2º DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

El milagro de las Bodas de Caná de Galilea.

(16 de enero de 2022) P. Pio Vazquez

(Introducción) 

Queridos fieles: 

 Nos hallamos hoy en el Segundo Domingo después de Epifanía y en el Evangelio de la Misa nos propone la Santa Madre Iglesia el milagro  de las Bodas de Caná de Galilea, de la conversión del agua en vino. Dicho milagro fue el primero que obró Dios Nuestro Señor Jesucristo y lo  hizo a instancias de su bendita Madre, la cual lo movió a realizarlo antes de tiempo, adelantando su hora. 

 Por lo cual, el día de hoy es una excelente oportunidad para hablar sobre la intercesión de la Santísima Virgen María. 

(Cuerpo 1: Intercesión de María y de los Santos) 

 En efecto, es de Fe y doctrina de la Santa Iglesia Católica que los santos pueden interceder por nosotros ante el Trono de la Majestad de  Dios y que, por tanto, nosotros podemos —y debemos— invocarlos para pedir su ayuda y socorro, para suplicarles nos recomienden a la  divina piedad. Esta verdad de Fe se remonta a los primeros siglos de la Iglesia y se halla en su práctica bimilenaria.  Los protestantes se rasgan las vestiduras ante lo anterior, pues ellos niegan la intercesión de los santos, ya que —afirman— Cristo es el  único Mediador. Y sí, Cristo es el único Mediador, pero lo que ocurre es que la Santísima Virgen y los santos participan de esa única  mediación de Cristo, porque así lo ha querido Dios. 

 Y que los santos, y en especial María Santísima, puedan interceder por nosotros, si lo pensamos bien, no sólo no tiene nada de malo, sino  que es sumamente razonable. En efecto, si nosotros, acá en la tierra, podemos rogar los unos por los otros, ¿por qué no podrán hacerlo  también los que ya están en el cielo? Si nosotros, acá, con todas nuestras imperfecciones y sin gozar de la visión de Dios, podemos  encomendar en nuestras pobres oraciones a nuestros padres, hermanos, amigos, vecinos, etc., ¿por qué no podrán hacer lo mismo María  Santísima y los santos, que están muchísimo más cerca de Dios, y que tienen caridad perfecta, primeramente hacia Dios, de quien gozan, y  en segundo lugar, hacia nosotros, amándonos en Dios y por Dios y queriendo, por tanto, nuestro mayor bien, esto es, nuestra salvación? Como vemos, en el fondo, es irracional la oposición de los protestantes a la intercesión de los santos. 

 “¡Eso no está en la Biblia!”, nos dirán. Falso, nosotros les responderemos; sí está y lo hallamos en el Evangelio de hoy. Fue por intercesión  de María Santísima que Nuestro Señor obró su primer milagro. Ella intercedió por los esposos al decirle: “no tienen vino”. Y si Dios ha  querido que este episodio de la vida de Nuestro Señor ocurriera así y quedara consignado en el Evangelio, es porque ha querido que veamos  el poder de intercesión de su Madre Santísima, la cual hizo que Él adelantara su hora de hacer milagros. En la Sagrada Escritura nada hay por  casualidad. Por tanto, aquí tenemos una enseñanza clara: la intercesión de María. 

 Además, en el Evangelio, tenemos otro milagro, anterior al de hoy, que nos demuestra el poder de la Santísima Virgen. Nos referimos a la  santificación de San Juan Bautista en el seno de su madre Santa Isabel, milagro que fue obrado por medio de María. Pues Nuestro Señor por  medio de la voz de María santificó a su primo, San Juan Bautista. Éste fue el primer milagro de gracia obrado por Nuestro Señor; el de las  Bodas de Caná, fue el primero de naturaleza. En uno y otro milagro quiso Nuestro Señor que interviniera su Madre Santísima, para dejarnos  patente su poder de intercesión. 

(Cuerpo 2: Toda gracia viene por María) 

 Pero hay más aún en todo esto. Pues, como hemos visto, no solamente puede Dios darnos sus gracias por medio de María, sino que, de  hecho, toda gracia que llega a nosotros la hace pasar antes por sus virginales manos. No hay gracia que nos llegue que no pase antes por  medio de María, pues Dios la ha hecho la mediadora de todas las gracias

 ¿Pero cómo?, ¿no es Cristo de donde proviene toda gracia? Sí, así es, pero —por usar una comparación— Cristo es la cabeza, María el  cuello. Y así, toda gracia nos viene en última instancia de Cristo, la cabeza, gracias a los méritos infinitos de su Pasión y Muerte, pero pasan,  antes de llegar a nosotros, por el cuello, María, la cual es el conducto o canal por donde desciende toda gracia que se otorga a los hombres.  Respecto a esto que decimos, dice San Alfonso María de Ligorio: “La intercesión de María es también necesaria para nuestra salvación…  esta necesidad nace de la misma voluntad de Dios, el cual quiere que todas las gracias que nos dispensa pasen por mano de María, según la  sentencia de San Bernardo…1

 De aquí se sigue la gran importancia de la devoción a la Santísima Virgen en nuestras vidas, la cual no ha de ser una devoción más, sino la devoción por excelencia. Ya que todas las gracias las hemos de recibir de María. Por esto también la devoción verdadera a la Santísima  Virgen es una señal de predestinación, mientras que lo opuesto, ser indiferente o hasta adverso a la Santísima Virgen, es señal de  reprobación, según enseña San Luis María Grignion de Monfort2

(Conclusión: El Santo Rosario) 

1Las Glorias de María, San Alfonso María de Ligorio, EB, Bélgica, 1881, p. 149. 

2Obras de San Luis María G. de Montfort, BAC, 1954, Tratado de la Verdadera devoción, n. 40, p. 459.

 Por tanto, acudamos hoy y todos los días de nuestra vida a esta gran Señora, la Santísima Virgen María. Encomendémonos a ella en todas  nuestras necesidades y busquemos tenerle una gran devoción. No olvidemos que ella es nuestra Madre y, como tal, nos ama y quiere nuestro bien. 

 Por lo cual, recemos el Santo Rosario todos los días, sin excepción, ya que ésta es la oración por excelencia que podemos dirigir a la  Santísima Virgen y tiene promesa de salvación. Por tanto, recémosle el Santo Rosario en todas nuestras necesidades, confiando en su gran  bondad, la cual nos mostró en este episodio de las Bodas de Caná de Galilea. En efecto, sin que nadie se lo pidiera, ella se adelantó a pedir a  su hijo el remedio del mal. Por lo cual, confiemos, pues si ya está intercediendo por nosotros sin que nosotros le pidamos, ¿cuánto más no lo  hará si se lo pedimos todos los días por medio del Rosario? 

 Quiera Dios Nuestro Señor Jesucristo darnos la gracia de ser verdaderos hijos y devotos de su Santísima Madre y quiera ella, asimismo,  acogernos entre los que favorece y protege. 

 Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez