2º Domingo de Adviento.

El Precursor del Señor, San Juan Bautista.

(5 de diciembre de 2021) – Padre Pío Vázquez.

(Introducción) 

Queridos fieles: 

 La Santa Madre Iglesia el día de hoy, Segundo Domingo de Adviento, —como los próximos dos domingos— propone a nuestra  consideración en el texto del Evangelio1la figura del Precursor del Señor, de San Juan Bautista

(Cuerpo 1: Pregunta de San Juan) 

 El Evangelio de hoy nos narra cómo San Juan, desde la cárcel —pues había sido aprisionado por Herodes por recriminarle su adulterio—,  envió dos de sus discípulos a preguntar a Cristo: “¿Tú eres el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”. Nuestro Señor les respondió lisa y  llanamente que vieran sus obras, pues éstas daban testimonio de su mesianidad: “Id y contad a Juan —les dijo— lo que habéis oído y visto.  Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el Evangelio a los pobres…”.  En efecto, dichas obras —o más precisamente milagros— estaban profetizados acerca del Mesías; todas esas curaciones aparecen  anunciadas en Isaías, Cap. 35, 4-6, lo mismo que la evangelización de los pobres, que se halla en el mismo Profeta, Cap. 61,1. 

 Y de esta pregunta del Bautista surge aquí la siguiente duda o dificultad: ¿Acaso dudó San Juan, estando en la cárcel, de que Jesús fuera el  Cristo, el Mesías, de quien antes él mismo había dado tan claro testimonio, diciendo que sí era el Mesías? ¿Cómo puede ser eso? De ninguna  manera. San Juan jamás se volvió atrás ni dudó, sino que sabía que Nuestro Señor era el Cristo. 

 Luego —sigue la pregunta—, ¿por qué mandó sus discípulos a preguntarle si era el Mesías? La respuesta es sencilla. Los que estaban  oscilando o dudosos eran los discípulos mismos de San Juan, los cuales, debido a la altísima santidad que éste alcanzó, estaban todavía muy  apegados a él y pensaban él podía ser el Mesías —de hecho, muchos lo creyeron y San Juan tuvo que expresamente negarlo en más de una  ocasión—; por esto les molestaba a sus discípulos incluso ver cómo las muchedumbres se iban tras Cristo y dejaban a Juan. Mas San Juan,  cumpliendo bien con su misión de llevar las almas a Cristo —de Precursor—, manda sus discípulos hacia Él para que vean con sus propios  ojos —por los milagros, etc.— que Él era el Mesías.  

(Cuerpo 2: Elogio de San Juan) 

 El Evangelio de hoy, asimismo, nos narra cómo, apenas se hubieron retirado los discípulos de San Juan, comenzó Dios Nuestro Señor  Jesucristo a hablar al pueblo sobre San Juan —alabarlo, en realidad—, diciendo: 

 “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña movida del viento? Pero, ¿qué salisteis a ver, a un hombre vestido con ropas  delicadas? Los que visten finos vestidos están en casas de reyes. ¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Ciertamente, y a uno más que  profeta. Él es de quien está escrito: He aquí que envío mi ángel ante tu faz, para que prepare tu camino ante ti”. 

 Evidentemente, que estas palabras de Cristo hacían referencia al pasado, cuando San Juan habitaba en el desierto, antes de que hubiera  sido encarcelado; por esto dice: “¿Qué salisteis a ver al desierto?”, pues no olvidemos que San Juan desde joven habitó en los desiertos para  prepararse a su misión; es como si les hubiera dicho: “antes cuando Juan estaba en el yermo, ¿por qué ibais a verlo?, ¿qué os atraía?”.  Lo que Nuestro Señor busca con sus palabras es evitar que la opinión sobre San Juan, ante el pueblo, pudiera disminuir por razón de esa  pregunta: “¿Tú eres el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”. En efecto, podrían haber pensado las muchedumbres: “¿cómo?, ¿Juan  está dudando ahora que Jesús sea el Mesías, siendo que él antes nos lo indicó? 

 Pero, para evitar que pensaran que San Juan era fluctuante y cambiante, les dice: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña movida por  el viento?”, esto es, ¿a alguien que cambia de opinión fácilmente, sin mantenerse en un mismo ser, sino que se mueve, ora por el viento de  la adulación, ora por el de la tribulación, ora por el de la necesidad? Y verdaderamente que San Juan no era una caña movida por el vientosino firme en su Fe, en sus convicciones; de ello es prueba el mismo hecho de que estuviera en prisión, pues había terminado allí por  precisamente por reprender a Herodes su adulterio con la mujer de su hermano. Si hubiera sido una caña agitada por el viento, apenas  hubiera sido amenazado por Herodes, hubiera callado y dejado de recriminarle su escandaloso pecado. Pero no; él no era una caña agitada  por el viento, y eso le costó su libertad y finalmente la vida. 

(Gran Santidad de San Juan) 

 Y, si lo pensamos bien, Nuestro Señor, en verdad, con estas sus palabras hace un gran elogio de la gran santidad de San Juan Bautista.  Pues no sólo nos indica su gran firmeza (no es una caña), sino también su mortificación y austeridad y su Misión. En efecto, nos indica su  gran austeridad y mortificación, no sólo al indicar el lugar de su habitación, esto es, el desierto, sino también al decir: “¿Qué salisteis a ver,  un hombre vestido con ropas delicadas? Los que visten finos vestidos están en casas de reyes”, como diciendo, ¿fuisteis a ver alguien que  vive entre delicias y comodidades, rodeado de placeres? Siendo que era todo lo contrario, pues San Juan —nos dice San Mateo—: “tenía un  

1San Mateo 11, 2-10.

vestido de pelos de camello, y un cinto de piel alrededor de su cintura; su comida eran langostas y miel silvestre2, es decir, llevaba una  vestidura incómoda —lo que se llama cilicio— y comía muy sobria y austeramente. Modelo de ermitaños y penitentes.  Y nos indica Nuestro Señor también la gran Misión de San Juan al decir: ¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Ciertamente, y a uno más que  profeta. Él es de quien está escrito: He aquí que envío mi ángel ante tu faz, para que prepare tu camino ante ti”. En efecto, San Juan fue más  que profeta, pues los profetas del Antiguo Testamento veían y anunciaban a Cristo, pero de lejos —a distancia, podríamos decir—; mientras  que San Juan lo señaló con el dedo: “He aquí —dijo refiriéndose a Jesús— el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es Aquel de  quien yo dije: En pos de mí viene un varón que me ha tomado la delantera, porque Él existía antes que yo3. Ahora bien, mientras más grande  es la misión a que Dios destina una persona, más grande son las gracias y santidad que le da para cumplirla.  Y la misión de San Juan fue de suma importancia: preparar el pueblo judío para que estuviera bien dispuesto para recibir al Mesías y  mostrárselo. Asimismo, podemos apreciar la gran santidad de San Juan, por cuanto es comparado con un ángel: “Él es —dice Nuestro  Señor— de quien está escrito: He aquí que envío mi ángel ante tu faz…”; y, en efecto, él llevó una vida más angelical que terrena, pues desde  joven se retiró al desierto para allí entregarse a una vida del todo consagrada a Dios, permaneciendo célibe y guardando perfectamente la  castidad —que es la virtud angelical—, y entregándose de lleno a la oración y penitencia, para así prepararse a su importantísima misión de  precursor. No por nada pronunció las siguientes palabras el Verbo de Dios hecho carne: “En verdad, os digo, no se ha levantado entre los  hijos de mujer uno mayor que Juan el Bautista4. ¿Cabe mayor elogio o testimonio de la santidad de alguien? 

(Conclusión) 

 Ya concluyendo, queridos fieles, teniendo en cuenta que el Adviento es tiempo penitencial —por eso el morado—, cuya finalidad es  prepararnos a la Navidad, al Nacimiento de Nuestro Señor, busquemos disponernos para ello, imitando a San Juan Bautista, siguiendo su  ejemplo de oración y penitencia en estos días, buscando intensificar por un lado nuestras oraciones y, por otro, ofrecer a Dios algunos  sacrificios con que purificar y pagar por nuestros pecados, para que así podamos disponernos de la mejor manera al nacimiento espiritual de  Nuestro Señor en nuestras almas; en particular considerar hacer —si es el caso— una buena confesión y recibir la Sagrada Comunión. Que  no nos coja la Navidad —Dios no lo quiera— en pecado mortal, sin poder recibir el divino manjar de nuestras almas, a Jesús Sacramentado. 

 Pidamos a María Santísima nos alcance la gracia de tener un muy santo Adviento y una mucho más Santa Navidad.   Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez