La Caridad.
(Domingo 3 de marzo de 2019) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Hoy, Domingo de Quincuagésima, la Santa Madre Iglesia coloca en la Epístola del día el famoso himno a la Caridad de San Pablo, donde el Apóstol hace un elogio grandísimo de esta excelentísima virtud, el cual ocupa todo el capítulo 13 de la Epístola primera a los Corintios.
(Cuerpo 1: Importancia del Estado de Gracia)
Comienza San Pablo enseñándonos que la Caridad es indispensable para que nuestras buenas obras tengan valor ante Dios para la vida eterna; en efecto, comienza diciendo:
“Hermanos: Si yo hablase todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y no tuviese Caridad, sería como metal que suena o címbalo que retiñe. Y si tuviese el don de profecía y penetrase todos los misterios, y poseyese toda la ciencia, y si tuviese toda la fe hasta poder trasladar los montes de una parte a otra, y no tuviese Caridad, nada sería. Y si distribuyese todos mis bienes para dar de comer a los pobres y entregase mi cuerpo a las llamas, no teniendo Caridad, nada me aprovecharía”.
La enseñanza, por tanto, contenida en estas palabras es bastante clara: de nada vale todo lo que podamos hacer si no tenemos Caridad, o, dicho de otra manera, para que nuestras buenas obras —y todo lo que hagamos en realidad— sean meritorias sobrenaturalmente ante Dios para la vida eterna es necesaria la Caridad. Y aquí la Caridad está entendida en su forma principal y más perfecta, es decir, en cuanto está referida a Dios, esto es, el amor a Dios sobre todas las cosas, lo cual implica el estado de gracia, puesto que no puede haber verdadera Caridad, verdadero amor a Dios, sin el estado de gracia o estando en pecado mortal. La Caridad verdadera y el pecado se excluyen mutuamente, no pueden coexistir en el alma. Pues, ¿cómo podrá alguien pretender tener verdadera Caridad, esto es, verdadero amor a Dios, al mismo tiempo que, por medio del pecado, escupe en la cara a Dios y le posterga a la creatura?
Y esta enseñanza es en realidad de máxima importancia. Pues si no vivimos en verdadera Caridad, esto es, en estado de gracia, estaremos, por decirlo así, perdiendo el tiempo, desaprovechando multitud de ocasiones para merecer para la vida eterna, haciendo estériles todas nuestras obras. Cualquier obra buena que pueda hacer, si la hago sin el estado de gracia, pierde todo su valor, esto es, no sirve para la vida eterna; a lo sumo podrá servir para que Dios me dé el don de la gracia, es decir, de convertirme, pero esa obra no tendrá después ninguna recompensa en la otra vida, pues es condición indispensable para mérito sobrenatural el realizar las acciones en estado de gracia. Además, esta doctrina no se aplica únicamente a la buenas acciones en sí, sino incluso a las cosas que de por sí son indiferentes, como barrer, hacer aseo, comer, pasear, etc., pues todo ello si es realizado por Dios, si es informado por la Caridad, se vuelve meritorio para la vida eterna.
Para terminar de convencernos de esto, escuchemos una vez más a San Pablo:
“Si yo hablase todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y no tuviese Caridad, sería como metal que suena o címbalo que retiñe. Y si tuviese el don de profecía y penetrase todos los misterios, y poseyese toda la ciencia, y si tuviese toda la fe hasta poder trasladar los montes de una parte a otra, y no tuviese Caridad, nada sería. Y si distribuyese todos mis bienes para dar de comer a los pobres y entregase mi cuerpo a las llamas, no teniendo Caridad, nada me aprovecharía”.
(Cuerpo 2: Cualidades de la Caridad)
Y a renglón seguido, San Pablo hace una enumeración de cualidades o atributos de esta excelentísima virtud de la Caridad; dice así:
“La Caridad es paciente, es benigna. La Caridad no es envidiosa, no se jacta ni se ensoberbece, nada hace inconveniente, no busca su provecho, no se irrita, no piensa mal, no le agrada la iniquidad, mas se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
En esta enumeración, San Pablo se refiere principalmente a la Caridad hacia el prójimo, es decir, la Caridad hacia Dios en cuanto redunda o se manifiesta hacia nuestros semejantes, porque la verdadera Caridad hacia el prójimo es una consecuencia del amor a Dios y no viceversa: debemos amar a los demás en Dios y para Dios.
Y la primera cualidad que San Pablo atribuye a la Caridad, “La Caridad es paciente”, considerándolo bien, está muy bien seleccionada, pues viene a resumir y contener prácticamente todas las demás cualidades que enuncia después. En efecto, “La Caridad es paciente”, “Cáritas patiens est”, que literalmente se traduciría “la Caridad es la que padece”, es decir, es sufrida, porque la Caridad verdadera sabe sobrellevar las cruces y penalidades de esta vida, sabe sufrir las imperfecciones y defectos de los demás. Y así todas las impaciencias que solemos tener, particularmente hacia nuestro prójimo, tienen por causa, en definitiva, una carencia de la virtud de la Caridad en nosotros. Si tuviéramos Caridad, si en verdad amáramos a Dios sobre todas las cosas, seríamos todo paciencia para con nuestros semejantes y sabríamos llevar las cruces que nos han cabido en suerte.
Y esta primera cualidad, “Cáritas patiens est”, como decíamos, contiene prácticamente todas los demás, pues porque la Caridad es paciente, “es benigna”, esto es, compasiva, amable, particularmente en el trato con los pobres y necesitados. La dureza y mal trato —que son sumamente reprochables— son ocasionados, en definitiva, por falta de Caridad, por falta de paciencia, y ello no está para nada bien, pues el católico debe brillar por su buen trato con el prójimo, en especial, como decimos, con los necesitados.
Porque la Caridad es paciente “no se irrita, no piensa mal”, sino todo lo contrario, guarda la paz para con su prójimo huyendo o evitando el juicio temerario, “no piensa mal”, por el contrario, como dice más adelante “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Además, “la Caridad no es envidiosa”, la Caridad verdadera se alegra del bien ajeno como si fuera propio; de hecho, pocas cosas son tan anticatólicas como contristarse por el bien ajeno o alegrarse de los males del prójimo. Asimismo, la Caridad verdadera es humilde: “no se jacta ni se ensoberbece”, dice San Pablo; y así el orgullo, la soberbia son señales de falta de Caridad, de falta de amor a Dios. Ella “no busca su provecho”, antes bien se pone al servicio de los demás, buscando siempre en las cosas que hace o dice el bien común, lo que redunde en mayor bien del prójimo. A la verdadera Caridad “no le agrada la iniquidad, mas se complace en la verdad”, por tanto, fuera la falsa “caridad” moderna que acepta el mal, el pecado, la mentira, so color de “caridad”, diciendo que son cosas buenas, diferentes gustos o “autodeterminaciones” libres y, por tanto, laudables en sí (!)… Nosotros respondámosles a los propugnadores de semejante falsa caridad con las palabras del Apóstol: “no le agrada [a la Caridad] la iniquidad, mas se complace en la verdad”.
(Cuerpo 3: Eternidad de la Caridad)
Y San Pablo después de narrarnos todas estas cualidades de la Caridad, para resaltar aun más la importancia de ella, dice:
“La Caridad nunca fenece. Terminarán las profecías y callará el don de lenguas y la ciencia desaparecerá. (…) Ahora permanecen estas tres virtudes: Fe, Esperanza y Caridad; pero de las tres la mayor es la Caridad”.
“La Caridad nunca fenece”, es decir, permanecerá para siempre, nunca dejará de ser, contrariamente a lo que pasará con los diversos dones y carismas que Dios puede dar: “Terminarán las profecías y callará el don de lenguas y la ciencia desaparecerá”. Aun más, de las tres virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad, que están por encima de todas las demás virtudes por tener por objeto directo al mismo Dios, solamente la Caridad permanecerá después de esta vida, porque la Fe es de non visis, es decir, de aquellas cosas que no se ven y la Esperanza de aquellas cosas que no se poseen, y como en el cielo —si allí llegamos por gracia de Dios— veremos lo que la Fe nos enseña, a Dios cara a cara y poseeremos lo que la Esperanza nos propone, es decir, al mismo Dios, cesarán de ser la Fe y la Esperanza; pero la Caridad, el amor a Dios sobre todas las cosas, permanecerá por toda la eternidad, siendo perfeccionada inconmensurablemente por la visión beatífica, por la vista de la Esencia divina. Por esto es la Caridad la mayor y más excelente de las tres virtudes teologales: “Ahora permanecen estas tres virtudes: Fe, Esperanza y Caridad; pero de las tres la mayor es la Caridad”.
(Conclusión)
Por tanto, queridos fieles, busquemos arraigarnos en esta importantísima virtud, sin la cual no puede haber virtud verdadera. Máxime ahora que estamos a tan sólo tres días del inicio de la Cuaresma, con el miércoles de ceniza. Como decíamos al inicio el buen valor de nuestras obras depende de la Caridad. Por tanto, para que las obras penitenciales que vayamos a practicar durante esta Cuaresma no sean sin fruto, sino provechosas para nuestras almas, hagámoslas de modo que estén informadas por la Caridad, es decir, realicémoslas en Dios y por Dios, por amor de Él, para su mayor gloria.
Pidamos a la Santísima Virgen, cuyo corazón es un brasero ardiente de amor a Dios, nos permita participar, siquiera un poco, de ese ardor que inflama su purísimo corazón.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.