4° Domingo de Adviento 2020

Penitencia y Limosna.

(Domingo 20 de diciembre de 2020) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Hoy, Cuarto Domingo de Adviento, la Santa Madre Iglesia vuelve a presentarnos la figura de San Juan Bautista en el Evangelio. Éste está tomado de San Lucas y nos narra el inicio así como la esencia de su predicación. El texto de la Misa consta solamente de los primeros seis versículos del capítulo 3; sin embargo, para la prédica de hoy, utilizaremos los versículos 7-9 de dicho capítulo de San Lucas, que no figuran en el texto de la Misa de hoy.

(Cuerpo 1: Predicación de S. Juan)

En dichos versículos, leemos lo siguiente:
“Decía, pues, [S. Juan Bautista] a las muchedumbres que venían a ser bautizadas por él: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir dela ira que llega? Haced, pues, frutos dignos de penitencia… Ya el hacha está puesta a la raíz del árbol: todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”. (vv. 7-9)

Ésta era la predicación de San Juan Bautista, ni más ni menos. La penitencia1, es decir, la conversión, el cambio de vida, era la esencia de su predicación, ya que sin esto es imposible entrar en el reino de los cielos, esto es, alcanzar la salvación. San Juan debía preparar el camino para Cristo, allanando los corazones de los judíos —que la S. Escritura llama de dura cerviz— por medio de la conversión de éstos hacia Dios.

Y es de notar que San Juan habla de frutos dignos de penitencia. Y podemos preguntarnos, ¿cuáles son los frutos dignos de penitencia? Él mismo nos da la respuesta, pues nos dice el Evangelio que las muchedumbres, al oírle hablar de la penitencia, le preguntaban: “¿Pues qué hemos de hacer? El respondía: El que tiene dos túnicas dé una al que no tiene y el que tiene alimentos haga lo mismo” (vv. 10-11). Es decir, San Juan señala, como un fruto digno de penitencia, la limosna.

(Cuerpo 2: Penitencia)

Por tanto, digamos unas palabras, primeramente, de la penitencia y, en segundo lugar, de la limosna, pues ambas, como nos enseña San Juan, deben ir de la mano.
Por la palabra penitencia podemos entender, por lo menos, dos cosas distintas:
1) En primer lugar, el cambio de vida o conversión, que es lo principal y fundamental, y sin lo cual no hay ni puede haber verdadera penitencia: Alguien que no cambia de vida, que no deja el pecado, que no abandona las ocasiones de pecar sino que se expone temerariamente a ellas, no hace verdadera penitencia, no está verdaderamente arrepentido.
2) En segundo lugar, la reparación o expiación de los pecados cometidos. Esto se hace por medio de la oración, muy principalmente por la mortificación y también de manera muy especial por medio de la limosna, como ya veremos.
Ahora bien, la penitencia nos es necesaria para la salvación, “si no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente”2, dijo Nuestro Señor. La penitencia nos es precisa para salvarnos tanto en cuanto implica la conversión, como en cuanto se refiere a la mortificación de nuestras pasiones y apetitos, para dominar nuestra naturaleza rebelde y hacer reparación de los pecados cometidos.

1) Que sea necesaria para la salvación en cuanto implica la conversión es evidente, pues mientras no haya arrepentimiento y conversión verdaderas el alma permanece adherida al pecado y éste al alma; y si el alma está en pecado mortal, imposible es que se salve, a no ser que borre dicho pecado, lo cual solamente se puede hacer por medio de la penitencia, de la conversión —que implica hacer una buena confesión o tener el sincero deseo de confesarse—.
2) Que sea necesaria para la salvación en cuanto implica la práctica de la mortificación, se echa de ver fácilmente si consideramos que nuestra naturaleza caída solamente puede ser dominada por medio del sacrificio y de la mortificación de nuestras pasiones y sentidos. En efecto, éstos buscan arrastrarnos al pecado, nos incitan y empujan al mal y, si no les ponemos freno, pronto vienen a dominar de manera tiránica sobre nuestra alma. Para sacudir de encima ese cruel yugo o evitar caer en él, es preciso que hagamos guerra contra nosotros mismos, contra nuestras pasiones y apetitos, contradiciéndolos y negándolos lo más que podamos, para que el espíritu domine al cuerpo y no éste al espíritu.

1 San Mateo 3,2: “Haced penitencia porque el reino de los cielos está cerca”.
2 San Lucas 13,5.

(Cuerpo 3: Limosna)

La penitencia, además de ayudarnos a dominarnos a nosotros mismos, sirve también para expiar la deuda que tenemos contraída por nuestros pecados, como habíamos dicho, la pena temporal que se dice. Y aquí es donde entra el tema de la limosna.

En efecto, la limosna es un medio muy eficaz para satisfacer por nuestros pecados, para expiar nuestras culpas; San Juan Bautista,
como habíamos visto, nos señala la limosna como un fruto digno de penitencia, es decir, de expiación por los pecados: “El que tiene dos túnicas dé una al que no tiene y el que tiene alimentos haga lo mismo”.
Veamos, asimismo, un par de lugares de la Sagrada Escritura que declaran lo dicho bien a las claras:
-En el Libro de Tobías, tenemos un texto muy hermoso, en el cual San Rafael Arcángel dice a Tobías lo siguiente: “Buena es la oración con el ayuno, y mejor la limosna que acumular tesoros de oro; porque la limosna libra de la muerte, y es ella la que borra pecados y hace hallar misericordia y vida eterna” (Cap. 12, vv. 8-9)3.
-En el Libro del Eclesiástico, asimismo, leemos: “Como el agua apaga la ardiente llama, así la limosna expía los pecados” (Cap. 3, v. 33).

Por tanto, como podemos apreciar, una forma excelentísima de pagar por nuestros innumerables pecados, de saldar la deuda que tenemos contraída por ellos con Dios, y así reducir considerablemente el purgatorio que merecemos, es hacer limosnas, dar ayudas a los pobres, practicar la Caridad para con el necesitado. Y haciendo esto, no solamente expiaremos nuestros pecados, sino que alcanzaremos la vida eterna, la salvación: “la limosna libra de la muerte… y hace hallar misericordia y vida eterna, dijo San Rafael Arcángel a Tobías.
Además, debemos tener bien presente que, la limosna no es un mero consejo, algo que se nos recomienda hacer, sino un precepto que debemos cumplir: estamos obligados, tanto por derecho natural como por derecho divino positivo, según la medida de nuestras posibilidades, a socorrer a nuestro prójimo que se halla en estado de necesidad. De modo tal que, si teniendo de donde o cómo socorrer a alguien constituido en extrema o grave necesidad (es decir, cuya vida peligra o que puede ocurrirle un mal gravísimo), si pudiendo socorrerlo no lo hacemos, cometemos un pecado grave, mortal, contra la Caridad; escuchemos a San Juan Evangelista: “El que tuviere bienes de este mundo y, viendo a su hermano pasar necesidad, le cerrare sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?, es decir, ¿cómo puede estar en gracia de Dios con semejante falta o pecado?

Y para evitar el desánimo en quien tal vez no tenga muchos bienes con los cuales poder hacer limosnas, debemos tener presente que Dios mira más la calidad que la cantidad. Recordemos ese emocionante pasaje del Evangelio, donde se nos narra cómo Dios Nuestro Señor Jesucristo, en el Templo, observaba a los que echaban monedas en el arca de las ofrendas: después de ver a varios ricos dar abundantes limosnas, al ver una viuda pobre que ofrecía apenas dos moneditas, se volvió inmediatamente hacia sus discípulos y les dijo:
“En verdad, os digo, esta pobre viuda ha echado más que todos los que echaron en el arca. Porque todos los otros echaron de lo que les sobraba, pero ésta ha echado de su propia indigencia todo lo que tenía, todo su sustento”4. Por tanto, aunque sea poco lo que podamos dar, darlo y hacerlo por amor a Dios, con la intención de agradar a solo Él.
Pero si llegara a haber el caso de alguien que en verdad estuviera tan apretado o mal económicamente, que le fuera casi imposible hacer alguna limosna material, no debe por eso desanimarse tampoco, pues está también la limosna espiritual, que es incluso más importante que la material, las obras de misericordia espirituales: dar un buen consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rezar a Dios por los vivos y los difuntos. Estas cosas podemos practicarlas todos y no hay excusa para no hacerlo, pues están al alcance de todos.

3 Otros lugares de la Sagrada Escritura que hablan de la limosna son los siguientes: Tobías 4,11; Eccli. 29,15; Salmo 40,1.
4 San Marcos 12, 41-44.


(Conclusión)

Queridos fieles, para concluir, simplemente deseamos recalcar o insistir en el valor de la limosna como medio de expiación de nuestros pecados. Recordemos la cita del Eclesiástico que les dimos hace unos momentos: “Como el agua apaga la ardiente llama, así la limosna expía los pecados. Por tanto, ¿hemos cometido muchos pecados?, ¿estamos cargados de culpas, de deudas para con Dios?, ¿queremos disminuir considerablemente el Purgatorio que nos ha de tocar —el cual no olvidemos es durísimo, peor que todo lo que podamos padecer en esta vida—? Hagamos limosna. Ayudemos a los pobres, a la gente necesitada. Siempre que podamos y nos sea posible socorramos a nuestro prójimo con ayudas materiales.

No olvidemos que algún día todos nuestros bienes pasarán a ser de otro, cuando llegue la muerte a separarnos de todos ellos; mejor, antes de que llegue aquel momento terrible, desprendámonos nosotros de ellos a favor de los necesitados, de los pobres. Para más animarnos a ello, veamos lo que nos dice el Espíritu Santo en el Libro de los Proverbios; allí leemos: “Quien da al pobre, no estará necesitado; quien desprecia al que le pide, padecerá penuria” (Prov. 28,27); es decir, si nos ocupamos de ayudar al pobre, Dios se ocupará de nosotros, dándonos los auxilios oportunos cuando los necesitáremos y, por el contrario, si fallamos en ayudar a los necesitados, Dios permitirá en castigo que padezcamos necesidad.

Quiera María Santísima, Madre de Misericordia, mover nuestros corazones y ablandarlos, para que siempre tengamos entrañas de misericordia y piedad para con los pobres y necesitados.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.