Domingo después de la Ascensión 2017

El deseo del Cielo.

(Domingo 28 de mayo de 2017) P. Altamira.

(Introducción)

Queridos hijos:

El jueves pasado fue la Fiesta de la Ascensión.
Salutis humanae Sator (Sembrador de la salvación del hombre), Iesu (oh Jesús), voluptas cordium (gozo de los corazones), orbis redempti Conditor (Creador del mundo redimido), et casta lux amantium (y casta luz de los que te aman).
Qua victus es clemencia (¿Por cuál clemencia has sido ganado), ut nostra ferres crímina? (para que portes nuestros crímenes?). Mortem subires innocens, a morte nos ut tólleres? (¿Y subieras inocente a la muerte, para salvarnos a nosotros de la muerte?).
Perrumpis inférnum chaos (Tú destrozas el caos inferno)… Víctor triumpho nobili ( -y- vencedor por un noble triunfo), AD DEXTERAM PATRIS SEDES (TE SIENTAS A LA DERECHA DE DIOS PADRE).

Lo que han escuchado es fragmento del Himno de las Vísperas de la Ascensión, “Salutis humanae Sator: Sembrador de la salvación del hombre”.
Con motivo de esta fiesta, el jueves habíamos dado un pequeño pensamiento sobre la Ascensión, y lo habíamos relacionado con el Santo Rosario. Hoy, en este “Domingo después de la Ascensión” queríamos retomar eso y desarrollar un poco más.

(Cuerpo)

En el Santo Rosario, en el segundo misterio de Gloria, la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, se suele pedir que podamos crecer en la virtud de la Esperanza. Pero también hay allí otra petición “clásica”, que se relaciona con la Esperanza, y que ha sido común entre los católicos: Pedir allí “El Deseo del Cielo”. En el Seminario, en Argentina, cuando rezábamos el Rosario en latín, en la petición o fruto de este misterio decíamos: “Desiderium supernorum petitur”, “se pide el deseo del Cielo, de las cosas de arriba”.

¡Y tenemos poco, muy poco, deseo del Cielo, de estar allí, de dejar ya este mundo miserable y caduco! Y por eso, muchas veces nos esforzamos tan poco por las cosas de Dios.
La Santísima Virgen entregó o encargó por primera vez el Santo Rosario a Santo Domingo de Guzmán, el fundador de los Dominicos, hace ochocientos años (en el Siglo XIII). Luego, un discípulo del santo, el Beato Alain de la Roche, recibió la promesa de la salvación eterna, para que quienes lo rezaran cada día, todos los días.

Pero como somos tan terrenales, como somos y estamos tan apegados a este mundo caduco, ello es uno de los tantos motivos por los que no le damos al Rosario la importancia que él merece. Demasiado apegamos a este mundo… no tenemos deseo del Cielo.
Sabemos, se nos ha enseñado, los padres nos han dicho “mil veces”, de rezar el Santo Rosario cada día sin excepción: ¡El premio es el Cielo! Pero hay varios o muchos de los fieles, que no son capaces de rezarlo cada día. No lo hacen.
No valoran, o no valoramos el Cielo, somos muy terrenales. Pero más rápido de lo que pensamos todos estaremos muertos y enterrados. Otra vez relacionamos la Fiesta de la Ascensión y el Rosario: En el segundo misterio de Gloria, la Ascensión de Dios Nuestro Señor Jesucristo, pedimos tener y crecer en “El Deseo del Cielo”. No tenemos deseo del Cielo, no tenemos “un gran” deseo del Cielo.

Hacemos un paréntesis, aunque relacionado: En ese hecho, de que a veces los sacerdotes “no sabemos qué inventar” para incentivar a nuestros fieles, para que den algunos pasos en pos del bien de sus almas. Y así, en lo que respecta a rezar el Rosario, ya saben que el Cirio Pascual será llevado por alguno de ustedes, después de que hagamos el sorteo, entre los que hayan rezado cada día sin excepción el Santo Rosario hasta la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, el 16 de julio próximo.

Pero volvamos al tema central de “El Deseo del Cielo”.
En el día de la Fiesta de la Ascensión, la oración de la Misa hacía alusión a ese deseo que deberíamos tener:

“Concede, quaesumus, omnipotens Deus, ut qui hodierna díe Unigenitum tuum Redemptorem nostrum ad caelos ascendisse crédimus, ipsi quoque mente in caeléstibus habitemus: Concede, te pedimos, oh Dios omnipotente, que quienes creemos que tu Hijo Unigénito nuestro Redentor ha subido en el día de hoy a los Cielos, habitemos también nosotros mismos en las cosas celestes [en el Cielo] con nuestro espíritu”.

“Que nosotros habitemos con nuestro espíritu en el Cielo”. ¿Habitamos con nuestro espíritu en el Cielo; habitamos con nuestro espíritu en las cosas del Cielo, in caeléstibus? Creo que no; creo que poco y nada… muy apegados a este mundo. Por eso también no nos esforzamos en fortalecer nuestra Fe, en conocer los males de esta Religión Moderna del Concilio Vaticano II, ustedes se forman muy poco; no nos esforzamos en la virtud, en crecer en la virtud, en hacer obras buenas, en corregirnos de nuestros pecados. Apegados a la tierra. Y pensamos que viviremos siempre. O que “bueno, la muerte llegará… pero después de muuucho tiempo; hay tiempo para cambiar después; hay tiempo para mejorar, pero después”. No valoramos realmente el Cielo, por eso no hacemos esfuerzos. Para cualquier asunto importante de la tierra, sí que hacemos esfuerzos: Un negocio, cumplir en el trabajo, conseguir un trabajo, curarnos de una enfermedad, algunos se esmeran mucho en los estudios (no está mal), etc. Pero, ¿Y para el Cielo?

¿Cómo puede ser, en comparación con las cosas de la tierra, que no pongamos más empeño para lo eterno? ¡Al menos –hablo mal-igual empeño que con las cosas de la tierra! ¡Al menos –sigo hablando mal-, poner para el Cielo, la décima parte del empeño que ponemos para las cosas de la tierra! Ir a Misa: “No, es que estoy cansado”. “No, es que tengo que madrugar mucho para llegar a Misa”. “No, es que vivo lejos”. “No, es que hay trancones”. “No, es que tengo pico y placa”. ¡Al médico ustedes van… aunque tengan pico y placa… aunque estén cansados… cogen un taxi, lo que sea! ¿Y para Dios? Rezar el Rosario: Las mismas excusas u otras.

En el Evangelio de la “Vigilia de la Ascensión” leemos una definición de lo que es la vida eterna, la cual debemos comenzarla ya en esta tierra, con el conocimiento de Dios y con las obras que debemos hacer en pos de ello; para tener un adelanto, parcial e imperfecto, en la tierra, de lo que es el Cielo, para tener lo único que realmente puede hacernos felices ya –en grado imperfecto- desde la tierra, porque es lo único que vale la pena:
(Juan 17,1ss) “Haec est autem vita aeterna: Ut cognoscant te, solum Deum verum, et quem misisti Iesum Christum: Ésta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo”

¿Cómo hacer para ganar el Cielo? Imitar a Cristo, imitar lo que Dios Nuestro Jesucristo hizo durante toda su vida mortal aquí en la tierra. Quien en un grado mayor, quien en un grado menor, pero todos debemos imitarlo según el lugar en que Él nos ha puesto.
Veamos también algo más del Evangelio de la “Vigilia de la Ascensión”, para saber qué tipo de acciones hacer:
(Juan 17,1ss) “Ego te clarificavi super terram: opus consummavi, quod dedisti mihi, ut faciam… Manifestavi nomen tuum homínibus… et sermonem tuum servaverunt: Yo te he glorificado sobre la tierra: He cumplido la obra que me habías dado para que Yo haga… He manifestado tu nombre a los hombres… y ellos han observado tu Palabra”.

Allí está todo nuestro programa de vida:
“Clarificar o glorificar a Dios”, respecto de cada uno de nosotros, es conocerlo y llevar la vida que Él espera de nosotros, y no una vida de pecados, según el mundo. “Clarificar o glorificar a Dios”, respecto al prójimo, es conducir al prójimo a su salvación, a que ellos conozcan el nombre de Dios y que observen –cumplan- su Palabra.
Desear el Cielo, trabajar por el Cielo.

(Conclusión)

Ya para ir terminando. Primero pedimos en esta Misa, y a través de ella, que Dios nos dé y nos haga crecer grandemente en “El Deseo del Cielo”, y despreocuparnos de este mundo caduco; nos queda poco tiempo; debemos aprovecharlo.
Todo muestra que estamos en los finales, en la consumación del siglo, que se acerca Cristo (su Parusía). Y si bien el triunfo es nuestro, antes de él están y estarán los dolores de parto. Para poder soportar mejor esos dolores, crezcamos en la Fe, en la Caridad, y en la Esperanza.

Y como casi no hemos hablado, al final, de los textos de este domingo, queremos decir dos palabras de la Caridad. Primero, recalquemos que la Caridad tiene grados y exigencias según la cercanía. Segundo, si crecemos en la Caridad, tendremos más fuerza para soportar lo que nos espera, pero empecemos por los más cercanos: La familia, los parientes, los feligreses de esta capilla, los compañeros del trabajo o de la oficina. Allí está uno de los consejos de la Epístola de la Misa de hoy:
(I Pedro 4,7ss) “Ante omnia autem, mutuam in vobismetipsis caritatem continuam habentes : quia cáritas óperit multitudinem peccatorum. Hospitales ínvicem sine murmuratione: Antes de todas las cosas, [sean] los que tienen continua caridad mutua entre vosotros: porque la caridad cubre la multitud de los pecados. [Sean] hospitalarios entre ustedes sin murmuración”.

Estamos en los tiempos finales, y Dios Nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado sus palabras, para que estemos en mejores condiciones de afrontar todo ello, y seremos capaces con la Fe, con la Caridad y con la Esperanza, la cual es “El Deseo del Cielo”, según hablábamos en la parte central de esta prédica.
Terminamos, para volver a usar textos de este domingo, con el Evangelio de la Misa de hoy:
(Juan 15,26ss y 16,1ss) «Haec locutus sum vobis, ut non scandalizémini. Absque synagogis facient vos. Sed venit hora, ut omnis, qui intérficit vos, arbitretur obsequium se praestare Deo. Et haec facient vobis, quia non noverunt Patrem, neque me. Sed haec locutus sum vobis, ut cum vénerit hora eorum, reminiscámini quia ego dixi vobis. Cuya traducción es: Estas cosas os he dicho, para que no os escandalicéis. Os echarán de las sinagogas. Ahora bien, viene la hora, en que todo el que os dé muerte, pensará que él hace un obsequio a Dios. Y estas cosas os harán, porque no conocieron al Padre, ni a mí. Pero estas cosas os he dicho, para que cuando venga la hora de ellos, recordéis que Yo ya os lo había dicho”.

AVE MARÍA PURÍSIMA.