8° Domingo después de Pentecostés 2020

Fiesta de Santa Ana, La limosna.

(Domingo 26 de julio de 2020) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

El día de hoy nos hallamos celebrando la Fiesta de Santa Ana, Madre de la Santísima Virgen María, y por tanto abuela de Dios Nuestro Señor Jesucristo.

En honor de la santa, deseamos hablar hoy sobre la limosna1, virtud importantísima —indispensable— para la vida de cualquier católico, que sin duda Santa Ana habrá practicado de manera eminente durante su vida.

Por tanto, veremos qué es la limosna y su excelencia. Luego si es un mero consejo o un precepto. Y, finalmente, qué condiciones o circunstancias han de rodearla para que sea en verdad meritoria.

(Cuerpo 1: Excelencia de la Limosna)

Comencemos dando, primero, una definición de la limosna: Es ella la acción de dar alguna cosa al necesitado por amor de Dios y propia compasión. Es un acto elícito2 de la misericordia, es decir, procede inmediata y directamente de ella, pues la compasión hacia el necesitado nos mueve a ayudarle; y es, a su vez, un acto imperado por la Caridad, porque también el amor a Dios es el que nos mueve a hacer la limosna, a ayudar a nuestro hermano en Cristo.

La limosna es una obra excelentísima, que abarca varias de las obras de misericordia corporal (dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, etc.). Asimismo, la limosna posee una gran eficacia para expiar los pecados y hacer hallar misericordia. Veamos un par de textos de la Sagrada Escritura que lo afirman claramente:

En el Libro de Tobías, leemos lo siguiente: “Buena es la oración con el ayuno, y mejor la limosna que acumular tesoros de oro; porque la limosna libra de la muerte, y es ella la que borra pecados y hace hallar misericordia y vida eterna” (Cap. 12, vv. 8-9)3.

Esta cita declara bien a las claras el poder de la limosna. En efecto, nos dice que la limosna puede más que la oración y la penitencia: “Buena es la oración con el ayuno, y mejor la limosna que acumular tesoros de oro”͘ Nos dice el Espíritu Santo que mejor es hacer limosna, dar ayuda a nuestro prójimo que acumular riquezas. Vaya si esto no va en contra del mundo y mentalidad modernos; hoy día el afán de todos es “hacer plata”, tener más y más, y, en cambio, ante Dios lo que es más, lo que vale más, es hacer limosnas, despojarse de lo que uno posee a favor de otro. Lo cual recompensa Dios con la salvación, pues añade: “la limosna libra de la muerte [esto es, del infierno, única muerte verdadera], y es ella la que borra pecados y hace hallar misericordia y vida eterna”͘

Y para vencer la tentación que suele venir de que entonces caeremos nosotros en necesidad al despojarnos de lo nuestro a favor de nuestro prójimo, al hacer limosnas, veamos qué nos dice al respecto el Espíritu Santo, en el Libro de los Proverbios: “Quien da al pobre, no estará necesitado; quien desprecia al que le pide, padecerá penuria” (Prov. 28,27). ¡Exactamente al revés de lo que solemos pensar! Si ayudamos al prójimo, Dios verá por nosotros y no nos desamparará; pero si faltamos al deber de Caridad de ayudar a nuestro prójimo en su necesidad, Dios nos castigará permitiendo que nosotros padezcamos también penuria, es decir, aquello que no quisimos remediar en nuestro prójimo, y probablemente permitirá que, así como nosotros cerramos nuestras entrañas al que nos pedía, nos la cierren los demás a nosotros.

(Cuerpo 2: Obligación de la limosna)

Habiendo dicho esto, pasemos ahora a tratar sobre la obligación de la limosna, sobre cuándo tenemos obligación de practicarla.

Primeramente, dejemos bien claro que, contra la idea que solemos forjarnos, la limosna es un precepto —no un mero consejo—. En efecto, estamos obligados a practicar la virtud de la limosna, tanto por derecho natural como por derecho divino positivo; y esta obligación es de suyo grave.

a) El derecho natural, efectivamente, nos manda socorrer al miembro necesitado de la sociedad humana, pues en cuanto forma parte de ésta, tiene derecho a la vida, derecho está por encima del derecho de posesión de los otros. De allí surge, por tanto, en nosotros la obligación de ayudarle cuando su vida está gravemente en peligro por hallarse en necesidad. Además, el mismo orden social exige, como medio necesario a conservar la paz social, que se socorra a los miembros necesitados de la comunidad, pues, de lo contrario, habría revueltas y revoluciones con sus consiguiente males.

b) El derecho divino positivo, asimismo, en multitud de pasajes de la Sagrada Escritura, ratifica este derecho natural y nos manda expresamente ayudar al prójimo necesitado. Veamos solamente un par de textos de la Sagrada Escritura por vía de ejemplo. En el libro de Tobías, leemos lo siguiente: “Con tus bienes haz limosna y no apartes tu rostro de ningún pobre, y Dios no lo apartará de ti”4. Y para ver la gravedad de incumplir con el precepto de la limosna, veamos qué nos dice el Apóstol San Juan, en su primera Epístola: “El que tuviere bienes de este mundo y, viendo a su hermano pasar necesidad, le cerrare sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios [es decir, cómo puede tener este tal la gracia]?”5.

Pasemos ahora a ver concretamente cuándo nos obliga el deber de la limosna. Para lo cual es preciso tener en cuenta dos cosas distintas: por un lado, la necesidad del prójimo y, por el otro, las propias posibilidades. Por lo cual se hace necesario hacer una serie de distinciones:

1) Primero, por parte de la necesidad del prójimo, cabe distinguir una triple necesidad en él, la cual puede ser extrema, grave o común. Nuestro prójimo se halla en necesidad extrema cuando, si no es socorrido, está en peligro de perder la vida o de que le acontezca algún otro mal gravísimo. Se halla en necesidad grave, si de no ser auxiliado, se le seguiría un grave mal temporal (cárcel, infamia, pérdida considerable de bienes, etc.). Y se halla en necesidad común, cuando padece alguna necesidad ordinaria que es fácilmente subsanable, trabajando un poco más, por ejemplo (los pobres o indigentes habituales).

1 Nos basaremos principalmente en el P. Antonio Royo Marín, en su obra Teología Moral para Seglares, Tomo I, segunda edición, BAC, 1961, Madrid, España, pp. 393-398.

2 Acto elícito es el propio y específico de una determinada facultad. Procede directa e inmediatamente de ella y en ella termina (v.gr., el acto elícito del entendimiento es entender; el de la voluntad, amar, etc.). Ibídem, p.36.

3 Otros lugares de la S. Escritura que hablan de la limosna son los siguientes: Tobías 4,11; Eccli. 3,33;  Eccli. 29,15; salmo 40,1.

4 Cap. 4, v. 7.

5 Cap. 3, v. 17.

2) Segundo, por parte de las propias posibilidades, las cuales se miden en base a los distintos tipos de bienes, los cuales se dividen en tres categorías: bienes necesarios a la vida, bienes necesarios al estado social, y bienes superfluos. Y así:

Bienes necesarios a la vida son aquellos que el hombre necesita para sustentar su vida y la de su familia, de suerte que privándose de ellos, caería en extrema o grave necesidad. Bienes necesarios al estado social son aquellos sin los cuales el hombre puede vivir, pero descendiendo de su categoría social y del ritmo de vida que llevan las personas honestas de su misma condición. Bienes superfluos son los que van más allá de las necesidades de la vida y del estado social, y por tanto no son necesarios para una ni otra cosa.

Teniendo en cuenta, pues, lo que acabamos de decir sobre la necesidad del prójimo y las propias posibilidades, tenemos que:

1) Primeramente, no hay obligación de ayudar, por la sola razón de caridad, a nadie con los bienes necesarios a la propia vida o de los familiares, ya que de utilizarlos, quedaríamos privados de lo más elemental y, por tanto, en extrema necesidad. Ahora bien, la Caridad es ordenada, es decir, empieza primero con nosotros mismos, nuestros familiares y personas cercanas. De lo cual se sigue que, quien a duras penas tiene para sustentarse a sí mismo y a su familia, no peca si no ayuda a su prójimo constituido en necesidad.

2) En segundo lugar, el que tiene bienes superfluos tanto para la vida como para el propio estado social, es decir, cosas que van más allá de lo que se necesita para poder vivir o para poder mantenerse dentro de su categoría social, tiene obligación grave de emplear dichos bienes superfluos para ayudar al prójimo que está constituido en extrema necesidad, es decir, al que sin esa ayuda ha de perecer o sufrir algún otro mal gravísimo. Por lo cual, si no lo hace, comete un pecado mortal, por el grave y monstruoso desorden que supone preferir esos bienes superfluos —que, en realidad, no necesitamos— a la vida o integridad del prójimo.

3) En tercer lugar, al prójimo constituido en grave necesidad hay obligación de ayudarle con los bienes superfluos para el estado o posición social. La razón de ello es porque es un grave desorden preferir que le acontezca al prójimo un grave mal temporal (ir a la cárcel, por ejemplo), antes que privarnos de cosas que no necesitamos y sin las cuales podemos vivir. El que así obrara, pecaría gravemente por cierto.

4) En cuarto lugar, a los que se hallan en necesidades comunes (los indigentes habituales que suelen pedir por la calle, por ejemplo), hay obligación de ayudarles, de vez en cuando (es decir, no siempre), con los bienes superfluos al propio estado. Y así el que nunca jamás les hiciera alguna ayuda pecaría.

(Cuerpo 3: Cómo hacer la limosna)

Habiendo visto lo excelente de la limosna y cuando nos obliga, veamos ahora cómo ha de ser la limosna para que sea en verdad virtuosa. Ella ha de ser justa, prudente, pronta, secreta, libre y espontánea, ordenada y universal.

1) Justa, esto es, quien hace la limosna ha de ser el dueño de lo que se da, o tener la administración de ella, o ha de tener la autorización del dueño, sea expresa o tácita. Por tanto, quien hace limosnas con bienes ajenos, no hace una obra buena, a no ser que el prójimo estuviere en extrema necesidad.

2) Prudente, esto es, ha de ser hecha a los verdaderamente pobres y necesitados, y no a aquellos que por pereza se niegan a trabajar para ganar honradamente su propio sustento. Sin embargo, ante la duda de si el que pide es verdaderamente alguien necesitado o no, mejor es dar la limosna, pues más vale darla al que no la merece que dejar sin ella al que realmente la necesita.

3) Pronta, es decir, dada a tiempo, pues en muchas ocasiones la necesidad grave o extrema sólo puede ser resuelta actuando con presteza, ya que de no hacerlo así, sobrevendría el mal que se pretendía evitar.

4) Secreta, según nos lo enseña Dios Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio: “Cuando des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea oculta, y tu Padre que ve lo oculto, te lo premiará”6. Esto es, no debemos buscar la alabanza de los hombres al hacer limosnas, sino solamente agradar a Dios, ayudando a los necesitados por amor a Él.

5) Libre y espontánea, es decir, hecha de todo corazón, con alegría y de buena gana, queriendo despojarnos de aquello que damos para ayudar a nuestro prójimo por amor a Dios; no como quien da, para luego echarlo o restregarlo en la cara.

6) Ordenada, esto es, dirigida primero a nuestros parientes, familiares y amigos que se hallan en necesidad, por ser ellos hacia quienes más nos obliga la Caridad. Y así quien sabiendo de la necesidad de sus más allegados (un hermano, primo, etc.), da limosnas a otros, descuidándolos a ellos, no realiza una buena obra meritoria, pues la Caridad es, como dijimos, ordenada y comienza por ellos.

7) Universal, es decir, no debemos excluir a nadie de nuestras ayudas (por lo menos en el deseo), ni a enemigos, ni a pecadores, ni a gente mala o que nos sea antipática, con tal que con ello no se fomente su impiedad. Debemos estar dispuestos a ayudar a cualquiera que se halle en una grave o extrema necesidad (recordemos la parábola del buen samaritano).

(Conclusión)

Para concluir, queridos fieles, simplemente deseamos invitarlos a meditar el día de hoy todo lo dicho referente a la limosna. Si, por desgracia, hemos fallado en este importantísimo punto, no es tarde para poner remedio. En efecto, la situación actual en que nos hallamos nos da la posibilidad de ayudar a los demás, de practicar la limosna. Muchos se han visto afectados por la cuarentena (trabajos perdidos, empresas quebradas, salarios disminuidos, etc., etc.). Por lo cual, debemos ayudarnos unos a otros, para que se cumpla en nosotros lo que dijo San Pablo, escribiendo a los corintios, “Al presente vuestra abundancia supla la escasez de ellos, para que la abundancia de ello sea también suplemento a vuestra escasez, para que haya igualdad”7.

Quiera la Santísima Virgen alcanzarnos la gracia de poder ser muy generosos y de hacer muchas limosnas y obras de Caridad, para que cuando, en el día del juicio, comparezcamos ante el Justo Juez, tenga misericordia de nosotros, Aquel que dijo: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”8.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez

6 San Mateo 6,3-4.

7 2 Cor. 8,14.

8 S. Mateo 5,7.