Tentaciones vencerlas y combatirlas.
(Domingo 13 de marzo de 2022) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Hace ocho días hablamos respecto a las tentaciones el fruto que Dios saca de ellas en nuestras almas si las resistimos y vencemos. Hoy quisiéramos desarrollar otro tema distinto sobre las tentaciones, a saber, cómo hemos de vencerlas y combatirlas. De hecho, de esto ya dijimos un poco el pasado domingo, pero deseamos hoy ahondar más en ello.
(Cuerpo 1: Ánimo y Alegría en las Tentaciones)
Primeramente, para combatir y vencer las tentaciones, hemos de tener mucho ánimo y alegría al resistirlas, y no permitir que en nuestra alma entre algún género de tristeza por causa de ellas. En efecto, esto es tentación grande del maligno. Él nos tienta y después él mismo nos inspira el desánimo, la melancolía. Y esto ayuda a la tentación, pues, como todos sabemos por experiencia, cuando uno está triste, pierde los ánimos, las fuerzas, los deseos de hacer nada, de rezar, etc., etc. Y así, el demonio nos combate mucho más fácilmente, pues cuando estamos pusilánimes, el demonio se crece, coge ascendiente; pero, por el contrario, cuando le hacemos frente con entereza y decisión, al punto se espanta y huye. Por lo cual, hemos de buscar llenarnos de buen ánimo y bríos para combatir las tentaciones. Para lo cual, servirá y será muy útil considerar lo siguiente:
1) En primer lugar, los muchos frutos de que ya hablamos hace ocho días, que podemos sacar de la tentación: expiar nuestros pecados, crecer y afianzarnos en la virtud, tener nuestra alma y mente fija en Dios, orar con más fervor y devoción, ser humildes, etc.
2) En segundo lugar, debemos tener bien presente lo flaco —podríamos decir— y débil que es el demonio, pues en realidad, pensándolo bien, es muy poco lo que puede contra nosotros. “¡Cómo!, ¡si pone tentaciones tan feas en nosotros!”, replicará alguno. Sí, pero no puede pasar más adelante. Nos explicamos: El demonio no puede hacer daño sino al que quiere. Es como un perro que está atado con una cadena, que ladra mucho, pero no puede morder sino al que, imprudente y locamente, se acerca para ser mordido.
Así, por muy molestas que sean las tentaciones, no nos debemos amedrentar sino simplemente con nuestra voluntad no quererlas y con eso quedará muy confundido el maligno, al ver que tan fácilmente le vencemos; basta no querer, pues como decimos, sólo puede dañar al que quiere.
3) En tercer lugar, debemos considerar, y esto es de grande consuelo, que Dios no permite jamás que la tentación sea más allá de lo que podamos soportar. Lo dice San Pablo: “Fiel es Dios, el cual no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas…”1. Y así, por muy grandes y duraderas que sean las tentaciones, por muy feos y espantosos que sean los pensamientos que asedian y taladran nuestra alma, no son cosa que, con la gracia de Dios, no podamos vencer.
El pensamiento de que no podemos con tal o cual tentación, de que está por encima de nosotros, de que no tenemos remedio, etc., son todas tentaciones del demonio para vencernos, pues claro está que el que piensa que tal tentación es más fuerte que él y, por tanto, es imposible de vencer, no hará en realidad esfuerzo alguno por superarla sino sucumbir miserablemente. Entonces tengamos claro que, sea cual fuere la tentación que nos acometiere, podemos y debemos vencerla. Esto solamente no es aplicable a cuando uno mismo se coloca en ocasión de pecado sin necesidad, pero si evitamos todas las ocasiones de pecar, jamás estarán las tentaciones por encima de nosotros.
4) En cuarto lugar, nos animará mucho a combatir varonilmente considerar que Dios nos está mirando cuando nosotros somos tentados. Ocurre parecido al soldado que es mirado por su Capitán en la batalla, que, por lo mismo, pone mucho más ahínco a lo que hace. Así debe ocurrir con nosotros. Saber que Dios nos mira debe hacer que con más presteza y fortaleza combatamos y luchemos contra nuestro enemigo común, el demonio. Dios nos está siempre mirando y no se aparta ni siquiera un instante aun en el momento en que somos tentados; y lo que es más, no sólo nos mira, sino que al mismo tiempo nos está ayudando con su gracia.
1 1 Cor. 10,13.
(Cuerpo 2: Remedios contra y cómo Combatir la Tentación)
Habiendo hablado de estas consideraciones que nos deben infundir bríos, ahora tratemos sobre qué remedios tenemos contra la tentación y también sobre cómo hemos de combatirla.
1) El primer y más principal remedio contra las tentaciones es la oración. Ella es absolutamente indispensable en esta batalla que libramos contra el poder de las tinieblas. El que no esté pertrechado con esta arma de la oración sin duda perecerá en el combate.
Por esto debemos buscar tener vidas de oración profunda. No rezar de vez en cuando, sino muy juiciosa y constantemente. Pues sin oración, no tendremos las gracias que necesitamos para vencer al enemigo; no olvidemos que en esta lucha espiritual, de nosotros mismos, no tenemos ninguna fuerza ni posibilidad de vencer, sino sólo con la gracia de Dios; y ésta únicamente se alcanza en la oración. Por tanto, de allí la importancia de que recemos el Santo Rosario todos los días; de que hagamos oración mental/meditación; exámenes de conciencia; asistir a la Santa Misa, frecuentar los Sacramentos de la Confesión y Comunión, etc., etc.
Y es muy importante que recemos siempre en el momento mismo de la tentación —que llegará tarde o temprano—. Cuando nos sintamos movidos por el espíritu del mal a obrar lo que no es debido, a cometer algún pecado, del tipo que sea, debemos elevar nuestra alma a Dios, rogándole nos dé su gracia para que podamos resistir. Muchas veces caemos y pecamos porque no rezamos en el momento de la tentación. Y para esto que decimos, una jaculatoria muchas veces bastará; o si la tentación arrecia, repetirla; pero debemos tener en cuenta que no debe notarse que uno es tentado; todo debe ser en el interior.
2) En segundo lugar, para vencer las tentaciones es necesaria la humildad, una gran desconfianza en sí mismo, acompañada de una enormísima confianza en Dios. Esto es un punto muy importante, pues muchas veces caemos en diversos pecados por efecto de la soberbia. Sí, como somos soberbios muchas veces y pensamos que somos la gran cosa y no desconfiamos de nosotros, por eso caemos; pues Dios, como dice la Sagrada Escritura, resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Si pensamos que podemos vencer la tentación con nuestras fuerzas, pereceremos miserablemente. Por tanto, debemos cultivar una gran desconfianza de nosotros, sabiendo y rumiando en la meditación que, si Dios nos dejara solos, seríamos capaces de cometer cualquier pecado…
3) En tercer lugar, debemos resistir cualquier tentación desde los principios. Es decir, apenas nos venga el mal pensamiento de ira, impaciencia, soberbia, crítica o murmuración, impureza, o cualquier otro que sea, debemos cortarlo de inmediato, colocando nuestra mente en algún buen pensamiento. Si dejamos que la tentación entre, así sea un poquitico, bien pronto seremos vencidos.
Esto es especialmente verdadero respecto a tentaciones de impaciencia o ira o crítica contra nuestro prójimo; si les damos un poco de entrada, en poco veremos que tenemos un torbellino de pensamientos en la cabeza, que no nos dejan en paz.
4) En cuarto lugar, debemos evitar la ociosidad, pues la ociosidad es la madre de todos los vicios, dice el dicho. Y así, mientras más ocupaciones entretengan nuestra alma, muchas menos tentaciones sufrirá. Por tanto, es importante que siempre estemos cumpliendo con nuestros deberes de estado.
Y un punto importante a tener en cuenta es cómo resistir a las tentaciones impuras.
Evidentemente que, como decíamos antes, debemos resistir siempre a los inicios. Si dejamos que tales pensamientos torpes entren, así sea un poco, ya está perdida la batalla. Mas nuestra resistencia ha de llevarse con suavidad —esto vale en realidad para cualquier tentación—; es decir, no hace falta que frunzamos el ceño, movamos la cabeza en son de negativa, nos demos golpes, etc. Esto, de hecho, no es bueno, pues terminamos con la cabeza quebrada, lo cual muchas veces busca el maligno. Sino que hemos de rechazar tales tentaciones, como decimos, con suavidad y la mejor forma de combatirlas es ignorándolas, apartando de ellas la mente y colocándola en otra cosa. Y así, cuando un pensamiento torpe nos venga a la mente, con calma y sin alterarnos, hemos de levantar nuestra alma hacia Dios, tal vez haciendo una pequeña jaculatoria, y poner nuestra mente en el algo distinto, por ejemplo, concentrándonos en lo que estamos haciendo, o si no estábamos haciendo nada, ponernos a hacer algo, lo que sea: barrer, trapear, salir y caminar…
(Conclusión)
Mucho más podría decirse, queridos fieles, pero dejamos allí, para que no se alargue más la prédica. Entonces, en este tiempo cuaresmal, como ya hemos dicho hace ocho días también, busquemos intensificar la oración, la penitencia y la limosna, para así estar bien armados y protegidos contra las insidias del enemigo, contra las tentaciones del diablo.
Asimismo, para vencer en la batalla, acudamos con plena confianza a María Santísima, pues a ella le ha sido dado por Dios el aplastar la cabeza de la serpiente infernal, para gran vergüenza y confusión de ésta.
Quiera ella rogar e interceder por nosotros.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.