Domingo de Septuagésima 2019

Deseos de Perfección y Santidad.

(Domingo 17 de febrero de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Hoy, Domingo de Septuagésima, inicia el tiempo litúrgico que lleva el mismo nombre, esto es, el tiempo de Septuagésima, cuya finalidad es prepararnos para la Cuaresma que en poco menos de un mes comenzará. Razón por la cual, los ornamentos son morados, color que simboliza la penitencia.

(Cuerpo)

En este día, a fin de inflamarnos en deseos de perfección y santidad, la Santa Iglesia Católica nos proporciona un fragmento de la primera Epístola de San Pablo a los Corintios. Ella comienza así:

“Hermanos: ¿No sabéis que aquellos que corren en el estadio, todos corren ciertamente, mas uno solo recibe el premio? Corred de manera que lo ganéis. Todo el que lucha en la arena, se abstiene de todas las cosas; ellos para recibir una corona corruptible, mas nosotros incorruptible”.

Con estas palabras San Pablo busca incentivarnos para que emprendamos la “carrera” de nuestra santificación y salvación. Esto lo hace poniendo ante nuestros ojos a los atletas y lo que hacen o están dispuestos a hacer para obtener un premio meramente temporal. El argumento es claro: si ellos no escatiman nada para poder conseguir el premio, que es una corona corruptible, ¿qué no haremos nosotros entonces por alcanzar la incorruptible corona de la gloria? Y aun hoy día podemos constatar lo que veía San Pablo en aquella época. En verdad, es increíble cómo los deportistas están dispuestos a los mayores sacrificios y privaciones con tal de tener la oportunidad de ganar el premio; qué disciplina, qué régimen de vida más austero no llevan para mantener su condición física; qué constancia y perseverancia deben tener para tal vez alcanzar algún día el premio; pensemos en las Olimpiadas, por ejemplo, cuatro años de duros trabajos y de continua preparación para un evento que dura apenas un mes… Y todo esto, todo ese esfuerzo, todo ese sacrificio —insistimos— para ganar un premio pasajero, corruptible, que no permanece.

Y esto que San Pablo dice respecto a los deportistas, también se puede aplicar a todos aquellos que ponen todo su empeño, todas sus fuerzas en las cosas de este mundo perecedero. Cuántos no hay que trabajan horas y horas con el único fin de acrecentar sus riquezas, su hacienda, sin dar casi descanso a sus labores; cuántos no hay que dedican horas interminables al estudio de cosas profanas del mundo, por adquirir la vana ciencia de ellas; peor aún, cuántos más no se desgastan enfocando sus energías en lo que es malo y pecaminoso: narcotráfico, prostitución, delincuencia organizada, etc. Todo ello por cosas que pasan, por cosas que se disipan como el humo dispersado por el viento…

Y nosotros viendo todo esto, ¿qué hacemos para la vida eterna?, ¿qué esfuerzos, qué sacrificios y privaciones realizamos para ir mejorando de día en día, esto es, para llegar a la Santidad?, ¿qué cosas concretas ponemos por obra para llegar a la perfección del amor a Dios? ¿Madrugar, levantarnos temprano a orar? ¿Rezar el Santo Rosario todos los días? ¿Rezar siquiera las oraciones de la mañana y de la noche? ¿Asistir a Misa entre semana de vez en cuando? ¿Hacer algo de lectura de la Sagrada Escritura o de algún otro libro espiritual? ¿Estudiar el Catecismo? ¿Hacer, tal vez, examen de conciencia todos los días para ver nuestras faltas y así buscar vencerlas? ¿Imponernos alguna privación, ya sea en el comer, en el hablar, en el vestir? En verdad, ¿qué hacemos?, ¿qué hacemos por los bienes eternos?, ¿qué estamos haciendo por nuestra salvación? Tristemente, poco o nada. Por el contrario, ¿qué empeño no ponemos en obtener nuestros designios y planes terrenales? Allí sí que no escatimamos esfuerzos. Por mejores ingresos económicos, por ejemplo, vaya si no estamos dispuestos a trabajar más, a sobrellevar cargas más pesadas, a prolongar la jornada —durmiendo menos, lo cual nunca hacemos para rezar más—, a sufrir incluso humillaciones, si de eso viéramos que se nos sigue algún provecho temporal, a instruirnos en aquello que es pertinente a las ganancias, y muchas cosas más… pero por nuestra salvación eterna, la cual perdida no hay remedio, si acaso vamos a Misa los domingos y mal rezamos de vez en cuando, nos damos por satisfechos. Y pensar que los santos haciendo lo que hemos dicho —y mucho más—, tenían todo ello en nada y temían no lograr alcanzar el premio, y ¿cómo no temerían siendo que el Apóstol mismo prosigue con estas palabras?:

“Por consiguiente, yo corro no como a la ventura; peleo, no como quien azota al viento; antes castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, para que no suceda que, habiendo predicado a los demás, sea yo condenado”.

Es San Pablo quien está hablando, no cualquiera. ¡San Pablo, el Apóstol de los gentiles, el vaso de elección!, ¡que tanto había hecho y padecido por el Evangelio, por la Verdad que es Cristo!, ¡que había sido elevado hasta el tercer cielo, donde se le comunicaron cosas que no son dadas al hombre poder expresar! y, sin embargo, teme por su salvación: “no sea yo condenado”. Y nosotros que poco o nada hacemos por la vida eterna, vivimos tranquilos: reímos, nos holgamos, dormimos, ¡y muchas veces hallándonos en desgracia de Dios, en pecado! No olvidemos que el hecho conocer la Tradición y de poder asistir a Misas en latín, no significa que tengamos la salvación asegurada; antes bien, más hemos de temer, porque al que más se da, más se le pide. Por tanto, a imitación de San Pablo luchemos contra nuestra rebelde naturaleza, reduciéndola a servidumbre por la práctica de la mortificación y por medio de una vida auténticamente católica.

(Conclusión)

Y así, queridos fieles, volviendo sobre lo primero que decíamos, no está bien y es vergonzoso que los mundanos pongan más empeño y esfuerzo en conseguir las efímeras y quiméricas glorias del mundo y que nosotros no coloquemos siquiera un cuarto de ese esfuerzo para adquirir la gloria eterna, nuestra salvación. Esto no puede ni debe ser así. Sin embargo, estamos todavía a tiempo de poner manos a la obra, de iniciar la carrera de la salvación. Esta Epístola —hermosísima, por cierto— es un llamado a todos de Dios Nuestro Señor Jesucristo a un mejor género de vida, y el tiempo es muy a propósito, el que precede a la Cuaresma, para que ésta no nos halle somnolientos y no haciendo nada, sino llenos de bríos y de buenas y santas resoluciones para ese santo tiempo penitencial.
Por tanto, preparémonos para la Cuaresma, pensando desde ahora qué obras, ejercicios o penitencias practicaremos durante ella. La Cuaresma —recordamos— debe caracterizarse por tres capítulos distintos: oración, limosna y penitencia. No que el resto del año no realicemos esas cosas, sino que en Cuaresma deben practicarse mucho más.

1) Oración. Aumentar nuestra vida de oración, rezando el Santo Rosario todos los días, si no tenemos costumbre de ello; y si ya lo hacemos, agregar tal vez uno más, o alguna otra práctica devota, como la asistencia a Misa entre semana. En definitiva, si no rezamos o casi nada, comenzar a tener una profunda vida de oración y si ésta ya existe, aumentarla y profundizarla aún más.

2) Limosna. Aquí entra toda obra buena a favor del prójimo, esto es, las obras de misericordia, tanto espirituales como temporales, practicando, principalmente, la Caridad para con los necesitados, para con los pobres. Recordando siempre que la Caridad comienza por casa, es decir, con mis familiares y amigos más cercanos que sé padecen necesidad.

3) Penitencia. Elegir alguna mortificación o privación para practicar durante esta Cuaresma. Dormir menos, por ejemplo, levantándonos más temprano para hacer oración (tal vez el Rosario que decíamos recién); o elegir algún día o días en que ayunar. Asimismo, abstenernos del uso de ciertas cosas que son lícitas y cuyo uso nos resulta agradable. En definitiva, escoger lo que sepamos que representará para nosotros una mortificación y elegir —y esto es importante—cosas pequeñas, bien concretas y definidas, porque si nos vamos por cosas grandes y extravagantes, la experiencia muestra que lo más seguro es que no las cumplamos.

Meditemos, pues, estas cosas, implorando a la Santísima Virgen María su auxilio, para que ella nos ayude a prepararnos y disponernos para poder tener una santa Cuaresma, llena de gracias y bendiciones de parte de Dios Nuestro Señor Jesucristo.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.