Deseo del Cielo.
(Domingo 4 de junio de 2017) P. Altamira.
(Introducción)
Queridos hijos:
Hoy es la Fiesta del Pentecostés, la Fiesta del Espíritu Santo, la fiesta relacionada con el Sacramento de la Confirmación, sacramento para tener más fuerzas, para ser buenos católicos e hijos de Dios, soldados de Cristo.
Queríamos relacionar esta fiesta con el tema central del cual hablábamos el domingo pasado, “El Deseo del Cielo”, pues –decíamos tenemos poco, y muy poco, deseo del Cielo, y por ello muchas veces no hacemos los esfuerzos necesarios para nuestra santificación y para corregirnos de nuestros pecados; “tan terrenales que somos, tan poco inclinados al Cielo”.
En esta Fiesta de Pentecostés pediremos eso, poder despegarnos de esta tierra miserable, y habitar con nuestros espíritus en el Cielo, ya desde esta vida, teniendo desde ahora un gran deseo del Cielo.
(Cuerpo)
Según lo que hemos introducido, queríamos en esta oportunidad insistir en tres de los siete dones del Espíritu Santo, tres dones que nos ayuden a despegarnos más de este mundo caduco, a cambio de las realidades del Cielo. Los dones de Sabiduría, Entendimiento y Ciencia.
Primero, el don de Sabiduría. El don de Sabiduría levanta nuestra inteligencia de las cosas caducas y perecederas de la tierra, y hace que contemplemos las realidades eternas e inmortales, en especial y antes que nada a Dios, el Ser Subsistente, la Eterna Verdad, en quien tenemos toda nuestra razón de ser, alegría y bien, amándole y deleitándonos en Él. Es el don para contemplar y amar a Dios, levantándonos de lo caduco de la tierra. Por eso se llama “Sabiduría”, pues ésa es la verdadera sabiduría y ésos son los verdaderos “sabios”, los que se centran en Dios.
Relacionemos con algunas enseñanzas de San Alfonso, en este caso sobre la salvación y cómo nos comportamos con respecto a la salvación, cómo nos comportamos con respecto a ese ir a Dios, a ese ir al Cielo y olvidarnos de la tierra:1
(Punto 1) “El negocio de la salvación es, sin duda, para nosotros el más importante, y, con todo, es el que más a menudo olvidamos los católicos2. No hay diligencia que no se practique, ni tiempo que no se aproveche, para obtener algún cargo, o ganar un pleito, o concertar un matrimonio… ¡Cuántos consejos, cuántas precauciones se toman! ¡No se come, no se duerme! Y para alcanzar la salvación eterna, ¿qué se hace y cómo se vive?… Nada suele hacerse; antes bien, todo lo que se hace es para perderla, y la mayoría de los cristianos viven como si la muerte, el juicio, el infierno, la gloria y la eternidad no fuesen verdades de Fe, sino fabulosas invenciones poéticas.
¡Cuánta aflicción si se pierde un pleito o se estropea la cosecha, y cuánto cuidado para reparar el daño!… Si se extravía un caballo o un perro doméstico, ¡qué de afanes para encontrarlos! Pero muchos pierden la gracia de Dios [están en estado de condenación], y, sin embargo, ¡duermen, se ríen y huelgan! […] Persuadámonos, pues, de que la salvación y felicidad eterna es para nosotros el negocio más importante, el negocio único, el negocio irreparable si nos engañamos en él. Es, sin disputa, el negocio más importante. Porque es el de mayor consecuencia, puesto que se trata del alma, y perdiéndose el alma, todo se pierde. […] 3
(Afectos y súplicas) ¡Dios mío! ¿En qué he invertido tantos años de vida que me concedisteis con el fin de que me procurase la salvación eterna?… Vos, Redentor mío, comprasteis mi alma con vuestra Sangre y me la disteis para que la salvase, mas yo sólo he atendido a perderla”.
Despegarnos de la tierra, hijos; pensar en el Cielo.
Veamos ahora el don de Entendimiento. El don de Entendimiento facilita, en cuanto es posible a un hombre mortal, entender un poco más profundamente las verdades y misterios de nuestra Fe Católica. Hay que desear mucho el conocer mejor y más profundamente nuestra Santa Religión Católica; y si ello ocurriera, sin duda que también nos despagaríamos más de este mundo, para tener los espíritus en el Cielo.
Volvamos a relacionar esto con más enseñanzas de San Alfonso sobre lo mal que atendemos a la salvación, sobre lo mal que atendemos a procurar llegar al Cielo:
(Punto 2) “La salvación eterna no sólo es el más importante, sino el único negocio que tenemos en esta vida (Lc 10,42). […] Si tú te salvas, hermano mío, nada importa que en el mundo hayas sido pobre, afligido y despreciado. Salvándote, se acabarán los males y serás dichoso por toda la eternidad. Mas si te engañas y te condenas, ¿de qué te servirá en el Infierno haber disfrutado de cuantos placeres hay en la tierra, y haber sido rico y respetado? Perdida el alma, todo se pierde… […] ¿qué cuenta habrá de dar al Señor el día del juicio, quien puesto en este mundo, no para divertirse, ni enriquecerse, ni alcanzar honras, sino para salvar el alma, a todo, menos a su alma, hubiere atendido? […]
San Francisco Javier decía que no hay en el mundo más que un solo bien y un solo mal. El único bien, salvarse; condenarse, el único mal. […] para salvarse, menester es trabajar y hacerse violencia (Mt 11,12). Para alcanzar la salvación, preciso es que, en la hora de la muerte, aparezca nuestra vida semejante a la de Nuestro Señor Jesucristo (Rom 8,29). […] No se dará el reino a los vagabundos –dice San Bernardo-, sino a los que hubieren dignamente trabajado en el servicio de Dios. […] [El enemigo vela, y tú duermes: Vígilat hostis, dormis tu].
1 San Alfonso María de Ligorio, “Preparación para la Muerte”, Consideración 32: Importancia de la Salvación.
2 Allí decía “cristianos”, pero para no confundir con las sectas protestantes, mal llamadas “cristianas”, pusimos la palabra “católicos”.
3 “El Verbo Eterno no vaciló en comprarlas con su propia Sangre. […] Razón tenía San Felipe Neri al llamar loco al hombre que no atiende a salvar su alma. […] ¿Cómo habrá, por tanto, quien por los miserables placeres de la tierra pierda su alma?…”.
(Afectos y súplicas) […] ¿de qué me serviría la vida que me habéis conservado [no mandándome la muerte], si yo continuase viviendo privado de vuestra gracia?”.
El domingo pasado decíamos que no hacemos esfuerzos en pos del Cielo, o que casi no los hacemos, porque no valoramos realmente lo que ello es, porque no tenemos este “deseo”. Fiesta de Pentecostés: Ojalá comprendamos mejor nuestra Santa Religión a través del don de Entendimiento, y esto nos ayudará a despreciar lo mundano, la tierra, y desear a Dios y el Cielo.
El tercero de los dones que queríamos reseñar es el don de Ciencia. El don de Ciencia permite que juzguemos y analicemos correctamente las cosas de este mundo, de modo tal que estemos en condiciones de usar bien de ellas, es decir: usarlas para que nos ayuden a conseguir nuestro último fin: Dios y la salvación. Tan importante es usar bien de las cosas de la tierra, tan importante es entender que las cosas nos deben ayudar a llegar al Cielo; tan importante no apegarnos a ellas. Una vez más, veamos pensamientos
relacionados con esto, a través de textos de San Alfonso:
(Punto 3) “«No hay error que pueda compararse –dice San Eusebio- al error de descuidar la eterna salvación». Todos los demás errores pueden tener remedio. Si se pierde la hacienda, posible es recobrarla por nuevos trabajos. Si se pierde un cargo, puede ser recuperado otra vez. Aun perdiendo la vida, si uno se salva, todo se remedió. Mas para quien se condena, no hay posibilidad de remedio. Una vez sólo se muere; una vez perdida el alma, se perdió para siempre. No queda más que el eterno llanto con los demás míseros insensatos del Infierno, cuya pena y tormento mayor será al considerar que para ellos no hay tiempo ya de remediar su desdicha (Jer 8,20).
Preguntad a aquellos prudentes siervos del mundo, sumergidos ahora en el fuego infernal, preguntadles lo que sienten y piensan, si se regocijan de haber labrado su fortuna en la tierra, aun cuando se hallen condenados en la eterna prisión. Oíd cómo gimen, diciendo: Erramos pues… (Sab 5,6). Mas ¿de qué les sirve conocer su error cuando ya la condenación para siempre es irremediable? […]
Tal es la mayor aflicción de los condenados: pensar que han perdido su alma y se han condenado por culpa suya (Os 13,9). Dice Santa Teresa que si alguno pierde por su culpa un vestido, un anillo, una fruslería, pierde la paz y, a veces, ni come ni duerme. ¡Cuál será, pues, oh Dios mío, la angustia del condenado cuando, al entrar en el Infierno y verse ya sepultado en aquella cárcel de tormentos, piense en su desdicha y considere que no ha de hallar en toda la eternidad remedio alguno! […].
A lo menos, con ese pecado que cometes, ¿no pones en gran peligro y duda tu salvación eterna? ¿Y es tal este negocio que así puede arriesgarse?…4 ¿Te arrojarías a un pozo diciendo: tal vez me libraré de la muerte? […]
(Afectos y súplicas) ¡Jesús mío!… ¡Cuántas promesas he hecho de no ofenderos más [de no pecar más]… y luego he vuelto a apartarme de Vos [he vuelto a pecar] esperando que me perdonaríais [otra vez]! De suerte que no me habéis castigado [y no me habéis mandado la muerte y el Infierno], ¡y por eso mismo os he ofendido tanto! Porque habéis tenido [más] piedad de mí, os hice todavía mayores ultrajes”.
(Conclusión)
Amamos poco a Dios y el Cielo, lo consideramos poco, bien poco. Por eso hacemos casi nada por Él y por el premio. Tenemos todos una especie de sensación de que viviremos mil años.
Quiera Dios que a través de estos dones del Espíritu Santo, en especial estos tres que reseñamos -Sabiduría, Entendimiento, Cienciatengamos nuestros espíritus más en Dios y en el Cielo, que podamos no estar apegados a este mundo, que sepamos no estar atados a estas realidades terrenas que van a morir junto con nosotros, y que seamos capaces –ya desde la tierra- de ser y desear ser habitantes del Cielo.
El famoso Himno Veni Creator, para invocar al Espíritu Santo, para que Él venga y nos ayude; lo quisimos hacer a modo de Novena preparatoria, nueve día hacia esta fiesta. Terminamos con dos de sus estrofas, también a modo de pedido al Espíritu Paráclito:
Veni Creátor Spiritus, Mentes tuorum vísita, Imple superna gratia, Quae tu creásti péctora:
Ven Espíritu Creador, Visita las almas de los tuyos, Llena de la gracia de lo alto, Los corazones que Tú has creado.
Accénde lumen sensibus, Infunde amorem córdibus, Infirma nostri córporis, Virtute firmans pérpeti:
Enciende la luz en nuestros juicios, Infunde amor a los corazones, dando firmeza a las cosas enfermas de nuestro cuerpo con virtud perpetua.
AVE MARÍA PURÍSIMA.
4 “No se trata de una casa, de una ciudad, de un cargo; se trata –dice San Juan Crisóstomo- de padecer una eternidad de tormentos y de perder la gloria perdurable”. Y este negocio, que para ti lo es todo, ¿quieres arriesgarlo en un puede ser [que no me condene]? “¿Quién sabe, replicas, quién sabe si me condenaré? Yo espero que Dios, más tarde, me perdonará”. Pero, ¿y entre tanto?… Entre tanto, por ti mismo, te condenas al infierno”.