Visiones del Apocalipsis.
(28 de noviembre de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy, Primer Domingo de Adviento, nos hallamos en el comienzo del año litúrgico y en este día la Santa Madre Iglesia quiere que volvamos nuestros ojos una vez más hacia el final de los tiempos, pues propone de nuevo a nuestra consideración, en el texto del Evangelio —como hiciera hace ocho días—, el discurso escatológico de Dios Nuestro Señor Jesucristo, mas hoy según figura en San Lucas1. Uno podría preguntarse: si recién estamos iniciando el año, ¿por qué colocarnos un texto que habla del fin? Y la respuesta es sencilla: porque, como se enseña en filosofía, la causa final, si bien es lo último en la consecución, es —o debe ser— lo primero en la intención; es decir, el fin es lo que debe guiar nuestras acciones: mirar al fin de los tiempos, las grandes tribulaciones finales, el día de juicio, la sentencia definitiva de salvación o condenación que dará el Justo Juez, —máxime considerando lo que hoy día vivimos, que se muestran como los finales—, debe ayudarnos a enderezar nuestras vidas y vivir en estado de gracia, como buenos hijos de Dios. Por tanto, queremos hacerles un breve comentario sobre una de las visiones del Apocalipsis, siguiendo al Padre Leonardo Castellani en su obra El Apokalypsis de San Juan, obra 1963.
(Cuerpo)
Primeramente, recordemos y tengamos bien presente que el Apocalipsis, que es el último libro de la Sagrada Escritura, es eminentemente profético, una profecía; de hecho, el puro nombre, Apocalipsis, significa revelación, y trata principalmente de la Segunda Venida de Dios Nuestro Señor Jesucristo o su Parusía, que es el objeto del Libro.
La visión que queremos comentar es la de la Medición del Templo, cap. 11, vv. 1-2. Dice San Juan, en el Libro del Apocalipsis:
“Me fue dada una caña, semejante a una vara, y se me dijo: ‘Levántate y mide el Templo de Dios, y el altar, y a los que adoran allí. Mas el atrio, que está fuera del Templo, déjalo afuera y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles, los cuales hollarán la Ciudad Santa durante cuarenta y dos meses’”.
Dice el Padre Castellani, respecto a estas palabras de San Juan: “Todos los Santos Padres han visto en esta visión el estado de la Iglesia en el tiempo de la Gran Apostasía: reducida a un grupo de fieles que resisten a los prestigios y poderes del Anticristo… mientras la Religión en general es pisoteada durante 42 meses o 3 años y medio. Pisotear no es eliminar: el Cristianismo será adulterado”. Y añade el Padre: “El mismo Templo y la Ciudad Santa serán profanados, ni serán ya Santos. No serán destruidos. La Religión [católica] será adulterada, sus dogmas vaciados y rellenados de substancia idolátrica [es decir, de un sentido y significado distinto]…”.
Notemos cómo el Padre Castellani es categórico: “Todos los Santos Padres —nos dice— han visto en esta visión el estado de la Iglesia en al tiempo de la Gran Apostasía: reducida a un grupo de fieles que resisten…”. Y verdaderamente, si lo pensamos bien, podemos decir que se está cumpliendo esto ante nuestros ojos, pues a nosotros nos ha tocado vivir la Gran Apostasía: Apostasía de las naciones que antaño eran católicas, las cuales renegaron de su catolicismo al hacerse “laicas”, neutras en materia de religión, esto es, ateas —podríamos decir—, por cuanto son personas morales; y Apostasía también en la Iglesia, pues el Concilio Vaticano II —y hay que decirlo sin miedo— fue una Apostasía de la Fe Católica, pues fue la instauración de la herejía del modernismo —la cual fue llamada por San Pío X precisamente la síntesis o suma de todas las herejías, esto es, una apostasía—, y fue también el punto de partida de la creación de una nueva religión moderna ecuménica contraria a la Religión Católica bimilenaria, religión nueva que será muy probablemente —si no lo es ya, en algún grado— la base para la Religión Mundial del Anticristo —la cual está profetizada—.
Y, en verdad, los verdaderos adoradores de Dios, es decir, los fieles católicos que guardan la verdadera Fe Católica de siempre y los verdaderos Sacramentos Católicos —no los modernos, que fueron todos cambiados— y que se niegan a reconocer como verdaderas autoridades católicas a los que imponen el error y la herejía en nombre de la Iglesia (!) —lo cual es un absurdo, pues la Iglesia no puede enseñar el error—, están reducidos a un número insignificante. Los verdaderos fieles están desperdigados por el mundo entero, pero qué son en comparación a la inmensa mayoría que se plegó a la Apostasía del Concilio Vaticano II.
Y así, podemos ver que esta profecía ya está cumplida en parte; decimos en parte, porque allí la letra hace referencia a los 3 años y medio del reino del Anticristo, en el cual será, sin duda, mucho más reducido aún el número de almas fieles; pero en parte ya se ha cumplido, por lo que hemos dicho, pues los verdaderos católicos hoy en día están sumamente reducidos.
Y también está cumpliéndose, sin duda, lo que dice la profecía del Templo que “ha sido entregado a los gentiles [esto es, a los paganos, los que no tienen Fe], los cuales hollarán [pisotearán] la Ciudad Santa”. Respecto a ello, dice el Padre Castellani: “Pisotear no es eliminar: el Cristianismo será adulterado” y “La Religión [católica] será adulterada, sus dogmas vaciados y rellenados de substancia idolátrica…”. Esto lo escribió en ¡1963!, y ya lo había dicho antes en Los Papeles de Benjamín Benavides, que es de unos diez años más atrás, aproximadamente.
1Cap. 21, vv. 25-33.
Y esto es tal cual lo que hoy vemos; con el Concilio Vaticano II lo que se operó fue una falsificación o adulteración del catolicismo, de nuestra Santa Religión Católica; han mantenido la cáscara (Iglesias, reliquias antiguas de santos, etc., etc.), esto es, la pura apariencia, pero han vaciado el contenido, han vaciado el dogma católico2, quitándole el sentido que siempre tuvo y tiene en la Iglesia Católica, para darle otro distinto, heterodoxo. Por esto, es que ha logrado engañar y engañan a tanta gente que está de buena fe, pues mantienen una mera apariencia, pero sin sustancia.
(Conclusión)
Para concluir, simplemente digamos que todo lo dicho no debe ser motivo de desánimo; todo lo contrario, hay que estar sumamente agradecidos a Dios que, en estos tiempos de tanta oscuridad e iniquidad, nos ha dado —sin merecimiento alguno— la luz de la Fe verdadera Católica y nos ha permitido ver lo que está ocurriendo en estos tiempos actuales.
También el saber esto debe movernos a estar aun más pendientes de las profecías que tenemos en la Sagrada Escritura, —para lo cual, lo más recomendable es leer al Padre Castellani, que es una guía incomparable en todos estos temas—; en especial debemos leer el Apocalipsis, el cual contiene, de hecho, una bienaventuranza; dice San Juan, respecto al este Libro: “Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas; pues el tiempo está cerca”3.
Además, como decíamos al inicio, este estar pendientes de las profecías, de los hechos o acontecimientos últimos, también debe ayudarnos a vivir bien, como buenos hijos de Dios, en estado de gracia; mientras que lo contrario, vivir despreocupados, sin pensar para nada en ello, puede ser motivo —y muchas veces lo es— de que vivamos mal, en pecado.
En efecto, Cristo mismo nos manda estemos pendientes y sobre aviso, diciendo al final de su discurso de hoy —aunque no figura en el texto de la Misa— lo siguiente: “Mirad por vosotros mismos, no sea que vuestros corazones se carguen de glotonería y embriaguez, y con cuidados de esta vida, y que esa día no caiga sobre vosotros de improviso, como una red… Velad, pues, y no ceséis de rogar para que podáis escapar a todas estas cosas que ha de suceder y estar en pie delante del Hijo del hombre”4.
Roguemos, pues, a María Santísima para que nos dé la gracia de estar bien pendientes de todos estos acontecimientos y de que podamos perseverar, pues solamente será coronado el que perseverare hasta el fin; ése será salvo, nos dice Nuestro Señor.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez