Si alguien me ama guardara mis mandamientos, si no me ama no guardará mis mandamientos.
(Domingo 23 de mayo de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos hallamos el día de hoy en el Domingo de Pentecostés, Fiesta solemnísima de la Santa Iglesia Católica, que cierra el ciclo litúrgico de la Redención, pues la Venida del Espíritu Santo es como el “complemento” a la obra Redentora de Cristo. Es tan solemne esta Fiesta que, como Pascua, tiene octava, lo cual quiere decir que se celebra y mantiene la alegría de hoy durante toda la semana, durante ocho días seguidos.
Hoy quisiéramos volver nuestra atención sobre las siguientes palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo que aparecen en el Evangelio1: “Si alguien me ama, guardará mi palabra… quien no me ama, no guarda mis palabras”, pues son dignas de que las meditemos asiduamente.
(Cuerpo 1: Las obras son pruebas del amor)
En efecto, lo que Dios Nuestro Señor dice allí es la piedra de toque sobre si verdaderamente lo amamos, sobre si de verdad tenemos amor a Dios. Muchas veces nos puede surgir y de hecho nos surge la pregunta: “¿amo a Dios; cómo sé si amo a Dios?”. Y allí está la respuesta2: “Si alguien me ama, guardará mis palabras”, dice Nuestro Señor, que es como si dijera: “¿Quieres saber si me amas? Pues sábete que el que me ama verdaderamente, y no de labios afuera nada más, hace lo que yo pido de él, cumple mis mandamientos y se aparta muy especialmente del pecado mortal que me desagrada sobremanera”.
Y, comentando estas mismas palabras de Nuestro Señor, San Gregorio Magno dice la siguiente hermosa frase latina, que resume lo dicho: “Probátio ergo dilectiónis exhibítio est óperis”, que se traduce: “la prueba del amor es la exhibición de la obra”; es decir, si quiero demostrar que amo a Dios, debo vivir como Él quiere que viva, como un verdadero Hijo de Dios, como un buen católico.
Por lo cual, vemos la gran importancia que tienen las obras, la Caridad, en nuestra vida y lo falso del postulado de Lutero de “la sola fe”, de una fe sin obras, sin arrepentimiento, sin conversión ni cambio de vida; eso no sirve, sino que a la Fe, que es el punto de partida, es necesario añadir las buenas obras, las obras de la Fe; de lo contrario, sería una Fe muerta, como nos advierte expresamente Santiago Apóstol en su Epístola.
(Cuerpo 2: Apartarnos del pecado)
Por tanto, vemos que nuestro amor a Dios debe de reflejarse en nuestras vidas, en nuestra forma de vivir. Por lo cual, el día de hoy los invitamos a que nos examinemos y analicemos para ver cómo vivimos: si como católicos o como si fuéramos unos paganos más, unos más del montón; si estamos habitualmente en estado de gracia o si normalmente vivimos en pecado mortal; si nuestro afán diario es hacer las cosas por Dios e ir mejorando y llegar a la santidad o si estamos estancados en una triste mediocridad sin hacer ningún esfuerzo por salir de ella.
Concretamente veamos algunos puntos por medio de los cuales podamos analizarnos y ver si en verdad amamos a Dios.
Lo primero que hay que tener en cuenta, si pretendemos amar a Dios en realidad y verdad, es que debemos apartarnos del pecado mortal y, por tanto, hacer una buena confesión si fuera el caso; esto es fundamental. Si no empezamos por aquí, no estamos haciendo nada. Y esto que parece tan evidente —y lo es— hoy, por la gran ignorancia en que vivimos, no se tiene en cuenta muchas veces, y llega a haber gente que, viviendo en pecado mortal, llevando años sin confesarse, tienen la osadía de decir que ellos aman a Dios, o que Dios está con ellos y otras cosas parecidas, cuando no es así, porque el que vive en pecado mortal o cometiendo pecados mortales no puede amar a Dios realmente, pues le está ofendiendo y crucificando de nuevo con sus pecados que sigue cometiendo y de los cuales no se enmienda.
Entonces, el primer paso es salir y apartarnos del pecado mortal, huir de él como del peor mal posible —pues lo es—. Y, ahondando aún más en esto, cuanto más ama un alma a Dios, tanto más debe buscar apartarse de todo pecado, es decir, no debe contentarse con evitar solamente el pecado mortal, sino que incluso debe huir con todas sus fuerzas del pecado venial deliberado y de las más leves imperfecciones. Así que aquí tenemos un punto en el cual analizarnos: ¿me preocupo en verdad de no cometer pecados veniales o no me da mucho cuidado porque son precisamente “veniales”?
Asimismo, debemos buscar apartarnos del mundo y de las cosas mundanas, si queremos realmente amar a Dios; San Juan Apóstol dice en su primera Epístola: “Si alguien ama al mundo, la Caridad del Padre no está en él” (Cap. 2, v. 15). Por tanto, hay que huir de tanta cosa vana que el mundo nos ofrece: películas, series, música espantosa (reggaetón, rock), redes sociales, las modas, etc., etc., etc.
(Cuerpo 3: Buenas Obras)
Mas, el amor a Dios no solamente ha de ser medido por el apartamiento del pecado sino mucho más y muy principalmente por el esfuerzo que pongamos en practicar buenas obras, en ejercitarnos en la virtud. Y así:
1) Hemos, en primer lugar, de ejercitarnos en la oración. Si realmente queremos amar a Dios y tener una vida de unión con Él, debemos buscar tener vidas de profunda oración, ya que ésta es el trato íntimo del alma con Dios, en el cual el alma alaba, bendice, agradece y pide favores a su Dios y Señor. Ahora bien, mientras más amor tenemos a alguien, mucho más buscamos y nos agradamos de su trato, de su conversación; pues aquí ha de ser igual, si amo a Dios (o deseo amarlo) debo buscar conversar con Él a menudo en la oración. Si nunca hago oración —o muy poca—, es señal de que no amo a Dios o de que mi amor por Él es muy tibio o poco.
1 San Juan 14, 23-31.
2 San Juan Apóstol, en el mismo orden de ideas, en su primera Epístola, dice: “Quien dice que lo conoce [a Dios] y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso” (Cap. 2, v. 4).
Por tanto, vemos la importancia de hacer todos los días ciertas oraciones, que podríamos llamar indispensables: oraciones de la mañana y de la noche, Santo Rosario diario. La oración mental o meditación es también muy útil a esto que decimos, para buscar ahondar y profundizar nuestra unión con Dios y crecer en su amor. Igualmente, podemos convertir todas nuestras acciones del día en una especie de oración, si se las ofrecemos todas al inicio del día y varias veces durante el transcurso del mismo.
2) Asimismo, debemos practicar la mortificación, la cual nos es necesaria para dominar nuestras pasiones y poder vencer las diferentes tentaciones que nos acometen. En efecto, por medio de la mortificación restamos fuerzas a la carne y aumentamos las del espíritu, lo cual nos hace más aptos para las cosas espirituales, principalmente para el amor a Dios, que no puede hallarse en un alma muelle, que no mortifica para nada su carne sino que le da todos los gustos que desea.
Por tanto, hemos de buscar, en nuestra vida diaria, mortificarnos en diferentes cosas: por ejemplo, levantarnos un poco más temprano, no comer entre comidas, ayunar algún día a la semana, ofrecer algún día no comer dulce, etc. No importa que lo que ofrezcamos sea “pequeño” —incluso tal vez sea mejor—, pues, aunque sea pequeño, ello contribuye grandemente a robustecer las fuerzas del alma. Sin embargo, téngase en cuenta que la mortificación que más agrada a Dios y que más nos santifica es la interior: la mortificación de la voluntad, saber negar nuestro querer, ceder ante los demás cuando sea posible y, muy importantemente, aceptar de la voluntad de Dios en todas las cosas, particularmente en las que nos desagraden.
3) Otro punto que podríamos analizar es la limosna, la caridad material para con los pobres o gente necesitada. Este es un punto importante a considerar, pues el verdadero amor a Dios nos tiene que llevar como de la mano al amor al prójimo, una de cuyas manifestaciones es la limosna. Por tanto, hay que mirarnos y ver cómo andamos en esto: ¿suelo ayudar a la gente necesitada, según la medida de mis posibilidades o normalmente no doy siquiera un peso, o si lo hago lo realizo de mala gana? Como decimos, el amor a Dios verdadero implica el amor al prójimo. Por lo cual, podemos concluir que el que jamás practica la limosna, pudiendo hacerlo, tiene muy poco amor a Dios —si es que algo tiene—. Por tanto, busquemos hacer, en la medida de nuestras posibilidades, cuantas limosnas y ayudas podamos. Ello nos ayudará grandemente a crecer en el amor a Dios.
4) Y, en general, hemos de buscar ejercitarnos en las diferentes virtudes: la humildad, la paciencia, la mansedumbre, la pureza, la modestia, etc.
(Conclusión)
En todo caso, concluyendo ya, meditemos todas estas cosas y meditemos, en definitiva, nuestra vida, teniendo en mente las palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo: “Si alguien me ama, guardará mis palabras… quien no me ama, no guarda mis palabras”. No olvidemos que nuestro catolicismo no puede ni debe circunscribirse al domingo, ser católicos de domingo, sino que debe impregnar toda nuestra vida, en todos sus ámbitos: el trabajo, las amistades, la familia, etc.
Quiera María Santísima alcanzarnos la gracia de amar en verdad a Dios Nuestro Señor.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.