Anuncio de la Pasión del Señor y un milagro.
(Domingo 23 de febrero de 2020) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy, Domingo de Quincuagésima, la Santa Madre Iglesia nos propone, en el Evangelio, dos escenas distintas de Dios Nuestro Señor Jesucristo: una en la que hace un anuncio de su Pasión a sus Apóstoles y otra en que realiza un milagro, curando a un ciego. Dichas escenas se hallan narradas en los tres Evangelios sinópticos1, esto es, en San Mateo, San Marcos y San Lucas, siendo el texto de la Misa de éste último.
Nuestra intención es hablar hoy sobre la primera de dichas escenas, esto es, sobre el anuncio de la Pasión hecha por Dios Nuestro Señor Jesucristo a sus Apóstoles y ver qué enseñanzas podemos sacar de él.
(Cuerpo 1: Anuncio de la Pasión)
Procedamos, pues, a ver qué nos dice el Evangelio:
“Tomó Jesús aparte a los doce apóstoles y les dijo: Mirad que subimos a Jerusalén y se cumplirá todo cuanto escribieron los profetas del Hijo del hombre. Porque será entregado a los gentiles y escarnecido y azotado y escupido. Y después de que le hayan azotado, le matarán. Y al tercer día resucitará”.
En primer lugar, reparemos en cómo introduce Nuestro Señor la predicción sobre su Muerte: “Mirad que subimos a Jerusalén”, con estas palabras quiere indicar la inminencia de lo que les había de predecir a sus Apóstoles. Pues, iba camino a Jerusalén, para dar cumplimiento a su Pasión y Muerte, decretadas por la Sabiduría Divina desde toda la eternidad para la Redención del género humano. En efecto, este anuncio sobre su Pasión era ya el cuarto (y último), según aparece en San Lucas; pues, poco después de él fue Viernes Santo, día en que se verificó lo que aquí Nuestro Señor anuncia a sus Apóstoles.
Asimismo, es digno de considerar el siguiente detalle que San Marcos añade, relatando este mismo pasaje: “Iban de camino, subiendo a Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; y ellos se asombraban y lo seguían con miedo”. Notemos, en primer lugar, que nos dice que Nuestro Señor se adelantaba a los Apóstoles; iría caminando más aprisa que ellos, y esto porque sabía que se aproximaba su hora, la hora en que por su Muerte habría de redimir al caído linaje de Adán, razón por la cual se había encarnado y hecho hombre en el seno purísimo de la Bendita Virgen María.
Mas, los Apóstoles se asombraban de ello y tenían miedo, nos dice San Marcos; mientras Nuestro Señor lleno de bríos iba camino a su Muerte, ellos temían, la pasión del miedo embargaba sus corazones. Podemos pensar que presentirían que algo no halagüeño iba a acontecer… los escribas y fariseos, contrarios a Cristo, habían ya dado orden de echar de la sinagoga a quienquiera le reconociese como el Mesías; siempre estaban al acecho, y ya habían intentado, en más de una ocasión, dar muerte a su Maestro… y mientras estos sentimientos y pensamientos ocupaban sus espíritus, Nuestro Señor —podríamos decir— los confirma, pues les dice: “Mirad que subimos a Jerusalén… y el Hijo del hombre será entregado a los gentiles y escarnecido y azotado y escupido. Y después de que le hayan azotado, le matarán”. Descripción bastante clara y detallada de lo que habría de ocurrirle y que, en efecto, le aconteció. Sin embargo, a pesar de la claridad de sus palabras, nos dice el Evangelio:
“Ellos, sin embargo, no entendieron nada de esto; semejante lenguaje les estaba escondido y no entendían lo que les decía”.
¿Cómo puede ser —podemos preguntarnos— que no hayan entendido, siendo las palabras tan claras? “Semejante lenguaje les estaba escondido”, dice el texto, porque ellos creían que el Reino Glorioso del Mesías en este mundo sería ya, en ese momento, confundiendo la Primera Venida, que fue en humildad, con la Segunda Venida de Dios Nuestro Señor, la cual sí será en Gloria y Majestad. Esto les impedía comprender sus palabras que hablaban, no de Reino ni Gloria, sino de Cruz, de ignominia, de muerte; todo opuesto a lo que ellos se habían forjado en sus mentes y espíritus.
Y así el misterio de la Pasión y Muerte del Mesías les era desconocido; por ello, a pesar de ser tan claras las palabras de Nuestro Señor, “no entendían lo que les decía”. Y para ilustrar mucho más esta incomprensión de Nuestro Señor por parte de los Apóstoles, veamos qué ocurrió a penas Nuestro Señor les dice todo esto de su Pasión y Muerte, según nos lo refieren San Mateo y San Marcos. Escasamente Nuestro Señor terminó de decirles esto, y dos de los Apóstoles, San Juan y su hermano Santiago el Mayor —los llamados hijos de Zebedeo—, se le acercan y le hacen la siguiente petición: “Concédenos sentarnos, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu gloria”2. ¿Cómo puede ser?, les acaba de hablar de su futura Pasión y Muerte, que iban a Jerusalén para ser Él allí muerto según lo escrito por los profetas acerca del Hijo del Hombre, y ellos le hablan como si recién les hubiera dicho que, en entrando en Jerusalén, comenzaría inmediatamente allí su glorioso reino terrenal: “Concédenos sentarnos, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu gloria”. Verdaderamente, “no entendían lo que les decía”, como dice el Evangelio. La ceguera de sus espíritus, que ellos mismos se habían formado, era grande.
1 San Lucas 18, 31-43; San Mateo 20, 17-19 y 29-34; y San Marcos 10, 32-34 y 46-52.
2 San Marcos, 10,37.
(Cuerpo 2: Aplicación Espiritual)
Mas, pasemos ahora a ver qué enseñanzas podemos sacar de este breve pasaje para aplicarlas a nuestras almas.
Esta pequeña escena evangélica puede ser materia de abundante oración para nosotros, pues, si lo consideramos y pensamos bien, la manera cómo nos comportamos muchas veces no difiere de la de los Apóstoles, particularmente sobre cómo aquí reaccionan ante el anuncio de Nuestro Señor sobre su Pasión. Ahondemos en esto:
Así como los Apóstoles se imaginaban y querían el Reino Glorioso de Cristo YA, sin pasar antes por la Cruz ni sufrimiento alguno, así nosotros también —aunque sea de manera inconsciente o implícita—, queremos la Gloria del cielo, la Salvación, pero sin cruz, sin sufrimientos ni padecimientos. Queremos —o deseamos— poder “pasarla bien” acá en la tierra, para después ir a “pasarla mejor” allá en el cielo.
Y esta idea (falsa) de Catolicismo sin cruz que nos forjamos —muchas veces inconscientemente, como decíamos—, hace que nos ocurra lo mismo que a los Apóstoles: Éstos al oír hablar del Misterio de la Cruz, por la falsa idea del Mesías que se habían labrado, no entendían nada de las palabras sumamente claras de Dios Nuestro Señor. Y así nosotros, por esa falsa idea de alcanzar la salvación sin trabajos ni sufrimientos que nos forjamos, al igual que los Apóstoles no entendemos cuando, de manera clara, se nos habla de la cruz, de los sufrimientos, de los trabajos como medio necesario para llegar a la Gloria del cielo; y de no comprender esto suelen proceder nuestras flaquezas en medio de la tribulación, nuestras quejas contra Dios, nuestra falta de conformidad con la divina voluntad, nuestro no permanecer constantes en el camino de Dios, sino echarnos atrás al momento de la prueba: porque no terminamos de entender, de compenetrarnos de la verdad de la Cruz, de que —querámoslo o no— debemos sufrir y, mientras más entregados y allegados estemos a Dios, tanto mayores y abundantes serán las cruces y padecimientos que tendremos. No hay vuelta de hoja. Basta ver a Nuestro Señor que nos dio ejemplo de ello; ver la vida de los santos, las cruces y sufrimientos que hubieron de padecer; ver nuestras propias vidas, cómo en mayor o menor grado están marcadas por la Cruz, y ésta tanto mayor cuanto más nos entregamos a Dios.
(Conclusión)
Y así, queridos fieles, para concluir, deseamos invitarlos a meditar todo esto que hemos dicho. La falta de meditación en esta realidad de la Cruz, que marca la vida de todos, es una falla que solemos tener la mayoría. Como recién decíamos, no reflexionar lo suficiente sobre esta verdad, es motivo de muchos de nuestros pecados y fallas en medio de las pruebas. Si nos compenetráramos de esta verdad, como lo Santos hicieron, nos abrazaríamos de buen grado con nuestra cruz, llevándola así con mérito y fruto para nuestras almas, y no para ruina de ellas.
Por tanto, meditemos bien estas cosas, máxime ahora que estamos a tan sólo tres días del inicio de la Cuaresma. La liturgia —o mejor dicho, el Espíritu Santo— ha colocado muy bien este Evangelio en este domingo; pues él, como hemos visto, nos recuerda la Cruz, el sufrimiento por el cual pasó Dios Nuestro Señor y por el cual todos nosotros tenemos que pasar, y esto lo ha hecho a pocos días de la Cuaresma, que es tiempo eminentemente penitencial, tiempo de sacrificio y mortificación.
Pidamos, pues, a la Santísima Virgen María nos alcance la gracia de meditar y comprender todas estas cosas.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.