Santa Rosa de Lima
(Domingo 30 de agosto de 2020) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy nos hallamos celebrando la Fiesta de Santa Rosa de Lima, Patrona de Hispanoamérica, primera flor de santidad de América, es decir, la primera Santa oficialmente reconocida y canonizada oriunda de nuestras tierras; de allí parte de su gran importancia, sin duda.
Hablaremos, pues, —como es evidente— de la vida de nuestra Santa.
(Cuerpo 1: Nombre de Rosa)
Ella nació, en Lima de Perú, el 20 de abril de 1586 —finales del siglo XVI— de Gaspar Flores y María de Oliva. Ella fue la cuarta de los trece hijos que tuvo este fecundo y bendecido matrimonio. De lo cual, podemos sacar ya una primera enseñanza: la familia numerosa contra el mundo moderno de la anticoncepción o planificación.
En efecto, si los padres de Santa Rosa hubieran vivido hoy día, no hubiéramos tenido a esta grandísima Santa que es nuestra patrona, pues hoy día —aquí en Colombia, por lo menos—, se tienen dos hijos solamente, la “parejita”, y pare de contar; es decir, Santa Rosa no hubiera existido si sus padres hubieran vivido en esta época. La planificación o anticoncepción, recordemos, es un pecado mortal, gravísimo, que manda al infierno a aquellos que lo hacen, si no se arrepienten y cambian. Lo bien católico y correcto ante Dios es la familia numerosa, como la de nuestra santa: ¡trece hermanos! Pero, Padre, eso es muy sacrificado y cuesta mucho͙ Claro que sí, pero no estamos en esta tierra ni para la comodidad ni para la plata, sino para ganarnos el cielo a través de la mortificación, del sacrificio, del trabajo, lo cual se halla de sobra en una familia bien numerosa.
Mas, sigamos con la vida de Nuestra Santa. La Providencia dispuso que su Bautismo ocurriera el 25 de mayo de 1586, Fiesta de Pentecostés, para significar de esta manera cómo Dios derramaría la abundancia de sus gracias sobre esta criaturita que llegaría a ser una grandísima santa.
El nombre que recibió en el Bautismo fue el de Isabel, pero después le quedó el de Rosa debido a un prodigio que aconteció, a saber, que a los tres meses de nacida, su madre, María de Oliva, mientras contemplaba a su hija en la cuna, vio cómo el rostro de ésta se transformó en una hermosa rosa; por lo cual, de allí en adelante siempre la llamaron Rosa. Asimismo, al recibir nuestra Santa el Sacramento de la Confirmación, de manos de Santo Toribio de Mogrovejo, fue por éste llamada también con el nombre de Rosa, siendo así que el santo arzobispo desconocía por completo el prodigio referido.
En un inicio no agradó a la humildad y pureza de nuestra Santa dicho sobrenombre —que pensó era debido a su belleza, que estaba en boca de todos—, por lo cual se desahogó con sencillez ante la Santísima Virgen, la cual le dijo que era del gusto de su Hijo que la llamaran Rosa, pero quería Él que añadiesen a él las palabras de Santa María. Por lo cual su nombre completo quedó como Rosa de Santa María. Es que ella era, en verdad, una hermosa rosa de santidad que adorna, ahora en los cielos, el jardín celestial.
(Cuerpo 2: Terciaria de Sto. Domingo)
Nuestra Santa desde sus más tiernos años brilló y sobresalió por su admirable paciencia en el sufrimiento, buscando ya desde entonces cosillas en las cuales mortificarse. En realidad, la penitencia es la virtud que marcará particularmente su vida, llevándola a grados que, sin duda, causan profunda impresión, de lo cual ya hablaremos más adelante.
Nuestra Santa a los cinco años de edad hizo el voto de virginidad, por el cual se entregaba y consagraba totalmente a Dios Nuestro Señor para ser sólo suya, para a Él solo amar. De este voto hecho a tan temprana edad, podemos colegir los dones y gracias con que Dios había enriquecido su alma, pues a los cinco años tenía la plena advertencia y conciencia para hacer dicha entrega de sí misma.
Como es de imaginar, debido a dicho voto, no tenía ningún interés por las cosas del mundo, sino sólo por las cosas celestiales; lo cual dio ocasión a que tuviera muchas contrariedades y tribulaciones, pues su madre —que desconocía el voto hecho y las maravillas que la gracia operaba en esa hermosa alma— se afanaba por hacer resplandecer y relucir la gran belleza de su hija, por lo cual la importunaba para que se vistiera con elegancia, se perfumara las manos, apareciera ante los demás, etc., etc. Lo cual fue motivo de dura lucha para Santa Rosa, que, por un lado, no quería nada de eso y, por el otro, no quería desobedecer ni disgustar a su madre; mas Dios la hizo salir siempre victoriosa, pues con su favor lograba manejarse de tal manera que podía complacer a Dios, pero sin disgustar a su madre. Ésta, en efecto, fue cediendo y dejando a Rosa entregarse a sus obras de piedad sin importunarla casi.
Mas, sin embargo, no se resignó fácilmente a que su hija renunciara al matrimonio. Rosa era sumamente hermosa, lo cual le valió muchos pretendientes y, además, sus padres, por reveses de fortuna, habían quedado privados de cuanto tenían. Por lo cual, un buen enlace se presentaba sumamente tentador como una buena oportunidad para salir de tal situación. Solamente había que lograr casar a Rosa con el indicado y ¡solucionado! Pero nuestra Santa, armada de la divina gracia, superó todas las dificultades y persecuciones y se mantuvo fiel a su promesa hecha a los cinco años.
Vencida esta dificultad, quedaba ver claramente cuál era la voluntad de Dios respecto a ella: ¿lo sería el claustro? Ella lo pensó, mas falló en su intento de ingresar en el convento, con señales evidentes de la Providencia de que no era esa su vocación. ¿Qué hacer entonces? Después de mucho rezar entendió que la voluntad de Dios era que siguiera el ejemplo de Santa Catalina de Sena, la cual habiendo recibido el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, sin abandonar el hogar paterno, se entregó a una vida de oración y
penitencia. Por lo cual, Rosa solicitó y fue admitida a la Tercera Orden de Santo Domingo, y habiendo recibido el hábito el 10 de agosto de 1610 —Fiesta de San Lorenzo y día del martirio de Santa Filomena—, se entregó, a imitación de Santa Catalina, a la oración y penitencia, sin abandonar el hogar paterno. Santa Rosa ha sido llamada, en realidad, la segunda Santa Catalina de Sena, por el gran parecido entre ellas.
(Cuerpo 3: Austeridades y Penitencia)
Pasemos ahora a narrar algunas de las mortificaciones, austeridades y penitencias que practicó nuestra Santa. En efecto, la mortificación y penitencia fueron practicadas en grado superlativo por ella, como veremos.
Desde bien pequeñita no comía nunca fruta por mortificación —no por capricho—. A los seis años de edad ayunaba a pan y agua los viernes y sábados. A los quince años hizo voto de no comer carne, salvo caso de mandato formal de santa obediencia. Con el tiempo su alimento se redujo a unas sopas hechas con pan y agua solamente, sin condimentos ni sal siquiera, y ellas en cantidades ínfimas, por supuesto. Y, pareciéndole esto poco, solía añadir a las sopas un brebaje amargo, que volvía su consumo un suplicio. Además, llegaba a pasar varios días sin comer. Y cuando sus padres la obligaban a comer cosas más sustanciosas por razón de su salud, en vez de verse mejoría en ella, aumentaban considerablemente sus dolores y males; la Providencia de esta manera demostraba que esos ayunos eran de su agrado y conforme a su voluntad y que por ellos quería santificarla.
Tenía la costumbre de disciplinarse acerbamente cada noche con cadenas de hierro y, como no daba tiempo a que su cuerpo sanase, era éste una pura llaga. Tras estas terribles disciplinas con que flagelaba sus espaldas, salía al jardín y, a ejemplo de Jesús, su divino Esposo, tomaba a cuestas una pesada cruz y, con los pies descalzos y a paso lento, caminaba meditando la Pasión de Nuestro Señor, su subida al monte Calvario, sus dolores y sufrimientos, y para más asemejarse a Él se dejaba caer de cuando en cuando bajo el peso de la
cruz.
Como si lo anteriormente dicho no bastase, se ciñó a la cintura tres cadenas que cerró con un candado, cuya llave hizo desaparecer para no poder quitárselas. Estas cadenas pronto hirieron y abrieron sus carnes, provocando en ella agudísimos y vivísimos dolores, los cuales sufrió en silencio muchos años; hasta que llegó un día en que no pudo soportarlos más, era tanto el dolor, que prorrumpió en sollozos. Razón por la cual manifestó a una criada lo que acontecía e intentó ésta ayudarle a romper las cadenas, inútilmente — imaginemos lo que dolería—. Santa Rosa se puso, entonces, en oración y logró milagrosamente que se rompieran; sin embargo, como estaban pegadas a las carnes, arrancaron parte de éstas al ser quitadas.
Otra admirable penitencia practicó: Se fabricó una especie de “corona” con una lámina de plata, en la cual hizo 33 orificios —en honor a los años que vivió Nuestro Señor— y en los cuales colocó clavos puntiagudos; con ella circundaba sus sienes, llevándolo por debajo del velo, y solía apretarla cuando era fuertemente tentada.
Mas no sólo en lo referido se mortificó Santa Rosa, sino que llenó el mismo acto de descansar, el dormir, de mortificaciones. Primeramente, sustraía un tiempo muy considerable al sueño, ya que sólo le dedicaba dos horas al día. Y lo poco que descansaba, lo hacía sobre un lecho de madera. Pero, habiéndole parecido poco esta mortificación, lo reemplazó por un conjunto de tablas de madera que ella misma ató con una cuerda, de manera que quedaran resquicios entre una tabla y otra, para en ellos colocar fragmentos de teja y de vajilla cuyas puntas más cortantes y agudas había colocado hacia arriba, para que, al estar acostada, éstas le pincharan y hirieran el cuerpo. Por lo cual, como podrán imaginar, dormía muy mal y el insomnio fue para ella, como para su modelo Santa Catalina de Sena, una de las cruces más mortificantes. Sin embargo, no decayó su ánimo —Nuestro Señor la animó a seguir en ello—, y mantuvo dicha penitencia durante 16 años, hasta su muerte. El resto del día lo dividía entre la oración (12 horas) y el trabajo manual (10 horas).
Todas estas penitencias afectaron, por supuesto, su apariencia exterior. Aquellos ojos habían perdido su hermoso brillo; la faz no tenía más ese hermoso color de antes; había desaparecido esa lozanía que antes la rodeara. Por lo cual, sus domésticos y conocidos comenzaron a tenerla por santa y a llamarla así. No podemos imaginarnos cómo esto espantó y llenó de confusión a Santa Rosa; la cual, rogó a Nuestro Señor que todas sus penitencias y mortificaciones no alteraran su fisonomía. Fue escuchada, y Dios le devolvió la hermosura anterior, de manera que no pareciera que hacía lo que hemos narrado.
(Cuerpo 4: Noche Oscura y Muerte)
Mas, sin embargo, debemos decir que todas las penitencias que hemos narrado no fueron lo peor que sufrió nuestra Santa. Ella tuvo una cruz mucho mayor y más terrible, pues pasó por lo que en teología ascética y mística se llama la noche oscura, que es una purificación del alma a base de penas interiores, arideces, sequedades, tentaciones, persecuciones, etc. En efecto, cesaron todos los fenómenos místicos que experimentaba; su espíritu sentía una desolación, una aridez y una sequedad indescriptibles; se vio llena de disgusto por los ejercicios de devoción; la oración le causaba insufrible tedio; sintió una sublevación general de las pasiones, de modo tal que tuvo tentaciones de ella desconocidas hasta entonces; sentíase abandonada de Dios y ya perdida sin remedio; a todo lo cual se añadían insultos y persecuciones por parte de su propia familia. Durante 15 años no hubo día en que, al menos por una hora, no se viese sumida en el abismo de tales penas y congojas, de tales angustias y sufrimientos, más amargos que la muerte.
Mas aquí es donde se prueba la virtud y se ve de verdad el amor, pues Santa Rosa, a pesar de todo ello, perseveró en sus resoluciones y buenos propósitos, en sus ásperas penitencias, en sus continuas y largas, si bien áridas, oraciones.
Pero a la tempestad siguió la calma. Pues pasados estos 15 años de purificación y dura prueba espiritual, tuvo una aparición de Dios Nuestro Señor, el divino Esposo de su alma, que le infundió tal dulzura de celestiales consuelos, que en un momento le hizo olvidar todos los pasados tormentos y sufrimientos. De allí adelante fue muy recreada por la presencia de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen, de Santa Catalina de Sena, de los ángeles, particularmente del de su guarda. Debido a su gran paciencia y constancia en los sufrimientos, mereció escuchar estas envidiables palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo: “Rosa cordis mei, tu mihi sponsa esto”, “Rosa de mi corazón, tú sé mi esposa”.
Acercándose el fin de sus días, Nuestro Señor le manifestó el día de su muerte, lo cual llenó de gozo a nuestra Santa, cuyo solo deseo era disolverse y estar con Cristo, su amado Esposo. Mas le fue revelado también que tendría, antes de ingresar al reposo, que padecer una última prueba, a saber, la dolorosa enfermedad por medio de la cual quería, antes de llevarla a sí, santificarla su divino Esposo para llenarla de gloria en el cielo.
En efecto, el 1 de agosto de 1617, cayó gravemente enferma, de tuberculosis, y fue presa de tan grandísimos dolores, que la hacían sollozar. Los domésticos, al escuchar sus gemidos, acudieron a ella y la hallaron en muy mal estado. Duró en esta postrera enfermedad tres semanas aproximadamente, hasta que, el 24 de agosto, Fiesta de San Bartolomé, entregó su hermosísima alma a Dios y entró en el descanso de los justos, a los 31 años de edad. ¡31 años! ¿Y nosotros con 30, 40, 50, 70 años, qué hacemos o hemos hecho por Dios?
A poco de su muerte, fue venerada por el pueblo como santa. Y muestra de su gran santidad fue lo siguiente, a saber, que para iniciar el proceso de canonización de cualquiera deben pasar 50 años desde su muerte. Ahora bien, en el caso de Santa Rosa, dos Papas, Urbano VIII y Alejandro VII, dispensaron dicha ley, para que se pudiera tratar su proceso de canonización antes de los dichos 50 años. Y, en efecto, el 12 de abril de 1672, a los 55 años de su muerte, era canonizada solemnemente por Clemente X; la primera persona de América canonizada, como habíamos dicho al inicio, por la Iglesia; que era elevada al honor de los altares.
(Conclusión)
Para concluir digamos algo sobre las extraordinarias penitencias que practicó Santa Rosa.
Ella, sin duda, las realizó movida por una inspiración y gracia especial de Dios que la fortalecía y que la mantenía en medio de ellas; pues sobrevivir a tales penitencias parece, en verdad, no menos que milagro. Ha habido también otros santos como Santa Rosa que han sido llamados por Dios a sorprendentes penitencias, como San Pedro de Alcántara, por ejemplo. Sin embargo, no todos estamos llamados a practicar esas mismas penitencias que realizaron; como decimos, eran gracias especiales de Dios para aquellas almas.
Además, es de notar, para no formarnos un concepto falso o incompleto de la santidad de Rosa, que todas sus penitencias y mortificaciones las sometía a la obediencia, de modo tal que, las hubiera dejado todas, si se lo hubieran mandado. Pues la verdadera santidad no consiste en la maceración corporal, sino en la mortificación de la voluntad propia, que es imposible sin humildad y obediencia. Asimismo, como enseñan todos los santos y autores espirituales, las penitencias que sean un poco más, digamos, “excepcionales” —ayunar tales días, pasar la noche en vigilia, darse disciplinas, etc., por ejemplo— deben hacerse siempre con la aprobación del confesor y nunca sin ésta. Ésta es la vía ordinaria de saber si tales mortificaciones son voluntad de Dios, si el confesor las
aprueba. Si no, entonces no es la voluntad de Dios, y si, a pesar de ello las realizo, contra lo que me dice el confesor, no agradan a Dios y son pecado de voluntad propia.
En todo caso, si bien no podemos imitar materialmente las mortificaciones que practicó Santa Rosa, imitémosla en el espíritu de penitencia; es decir, en estar prontos y dispuestos a mortificarnos en lo que podamos, así sean cosas pequeñas. No olvidemos las palabras de Nuestro Señor: “Quien es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho” (Lc. 16,10). Mortifiquémonos, pues, en las pequeñas cosas de la vida que podamos: bajar la mirada; no arreglarse demasiado (para las damas); no comer entre comidas; no comer ese dulce; callar y guardar silencio, etc., etc. Cientos de cosas en las cuales podemos mortificarnos y practicar la virtud de la penitencia.
Para terminar pedimos a María Santísima y a su hermosísima hija Santa Rosa nos alcancen de Dios Nuestro Señor Jesucristo la gracia de saber mortificarnos, de poder contrariar nuestros apetitos y sentidos, de poder practicar la virtud de la penitencia.
Ave María Purísima.
Padre Pío Vázquez.