2° Domingo después de Pentecostés 2020, Solemnidad Corpus Christi

Amor de Dios y efectos de la Sagrada Comunión.

(Domingo 14 de junio de 2020) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Hoy estamos festejando la Solemnidad de Corpus Christi, cuya Fiesta fue el pasado jueves. Corpus Christi es una de las Fiestas católicas más importantes del año, pues en ella celebramos uno de los más misterios grandes que tiene nuestra Santa Religión Católica: el Santísimo Sacramento del Altar, Eucaristía o Santa Comunión; aquel inefable misterio, por el cual, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo se hallan verdadera, real y sustancialmente presentes bajo las especies de pan y de vino, para ser nuestro alimento, el divino manjar de nuestras almas.

Hoy hablaremos —Dios mediante—, en primer lugar, sobre el gran amor que Dios Nuestro Señor Jesucristo nos mostró al instituir este divino Sacramento y, en segundo lugar, trataremos sobre algunos de los admirables efectos que produce en nuestra alma la Sagrada Comunión dignamente recibida. Finalmente, concluiremos diciendo algo sobre la comunión espiritual.

(Cuerpo 1: Amor de Cristo)

Primeramente, este Santísimo Sacramento es una muestra del inmenso amor de Dios Nuestro Señor Jesucristo hacia nosotros.

En verdad, al considerar este Santísimo Sacramento, al ver cómo se da Cristo a nosotros en la Sagrada Comunión, uno puede preguntarse: ¿Qué más podría haber hecho? ¿Qué otra prenda de amor podría habernos dado? No le bastó con haberse hecho hombre, sin dejar de ser Dios; no le bastó con llevar vida pobre y llena de trabajos y penalidades; no le bastó con culminar esa vida con su terrible y dolorosísima Pasión y Muerte en la Cruz para redimirnos; no le bastó con darnos en ese trance a su Santísima Madre para que lo fuese también nuestra; no, nada de eso le bastó, sino que, movido de su excesiva caridad, se nos dio Él mismo como alimento para ser el manjar de nuestras almas.

¿Pero era ello necesario?, ¿era indispensable que Cristo se hiciese nuestra comida y bebida para la salvación de nuestras almas? No, no lo era. La Redención, su Muerte en la Cruz, sí era necesaria, sin ella estaríamos perdidos, y por ella obtuvimos todas las gracias necesarias para la salvación; entonces, ¿qué necesidad había de este Sacramento; por qué Cristo se hizo alimento de los fieles? Porque lo que bastaba para la Redención —su Muerte en la Cruz—, no era suficiente para su amor. Sus ardentísimos deseos de unirse íntimamente a nuestras almas lo llevaron a instituir este Santísimo Sacramento.

En efecto, quiso unirse a nosotros y de la manera más íntima y estrecha que cabe imaginar en esta tierra. Pues la unión que se da entre el alimento y quien lo recibe, es de tal forma, que lo consumido se convierte o transforma en parte del que lo consume. Y así ocurre en este Sacramento, pero al revés; no se convierte Cristo en nosotros, sino que nosotros, en cierto sentido, nos convertimos o transformamos en Cristo, en cuanto que se nos da una mayor participación de la divinidad —que eso es la gracia, en última instancia— y, por tanto, una mayor aptitud y facilidad para imitar a Cristo Nuestro Señor.

Meditar en este misterio nos debe llenar de amor a Dios Nuestro Señor. Pues nada hace crecer tanto en el amor como la conciencia que se tiene de ser amado. Por tanto, meditemos mucho el gran amor de Dios, que por él se hizo nuestro alimento, para poder amar más y más a Dios Nuestro Señor y apreciar este don que nos hace de sí mismo.

(Cuerpo 2: Efectos de la Sagrada Comunión)

Pasemos ahora a mirar algunos de los efectos que produce este admirable Sacramento en el alma que lo recibe con las debidas disposiciones, esto es, con rectitud de intención y en gracia de Dios; pues quien comulga en pecado mortal, se come y bebe su propia condenación, como dice San Pablo1.

(1) El primero y más inmediato efecto es, como es evidente, unirnos íntimamente con Dios Nuestro Señor Jesucristo. Ello es consecuencia de que en la Sagrada Comunión está verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. Al comulgar recibimos verdaderamente dentro de nosotros a Cristo entero, tal como está en el cielo. Y la unión que se da, entre el alma y Cristo en la Sagrada Comunión, es la mayor y más estrecha que puede haber en esta vida, “permanece en mí y yo en él”2, ya que no hay mayor unión que la que se da entre el alimento y quien lo consume, como recién decíamos.

De lo dicho se deduce la eficacia santificadora de la Sagrada Comunión, pues contiene al mismo Cristo que es la fuente de donde dimana toda gracia. Por lo cual una sola Sagrada Comunión bien hecha, recibida con ardentísimo fervor y devoción, bastaría para remontar al alma hasta las cumbres de la santidad. La razón de que ello no suela ocurrir es por falla del recipiente, del que comulga, por no hallarse en las óptimas condiciones para ello.

(2) La Sagrada Comunión no sólo nos une con Cristo sino también con toda la Santísima Trinidad. Ello es consecuencia de la unión con Cristo. En efecto, en la Sagrada Comunión, además del Cuerpo, Sangre y Alma de Cristo, está también su divinidad, esto es, el Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad que se encarnó e hizo hombre. Ahora bien, las tres divinas Personas son totalmente inseparables entre sí, de manera que, donde está una divina Persona, están las otras dos (esto en teología se llama circuminsesión); y así, donde está el Padre, están el Hijo y Espíritu Santo; donde el Hijo, el Padre y el Espíritu Santo, etc. Por lo cual, al estar realmente la divinidad de Cristo en la Hostia consagrada, esto es, al hallarse allí el Verbo Eterno, se encuentran, por lo mismo, también allí, en la Sagrada Hostia, las otras dos Personas, el Padre y el Espíritu Santo. Y así, cada vez que comulgamos, recibimos verdaderamente a toda la Santísima Trinidad, único Dios verdadero, dándose así en nuestras almas una mayor radicación de la inhabitación trinitaria.

(3) La Sagrada Comunión, asimismo, nos une íntimamente con todos los miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo. Esta unión se da en virtud del dogma de la Comunión de los Santos, por la cual hay una comunicación de bienes espirituales entre todos los católicos que se hallan en gracia de Dios. Esta misteriosa pero real unión por la Sagrada Comunión con los demás miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo, se halla ya insinuada en el mismo nombre; en efecto, comunión viene de común unión. Y así, cada vez que comulgamos, nos unimos espiritualmente con: la Santísima Virgen María, los ángeles, los bienaventurados del cielo, las almas del purgatorio y con todos los católicos del mundo entero que se hallan en gracia. Están excluidos de esta unión todos aquellos que tienen la tremenda desgracia de hallarse en pecado mortal, único verdadero mal.

(4) La Sagrada Comunión infunde en nuestras almas un incremento de gracia santificante al darnos su gracia propia sacramental. Todos los siete sacramentos tienen como efecto común infundir la gracia santificante en quien los recibe. La Sagrada Comunión, como es evidente, la otorga en grado eminentísimo, por cuanto allí está Cristo verdaderamente presente, fuente y manantial de toda gracia.

1 1 Cor. 11,29.

2 S. Juan 6,57.

Sin embargo, cada sacramento, además de la gracia santificante, da una gracia que le es propia —de lo contrario, sería superfluo que hubiera siete sacramentos distintos—. La gracia propia o particular de la Sagrada Comunión es la que en teología llaman cibativa o nutritiva, por cuanto ella se nos da a manera de alimento. Y así, todo lo que el manjar material realiza en el cuerpo, a saber: sustentar, aumentar, reparar y deleitar, esto mismo hace en el alma la Comunión, que es su comida y manjar espiritual: Sustenta la vida sobrenatural de la misma; la aumenta por la mayor infusión de gracia que le da; la repara, pues devuelve al alma las fuerzas que había perdido por el pecado; y la deleita, esto es, causa un gozo espiritual en el alma, por saberse alimentada por Cristo mismo que viene a ella.

(5) La Sagrada Comunión remite indirectamente la pena temporal que debemos por nuestros pecados. Por pena temporal se entienden los trabajos y sufrimientos que hemos de padecer en esta vida o en la otra (purgatorio), para satisfacer la deuda que tenemos contraída con Dios por nuestros pecados. Esta deuda se paga por medio de la penitencia, de la oración, de las buenas obras, por la aceptación de las cruces que Dios nos envía, de las indulgencias, etc. Ahora bien, la Sagrada Comunión tiene virtud para remitir parte de esa pena, no de una manera directa, pues de suyo está ordenada a nutrir y robustecer el alma, sino de una manera indirecta, en cuanto que suscita el acto de la Caridad o amor de Dios, que posee alto valor satisfactorio. Por lo cual, cada vez que recibimos la Sagrada Comunión, disminuye la pena temporal que debemos por nuestros pecados, es decir, queda nuestra alma más limpia y purificada.

(6) La Sagrada Comunión, asimismo, ayuda a evitar los pecados futuros o recaídas. Primeramente, porque, como vimos, en cuanto manjar espiritual del alma, la robustece y le da fuerzas, con lo cual queda apta para vencer y repeler las tentaciones que le pudieran sobrevenir. En segundo lugar, porque la Sagrada Comunión, al ser signo de la Pasión de Cristo y aplicarnos sus méritos, pone en fuga a los demonios, lo cual nos preserva de sus asaltos diabólicos. Asimismo, la Sagrada Comunión ayuda a precaver los pecados futuros en cuanto que sosiega las pasiones; dice el Catecismo del Concilio de Trento al respecto: “La Eucaristía [o Sagrada Comunión] refrena también y reprime la misma concupiscencia de la carne, porque al encender en el alma el fuego de la Caridad, mitiga los ardores sensuales de nuestro cuerpo”͘3

Estos son algunos de los efectos que la Sagrada Comunión, dignamente recibida, produce en el alma. Meditémoslos, pues, para adquirir mayor ansia y deseo de recibir este Santísimo Sacramento.

(Conclusión: Comunión Espiritual)

Mas, para concluir, diremos ahora algunas palabras sobre la Comunión espiritual.

Mientras hablábamos de los admirables efectos de la Comunión, alguno habrá podido pensar: ¿pero qué hacer, si no puedo recibir la Sagrada Comunión por esta situación de encierro, cuarentena, etc.?, ¿forzado me veo a estar privado de tantos bienes? No, por supuesto, que no. Pues tenemos el recurso a la Comunión espiritual.

Nos explicamos. La comunión espiritual consiste en el piadoso deseo de recibir la Sagrada Comunión cuando no se la puede recibir sacramentalmente. Santo Tomás dice al respecto: “Otra manera de tomarlo [a Cristo] espiritualmente es en cuanto está contenido bajo las especies sacramentales, creyendo en Él y deseando recibirle sacramentalmente. Y esto no sólo es comer espiritualmente a Cristo, sino también recibir espiritualmente el sacramento”4.

Santo Tomás dice que podemos recibir espiritualmente el sacramento, es decir, que podemos, por medio de la comunión espiritual, alcanzar los admirables frutos y gracias que la recepción de la Sagrada Comunión produce en el alma, es decir, lo que recién veíamos. De hecho, una comunión espiritual realizada con mucho fervor y devoción puede santificar más el alma que una Comunión sacramental recibida de manera tibia o rutinaria.  demás, una “ventaja” de la comunión espiritual es que podemos realizarla varias veces al día, no tiene límite. Podemos —y deberíamos— hacerla siempre en las oraciones de la mañana y de la noche, al rezar el Santo Rosario, al mirar la Misa vía internet, al hacer lectura espiritual, etc., etc. Adquiramos, pues, esta costumbre; como decíamos, podemos alcanzar las mismas gracias y frutos de la Comunión Sacramental por medio de la espiritual.

¿Cómo hacer o realizar la comunión espiritual? No es necesaria ninguna fórmula u oración determinada. Como consiste esencialmente en el deseo de recibir la Comunión sacramentalmente, basta un acto interior por el que se desee dicha recepción. Sin embargo, pueden ser útiles para la comunión espiritual los siguientes actos: 1) Primero, un acto de Fe en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Sagrada Comunión: “Creo, Señor, que estáis presente Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Santa Comunión, oculto bajo las especies de pan y vino”. 2) Segundo, desear recibir sacramentalmente a Cristo y de unirnos íntimamente con Él: “Quiero, Señor, recibiros en la Santa Comunión y unirme a vos para amaros más y más”. 3) Tercero, rogarle conceda a nuestra alma los mismos frutos y gracias como si lo hubiéramos recibido sacramentalmente: “Dignaos, Señor, santificar esta pobre alma como si hubiera comulgado vuestro Santísimo Cuerpo”. Haciendo así, o de otras formas semejantes, realizaremos comuniones espirituales muy provechosas.

Por tanto, queridos fieles, en este día que festejamos la Solemnidad de Corpus Christi, meditemos todas estas cosas referentes al Santísimo Sacramento del altar, y pidámosle a la Santísima Virgen María nos llene de amor por la Sagrada Comunión, por Jesús Sacramentado; que nos ayude a hacer muchas y muy provechosas comuniones, sacramentales si tuviéremos la gracia de ello, o espirituales si no, pues como vimos nos pueden santificar muchísimo. Quiera la Virgen bendita ayudarnos en ello.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez

3 Catecismo Romano, p.2ª, n.53 (ed. BAC, p.485); cita vista en Royo Marín, Teología Moral para Seglares, Tomo II, 1958, BAC, Madrid, España, pp. 212-213. Asimismo, dice S.

Bernardo: “Si alguno de vosotros ya no siente tantas veces o no tan fuertes los movimientos de ira, de envidia, de lujuria y de las demás pasiones, dé las gracias al Cuerpo y

Sangre del Señor, porque la virtud del sacramento obra en él”, Serm. De bapt. Et sacram. Altaris n.3: ML 183,271; cf. Obras completas de San Bernardo (BAC, 1953) vol. 1, p. 495; cita vista asimismo en Royo Marín, ibídem, p. 212.

4 Suma Teológica, III, q.80, a.2.