Dones del Espíritu Santo.
(31 de mayo de 2020) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy es la Fiesta de Pentecostés, en que conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y demás discípulos, en forma de lenguas de fuego. Esta festividad litúrgica está, por tanto, especialmente dedicada a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, a Dios Espíritu Santo, lo cual se manifiesta clarísimamente en los hermosos textos de la Misa del día de hoy.
Por lo cual, nuestra intención hoy es hablar sobre los dones del Espíritu Santo. Primeramente, hablaremos de ellos en general, y luego en particular de algunos de ellos.
(Cuerpo 1: Dones del Espíritu Santo)
Comencemos, pues, dando una definición de ellos: “Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo”.
Podemos distinguir en esta corta definición, por lo menos, dos elementos: 1) que los dones son hábitos sobrenaturales infundidos en las potencias del alma y 2) que son infundidos para ayudarnos a recibir y seguir con facilidad las inspiraciones del Espíritu Santo. Desarrollemos un poco estos dos elementos.
1) Como los dones del Espíritu Santo son de orden sobrenatural, y por tanto están por encima de nuestras fuerzas y capacidades naturales, por eso son infundidos por Dios en las potencias del alma, esto es, en la inteligencia y voluntad. Los dones son infundidos en el alma al mismo tiempo que la gracia santificante (de la cual son inseparables). De lo cual se sigue que cualquier católico que se halle en estado de gracia tiene o posee los dones del Espíritu Santo y que solamente se pierden por el pecado mortal: vale decir, quien está o comete un pecado mortal no tiene o pierde los dones del Espíritu Santo. En este último caso, se pueden recuperar los dones por medio de una buena Confesión.
2) La finalidad de los dones es ayudarnos a seguir con facilidad y prontitud las mociones del Espíritu Santo, esto es, sus llamados e inspiraciones. La particularidad —podríamos decir— de los dones es que, respecto a ellos, nuestra alma se comporta de manera pasiva; esto quiere decir, que ella actúa de un modo meramente receptivo respecto a las gracias que el Espíritu Santo le hace a través de sus dones, pues éstos son los que obran en el alma, santificándola y ayudándola a alcanzar el pleno desarrollo de las virtudes y, en definitiva, de toda la vida espiritual: la Santidad.
De esto se sigue que los dones del Espíritu Santo producen actos sobrenaturales al modo divino, a diferencia de las simples virtudes infusas (que recibimos también junto con la gracia), las cuales, producen también actos sobrenaturales pero al modo humano, porque aquí lo que prevalece es el obrar humano que actúa en virtud de la razón natural iluminada por la Fe bajo la moción de la gracia actual; mientras que allí prevalece el obrar del Espíritu Santo. Por lo cual se ve claramente que el valor y mérito de las obras realizadas bajo el influjo de los dones es enormemente superior al de las obras realizadas por las simples virtudes.
Asimismo, los dones son necesarios para poder alcanzar la Santidad, pues solamente por medio de ellos podemos alcanzar el pleno desarrollo de las virtudes, las cuales no pueden practicarse en grado heroico sino bajo el influjo de los dones; de igual manera, sin los dones no puede el alma elevarse a las alturas de la oración de contemplación.
Decíamos hace unos momentos que todo el que está en gracia posee los dones del Espíritu Santo. Pero —preguntará alguno— ¿cómo hacer para que “funcionen” los dones en nosotros?, ¿cómo hacer para que nuestra vida esté realmente influenciada por ellos?
1) En primer lugar, para que los dones puedan operar convenientemente en nuestras almas, es condición necesaria que nos ejercitemos antes en la práctica de las virtudes morales: prudencia, humildad, mansedumbre, obediencia, castidad, mortificación, etc. Si queremos que nuestra alma sea dócil a las mociones del Espíritu Santo, debemos haber domado antes nuestras pasiones por la práctica de la virtud. En efecto, ¿cómo podría un alma escuchar y seguir las mociones del Espíritu Santo si en ella reinan la soberbia, la ira, la impaciencia, la lujuria? Por lo cual, primeramente debemos trabajar por asentar en nuestras almas las diferentes virtudes. De lo contrario, estaremos construyendo sobre arena.
2) En segundo lugar, debemos hacer frente y pelear contra el espíritu del mundo que es contrario al Espíritu de Dios. Pues, ¿si nos dejamos guiar por el espíritu de este mundo, siguiendo sus máximas y caminos, cómo podremos ser conducidos por el Espíritu Santo? “Nadie puede servir a dos señores”, dice Dios Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, si queremos ser llenos de los dones, que ellos operen en nosotros y nos lleven a la Santidad, es preciso que no nos dejemos llevar por las cosas del mundo, como, por ejemplo, la música moderna, las películas, series, redes sociales, las modas y un sinfín de cosas más que están marcadas por el espíritu mundano. Todo ello impide que escuchemos y sigamos dócilmente los llamados del Espíritu Santo, para lo cual ayudará muchísimo leer y meditar con frecuencia las máximas del Evangelio.
3) En tercer lugar, hay ciertas cosas que podemos hacer que nos ayudarán a colocarnos bajo la acción del Espíritu Santo, a saber: a) El recogimiento interior, que consiste en recordar frecuentemente durante el día que Dios está no sólo junto a nosotros sino dentro de nosotros mismos; que donde sea que estemos estamos siempre patentes ante su mirada amorosa. Cultivar esta presencia de Dios continua hace que el alma pueda escuchar con mayor facilidad los divinos llamados. Para adquirir este recogimiento ayudará mucho
el silencio, no sólo de conversaciones inútiles (o perniciosas), sino también interior, evitando los pensamientos vanos y ociosos. b) Para que los dones arraiguen y crezcan en nuestras almas es, asimismo, indispensable ser fieles a la gracia, es decir, siempre cumplir lo que el Espíritu Santo nos inspira, cuando se nos muestre claro ser aquello su voluntad. Mientras más correspondamos a sus gracias, tanto más nos las aumentará y, por el contrario, si somos infieles o sordos a sus llamados, éstos irán disminuyendo o cesarán del todo. c) Asimismo, para que el Espíritu Santo obre en nuestras almas, es convenientísimo que adquiramos la costumbre de
invocarlo con confianza diariamente —y varias veces al día incluso— pidiendo su luz, ayuda y favor, en particular cuando vayamos a emprender una obra o negocio de importancia. Para lo cual son muy a propósito las hermosas oraciones litúrgicas dirigidas al Espíritu Santo, como el himno Veni Creator Spíritus —que rezamos como novena preparatoria para esta Fiesta— o la secuencia de la Misa de hoy Veni Sancte Spíritus.
(Cuerpo 2: Don de Fe y Fortaleza)
Pasemos ahora a hablar sobre algunos de los dones del Espíritu Santo en particular. Ellos son siete, a saber: sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza y temor. El día de hoy solamente trataremos de dos de ellos: del don de entendimiento y del don de fortaleza, de los cuales diremos unas pocas palabras. La razón por la cual hemos elegido hablar de ellos es porque, debido a los tiempos que nos han tocado vivir, nos son sumamente necesarios. Ya volveremos sobre esto en un momento.
Primeramente, tratemos del don de entendimiento, el cual es infundido por Dios en nuestra inteligencia. Podemos definir dicho don de la siguiente manera: “un don que, por la acción iluminadora del Espíritu Santo, nos da una penetrante intuición de las verdades reveladas, pero sin declararnos el misterio”. Y así el don de entendimiento se relaciona directamente con la virtud de la Fe, a la cual perfecciona. En efecto, gracias a este don nuestra alma profundiza en las verdades reveladas, adquiriendo una mayor comprensión de las mismas (sin descifrar el misterio claro está), de manera que ve la relación admirable que hay de una verdad a otra y las consecuencias que se siguen de cada una de ellas. En este sentido decimos que perfecciona la virtud de la Fe, pues el don de entendimiento nos confirma más y más en ella, y obra como fortísimo escudo contra todo lo que pudiera arrebatarnos la Fe.
Tratemos ahora del don de fortaleza, el cual es infundido por Dios en nuestra voluntad. Podemos definir dicho don de la siguiente manera: “es un don que da al alma fuerza y energía para poder hacer y padecer alegre e intrépidamente cosas grandes, a pesar de todas las dificultades”. Como es evidente el don de fortaleza perfecciona a la virtud del mismo nombre. Este don robustece y consolida al alma para poder llevar una vida verdaderamente católica. Pues ser verdaderamente católico en todos los aspectos de la vida implica un esfuerzo y lucha grandes y continuos. En efecto, la vida del católico es una constante lucha contra el mundo, el demonio y la carne, nuestros terribles enemigos que no cesan de movernos guerra. Si queremos vencerlos, debemos afrontar muchas privaciones, contradicciones y mortificaciones. Y así Dios para que pudiéramos alcanzar la victoria nos dio este don de fortaleza, el cual ayuda al alma a perseverar en el camino del bien y a estar con alegría y paz en medio de las dificultades y sufrimientos.
(Conclusión)
Dijimos hace un momento que estos dones, de entendimiento y fortaleza, nos son sumamente necesarios por los tiempos que nos han tocado vivir. Nos explicamos. Los tiempos que vivimos son de Apostasía, de apartamiento generalizado de la Fe, no sólo en las naciones, que ya no son católicas como antaño, sino también —y lo que es más grave— Apostasía en la Iglesia, debido a la adulteración del catolicismo operada en el Concilio Vaticano II.
Vivimos inmersos y rodeados de un mundo que es totalmente opuesto a Dios Nuestro Señor Jesucristo y a su Santa Religión Católica. Lo cual, por supuesto, implica un peligro para nosotros, que por gracia y misericordia de Dios, poseemos la Fe verdadera. Pues la propaganda contra dicha Fe es fuerte y constante por parte de los enemigos de Dios, del mundo y del demonio; y nuestra carne, inclinada al mal y al pecado, no nos ayuda, pues si fuera por ella, estaríamos ya anegados en el abismo del error y la mentira.
Por lo cual, se hace imperioso que roguemos al Espíritu Santo nos llene de sus dones, particularmente de los dos tratados hoy, entendimiento y fortaleza, para que seamos afianzados en la Fe y robustecidos por la virtud de Dios para soportar esta situación de Apostasía que vivimos; máxime si tenemos en cuenta las circunstancias actuales —el coronavirus, las cuarentenas, la destrucción de las economías a nivel mundial, etc.—, pues lo que vivimos probabilísimamente va a empeorar y puede ser que por todo esto que acontece se cumplan las profecías que hablan del Anticristo, del Gobierno Mundial, etc. Por lo cual, como decíamos, roguemos al Espíritu Santo nos llene del don de entendimiento y fortaleza para que perseveremos firmes en la Fe y antes muramos que traicionar a Dios Nuestro Señor.
Quiera la Bendita Virgen María, Templo del Espíritu Santo, que fue llena de sus dones, alcanzarnos dicha gracia.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.