La Oración.
(Domingo 9 de mayo de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Hoy, Quinto Domingo después de Pascua, leemos en el Evangelio1 del día las siguientes palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo:
“Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo”; por lo cual, deseamos hablar sobre la oración, tratando sobre su necesidad y sobre cómo ha de ser hecha o algunas de las condiciones que han de acompañarla.
(Cuerpo 1: Necesidad de la Oración)
Primeramente, veamos qué es la oración: En sentido amplio, se dice que es la elevación de la mente a Dios. Pero más concretamente puede definirse como una elevación de nuestra alma a Dios para alabarle y pedirle gracias para ser mejores para su gloria2. Habiendo dicho esto, veamos ahora la necesidad de la oración.
En efecto, la oración nos es necesaria por varios capítulos distintos.
1) Primeramente, porque por medio de ella damos a Dios la adoración que le es debida como Señor y Creador de todas las cosas.
En efecto, como creaturas suyas que somos, nace en nosotros la obligación de adorar a Dios y de acatar ese supremo dominio que tiene sobre nosotros y sobre todo el universo entero; y esto debemos hacerlo por medio de la oración, en la cual siempre hemos reconocer a Dios como nuestro Creador y Señor y adorarlo como tal.
2) En segundo lugar, porque, así como debemos adorar a Dios por ser nuestro Creador, también debemos agradecerle por ser nuestro más grande bienhechor. En realidad, nadie nos ha colmado ni colma de tantos bienes como Dios: todos los bienes, sean de orden natural —vida, salud, techo, etc.—, sean de orden sobrenatural —la Fe, la gracia, etc.— los hemos recibido de su benéfica mano. Por lo cual, en la oración, hemos de dar un lugar importante a la acción de gracias.
3) Asimismo, nuestra condición de pecadores nos compele a acudir a la oración. Efectivamente, todos hemos pecado contra la Divina Majestad. Todos hemos ofendido a Dios que nos creó y dio el ser, a Dios que nos ha llenado de tantas gracias y bienes a lo largo de nuestras vidas a pesar de nuestros deméritos…
Por lo cual, surge en nosotros la obligación de la expiación o satisfacción de los pecados cometidos. La cual debe hacerse, principalmente, por la humilde confesión de nuestras culpas: reconociendo, en la oración, ante la presencia de Dios, que nosotros, que somos polvo y ceniza, hemos ofendido, con nuestros pecados, a Dios, ultrajado su Divina Majestad, pidiéndole, por tanto, perdón sinceramente de ellos y detestándolos con nuestra voluntad como mal que son, formando la firme resolución de no cometerlos más, y aceptando generosamente, asimismo, para expiar nuestros pecados, todas las cruces o pruebas que Dios tenga a bien enviarnos a este fin.
4) Además también nos es necesaria la oración por la necesidad que tenemos de la gracia actual. En efecto, debido al estado de naturaleza caída en que nos hallamos, somos absolutamente impotentes e incapaces de practicar el bien y de salvarnos sin la ayuda y gracia de Dios: “Sin mí nada podéis hacer”3, dijo Nuestro Señor a sus discípulos. Ahora bien, la forma de obtener esa ayuda o gracia de Dios, que nos es tan necesaria, es por medio de la oración. De aquí surge la gran importancia de ella en nuestras vidas y es por esto que San Alfonso María de Ligorio llegó a decir: “el que ora se salva, el que no ora se condena”, porque el que reza tendrá las gracias necesarias a su salvación, y el que no, carecerá de ellas.
Por todo lo cual, vemos la importancia de que nuestra vida este marcada por la oración: oraciones de la mañana y de la noche, Santo Rosario todos los días; asistencia frecuente a la Santa Misa, meditación u oración mental, lectura espiritual, etc.
(Cuerpo 2: Condiciones de la Oración)
Ahora digamos unas breves palabras sobre las condiciones que deben acompañar a la oración.
Éste es un tema importante, pues muchas veces nos quejamos de que nuestras oraciones no son oídas y ello muchas veces se debe a que las hacemos mal; en efecto, dice Santiago Apóstol: “Pedís y no recibís, porque pedís mal”4.
Veamos, pues, las dotes que deben acompañar a la oración, primeramente, por parte del objeto que se pide, y, segundo, por parte del sujeto que ora.
1) Por parte del objeto que pedimos, la condición más importante es que pidamos aquellas cosas que nos puedan llevar a la vida eterna, es decir, a la salvación. Y así, principalmente hemos de pedir las gracias sobrenaturales conducentes a ese fin (la conversión, la perseverancia, etc.), y las cosas temporales sólo hemos de pedirlas en cuanto nos puedan servir para llegar a la salvación.
Esto es importante, pues la oración es principalmente para lo espiritual y las cosas temporales se pueden pedir, pero siempre han de pedirse bajo condición, en tanto y en cuanto sirvan a nuestra salvación: “si tú quieres, Señor; si es a tu mayor gloria y a mayor bien de mi alma”.
1 San Juan 16, 23-30.
2 Compendio de Teología Ascética y Mística, Tanquerey, Desclée, año 1930, n. 501, p. 331.
3 San Juan 15, 5. Y San Pablo (2 Cor. 3, 5) añade que ni concebir buenos pensamientos por nosotros mismos podemos: “No que seamos suficientes de nosotros mismos para pensar algo, como de nosotros…”.
4 Santiago 4, 3.
2) Por parte del sujeto que ora, las condiciones más importantes para la eficacia de la oración son: humildad, confianza y atención.
a) Humildad. Ésta es sumamente importante hablando de oración. En la Sagrada Escritura, leemos: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”5. La humildad es necesaria a la oración para que sea bien hecha, pues nosotros no podemos exigirle nada a Dios, como si Él algo nos debiera, sino que simplemente podemos implorar su misericordia. No olvidemos que, por nuestros pecados, somos dignos de todo mal y castigo y de que Dios no atienda a nuestros ruegos; por lo cual, al rezar, siempre hemos pedir perdón por nuestros pecados y reconocernos indignos de la gracia que imploramos, apoyándonos para nuestra petición únicamente en la divina misericordia y en los méritos de Dios Nuestro Señor Jesucristo.
Por todo lo cual, vemos que aquellos que se impacientan e irritan contra Dios por no recibir lo que piden o cómo lo piden o en el momento en que lo piden, pecan de soberbia y se vuelven, por lo mismo, indignos de ser escuchados por Dios. En cambio, quien en vez de impacientarse por no obtener lo pedido, se reconoce indigno de ello por sus pecados, conmueve el corazón de Dios por su humidad, la cual mueve a Dios a colmarlo de bienes: “da su gracia a los humildes”.
5 Santiago 4,6.
b) Confianza. Otra condición importante para que nuestra oración sea eficaz es la confianza, esto es, que la fundemos, no en los propios méritos —que son nulos— sino en la grandísima bondad y misericordia de Dios. Esta confianza agrada mucho a Dios porque es una forma de confesarle y reconocerle bueno y fuente de todo bien. De hecho, la Sagrada Escritura, especialmente los salmos, están llenos de esta verdad, de cómo Dios escucha y atiene a los ruegos de los que confían en Él: “Porque puso su confianza en mí, lo libraré” (Salmo 90, v. 14); “Sabed —dice el Eclesiástico— que nadie esperó en el Señor y quedó confundido” (Cap. 2, v. 11). Y el Apóstol Santiago, hablando del que pide a Dios pero dudando, es decir, sin confiar que alcanzará lo que pide, dice: “No piense aquel hombre que recibirá cosa alguna del Señor” (Cap. 1, vv. 5-7).
Esta confianza en la oración ha de ser perseverante. Muchas veces parece como que Dios cierra sus oídos o que no escucha lo que le pedimos, pero esto suele ser para probarnos, para que insistamos en la oración y perseveremos en ella.
Muchas veces, cuando parecía ya era tarde, llega la ayuda de Dios, la anhelada y pedida gracia. Y, en especial, ciertas gracias como la salvación, el no caer en pecado mortal y parecidas, han de ser pedidas siempre, con confiada insistencia; pues Dios nos las quiere otorgar, pero quiere que porfiemos en pedírselas durante toda la vida.
c) Atención. Es importante, asimismo, para que nuestros ruegos sean oídos que tengamos la debida atención en la oración, es decir, que procuremos poner cuidado a lo que hablamos con Dios. La oración es una especie de hablar y conversar el alma con Dios, por lo cual, si el alma estando en este trato íntimo con Dios, no pone atención a lo que ella dice a Dios o a lo que Éste le habla por medio de las inspiraciones, queda claro que es una falta de respeto y que Dios no atenderá a esa oración.
Sin embargo, para que se entienda bien este punto de la atención, lo que daña la oración son las distracciones voluntarias, es decir, aquellas que nosotros mismos forjamos —poniéndonos a propósito a pensar en otra cosa mientras oramos— o aquellas que, aunque nos vienen sin nosotros quererlo, no son, sin embargo, rechazadas sino aceptadas por el alma que se detiene voluntariamente en ellas.
Las distracciones involuntarias, esto es, aquellas que inevitablemente nos vienen por nuestra flaqueza, no dañan en lo más mínimo la oración, por muy continuas y persistentes que sean, con tal que el alma, siempre que las note y perciba, las rechace y se esfuerce por concentrarse de nuevo en la oración.
Asimismo, es de notar que la atención que uno puede tener en la oración puede ser de tres maneras:
1) La primera se enfoca en pronunciar bien las palabras de la oración —por ejemplo, pronunciar bien el avemaría en latín—, y ésta se llama atención verbal.
2) La segunda se centra en la significación misma de las palabras de la oración, y se llama atención literal o intelectual.
3) La tercera, sin atender al sentido literal de las palabras sino elevándose sobre éste, atiende, o a la gracia que se pide —por ejemplo, la perseverancia final o la salud de fulano—; o se centra en la significación del misterio que uno considera —en el Rosario, discurrir y penetrar el misterio de la decena, la flagelación, por ejemplo—; o se dirige y eleva directamente hacia Dios, para bendecirlo, alabarlo, amarlo y unirse con Él; ésta atención se llama atención espiritual o mística.
(Conclusión)
Querido fieles, vayamos ya concluyendo. Hubiéramos deseado hablar en particular sobre la meditación u oración mental, la cual es tan encomendada y alabada por todos los Santos y autores espirituales, pero tendrá que quedar para otra prédica, pues de lo contrario ésta se alargaría demasiado.
En todo caso, el día de hoy procuremos analizar nuestra vida de oración: Ver si de hecho hacemos oración, qué oraciones hacemos y cómo las hacemos. Si no hacemos nada de oración, o muy poca, pongamos remedio; no olvidemos que de ello dependerá, en última instancia, la salvación de nuestra alma. Si ya hacemos oración, examinemos cómo la hacemos, para ver qué debamos corregir o mejorar en ella.
Busquemos, particularmente, el día de hoy, renovarnos en el fervor, pues nos suele ocurrir, por nuestra naturaleza caída, que caemos en una especie de rutina en la oración: hacemos nuestras oraciones, sí, —oraciones de la mañana y noche, Rosario, tal vez asistir a la Misa—, pero las hacemos de una manera mecánica, rutinaria, casi que vaciada de espíritu, sin hacer mucho esfuerzo por concentrarnos o, por lo menos, por combatir las distracciones.
Por tanto, que el propósito y resolución de hoy sea mejorar nuestra oración, nuestro trato íntimo con Dios. Quiera Él que podamos lograrlo y pidamos a María Santísima, que estuvo imbuida de un espíritu de oración eximio, que nos ayude a conseguirlo.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.