3er Domingo después Epifanía Sobrante Pentecostés 2017

Santa Isabel de Hungría, Patrona de Bogotá.

(Domingo 19 de noviembre de 2017) P. Altamira.

Queridos fieles:

Hoy, domingo 19 de noviembre, es la Fiesta de Santa Isabel de Hungría, Patrona de nuestra ciudad de Bogotá, por lo cual prevalece al domingo de hoy. Ella es también la Patrona de la Tercera Orden de San Francisco.

Es una santa del Siglo de Oro de la Edad Media, el Siglo XIII, el mejor siglo de la Cristiandad Católica Europea. El siglo de Santo Tomás de Aquino, de San Francisco de Asís, de Santo Domingo de Guzmán, de San Antonio de Padua, de San Buenaventura, de San Fernando Rey de España, de San Luis Rey de Francia, de Santa Isabel de Hungría, etc, etc. Por otro lado, Santa Isabel (1207-1231) es de aquellas santas que “hicieron su santidad en tan breve carrera”, vivió sólo 24 años. Como Santa Juana de Arco (1412-1431), la cual vivió sólo 19 años. Como Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897), la cual también vivió sólo 24 años. Cuántas jovencitas hay aquí de 18 ó 19 años, de 24 años: fíjense en ellas, comparen.    U otras que vivieron “algo más”, pero no “mucho más”: Como Santa Bernardita (1844-1879), la cual vivió 35 años. Como Santa Catalina de Siena (1347-1380), la cual vivió 33 años. Como Santa Rosa de Lima (1586-1617), la cual vivió 31 años.

(Cuerpo: Vida de Santa Isabel de Hungría)

Pero veamos entonces la vida de la Patrona de nuestra ciudad de Bogotá, o mejor dicho: Santa Fe de Bogotá.

Santa Isabel nació el 7 de julio de 1207 en Hungría, hija del Rey Andrés II de Hungría. Murió el 17 de noviembre de 1231 en Alemania.

Cuando tenía apenas 4 años, fue enviada a Turingia, región central de la actual Alemania, al castillo de Wartburg, para ser criada y educada en dicha corte. Son los territorios del landgrave o margrave Hermann I, duque de Turingia.

Ella ha sido prometida en matrimonio a su primogénito Luis, que es otro niño también, para ser casados a la edad oportuna (se entiende), pero allí será educada desde niña. Su futuro esposo era su compañero y amigo de juegos infantiles en esa época. Asimismo, en su niñez, con otras pequeñas niñas, hijas de condes, las cuales han sido enviadas para hacerle compañía, tiene sus clases, hace juegos con ellas, pero en medio de los juegos, varias veces interrumpe para hacerlas rezar el Avemaría, para llevarlas a la Capilla del castillo, para ir al Cementerio y hablarles -aun siendo niña- sobre lo breve que es la vida. También ya desde niña se dedica a ayudar a los pobres dándoles alimentos.

Al poco tiempo, el landgrave o duque Hermann muere, y queda a cargo del gobierno su esposa, la duquesa Sofía, a quien no gustaban todos esos gestos de religiosidad en la niñez de nuestra santa, y por ello empezó a atacarla.

Su prometido Luis, la consolaba, pero no delante de su madre para que ésta no se ofendiera. Cuando Luis cumplió 16 años, se hizo cargo del gobierno. También desde entonces pudo actuar con más libertad, homenajeando y trayendo regalos a su prometida (se casaron 4 años más tarde). Una vez, estando de caza, le preguntaron por Isabel, y Luis respondió: «¿Veis esa montaña? Pues bien, si fuese de oro puro, desde el pie
hasta la cima, y me la diesen con la condición de dejar a Isabel, no la aceptaría. Por lo que Isabel es, por su virtud, por su piedad. La amo sobre todas las riquezas del mundo”.

Llegó finalmente el momento del matrimonio. Isabel tenía 13 años y Luis tenía 20.

Se dice de él que era bien parecido, muy hombre (muy varonil), de alta estatura, tenía una valentía legendaria en los combates y en los torneos; también se dice de él que tenía una inocencia y una pureza fuera de lo común, máxime considerando los peligros de las cortes, su poder, sus riquezas; era el modelo de un príncipe católico y había encontrado en su esposa Isabel la mejor compañera para crecer juntos en la virtud y en la vida para Dios, para santificarse ambos. De Isabel se dice que tenía una gran belleza, porte elegante, andar lleno de majestad, su mirada llena de ternura; pero las mejores cualidades de ella no eran las naturales, sino las de la santidad, y su esposo las veía con emoción y hasta con orgullo. Por las noches, cuando su esposo dormía, ella se levantaba y rezaba largamente junto al lecho; a veces Luis se despertaba y la tomaba de la mano invitándola a descansar un poco. Luis siempre le dio libertad y apoyo para los actos de religión que ella hacía.

Vale la pena decir, aunque sea dos palabras, de la educación de la época. Son todo elogio las palabras que se pueden decir sobre la educación católica de entonces: ¡Hacían verdaderos hombres y verdaderas mujeres, y lo lograban a edades que hoy vemos imposible! Luis se hace cargo del gobierno de Turingia a los 16 años. Santa Isabel tenía 13 años cuando contrae matrimonio. Aquí hay adolescentes varones de 16 años, o cerca, ¿creen serían capaces de gobernar un reino a esa edad? Aquí hay jovencitas de 13, 14, de 15 años, ¿se creen capaces de contraer matrimonio, lo suficientemente maduras para ser esposas y ser mamá, tener niños y educar a sus hijos para que sean santos? Realmente, sólo podemos dar elogios para lo que fue la educación católica en esas épocas.

Volvamos. Ya desde niña, Isabel no podía soportad ver un pobre sin que se le conmoviera el corazón, y ahora, siendo la esposa del duque, podía ayudar libremente en las necesidades de los pobres: Daba dinero, ropas, provisiones, alimentos, a veces sus adornos y vestidos.

Recorría las viviendas de sus vasallos, y a los más pobres les ayudaba en sus necesidades, consolaba asimismo a los enfermos que encontraba en esas casas. En algunos convites o recepciones del castillo, Isabel se veía imposibilitada de asistir porque había regalado a algún pobre sus ropas adecuadas, pero alguna vez aparecía en forma milagrosa un manto real traído por los ángeles.

En una oportunidad, estando ausente su esposo, Isabel dio todo lo que había en los graneros, almacenes y bodegas del castillo.

Al llegar Luis, los intendentes de palacio salieron indignados a su encuentro para decirle lo ocurrido. Luis les preguntó: “͎Está bien la duquesa?”. Le respondieron que sí: “Pues eso me basta”, terminó Luis. Casi inmediatamente su madre, furiosa, lleva a Luis para mostrarle que Isabel ha puesto un pordiosero repugnante en la propia cama de los esposos para cuidarle, y allí se produce un milagro: Luis no vio en su cama al pordiosero sino a Cristo crucificado.

La vida de Isabel era ejercitarse en su oración, en el amor a los pobres, en sus penitencias, y sin duda en el amor más tierno y profundo a su marido. Pocas veces ha habido dos esposos que se amasen tanto; creemos que son el mejor modelo católico de amor entre esposos.
Tan íntima era la unión de sus almas, que apenas si podían estar separados. Ella, siempre que podía, le acompañaba en sus expediciones, a pesar de los viajes, los cansancios, las nieves, el frío, los calores, las lluvias. Cuando no podía viajar con él, tal vez por lo largo de las distancias, se quedaba en el castillo, se vestía de negro como una viuda, se quitaba todas sus joyas, se cubría el cuerpo de cilicios, y se entregaba más a la  oración. Pero en cuanto anunciaban la llegada de su esposo, se arreglaba y se ponía sus hermosos vestidos reales y sus joyas, y salía a recibirlo con enorme amor y con una alegría casi de niña (tenía dicho a un servidor que siempre se adelantara en el camino para anunciar la llegada de Luis).
Este amor tan intenso, alguna vez tenia la imperfección de ser un amor muy humano y no sobrenatural. En una oportunidad, en que ella estaba en la Santa Misa con su esposo, por ese amor imperfecto natural hacia él que a veces se le insertaba, se quedó un buen rato contemplando a su amado, mas llegado el momento de la Consagración del Cuerpo y de la Sangre de Dios, viendo a Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia llagado y crucificado, se dio cuenta de su pecado, y empezó a llorar, llanto que duró todo el día sin consuelo, al punto que no pudo asistir a una fiesta que se celebró en el castillo en esa jornada.

La separación. En una ocasión de alegría con su marido, ella vio que él tenía la Cruz que llevan los cruzados. En ese momento, y ante ese hecho, Isabel se desmayó. Cuando recobró su sentido, pidió a su esposo que, si no era contra la voluntad de Dios, no partiera para la Cruzada en Tierra Santa (era la Quinta Cruzada); pidió que no la dejara, sino que se quedara con ella. Mas Luis le respondió: “Es un voto que he hecho a Dios… permíteme partir”. Fue muy doloroso todo eso para Isabel por su gran amor a Luis, mas finalmente le dijo: “No quiero detenerte contra la voluntad de Dios; he hecho el sacrificio de ti y de mí. Vete en nombre de Dios, y que su bondad vele sobre ti”.

Habiendo partido del castillo de Wartburg, Isabel quiso acompañarle hasta la frontera de Turingia, pero luego decidió seguir dos días más allá de dicha frontera. Finalmente tuvieron que despedirse para que la marcha fuera más rápida; era el momento decisivo, con los llantos y dolores del corazón: No quería por nada separarse de él. Luis siguió su camino a la ciudad italiana de Otranto, desde allí se embarcaría hacia el Oriente (son cerca de 1600 Km desde Wartburg hasta Otranto). Ella volvió medio muerta al castillo. Desde entonces ya no usó joyas ni grandes vestidos, sino que se vistió como viuda. Ella presentía que su marido no volvería de la Cruzada. Y lamentablemente fue así. En los designios misteriosos de Dios, Luis no pudo luchar en dicha Cruzada, pues murió en la travesía del barco, antes de llegar a tierra. La madre de Luis, Sofía, fue la encargada de dar la noticia a Isabel. En ese momento, por el golpe, perdió el dominio de sí, y llorando fuertemente corría por las galerías del catillo gritando: “¡Muerto, muerto, muerto!”. Fue el primer ímpetu por semejante dolor; pero no tardó en dominarse y por supuesto ofrecer a Dios esa cruz tan grande. Había quedado viuda teniendo tan sólo 20 años de edad; llevaba unos 6 años de casada; Dios le había regalado 4 hijos.

Desde ese momento, en su alma, ya no quedó más que Dios y sólo Dios: Se olvidó más aun de las cosas de la tierra, y fue un modelo de viuda católica. Pero empezaron mayores pruebas y dolores para ella y para sus hijos.

En el castillo se urdió una conjuración contra ella y contra sus hijos. Su primogénito tenía que ser el heredero de Turingia, pero los señores y barones aclaman como landgrave (como duque) a un hermano de su esposo, e Isabel recibe orden de salir inmediatamente del castillo. Se le prohíbe llevar dinero, joyas, vestidos preciosos u otras cosas de valor, sólo puede llevar a su hijo, el príncipe heredero, y a sus tres hijas, la menor de las cuales acaba de nacer. Baja a pie desde el castillo, y entra en la ciudad de Eisenach, ciudad que tantos beneficios recibió de ella durante 10 años. Pero nadie le quiere dar hospedaje por miedo al nuevo señor; por lo cual tuvo que hospedarse en un establo que le ofreció un posadero, establo en el cual antes hubo puercos. No sufre tanto por ella, como por aquellas infantas y el pequeño príncipe. Al poco, gentes piadosas le ayudan ocultamente con los alimentos, aunque ella también debe mendigar su pan muchos días.

Pasado un tiempo, llegaron al castillo de Wartburg, los guerreros, los nobles, que habían acompañado a Luis en su viaje y expedición por la Cruzada. Al enterarse del tratamiento que habían dado a la esposa de su señor, se irritaron por el amor que habían tenido al duque. El Papa Gregorio IX también tomó intervención para ayudarle recuperar sus derechos sobre el Ducado. Gracias a ellos se empezó a hacer justicia. El hijo de Isabel fue declarado heredero bajo la tutela del usurpador, e Isabel pudo volver al castillo. Mas en ese mundo cortesano, la despreciaban y la llamaban “La Loca”. Para alejarla, le dieron la ciudad de Marburgo.

Dirigida hacia allí, ella se instaló en una pequeña choza junto a las puertas de la ciudad. Allí, frente a la choza, levantó un hospital para atender a los pobres, que ella misma también cuidaba. Se deshizo de todos los bienes y riquezas que tenía repartiéndolos entre los pobres de la comarca. En adelante ella vivió de su propio trabajo, vendiendo lo que hilaba y tejía. Sólo quiso guardar una cosa: Un manto viejo y remendado que le había regalado el propio San Francisco de Asís (1181-1226). Su padre, el Rey Andrés II, trató varias veces de llevarla consigo a Hungría, pero ella no aceptaba. Hacia el final de su vida, su vestido era el sayal de la Tercera Orden de San Francisco.

Murió poco tiempo después: El amor y la penitencia la habían consumido y la habían agotado en plena juventud. Los últimos días de su vida, los milagros se multiplicaban. Y su última enfermedad llevó su alma a las bodas con otro esposo que también amaba, con el Esposo Eterno, Dios Nuestro Señor Jesucristo. Tenía tan sólo 24 años de edad. Era el año de 12311. El Papa Gregorio IX la canonizó apenas 4 años después de su muerte cuando todavía vivía su padre el Rey de Hungría.

(Conclusión)

Hermosa vida, y hermosa Patrona que tiene nuestra ciudad.

Viéndola a ella, y viendo esas otras niñas o casi niñas, y esas jóvenes, tan jóvenes, que llegaron tan rápidamente a la santidad͙ Santa Isabel, nuestra santa de hoy: 24 años; Santa Juana de Arco: 19 años; Santa Teresita: 24 años; Santa Rosa de Lima: 31; Santa Catalina: 33; Santa Bernardita: 35, y tantas otras. Viéndolas con su aureola de santidad, con su amistad eterna con Dios Nuestro Señor Jesucristo, y viéndonos a nosotros, ya tan entrados en años (50 años, 60 años, o más), tan lejos de la santidad, uno no puede menos que sentir una “santa envidia” -si se nos permite la expresión-, y uno siente también un poco de tristeza por lo que uno es; y deseos de pedir sin duda a estas santas, y más a Santa Isabel, que nos ayuden a santificarnos, y que podamos ser, con la gracia de Dios, hijos amados, muy amados de Él, poder conseguir la santidad.

AVE MARÍA PURÍSIMA.

1 Nos hemos basado principalmente en “  ño Cristiano”, de Fray Justo Pérez de Urbel, Ediciones Fax, Madrid, Tercera Edición, año 1945, Tomo IV, páginas 373ss, día 19 de noviembre.