4° Domingo después de Pascua 2022

La alegría.

(Domingo 15 de mayo) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Como hace ocho días hablamos sobre la tristeza, el día de hoy quisiéramos hablar sobre la pasión opuesta, a saber, la alegría, la cual debe llenar o inundar nuestras vidas. En efecto, así como vimos el pasado domingo que debemos alejar de nosotros la tristeza, según veíamos que nos lo advierte el Espíritu Santo en el libro del Eclesiástico1: “Aparta de ti la tristeza”, de la misma manera hemos de poner empeño en tener verdadera alegría en el corazón de la cual se siguen muchos bienes, como ya veremos.

(Cuerpo 1: Dónde está la Verdadera Alegría)

Y así, primeramente veamos dónde está la verdadera alegría o felicidad del hombre, cuestión sumamente importante, en la cual yerran la mayoría de los mortales, con la triste consecuencia de que no encuentran la verdadera felicidad.
En efecto, muchos hombres ponen su felicidad en los bienes creados o finitos de este mundo, ya sean externos, como las riquezas, el honor, la fama, el poder; ya sean internos, como la salud, los placeres, la virtud o la ciencia. Y, sin embargo, ninguno de ellos puede constituir la verdadera bienaventuranza o felicidad del hombre, puesto que, al ser bienes finitos, imposible es que sacien plenamente el deseo de felicidad del corazón humano.
El único bien que puede enteramente colmar ese anhelo de felicidad del hombre es el bien increado o infinito, es decir, Dios. Porque sólo Dios es el supremo bien apetecible, fuera del cual no puede desearse o hallarse ningún otro bien que sea más alto o mejor; sólo Él excluye necesariamente todos los males; sólo Él puede anegar al hombre en un océano inmenso de alegría y felicidad, colmando, como decíamos, ese anhelo de felicidad que tenemos; y Él solo es el único bien absolutamente inamisible, esto es, que una vez poseído por la visión beatífica, no puede perderse jamás.

Y así, sólo en Dios podremos hallar la verdadera felicidad y alegría del corazón; y no en los bienes de este mundo. Por eso decíamos hace ocho días que hay tanta tristeza en el mundo, pues la mayoría de los hombres aficionan su corazón a los bienes de esta tierra, que son caducos, efímeros, vanos… Por mucho darán un goce o placer que apenas durará un instante, para ser seguido del vacío, de la tristeza, de la infelicidad más horrenda.
Pero debemos tener presente que la felicidad o alegría absoluta será únicamente en la otra vida, en el Paraíso, si nos salvamos por la gracia de Dios —lo cual Él quiera—. Sin embargo, en esta vida podemos alcanzar una verdadera felicidad relativa en la práctica de la virtud. Decimos felicidad relativa, porque esta vida —no lo olvidemos— es un valle de lágrimas, es lugar para trabajar y merecer, no para descansar; por eso nuestra vida está marcada por la cruz, el trabajo, el sufrimiento… pero si vivimos en Dios, en su gracia, guardando sus mandamientos y esforzándonos por crecer en la práctica de las virtudes, tendremos, en medio de las pruebas y tribulaciones, gozo, felicidad, la verdadera alegría del corazón. Es lo que San Pablo dice —él que tanto tuvo que padecer por la dilatación de Evangelio—, al escribir a los Corintios: “Reboso de gozo en medio de toda nuestra tribulación” (2 Cor. 7,4).

(Cuerpo 2: Razones para estar alegres)

Por tanto, habiendo visto que la verdadera felicidad está en Dios, veamos ahora algunas razones por las cuales nos conviene estar alegres en el servicio divino. Y esto es importante, pues ser católico, ser buen hijo de Dios, no implica para nada que uno ande triste, cabizbajo… Es un engaño pensar que la virtud implique que uno ande con semblante triste, melancólico; no, sino todo lo contrario, uno debe estar feliz, alegre, rebosante de gozo. No olvidemos que un santo triste —como dice el dicho— es un triste santo. Hay que tener entonces cuidado de no formarnos un concepto errado de la santidad. Los Santos de hecho eran los más alegres de todos con la verdadera felicidad.
Pero ahora sí, veamos por qué nos conviene estar siempre alegres:

1) En primer lugar, porque vemos que la Sagrada Escritura nos lo encomienda reiteradamente, en múltiples pasajes. San Pablo nos dice: “Gozaos siempre en el Señor. De nuevo os lo digo, gozaos”. Y en los salmos leemos: “Salten de gozo y alégrense en ti, Señor, todos los que te buscan”; “cantad a Dios con júbilo, moradores todos de la tierra, servid al Señor con alegría”; “alégrese el corazón de los que buscan al Señor”2.
Y así muchos más lugares de la Sagrada Escritura. Por lo cual, vemos que Dios quiere estemos alegres al servirle: “Hílarem datórem díligit Deus”3, “Dios ama al dador alegre”, dice San Pablo. Dios ama al que le da su alma, su corazón y todo lo que tiene alegremente, feliz de hacerlo por Él. Pues así como acá en el mundo vemos que cualquiera que tiene gente subordinada quiere que le sirvan de manera alegre, y no con mala cara y tristeza, antes esto enfada y molesta, así Dios gusta mucho de que le sirvamos con alegría de corazón y no con tristeza y ceño. Y, en este sentido, no es tanto lo que uno hace sino la voluntad con que lo hace lo que agrada al Señor. Aun acá en el mundo apreciamos mucho más, por pequeña que sea, la cosa que es hecha con mucha voluntad y amor; y, por el contrario, por grande que sea, no nos agrada lo que se hace obligadamente, sin voluntad y alegría.

1 “Aparta la tristeza lejos de ti, pues a muchos ha muerto la tristeza y no hay utilidad en ella” (Cap. 30, vv. 24-25).
2 Filipenses 4,4; salmo 69,5; salmo 99,1; salmo 104,3.
3 2 Corintios 9,7.

2) En segundo lugar, redunda en Mayor Gloria de Dios servirle con alegría, pues al obrar así damos a entender que lo que hacemos por Dios lo tenemos en poco a lo que desearíamos hacer por él. Es decir, cuando alguien obra con corazón alegre, está dispuesto a hacer mucho más por aquel que ama. Y, por el contrario, los que sirven a Dios con tristeza parece que dan a entender que no pueden hacer más, sino que es demasiada pesada la carga que llevan, y eso reconviene mucho al que es servido. Si alguien a nosotros nos hace un favor de esa manera, mostrando que es demasiado lo que hace y que le pesa en demasía, en vez de contentarnos, antes nos sentimos mal y disgustados.

3) En tercer lugar, redunda en gran bien y edificación del prójimo hacer las cosas de Dios con alegría. Esto es así porque las personas que viven según el mundo suelen tener una idea errada de la vida de piedad y devoción, pensando que ésta es una cosa supremamente aburrida, que ser devoto es sinónimo de ser y llevar una vida triste, sin alegría ninguna. Y así, al ver a los que se dedican a la virtud correr ligeros y alegres por las sendas de la perfección-santidad, en medio de las mortificaciones y sacrificios, se convencen de que trabajar por la salvación no está lleno de la dificultad y disgusto que ellos creen, sino todo lo contrario: una camino de suavidad y verdadera felicidad y alegría. De modo que esto ayuda a la conversión de nuestro prójimo. Por eso es muy importante que si trabajamos en la conversión de alguien —tal vez algún familiar o ser muy querido— apartemos de nosotros la tristeza y mostremos siempre semblante feliz y alegre.

4) En cuarto lugar, es importante tener alegría en el servicio de Dios, pues ésta es causa de que las obras que hacemos las realicemos mucho más perfectamente, con más esmero. En efecto, y esto lo vemos de hecho en todos los órdenes, hay una gran — enormísima— diferencia entre el que hace una cosa con alegría y contento al que la hace con descontento, desgano, sin ánimo y lleno de tristeza. Parecería que éste último no atiende sino a poder decir que hizo lo que tenía que hacer; en cambio, el que obra con ánimo alegre no sólo mira a hacer la cosa, sino que busca hacerla bien, con perfección, esmerándose mucho en ello.
Además, esta alegría de ánimo da fuerzas y bríos al alma para obrar; al revés de la tristeza, que infunde una pesadez en el alma, apretando y estrechando el corazón, de modo tal que no sólo las cosas espirituales, sino aun las cosas corporales cuestan un esfuerzo bárbaro, sintiéndose la pesadez hasta en el cuerpo mismo, como si cada brazo y pierna nos pesara una tonelada. Por eso, hay que apartar de nosotros la tristeza, pues, como decíamos hace ocho días, nos entorpece para todo lo bueno.

5) Y, finalmente, en quinto lugar, es muy importante que busquemos tener esta alegría de corazón, pues ella es señal y da grandes esperanzas de que el que así va en el camino de Dios ha de perseverar en él y llegar al puerto de la salvación. Y, por el contrario, cuando vemos a alguien que con tristeza y suma pesadez lleva y apenas cumple las cosas de la Religión, grandes sospechas y temor da de si ha de perseverar o no, de si abandonará el camino comenzado. Por tanto, es importante que busquemos tener, y pidamos a Dios en la oración, esta alegría del corazón en los trabajos y obras que realizamos, pues ello influirá grandemente en nuestra perseverancia final.

(Cuerpo 3: Alegría aun con faltas veniales)

Y es importante notar que esta alegría de corazón que decimos debemos tener en el servicio de Dios, no hemos de perderla por nuestras faltas o pecados veniales. Pues por aquí hay un gran engaño en el que podemos caer y es que, como es imposible que no tengamos faltas o pecados veniales en esta vida debido a nuestra flaqueza, entonces vivamos tristes y cabizbajos por esos pecados.

Es un engaño o peligro por lo que decíamos el domingo pasado, pues la tristeza mucho daño nos hace, y así, a pesar de estos pecados veniales que ciertamente tenemos y por los cuales sin duda hay que pedir perdón a Dios y arrepentirnos, sin embargo, a pesar de ellos, debemos estar alegres, pues dichos pecados no nos quitan a Dios, y es Él tan bueno y misericordioso que a pesar de ellos nos ama y quiere igual. Sólo el pecado mortal es el que nos separa de Dios, pero no el venial.

Además, si por los pecados veniales debiéramos vivir apesadumbrados, imposible e insufrible sería la vida en esta tierra, pues ¿quién está sin pecado venial? Nadie; así que todos, siempre, todos los días, tendríamos que estar tristes, melancólicos, pues todos tenemos pecados veniales; pero Dios no quiere eso, sino que nos manda todo lo contrario, que lo sirvamos con alegría.

Por tanto, no perdamos el ánimo ante nuestros pecados veniales, sino aprovechémonos de ellos —si se nos permite expresarnos así— para crecer en la humildad y aumentar el recurso a Dios por medio de la oración, al ver nuestra poquedad y flaqueza.

(Conclusión)

Concluyendo ya, queridos fieles, como decíamos hace ocho días, apartemos de nosotros la tristeza y, por el contrario, busquemos tener alegría de corazón; pidámosla a Dios todos los días: la verdadera felicidad y alegría, máxime teniendo en mente todas estas cosas. No olvidemos que nuestro Dios es Dios de alegría, como lo da a entender hermosamente el salmo 42 que rezamos en todas las Misas al principio: “Introíbo al altáre Déi”, “Subiré al altar de Dios”, “Ad Déum qui laetíficat Iuventútem meam”, “A Dios que alegra mi juventud”. En solo Dios hemos de hallar la alegría.

Quiera María Santísima alcanzarnos el ser felices en Dios en esta vida y después eternamente en la otra.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.