Dones del Espíritu Santo.
(Domingo 5 de junio de 2022) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos hallamos hoy en una de las Fiestas más importantes del año: el Domingo de Pentecostés; tan grande e importante es que, como Pascua, tiene octava, esto es, la Iglesia quiere que prolonguemos nuestro júbilo y alegría durante ocho días seguidos. Y, como hoy conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego, deseamos hablar sobre los dones del Espíritu Santo, diciendo unas breves palabras sobre cada uno de ellos.
(Cuerpo 1: Qué son los Dones)
Pero antes veamos qué son los dones del Espíritu Santo; para lo cual, debemos tener presente que cuando somos regenerados por la gracia santificante —sea en el Bautismo por primera vez, sea en la Confesión cuando la recuperamos después de haber pecado— recibimos todo un —podríamos llamarlo así— “organismo espiritual”; pues, al recibir la gracia, juntamente con ella recibimos las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo; todo lo cual nos habilita para realizar, con la ayuda de la gracia actual de Dios, obras sobrenaturales y meritorias para la vida eterna.
Estas virtudes infusas y dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales que son infundidos por Dios directamente en nuestras almas. Las virtudes infusas implican un obrar al modo humano, esto es, suponen una mayor actividad de nuestra parte —claro está, siempre supuesta la gracia de Dios, sin la cual nada podemos—. Los dones del Espíritu Santo, por el contrario, implican un obrar al modo divino, esto es, allí Dios principalmente opera en el alma, la cual se halla más bien pasivamente, recibiendo las gracias que Dios le hace. Además, los dones vienen a perfeccionar las mencionadas virtudes y nos ayudan a seguir con mucha mayor facilidad y docilidad las divinas mociones e inspiraciones; los dones son, en realidad, indispensables para el pleno ejercicio y desarrollo de nuestro organismo sobrenatural, es decir, son absolutamente necesarios para poder llegar a la Santidad.
(Cuerpo 2: Los Dones del Espíritu Santo)
Habiendo dicho esto, veamos cada uno de los dones en particular —recordemos que son siete— y digamos unas breves palabras sobre cada uno de ellos1.
1) El don de Sabiduría. Es éste el más perfecto de los siete dones, pues es un don que perfecciona la virtud de la Caridad, dándonos gracia para discernir y juzgar acerca de Dios y de las cosas divinas por los más elevados principios y saborear dichas cosas divinas. Puesto que, como decimos, perfecciona a la virtud de la Caridad —la cual es la mayor de todas las virtudes y las encierra y contiene a todas—, por eso es el mayor de todos los dones.
Este don, de hecho, opera a la vez sobre la inteligencia y la voluntad, dando, por un lado, al entendimiento luz respecto a Dios y las cosas divinas en sus causas supremas y, por otro, inflamando la voluntad en el amor de Dios, dándole a gustar o —podríamos decir mejor— saborear las cosas divinas, de manera que el alma queda embelesada y embriagada en el divino amor.
2) El don de Entendimiento. Éste es un don que, por la acción iluminadora del Espíritu Santo, nos da una penetrante intuición de las verdades reveladas, pero sin declararnos el misterio. El fin de este don es perfeccionar nuestra Fe, al hacernos comprender, dentro de lo que cabe a un simple mortal, pero sin develar el misterio, las verdades reveladas.
En efecto, a pesar de ser oscuros los misterios de la Fe, el don de Entendimiento nos hace ver, por un lado, que son creíbles y que se entrelazan entre sí de una manera maravillosa, habiendo una estupenda armonía entre todos ellos, y, por otro, nos hacer ver que no contradicen a la razón, esto es, que no es irracional la Fe. Además, nos ayuda también a conocer un mayor número de verdades, en cuanto que facilita a nuestra razón llegar a las conclusiones teológicas que se siguen o están implícitas en las verdades reveladas.
Y así, el efecto más inmediato de este don es afianzarnos y confirmarnos más y más en la Fe.
1Nos basamos principalmente en Tanquerey: Compendio de Teología Ascética y Mística, Desclée de Brouwer, 1944, Buenos Aires, Argentina, pp. 841-862.
3) El don de Ciencia. Podemos definirlo como “un don que, por la acción iluminadora del Espíritu Santo, hace perfecta la virtud de la fe dándonos a conocer las cosas creadas en sus relaciones para con Dios”. Este don es la famosa ciencia de los Santos de que se suele hablar y se diferencia de los dones de Entendimiento y Sabiduría en que su enfoque está en las cosas creadas en cuanto dicen relación a Dios; es decir, nos da luces especiales respecto a las creaturas para que las usemos bien y sepamos valernos de ellas para la Mayor Gloria de Dios y salvación de nuestra alma.
4) El don de Consejo. Este don se encarga de la buena dirección de las acciones particulares y hace perfecta la virtud de la prudencia dándonos a entender pronta y seguramente, por una especie de intuición sobrenatural, lo que conviene hacer, especialmente en los casos difíciles.
Este don de Consejo es importantísimo, pues viene a perfeccionar la más importante de las cuatro virtudes cardinales, que es la prudencia. Ésta hace que discurramos, investiguemos, miremos la experiencia del pasado, pidamos consejo, etc., para ver qué hemos de hacer o cuál ha de ser la mejor manera de obrar. El don de Consejo nos ahorra todo eso, porque en un momento el Espíritu Santo nos da a entender qué debemos hacer o qué es lo que más conviene.
Y así fácilmente nos damos cuenta de la gran importancia y necesidad que tenemos todos de este don. En efecto, muchas veces en la vida nos topamos con situaciones difíciles, que tienen consecuencias trascendentales para el futuro que dependen precisamente de la decisión que tomemos. Y para esos casos nos ha sido dado este don, para que, con la ayuda del Espíritu Santo, resolvamos correctamente. Por todo lo cual, debemos forjarnos la costumbre de acudir constantemente al Espíritu Santo todos los días, en la oración —tanto a la mañana como a la noche, y varias veces durante el día— implorando nos llene de este don y nos ilumine. Esto especialmente hemos de hacerlo antes de cualquier obra o decisión importante. Y será muy apropiado para este fin utilizar los hermosos himnos litúrgicos que la Iglesia tiene para invocar al Espíritu Santo: el himno “Veni Creator” o la secuencia “Veni Sancte Spíritus”.
5) El don de Fortaleza. Este don perfecciona, evidentemente, la virtud del mismo nombre dando al alma fuerza y energía para poder hacer o padecer alegre e intrépidamente cosas grandes, a pesar de todas las dificultades.
Cuando este don opera en el alma, la acción del Espíritu Santo se apodera de ella comunicándole un dominio especial sobre las potencias inferiores y las dificultades de afuera, de manera que pone en ella una decisión, seguridad y alegría tales, que le da esperanza cierta del triunfo. Es lo que vemos en todos los Mártires, los cuales iban animosos y gozosos a los suplicios y tormentos y a la muerte misma, por virtud del Divino Espíritu que los fortalecía. En ellos resplandeció el don de Fortaleza.
Pero este don es necesario, no sólo para morir por Dios Nuestro Señor Jesucristo si hiciera falta, sino también para poder conservar el estado de gracia ante tantas situaciones y tentaciones con que uno se encuentra en la vida; en muchas de ellas se necesita heroísmo para no pecar; es más, para llevar una vida realmente católica en todos los sentidos, contra lo que el mundo nos propone, y poder perseverar en ello, necesitamos grandemente este don de la Fortaleza.
6) El don de Piedad. Este don perfecciona la virtud de la Religión, obrando en nuestro corazón un afecto filial para con Dios, y una tierna devoción a las personas y a las cosas divinas, de manera que cumplamos con santo anhelo nuestros deberes religiosos. Este don fomenta en nosotros un afecto y respeto filial hacia Dios, al cual nos hace ver, no como un amo tiránico, sino como un Padre amoroso que quiere nuestro bien. Esto nos lleva a tener confianza en Dios y realizar nuestras prácticas religiosas con devoción y amor. Asimismo, ese afecto filial hacia Dios genera en nosotros una santa devoción hacia los Santos, por cuanto están mucho más cerca de Dios y porque en ellos vemos un reflejo de la divina bondad. De igual manera, engendra en nosotros afectos de Caridad y misericordia para con nuestro prójimo necesitado, por cuanto vemos en él a un hijo de ese Padre amoroso y a un hermano nuestro en Cristo. Es importante pidamos mucho este don a Dios, pues él ha de darnos la verdadera devoción y evitar que caigamos en una pura y monótona rutina.
7) El don de Temor. Éste es “un don que inclina a nuestra voluntad al respeto filial de Dios, nos aparta del pecado en cuanto le desagrada, y nos hace esperar en sus poderosos auxilios”.
Es decir, no se trata aquí del temor al infierno, ni de Dios en cuanto que castiga los pecados cometidos, sino un temor filial y reverencial, que nos hace temer ofender a Dios y nos lleva, por tanto, a huir de todo lo que pudiera ofenderlo, aun de los pecados más pequeños; es decir, este temor nace del amor a Dios, pues cuando amamos a alguien tememos desagradarle. Por esto se dice que perfecciona la virtud de la templanza, en cuanto nos ayuda a apartarnos, por temor de ofender a Dios, de los deleites pecaminosos.
(Conclusión)
Ya concluyendo, queridos fieles, el día de hoy, Fiesta de Pentecostés, meditemos sobre estos siete dones y pidamos muy encarecidamente al Espíritu Santo que descienda sobre nosotros y que nos llene de todos estos sus dones, pues sin ellos no es posible llegar a la Santidad, como decíamos al inicio.
No olvidemos que, si estamos en gracia, ya poseemos los dones en nuestra alma; la cuestión está en actualizar esos dones, ponerlos en movimiento. Y, para lograrlo, hemos de poner de nuestra parte principalmente oración, fidelidad a las gracias que Dios nos concede y mortificación de nuestros apetitos y de nuestra propia voluntad.
Pidamos particularmente los dones de Entendimiento y Fortaleza, los cuales nos son muy necesarios por los tiempos de Apostasía que estamos viviendo, para que podamos perseverar en la Fe y mantenerla, aunque fuere preciso dar la vida por ella. Quiera María Santísima rogar por nosotros para que así sea.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez