Fiesta de Epifanía 2019

Los Reyes Magos.

(Domingo 6 de enero de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Hoy, Fiesta de la Epifanía del Señor, más conocida como Fiesta de los Reyes Magos, deseamos tocar tres puntos relativos a esta festividad.

(Cuerpo 1: Llegada de los Reyes Magos)

(1) En primer lugar, tocar el tema de cuándo hacen su llegada los Reyes Magos a Belén. Las opiniones divergen respecto a esto:
(a) Unos creen que la llegada de los Reyes Magos a Belén es bastante tiempo después del nacimiento del Niño Dios, de uno a dos años, y que, por esta razón, mandó Herodes asesinar a todos los niños de Belén y de los alrededores de dos años para abajo, según lo que averiguó de los mismos Reyes Magos respecto a la misteriosa estrella que los guió.
(b) Otros sostienen que la llegada de los Reyes Magos se verificó a los trece días del nacimiento del Niño Dios. Y éstos, a su vez, se dividen en dos grupos: Por un lado, los que opinan1 que los Reyes Magos, al aparecerse la estrella —lo cual habría acontecido dos años antes del nacimiento—, no entendieron en ese momento su significado sino que éste les fue revelado únicamente después del nacimiento del Niño y que, entonces, emprendieron el viaje. Y, por otro, están los que afirman2 que, apenas aparecida la estrella, les fue revelado el misterio del nacimiento del Redentor, por lo cual emprendieron casi inmediatamente el viaje, el cual habría durado tal vez hasta dos años.
Sin embargo, estas dos últimas opiniones coinciden en que los Reyes Magos llegan al poco tiempo del nacimiento, suelen decirse trece días. A esta discusión sobre cuánto tiempo se demoran en llegar, contribuye no saberse exactamente de dónde provenían los Reyes Magos, ya que la Sagrada Escritura únicamente dice que vinieron de Oriente. Las opiniones se dividen en si eran persas, caldeos, descendientes de Balaam o de si provenían de algún desconocido confín de la tierra.

1 San Agustín, por ejemplo. Cf. Catena Aurea, Santo Tomás de Aquino, Tomo I, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, Argentina, 1948, p. 56.
2 San Juan Crisóstomo trae esta opinión. Cf. Catena Aurea, Santo Tomás de Aquino, Tomo I, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, Argentina, 1948, pp. 47 y 56.

(Cuerpo 2: Fe de los Reyes Magos)

(2) El segundo punto que deseamos tocar es la Fe de los Reyes Magos, la cual es, en verdad, asombrosa. Para poder apreciarla mejor pongámonos en contexto. Situémonos con nuestra imaginación en lo acontecía en ese entonces:
Unos misteriosos personajes, llamados magos por la Sagrada Escritura, —así se llamaban los sabios y filósofos de oriente, no que hicieran hechicería—, los cuales la Tradición nos enseña eran reyes también, son por Dios elegidos para una importantísima revelación. A ellos Dios, en los misterios de su Providencia, decide comunicar, por medio de la milagrosa aparición de una estrella atípica, el magno acontecimiento del nacimiento del Redentor del mundo, del Salvador anhelado por la humanidad desde la prevaricación de nuestros primeros padres Adán y Eva.

Ellos al recibir esta revelación no dudan ni un instante. Se preparan para el viaje y se ponen en marcha. Qué Fe la de ellos, pues sin dilación emprenden semejante trayecto, con todas las dificultades y molestias que supone. Imaginemos, pues, esas caravanas que irían con los Reyes Magos, que la Tradición nos enseña eran tres. Representemos en nuestra imaginación la majestuosidad que circundaría, no sólo a cada uno de ellos, sino también a toda la comitiva. Cuál no sería la gravedad y solemnidad de esos rostros enriquecidos por la ciencia y más aun ahora por la Fe que les era revelada. En definitiva, sería un espectáculo sublime el poder contemplar semejante procesión que iba a adorar al Rey de reyes y Señor de señores.

Por tanto, al llegar esta imponente romería a Jerusalén ¿cómo no iban a verse turbados y consternados Herodes y toda Jerusalén, como dice la Escritura, ante tan inaudito y nunca antes visto hecho?, ¿cuándo antes en la historia de Israel había acontecido algo semejante? ¿Y, por su parte, cuál no sería la sorpresa de los mismos Reyes Magos, al ver la consternación e ignorancia del pueblo judío respecto a tan importante evento, cuál era el nacimiento de su Rey y Señor, esto es, del Mesías, del Cristo? ¿Y esto acaso desanimó a los Reyes Magos, haciendo que dieran marcha atrás? No, para nada, sino que siguieron impertérritos en su propósito. El cielo les había revelado que nacido era el Salvador del mundo y ellos lo encontrarían, así fuera sin la ayuda del pueblo que debiera haber sido quien los hubiera llevado hasta los pies de tan augusto Rey.

Siguen, pues, el camino, siendo guiados una vez más por la estrella que los lleva hasta Belén, al sitio donde se hallaba el recién nacido. Y en esta escena es donde podemos ver y admirar lo más puro y grandioso de su Fe: Les había sido revelado —repetimos— que había nacido el Rey de reyes, el Señor de señores; el Mesías prometido antaño por Dios; Dios mismo que había descendido a la tierra para poder redimir y salvar a los hombres. Llegan, pues, a donde se halla este Rey, a donde la estrella misma los ha conducido, ¿y qué encuentran, qué es ofrecido a su vista? Un Niño apenas cubierto por unos viles pañales, recostado sobre un pesebre… no hay nadie, no hay cortesanos ni comitivas… sólo están allí sus pobres y humildes padres, María y José. No hay magnífico ni espléndido palacio; no hay cuna de oro; no hay diadema alguna puesta sobre las sienes del párvulo; no hay ni siquiera alguien que haga compañía al gran Rey… todo lo que hubieran podido pensar que habría, que encontrarían, debido a lo sublime e importante del acontecimiento, de la revelación que les había sido hecha, estaba ausente, ¡no había nada!, ese lugar carecía de todo ornamento real. La pura lógica humana hubiera dicho: “¡Nos han engañado!, ¡hemos emprendido el viaje en vano!, ¡pensábamos que encontraríamos un Rey y ved con qué nos hemos topado!”. Y, sin embargo, leemos en la Sagrada Escritura que: “Entrando en la casa, hallaron al Niño con María, su madre, y, postrados, le adoraron”. Admirad tan sublime Fe. Solamente ven un Niño pobre —tan pobre que ni cuna tiene— y junto a Él a sus padres igualmente pobres; mas, sin embargo, postrados le adoran, reconociendo así, en ese Niño, a Dios, al Salvador del mundo3.

3 San Juan Crisóstomo dice hermosamente al respecto: “No coronada [se refiere a la Virgen] su cabeza con diadema imperial, ni tampoco recostada sobre dorado lecho, sino teniendo apenas unas sola túnica (vestido), no con que adornar su cuerpo, sino con que cubrir su desnudez, cual la debía tener para viajar la esposa de un carpintero.
Indudablemente que si ellos hubieran venido buscando un rey terrenal, más bien se hubieran llenado de confusión que de alegría, por haber sufrido sin resultado las molestias e incomodidades de un camino tan largo. Pero como ellos buscaban un Rey celestial, y aun cuando con los ojos corporales no veían allí nada propio de rey, satisfechos, sin embargo, de lo que la estrella les decía, se regocijaban a la vista de este pobre Niño, cuya majestad resplandecía en sus corazones y veían con los ojos del espíritu. Por eso, “postrándose le adoraron”: veían a un hombre, pero reconocían a Dios”
. Ibídem, p. 58.

(Cuerpo 3: “Primicias de los Gentiles”)

(3) Ahora pasemos al tercer punto, a saber, que los Reyes Magos, por este acto de adoración del verdadero Dios, se constituyen en las primicias de los gentiles”. Respecto a esto, les compartimos unas palabras bastante bellas de San León Papa:

“Reconozcamos por tanto, amadísimos, en los Magos que adoran a Cristo, las primicias de nuestra vocación y Fe; y celebremos con ánimos exultantes los inicios de la esperanza bienaventurada. A partir de allí, en efecto, hemos comenzado a ingresar en la eterna heredad. A partir de allí, los arcanos oráculos de las Escrituras que hablan de Cristo se hicieron patentes a nosotros, y la verdad, que la obcecación de los judíos no recibe, resplandeció su luz a todas las naciones. Por consiguiente, sea honorado por nosotros el día sacratísimo, en el cual el Autor de nuestra salvación se manifestó. Y a quien los Magos veneraron como infante en el lugar de su nacimiento, nosotros adorémosle como omnipotente en los cielos. Y como aquéllos de sus tesoros ofrecieron al Señor místicas especies de dones, así también nosotros de nuestros corazones, las cosas que son dignas para Dios, ofrezcámosle”4.

4Breviario Romano, Segundo Nocturno, Tercera lección.

Primicias de los gentiles fueron, pues, los Reyes Magos, es decir, fueron los primeros no judíos en convertirse y adorar a Cristo Redentor, a Dios hecho hombre. Ellos nos precedieron a todos nosotros en la conversión. Ellos precedieron a la Cristiandad Europea, a esa magnífica obra de la Iglesia, donde Dios Nuestro Señor Jesucristo fue el centro y corona de toda la civilización: toda la vida individual y social giraba en torno a Cristo, a la Verdad. Esas sociedades europeas cimentaron todo su orden sobre la piedra angular, que es Dios Nuestro Señor. Las leyes, la enseñanza, la disciplina, la vida individual, familiar, social, todo, absolutamente todo, estaba fundamentado en Cristo. Y este grandioso estado de cosas duró alrededor de mil años, aproximadamente desde el año 500 hasta el 1500, cuando comienza la decadencia con Lutero a la cabeza.

Y aquí en América, en Hispanoamérica más concretamente, se dio algo parecido, que podríamos llamar Cristiandad Española, por haber sido ella principalmente obra —magnífica e inmensa por supuesto—, de nuestra amada madre España. Aquí también, pero por un lapso menor de alrededor de trescientos años, desde el descubrimiento de América a finales del siglo XV hasta las revoluciones de nuestros países de índole masónica ocurridas durante el siglo XIX aproximadamente, Dios Nuestro Señor Jesucristo fue el centro y corona de toda la civilización. Asimismo, en nuestras sociedades toda la vida individual y social giró en torno a Cristo, a la Verdad. Todo se fundamentó sobre Él.
Las leyes, enseñanza, etc., como recién decíamos, de la Cristiandad Europea; aquí también todo estaba cimentado sobre Cristo. Por desgracia, una y otra Cristiandad, la Europea y Española, hoy en día, prácticamente han sido aniquiladas; quedan vestigios únicamente, pero sociedades fundamentadas única y exclusivamente en Dios Nuestro Señor Jesucristo, no.

(Conclusión)

Sin embargo, queridos fieles, hoy debe ser día de alegría para todos nosotros. Regocijémonos, pues, en extremo, porque estamos festejando nuestro ingreso a la Fe, única que puede salvarnos y otorgarnos la vida eterna. Hoy es —podríamos decir— nuestra Fiesta, pues hoy celebramos la admisión de todas las naciones, de todos los pueblos a la Iglesia, única arca de salvación.
Por tanto, alabemos y demos gracias a Dios Nuestro Señor Jesucristo en este día, por el singular y gratuito don de la vocación a la Fe que nos ha hecho, e imitemos a los Reyes Magos que ofrecieron a Nuestro Señor sus dones, ofreciéndole nosotros lo que poseemos de más valioso y trascendental, cuales son nuestra inteligencia y voluntad; dándole, en definitiva, todo nuestro ser, ofrecido éste, por medio del Inmaculado Corazón de María, a su servicio para su mayor Gloria.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.