1er Domingo después de Pentecostés 2020, Fiesta de la Santísima Trinidad

Símbolo Quicúmque.

( Domingo 7 de junio de 2020) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Hoy nos hallamos en una de las Fiestas litúrgicas más importantes del año: la Fiesta de la Santísima Trinidad. Este día, domingo primero después de Pentecostés, está consagrado de una manera especial a la adoración de la Santísima Trinidad, único Dios verdadero.
     Nuestro deseo hoy es hablar, por tanto, de la Trinidad, haremos referencia al famoso Símbolo Quicúmque y concluiremos hablando de la importancia de afianzarnos en el dogma de la Santísima Trinidad en estos tiempos.

(Cuerpo 1: Misterio de los misterios)

Primeramente, hay que dejar en claro que la Santísima Trinidad es el misterio de los misterios de cuantos conforman el depósito de la Fe y que es imposible a la pobre y débil razón humana comprender o penetrar dicho misterio. Es una verdad que, si no nos hubiera sido revelada por Dios, jamás la hubiéramos podido conocer; si Él mismo no nos hubiera dado a conocer que es Uno en substancia y Trino en Personas, ni siquiera hubiéramos podido sospecharlo o vislumbrarlo. Pues nuestra razón humana sólo puede alcanzar a demostrar la existencia de un Dios Creador, pero que Éste sea Uno en esencia y Trino en Personas nos es únicamente proporcionado por la Fe.

Sin embargo, que nos sea absolutamente imposible poder comprender este misterio, no quiere decir que sea irracional o contra la razón. No es contra la razón, sino que está por encima de ella, es decir, nuestra capacidad “no nos da” para comprenderla. Pongamos un ejemplo sencillo que ilustre lo recién dicho. Si un gran matemático, de esos que su cabeza es una calculadora, explica grandes y complicadas operaciones y ecuaciones matemáticas a una persona muy sencilla del campo que apenas sabe leer y escribir, claro está que ésta no entenderá prácticamente nada. Y, sin embargo, ello no quiere decir que lo que explica ese gran matemático sea irracional, antes es muy conforme a la razón, pero está por encima de la capacidad racional del sencillo hombre rural. Algo parecido ocurre con el dogma de la Santísima Trinidad y nuestra razón. Ésta no tiene la capacidad racional necesaria para comprender este grandísimo misterio, que está muy por encima de ella.

Por lo cual se ve que es una gran —grandísima— soberbia pretender comprender o penetrar este misterio en su intrínseca verdad y una arrogancia monstruosa negarlo por no comprenderlo, tildándolo de irracional, porque nuestra pobre mente y débil razón no es capaz de abarcarlo. Y dicha soberbia se muestra tanto más grave y audaz, cuanto que son muchas las cosas de puro orden natural que nos escapan también, que no logramos comprender ni entender. ¿Cuántos fenómenos de la naturaleza no hay que, en pleno siglo XXI, no comprendemos todavía cómo funcionan, que no dejan de envolver misterios a nuestra razón?, ¿cuántas cosas del universo no nos son totalmente desconocidas? ¿Y cuántas, a pesar de conocidas, no nos son totalmente ignotas en sus constituciones íntimas? Pues si tantas cosas de orden natural la razón humana no logra comprenderlas (o con mucho esfuerzo y no satisfactoriamente) y no son negadas por los hombres, ¿no será temeridad gigantesca negar la Trinidad, que es misterio eminentemente sobrenatural, porque no se la pueda comprender? Por lo cual vemos que negar la Trinidad por no comprenderla, no sólo es soberbia sino hasta —podríamos decir— una insensatez.

(Cuerpo 2: Símbolo Quicúmque)

Mas ahora pasemos a tratar del Símbolo Quicúmque.

Es éste una profesión de Fe que data desde el siglo V ó VI, en el cual símbolo la Fe en la Santísima Trinidad y en la Encarnación de Dios Nuestro Señor Jesucristo está explícitamente enunciada. Por eso, queríamos compartirles un pequeño fragmento de dicho símbolo referente a la Santísima Trinidad, ya que nos hallamos hoy en su Fiesta; de hecho, los sacerdotes rezamos el Símbolo entero hoy en la hora canónica de Prima.

Comienza el Símbolo Quicúmque con estas palabras:

“Quienquiera que desee ser salvo, es preciso, ante todo, que posea la Fe católica, la cual quien no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente”͘

Así pues, inicia el Símbolo indicándonos la importancia de la Fe, pues ésta es necesaria para la salvación. Pero para que ella nos pueda aprovechar para la vida eterna debe ser completa, es decir, uno debe creer todas las verdades de la Fe y no sólo unas cuantas (las que a uno le plazcan o parezcan bien), pues, de lo contrario, no habría verdadera Fe —por falta del motivo formal de la misma—, ni por tanto esperanza alguna de salvación; por eso dice: “quien no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente”.

E inmediatamente el símbolo nos dice cuál es la Fe católica, la necesaria para que podamos obtener la salvación de nuestras almas:

“Ahora bien, ésta es la Fe católica: que veneremos al Dios Uno en la Trinidad y a la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando la substancia. Porque una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo, mas una sola la divinidad, la igual gloria y la coeterna majestad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”͘

La Fe católica es adorar al único Dios verdadero, esto es, al Dios Uno y Trino, “no confundiendo las personas”, como hizo heréticamente Sabelio (un sacerdote del siglo III), el cual confundía las divinas Personas, diciendo que en realidad no eran tres sino que había sólo una, la cual se manifestaba de diferentes maneras, como Padre o Hijo o Espíritu Santo, anulando y acabando así con la Trinidad en Dios; “ni separando la substancia”, que fue la herejía de Arrio, que separaba la substancia en la Trinidad, de manera que habrían tres sustancias distintas y no una sola, por lo cual llegó a la negación de la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo, diciendo que eran simples creaturas —las más excelsas, excelentes, pero creaturas al fin—, con lo cual destruía la unidad en la Trinidad. Una y otra herejía han sido, por supuesto, condenadas por la Iglesia, la cual confiesa y adora al Dios Uno en substancia y Trino en Personas; misterio sumo que, como decíamos antes, nos sobrepasa.

Y más adelante en el símbolo tenemos lo siguiente1:

El Padre por nadie ha sido hecho, ni creado, ni engendrado. El Hijo a partir del solo Padre es: no ha sido hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo: no ha sido hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede [del Padre y del Hijo]”͘

Aquí tenemos declarado lo que distingue a las tres divinas Personas entre sí, a saber, la relación de origen. En efecto, lo que distingue al Padre del Hijo y del Espíritu Santo es la relación de paternidad, es decir, que de Él procede la Segunda Persona por vía de generación y que es ingénito, es decir, que no procede Él de ninguna otra Persona. El Hijo se distingue del Padre y del Espíritu Santo por la relación de filiación, es decir, porque es engendrado por el Padre desde toda le eternidad. Y el Espíritu Santo se distingue del Padre y del Hijo por la relación de procedencia, esto es, en cuanto procede de uno y otro.

Pero para que estas relaciones —paternidad, filiación, procesión— no nos lleven al error de pensar que alguna de las divinas Personas sea menor que otra, continúa el símbolo:

“Y en esta Trinidad nada hay anterior o posterior, nada mayor o menor, sino que todas las tres Personas son coeternas e iguales entre sí. De manera que en todas las cosas (͙) debe ser venerada la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad”͘

Allí radica la sublimidad del misterio que no podemos comprender. Con ser tres Personas verdaderamente distintas, todas son un único Dios, y así todas las tres Personas son iguales en grandeza, majestad, poder, eternidad, etc. Por ello el símbolo dice: “Omnipotente es el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no hay tres omnipotentes, sino un solo Omnipotente. Así también el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios”.

(Conclusión: Afianzarnos en el Dogma de la Trinidad)

Por tanto, queridos fieles, arraiguémonos más y más en esta verdad fundamental de nuestra Fe. Pidamos al Espíritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad Santísima, nos llene del don de entendimiento. Como veíamos hace ocho días, en la Fiesta de Pentecostés, uno de los efectos de dicho don es profundizar nuestra Fe y, en ese sentido, confirmarnos más y más en ella, por la penetrante intuición que nos da de las cosas reveladas, si bien sin declararnos el misterio. Por consiguiente, pidámosle mucho el mencionado don de entendimiento para que seamos afianzados en el dogma de la Santísima Trinidad en estos tiempos que nos han tocado vivir.

Ello es muy importante porque, hoy día, circula por todas partes mucha propaganda contra este dogma de nuestra Fe, el cual quitado, se cae a pedazos nuestra Santa Religión. Por esto el demonio tiene especial interés en que los hombres no adquieran o pierdan la Fe en este misterio. Porque sólo así podrá venir la Religión Mundial del Anticristo y su falso Profeta, pues nunca lograrán aunar a los hombres en una sola religión que profese la Fe en la Santísima Trinidad. Jamás lo aceptarán los judíos, los musulmanes, los racionalistas etc. En cambio, una creencia en una deidad vaga, unipersonal sí. Por ello, roguemos mucho a Dios que nunca nos apartemos de la verdad católica, la cual, como decía el símbolo, “quien no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente”.

Quiera María Santísima rogar por nosotros y alcanzarnos la perseverancia en la Fe.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez

1 Omitimos arriba la siguiente parte: “Como es el Padre, tal es el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no hay tres eternos, sino un solo Eterno. Como tampoco hay tres increados, ni tres inmensos, sino un solo Increado y un solo Inmenso.

De manera semejante, omnipotente es el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no hay tres omnipotentes, sino un solo Omnipotente. Así también el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios. Así también el Padre es el Señor, el Hijo es el Señor, el Espíritu Santo es el Señor. Y, sin embargo, no hay tres señores, sino que uno solo es el Señor. Porque, como somos compelidos por la verdad cristiana a confesar a cada una Persona aisladamente Dios y Señor, así se nos prohíbe por la Religión Católica hablar de tres dioses o señores”͘