, tan claro que ya querían apedrearlo, pues leemos en el Evangelio:

“Tomaron entonces piedras para lanzárselas; mas Jesús se ocultó a sus ojos y salió del templo”.

Se ocultó y salió del templo, no por cobardía sino porque todavía no había llegado su hora. Y salió habiéndose hecho invisible a los ojos de ellos en virtud de su gran poder.

(Conclusión)

Por tanto, queridos fieles, para concluir los exhortamos a que mediten todas estas palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo, particularmente aquello: “El que guardare mi palabra no morirá eternamente”. Guardemos, pues, su palabra, por medio de una vida pura y santa, digna de hijos de Dios, máxime ahora que estamos tan cerca a Semana Santa.

Pidamos a la Santísima Virgen nos ayude a contemplar todas estas cosas.

Ave María Purísima.

Padre Pío Vázquez.