1er Domingo después de Epifanía 2017

Sagrada Familia, el fin principal del Matrimonio, La procreación, la educación de los hijos.

(Domingo 8 de enero de 2017) P. Altamira.

(Introducción)

Queridos hijos:

Hoy es la Fiesta de la Sagrada Familia, Primer Domingo después de Epifanía. Es la gran oportunidad de nosotros los sacerdotes para enseñar tantas cosas alrededor de lo que es realmente una familia católica, una familia bien constituida (bien constituida, antes que nada, “ante Dios”). Y es un tema en el cual -por supuesto- los católicos fallamos mucho, tantas incoherencias que cargamos y tenemos.

La única -entre comillas- “lástima” es, que tanto en mi país como en Colombia, y en toda Hispanoamérica, esta fiesta tan hermosa e importante llega durante las vacaciones. Por ello, lo que uno puede llegar a enseñar siempre es aprovechado por un menor número de fieles, muchos están de vacaciones.

No sabíamos si hacer más de una prédica. En esta oportunidad, queríamos hablar de algunos aspectos del fin principal del Matrimonio, y también de la educación de los hijos (que es parte del fin primario y principal). Creo deberemos tocar el tema nuevamente en otros domingos. Comencemos con lo de hoy.

(Cuerpo 1: La Familia Numerosa)

Muchas veces les hemos enseñado sobre el fin más importante del Matrimonio, el fin primario y principal: La procreación (tener niños, o intentar tenerlos). Y el segundo aspecto de este fin primario es la educación de los hijos, la educación de la “prole”, la educación católica, dar a los hijos una gran educación católica. De allí aquello tan hermoso que siempre tuvimos los católicos, y que casi se ha perdido: Nos referimos a la Familia Numerosa, y con niños muy bien educados.

Tener, desear tener, una familia numerosa, muchos y hermosos niños, no es “un mal que hay que soportar”, ¡es un bien, y un gran bien!, y es una cosa hermosa que todo católico que aspira al Matrimonio debería desear.

En nuestras mentes de hombres “modernos”, somos tan tontos los católicos, que muchos se han dejado “lavar el cerebro” por la propaganda del Anticristo. Y así “el niño”, un hijo, es “el enemigo a evitar”; poco más y el hijo es un “cáncer”. ¡Eso no puede ser!
    ¿Cuántos de los aquí presentes ya son papá o mamá? ¿Tan “feo” es tener un niño, tan “feo” es tener hijos; tan “espantoso” estar rodeados de esas hermosas criaturitas, rodeados del cariño de sus propios hijos?

Un buen católico debe aspirar, si Dios le da ese regalo, a tener una familia numerosa, ¡y bien numerosa!, con muchos niños; como era antes y como tiene que volver a ser ahora.

Y un buen católico no sólo desea y tiene -si puede- una familia numerosa, sino que les enseña a sus hijos, que ellos también, cuando se casen, tengan igual o más hijos que su papá y su mamá, mayor número de hijos que sus padres.

Aquí en Colombia, el slogan es “tener la parejita”, tener sólo dos. Y hoy en día muchos ni siquiera eso, sino sólo uno, o ninguno.

Dicho sea de paso, si en el Matrimonio (al momento de contraerlo) se tiene una intención contra el fin primario, si se casan con la intención de no tener hijos, de “planificar” (o hacer anticoncepción) para no tener hijos, dicho “Matrimonio” es inválido, eso invalida el Matrimonio, y no quedan casados “por más Canto Gregoriano e incienso que se use”. Que sirva eso para que entiendan la importancia de tener hijos (aunque no es lo mismo la esterilidad; ésta no invalida el Matrimonio). Y no está de más decir (aunque no podemos aclarar todo, u hoy no lo haremos), que lo que en Colombia llaman “planificación”, “anticoncepción” en mi país, es pecado mortal, y eso lleva al Infierno.

(Cuerpo 1 bis: La Familia Numerosa; continuación)

Al revés de la famosa “parejita” hay que tener no “dos”, sino “doce”; ¡quiera Dios!

Miren cómo hemos obrado los católicos: Al revés de transmitir los ideales del Catolicismo, ha habido “un quiebre”, y un quiebre profundo. Y esto desde la pésima década de los 60’ (tal vez algo ya en los 50’). Pongamos el ejemplo de la siguiente manera:

Nuestros abuelos tuvieron doce hijos (y algunos más). Sus hijos (tal vez nuestros padres) tres o cuatro, cinco máximo. Sus nietos (nuestra generación) dos, o menos que eso. Y hay gente que directamente no quiere tener hijos.

El católico “transmite”. ¡Tradición es eso!, eso significa la palabra “tradición”: lo que uno transmite. En lo que estamos hablando: Nuestros abuelos y nuestros padres deberían no sólo haber tenido muchos niños (y muchos los tuvieron), sino también enseñar a sus hijos que cada uno de ellos tuviera igual o más niños aun. Y al revés, qué tristeza: en muchos casos ellos, nuestros mayores, que tuvieron muchos hijos, les dijeron explícitamente a sus hijos que ellos no cometieran “el mismo error”. Lo digo paternalmente, pero qué vergüenza una cosa así.

Miren si de algo puede estar orgullosa mi Congregación es que, en Argentina, si algo hemos conseguido de nuestros fieles allá, es que haya realmente muchas familias bien numerosas.

En donde yo estuve destinado 9 años, en Mendoza, si algo había en nuestros fieles, me permito decir, era la convicción común de tener muchos niños; eso era casi una uniformidad allá. Al punto que, un chiste, el que menos tenía, decía: “no; yo tengo pocos hijos, tengo solamente ocho”.
 Hablando ahora en serio, allí yo tenía “un montón” de familias bien numerosas: De ocho hijos, de diez hijos, dos o tres de once, y una sola -el top ten de la lista- de trece hijos. En una de esas familias, entre siete hermanos tuvieron 63 niños, primos hermanos, ¡sesenta y tres niños!, ¡una sola familia! En el tema del fin principal del Matrimonio, ¡eso es Catolicismo en acción, y no puro bla-bla!

Les contamos otra anécdota:

Una vez yo estaba casando una pareja en donde el novio era de Estados Unidos, y habían venido algunos de sus hermanos, los cuales estaban presentes en la boda. En la prédica yo me ufanaba de que había tenido unos fieles en Argentina que entre todos los hermanos habían tenido 63 niños, y yo lo decía como “los únicos”.     Después de la Misa se me acerca uno de los hermanos del novio, que también era y vivía en los Estados Unidos, y me dice algo así: “Sabe, padre, nosotros somos doce hermanos; solamente se han casado ocho, y entre todos tenemos 75 niños”. Yo lo miré, no supe bien qué decirle, y por toda reacción le di un gran abrazo de felicitaciones, diciéndoselo también. Aclaro que no me acuerdo exactamente si los casados eran ocho, o tal vez sólo siete, pero lo que sí me acuerdo es que el total era 75 niños. ¡Grandioso!

En los Retiros Espirituales, nosotros ponemos fotos de familias numerosas, de las familias de Mendoza, para que vean que eso sí existe, que se puede, y que se debe. Las ponemos como un “mensaje subliminal”, en realidad bastante directo; “pa’que se inspiren”. Y aclaramos que no queremos poner más familias de Argentina; queremos poner familias CO-LOM-BIA-NAS. Espero poder tener esa alegría de parte de todos mis fieles.

Primer punto entonces, el fin primario y principal del Matrimonio: la procreación, y, quiera Dios, la Familia Numerosa.

(Cuerpo 2: La educación de los hijos)

Y hoy es un día de anécdotas. Pero esta nueva anécdota me sirve para introducir, el tema de la educación de los hijos.

Mendoza; era un Domingo de Pascua, estábamos todos muy cansados después de la Vigilia Pascual, etc. Yo estaba haciendo la prédica.

Había una dama joven, a la cual yo mismo había casado -si mal no recuerdo-, que tendría tres años de casada. Creo en ese momento tenía en sus brazos a su segundo bebé, estaba con el nuevo bebé nacido hacía unos pocos meses. Ella estaba al fondo de la iglesia (hay una iglesia muy grande y muy linda allá). Y ese “enano”, ese día, estaba llorando como nunca, gritaba-y-gritaba-y-gritaba, era algo impresionante. En un momento dado, yo ya no podía más, y en medio de la prédica interrumpí, y dije: “Señora, ¡por favor saque ese niño de la iglesia hasta que se tranquilice!”. Se armó un pequeño tumulto allí al fondo de la iglesia, y la señora salió con el niño.

Al final de la Misa, esta dama viene enojada a la sacristía, y pide hablar conmigo; y me dice: “Padre, no lo entiendo: Usted nos vive diciendo que tengamos muchos niños, y después se queja”. Y yo le respondí: “Sí, señora, hay que tener muchos; respondo sí, siempre; pero muchos, y además: santos; la educación católica de los hijos; saque a su hijo cuando esté tan inquieto”.

Si un niño está inquieto, llora, distrae a los demás, hay que sacarlo de la capilla o de la iglesia. Ir a donde no moleste a los demás.

Hay que tratar de que la gente rece tranquila, en un ambiente de silencio y de recogimiento. Y si una mamá o un papá deben salir a causa del niño, la Misa les vale igual. A un niño se lo empieza a educar, en realidad, mientras es bebé, con algunas actitudes que deben tener los padres del niño.

(Cuerpo 3: La educación de los niños; continuación)

Otra anécdota; domingo de anécdotas; hecho también ocurrido allí en Argentina:

Había una mamá que llegaba a Misa el domingo, y traía una cartera o bolso, que, por el tamaño, parecía una arroba de café (era realmente grande). ¿Por qué tan grande?     Llegaba, se ponía también al fondo de la iglesia (“los muchachos del fondo”), y empezaba a sacar, a sacar… ¿A sacar, qué? Juguetes, un montón de juguetes que ella desplegaba al fondo de la iglesia para que jueguen sus niños y estuvieran “medianamente tranquilos” durante la Misa, “porque no los dominaba”.

Era también una mamá joven; tenía ya tres niños. Y los niños empezaban durante la Misa con sus juguetes “ta-ta-ta”, “ta-ta-ta”, golpeando el banco, haciendo ruido (las naves espaciales, o los autitos y sus motores; o lo que sea). Y ella muy tranquila allí. Parece era la única forma que ella tenía de medio dominar a sus hijos. La agarró el superior aparte, y le dijo: “No, señora; juguetes… ¡basta!”. Se solucionó el problema.

En el tema de “los juguetes para la Misa”, “algo” se puede tolerar, pero no mucho. Por ejemplo, me parece muy dulce ver una niñita con su bebote, haciendo las veces de mamá, cuidándolo como si fuera una mamá… y estando bien calladita. Pero el papá y la mamá deberán cuidar que sus niños estén silenciosos.

Ya alguna vez lo dijimos: A todos nosotros no nos dejaban ni respirar en Misa; nos obligan a estar bien callados y quietos en la Misa; y si no, “cobrábamos”. Y no hemos salido ni acomplejados, ni mal, ni nada.  l revés, gracias a esas cosas, hemos salido menos “pior”.

(Conclusión: La educación de los hijos; continuación)

Terminamos abruptamente:   El respeto a los padres.   Y el tema de lo que comen o no comen sus hijos (“lo que les gusta”).

Creo que a ninguno de nosotros se nos permitió jamás faltar el respeto a nuestros padres. No puede ser que “los niños modernos” sean mal educados con sus padres. Hay que volver a lo antiguo, al antiguo respeto.

Las comidas. Las mamás modernas les hacen a sus niños “lo que les gusta”, “sólo lo que a ellos les gusta”. ¡Pésimo! ͋Eso es una anti- educación! Un católico no puede estar en algo así. Hay gente que se muere de hambre en el mundo, ¡y usted va a estar permitiendo que su hijo diga “no me gusta”! Creo que a ninguno de nosotros se nos permitió decir eso; eso era una palabra prohibida. Nosotros no podíamos terminar de decir eso y ya estábamos “cobrando”. En una familia realmente católica, “el no me gusta”, debe ser una palabra “prohibida”. Y miren cómo todo se relaciona con todo: Claro, es muy fácil hacerle “sólo lo que le gusta” (o les gusta), si ustedes tienen dos o tres niños, “la parejita”. Pero tengan una familia numerosa, tengan trece como esa señora de Mendoza, y veremos si les hacen “sólo lo que a ellos les gusta”: “¡Se como lo que hay, caramba, y si no: usted niño cobra!”.

Al final, hasta a los mismos papá y mamá, la familia numerosa les hace bien porque les exige ser más virtuosos y educar bien a los hijos. De lo contrario, se volverían locos.

Muchas cosas aún por decir. Habría otra anécdota con lo de las comidas y “yo como sólo lo que me gusta”. Pero esto ya está largo y tienen suficiente por hoy.

AVE MARÍA PURÍSIMA.