Parábola de los obreros de la viña.
(Domingo 9 de febrero de 2020) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos hallamos el día de hoy en el Domingo de Septuagésima, el cual da comienzo al ciclo litúrgico llamado Tiempo de Septuagésima, cuya principal finalidad es ir preparando y disponiendo nuestras almas para la Cuaresma que ya se aproxima —en menos de un mes será Miércoles de Ceniza—. Por ello los ornamentos son ya morados —color que simboliza la penitencia—.
Nuestro deseo es comentar la parábola del Evangelio del día de hoy, llamada de los obreros de la viña1, la cual tiene dos interpretaciones: una sobre el pueblo judío y las naciones gentiles, y otra aplicable a cada el alma de manera individual.
(Cuerpo 1: El Pueblo Judío)
La parábola comienza así:
“El reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió muy de mañana a ajustar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en darles un denario por día, los envió a ella”.
El hombre, padre de familia, representa en esta parábola al Padre Eterno que “muy de mañana” ajusta obreros para su viña, esto es, desde el principio del mundo llama a los hombres a trabajar en la dilatación de su reino sobre la tierra, en la propagación de la Fe en el único y verdadero Dios, del único camino conducente a la salvación. El denario representa el premio dicho trabajo, a saber: la vida eterna.
Y continúa la parábola, narrándonos del obrar del padre de familia:
“Y saliendo [el padre de familia] cerca de la hora de tercia, vio otros [obreros] en la plaza que estaban ociosos. Y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os daré lo que fuere justo. Y ellos se fueron. Volvió a salir cerca de la hora de sexta y de nona, e hizo lo mismo. Salió, por fin, cerca de la hora undécima, y vio a otros que estaban allí, y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos? Y ellos le respondieron: Porque ninguno nos ha contratado. Les dice: Id también vosotros a mi viña”.
Las diversas horas (tercia, sexta, nona, etc.), en que el Padre Eterno sale a buscar más operarios que trabajen en su viña, representan, según nos enseña San Gregorio Magno2, las diversas edades o etapas del mundo, pues toda la vida del mundo, los siglos de los siglos, son para Dios como si fueran apenas un día. Y así la primera hora del día, cuando el padre de familia sale muy de mañana, simboliza el tiempo de Adán hasta Noé; la hora de tercia representa el tiempo de Noé a Abraham; la de sexta, el de Abraham a Moisés; la de nona, el de Moisés a Dios Nuestro Señor Jesucristo y la hora undécima —que es la última—, representa el tiempo actual, esto es, desde la venida de Nuestro Señor hasta el fin de los tiempos.
De manera que podemos notar, que Dios siempre en todo tiempo o época ha, por medio de su gracia, llamado a los hombres a que formen parte de y trabajen por su reino. No ha habido época alguna en que no hubieran sido llamados los hijos de los hombres por la misericordia de Dios. Asimismo, podemos apreciar cómo el pueblo judío fue llamado por Dios antes (horas de sexta y de nona), para mantener en él viva la Fe en el único y verdadero Dios y en el Mesías o Redentor, que había de venir, mientras el resto de las naciones quedaron sumidas en las espesas tinieblas de la idolatría y del error. Mas, éstas no habían de permanecer por siempre en ese triste estado, pues Dios, por su pura y gran misericordia, sin haber mérito o merecimiento alguno de parte de ellas, las llamó, en la hora undécima, como dice hermosamente S. Pedro, “de las tinieblas a su luz admirable”3, invitándolas a formar parte de su reino, esto es, de su Iglesia que Él mismo fundó, la Santa Iglesia Católica, por medio de la Fe y de la gracia.
Y, volviendo a la parábola, prosigue así:
“Al venir la noche, dijo el dueño de la viña a su mayordomo: Llama a los obreros y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta los primeros”.
Recién veíamos que el día de la parábola es figura de toda la edad del mundo. Por tanto, por la noche está significada la consumación del siglo, esto es, el fin del presente mundo tal como lo conocemos. Es decir, aquí está significado el juicio final o universal, en que todos los hombres han de ser juzgados a la faz de todo el mundo. En efecto, el mayordomo al cual el padre de familia, esto es, el Eterno Padre, encarga dar a los obreros el pago por su trabajo, representa a Dios Nuestro Señor Jesucristo que ha de ser el Juez en aquel tremendo y terrible día, en el gran día del juicio final.
Y la parábola sigue:
“Cuando vinieron los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada cual su denario. Al llegar los primeros, creyeron que les darían más; pero no recibieron sino un denario cada uno”.
1 S. Mateo 20,1-16.
2 Catena Aurea, S. Tomás de Aquino, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, Argentina, 1946, pp. 151-152.
3 1 S. Pedro 2,9.
El denario es, como habíamos dicho al comienzo, la vida eterna. Por esto todos reciben un denario, a pesar de haber sido llamados en diferentes momentos, porque la recompensa es esencialmente la misma para todo el que se salva: la bienaventuranza eterna —si bien en el cielo habrá diferentes grados de bienaventuranza acorde a los distintos méritos de cada uno—.
Mas, al ver los de la primera hora lo sucedido:
“Murmuraban contra el padre de familia, diciendo: Estos últimos sólo han trabajado una hora y los has igualado a nosotros, que hemos llevado el peso del día y el calor”.
Éstos que murmuran son los judíos, los cuales, al ver que los de la hora undécima —los gentiles, nuestras naciones—, que llegaron después de ellos, reciben también el mismo denario que ellos (la vida eterna), lejos de alegrarse, sienten una execrable envidia, pues se entristecen del bien ajeno. Hubieran querido que la salvación fuese sólo de ellos. Mas, el padre de familia responde a sus murmuraciones:
“Amigo, no te hago ningún agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo y vete; pues quiero yo dar a éste, bien que sea el último, tanto como a ti. ¿No me es lícito hacer de lo mío lo que quiera? ¿O has de ver con malos ojos porque yo soy bueno?”.
Para que comprendamos bien las palabras aquí dichas contra la envidia judaica, debemos tener bien en claro que el denario —esto es, la vida eterna—, es un don absolutamente gratuito de Dios, por lo cual Dios lo da a quien quiere y cuando quiere, sin estar supeditado a nada ni nadie: “¿No me es lícito hacer de lo mío lo que quiera?”. Ni los judíos ni los gentiles han merecido el denario, sino que por sola la misericordia de Dios lo han recibido, para que “delante de Dios no se gloríe ninguna carne”, como dice bellamente San Pablo4.
4 1 Cor. 1,29.
(Cuerpo 2: Aplicación Espiritual)
Ahora pasemos a la interpretación espiritual de la parábola, la cual cada uno podrá aplicar a su propia alma.
En efecto, Dios nos hace a todos el llamamiento a trabajar en su viña, esto es, a obrar la santificación y salvación de nuestra alma, pues ésta, como una viña, ha de ser labrada y cultivada, erradicando y desarraigando de ella la maleza y malas hierbas del pecado y del vicio, y sembrando y enraizando en ella las semillas y plantas de las diversas virtudes, para que a su tiempo rindan sus frutos.
Y las diversas horas en que el padre de familia hace su llamado significan las diversas etapas de la vida: la niñez, la adolescencia, la juventud, la edad adulta y la vejez. Y así:
1) Muchos son llamados y comienzan a trabajar en la viña de Dios desde su niñez, desde la más tierna edad —privilegio que jamás será lo suficientemente agradecido a Dios en toda la vida—.
2) Otros escuchan el llamado de la conversión en la flor de la edad, en la adolescencia o juventud; llegando a oír incluso la voz del divino Maestro que les dice: “deja todo y sígueme”, que los llama a la vocación, a un estado de vida mucho más perfecto.
3) Otros son llamados en la edad madura, cuando ya son hombres y tienen prácticamente su vida hecha —o desecha en algunos casos—; cuando su mente está totalmente absorbida por los afanes y cosas de este mundo. Entonces Dios los invita a la vida verdadera.
4) Y, finalmente, están los que, después de toda una vida de pecado y de haber tenido a Dios abandonado, son llamados por Dios estando ya en el declive de la vida, cuando la mecha comienza a menguar y apagarse, cuando la muerte se aproxima.
Y en muchos casos estos llamados de Dios ocurren en diversas etapas de la vida y de manera reiterada; Dios suele insistir bastante.
¡Cuántos habrán sido llamados en todas las etapas de su vida y muchas veces!
Y si respondemos al llamado, por muchos pecados que hayamos podido tener o tengamos; si respondemos —como decimos— a ese llamado y nos convertimos de corazón a Dios y perseveramos en ello y morimos en su gracia, ¡dichosos entonces de nosotros!, pues recibiremos el denario: la vida eterna, aunque hayamos sido los de la hora undécima, esto es, aunque nos hayamos convertido al final de nuestra vida, en último momento, en el lecho de la muerte. Así de misericordioso es Dios.
Sin embargo, tengamos mucho cuidado de no caer en el mismo pecado que los obreros de la primera hora —representan a los judíos—, los cuales al ver la gran liberalidad de Dios, que premia con el mismo denario a los de la última hora —a los que se convierten al final de su vida—, se molestan y murmuran. Cuidado de no incidir en este pecado propio de los fariseos: la envidia. Y tanto peor cuanto es envidia espiritual; pecado por de más abominable y execrable. La conversión de cualquier pecador, así sea el peor del mundo, así nos haya hecho mucho daño, debe llenarnos de inmensa alegría, pues por él murió el Hijo de Dios clavado en un madero, por él derramó toda su sangre.
(Conclusión)
Para concluir, miremos las palabras finales de la parábola: “los últimos serán los primeros y, los primeros, últimos; porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Palabras tremendas que hacen estremecer al alma y que nos deberían hacer pensar y meditar mucho. Todos los que aquí nos hallamos presentes hemos sido llamados… pero, ¿estaremos entre los escogidos? Para poder pertenecer al número de los escogidos, es preciso responder, primeramente, al llamado. Meditemos, pues, cada uno en su corazón, todas las veces que Dios nos ha llamado a la conversión, a abandonar el pecado, a cambiar radicalmente de vida; cada cual piense cómo ha respondido a ese movimiento de la gracia. Quiera la Bendita Madre de Dios, la cual respondió perfectamente al llamado durante toda su vida, y particularmente al pronunciar su fiat, que seamos dóciles a las voces e inspiraciones de Dios.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.