3er Domingo después de Pascua 2019

Deseos Carnales.

(Domingo 12 de mayo de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Nos hallamos en el Tercer Domingo después de Pascua. El día de hoy la Santa Iglesia Católica propone a nuestra consideración un extracto de la primera Epístola1 del Apóstol San Pedro. Nuestro deseo es comentar apenas los dos primeros versículos de ella, pues, como veremos, se prestan mucho para ser comentados y meditados.

(Cuerpo 1: “Deseos Carnales”)

Comienza el Apóstol diciéndonos:

“Carísimos: Os ruego que, como extranjeros y peregrinos, os abstengáis de los deseos carnales, que combaten contra el alma”.

Esta corta frase contiene un principio de suma importancia para la vida espiritual de cada uno, a saber, la irreconciliable oposición entre la carne y el espíritu, entre el hombre carnal y el hombre espiritual, que todos llevamos por dentro: “los deseos carnales que combaten contra el alma”, dice San Pedro. Lo cual concuerda con aquello que San Pablo dice, escribiendo a los Romanos: “Cierto que me deleito en la ley de Dios según el hombre interior [esto es, el hombre espiritual]; mas veo otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me sojuzga a la ley del pecado que está en mis miembros [esto es, el hombre carnal u hombre viejo]”2.

1 1 Pedro 2,11-19.
2 Romanos 7,22-23.

Es de notar que nos dice que nos abstengamos de los deseos carnales “como extranjeros y peregrinos”. La razón es porque esta tierra no es nuestra morada definitiva, sino que nuestra patria verdadera está en el cielo, por lo cual aquí abajo nos movemos como “extranjeros y peregrinos”. Asimismo, es de notar que por deseos carnales hemos de entender, no solamente aquellos que se refieren a los pecados de impureza, sino también todas aquellas cosas que nos atan, de una u otra manera, a esta miserable tierra. Entre otros tenemos:

1) La vanagloria: Desear ser estimados y honrados, ser alabados de los hombres; aventajar y aparecer por encima de los demás, faltando no pocas veces a la Caridad para ello.

2) La soberbia: Sentirse o creerse más que los demás; despreciar a los demás. Aquí está incluido el tener tanto amor propio que uno se ofende y siente ante la menor cosa: una palabra que no nos gusta, un tono de voz que tal vez no sea el mejor, una mirada, un comentario… las más de las veces cualquier menudencia, lo cual hace que nuestro herido amor propio decline a los siguientes sentimientos o pensamientos: “No quiero volver a ver a fulano”, “ya no le vuelvo a dirigir la palabra”, “cuando lo vea le diré tales y cuales cosas”, reemplazando la estima que hasta entonces le teníamos por resentimiento, pensando mal de él, tomándolo por hipócrita, etc.

3) La avaricia: El afán de lucrar más y más, de llenarse de dinero y de no vivir sino en función de él y de los bienes materiales, como si no hubiera otra cosa. En definitiva, volviendo al dinero nuestro ídolo.

4) La envidia: Contristarse por las cosas buenas que suceden al prójimo o alegrarse en los males que le acaecen; pecado abominable que da lugar a muchos otros como la murmuración, la crítica, los juicios temerarios, la maledicencia, e incluso la difamación y hasta la calumnia.

Éstos son tan sólo unos pocos ejemplos, pues hay muchas cosas más que son según “los deseos carnales”, es decir, según el hombre viejo, según nuestra naturaleza caída, las cuales cosas todas combaten contra el alma, ya sea privándola de la vida divina, esto es, de la gracia santificante por el pecado mortal, ya mermando esa vida a través de la comisión de pecados veniales deliberados, predisponiéndola así para su total pérdida por el pecado grave.

(Cuerpo 2: Predicar con la buena vida)

Mas, volviendo a la Epístola, continúa San Pedro, diciendo:

“teniendo [vosotros] buena conducta entre los gentiles, para que, así como ahora murmuran de vosotros como de malhechores, considerándoos por vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios en el día que venga a visitarlos”.

Aquí tenemos otra enseñanza importante, a saber, que hemos de predicar con el ejemplo más que con la palabra. “Las palabras mueven, mas los ejemplos arrastran”, dice el famoso refrán. Por tanto, si en verdad deseamos convertir a alguien — quizá un ser querido, tal vez el propio cónyuge, o un hermano, o hijo, o algún amigo muy cercano y muy querido—, debemos primeramente convertirnos nosotros mismos, es decir, llevar vidas verdaderamente católicas, ser coherentes con nuestra Fe en todos los aspectos de nuestra vida.
1) Primeramente, viviendo en estado de gracia y no en pecado, como es obvio; poniendo todos los medios necesarios para ello: rezar, evitar la ocasión de pecado (lugares, personas, situaciones) y mortificar nuestros sentidos, esto es, hacer penitencia.

2) Asimismo, no hemos de contentarnos con evitar el pecado, manejándonos de forma negativa (no esto, no aquello,no lo otro), sino que hemos de manejarnos de forma positiva, practicando las diversas virtudes (hacer esta obra de Caridad, realizar un acto de humildad, obrar tal penitencia).

3) También nuestra vida debe estar marcada por la oración, y no limitarse ésta únicamente al domingo —la Misa y el Rosario tal vez, en el mejor de los casos—, pasando después el resto de la semana sin hacer prácticamente nada de oración. El rezo del Santo Rosario todos los días no puede faltar nunca en la vida de ningún católico serio y convencido, que verdaderamente se preocupe por ser buen hijo de Dios y salvar su alma. Asimismo, un buen católico no puede faltar a las oraciones de la mañana y de la noche. Y quien verdaderamente quiera alcanzar la santidad no dejará de acudir a la Sagrada Escritura todos los días. Todo esto, aunque suene y parezca mucho, en realidad no es tanto, no suma ni siquiera necesariamente más de una hora del día: Rosario: 30 minutos aprox.; oraciones mañana y noche: 10 minutos aprox.; lectura espiritual: 20 minutos aprox.: todo lo cual da justo una hora.

4) De igual manera, la coherencia con nuestra Fe debe manifestarse en nuestros hogares: no viéndose en ellos esa basura llamada novelas; ni desperdiciándose el tiempo en películas o en las redes sociales, o escuchando la espantosa música moderna, ya sea la bazofia del reggaetón, o el rock —satánico—, u otros géneros de música claramente mundanos; no poseyendo, bajo el pretexto de “arte”, cuadros espantosos o con desnudos; no asistiendo a lugares que envuelvan claramente peligro de pecar, ya sea por el ambiente, las circunstancias, etc. —con mayor razón si son lugares directamente pecaminosos—, ni permitir, como es obvio, a los propios hijos asistir a tales lugares, con el pretexto de que salgan a divertirse o de que “yo lo ‘eduqué’ muy bien, no hará nada malo”, etc., —muchos, gracias a ese permiso, comenzaron su camino de perdición—.

5) Asimismo, hemos de obrar en correspondencia con nuestra Fe en la oficina o trabajo, mostrándonos como católicos, sin avergonzarnos de ello, no dando lugar al respeto humano. No participando de las malas conversaciones que pudiera haber, ya sean de crítica, de murmuración o de cosas obscenas, sino cambiándolas o desaprobándolas, ya manifestándolo verbalmente, ya retirándonos; cumpliendo fielmente con nuestros deberes de trabajo por amor a Dios;tratando, en algún grado y según la medida de las posibilidades, de acercar a nuestros compañeros a Dios Nuestro Señor; realizando la bendición de los alimentos, sin omitirla por vergüenza al qué dirán, etc.

6) También ha de brillar la coherencia con nuestra Fe, en el caso de las damas, en vestir modestamente, no sólo los domingos o cuando van a Misa, sino todo el tiempo, todos los días de la semana, por dentro y fuera de casa, haya quien las pueda mirar o no, recordando que Dios se halla en todas partes y que estamos siempre patentes a su mirada.

Esto no es exhaustivo, por supuesto; son tan sólo unos pocos ejemplos, pero el punto es claro: nuestra Fe debe impregnar toda nuestra vida, hasta en los detalles más mínimos. Entonces, y sólo entonces, seremos instrumentos aptos en las manos de Dios para convertir almas. Porque, si, por el contrario, vivimos como gente sin Fe, en total disonancia con nuestra Santa Religión, entonces los paganos e incrédulos —que lo notarán— no sólo no se convertirán sino que se burlarán de la Religión, de Dios Nuestro Señor, y, con nuestra mala vida, solamente contribuiremos a confirmarlos en su estado de reprobación.

(Conclusión)

Queridos fieles, para concluir, simplemente deseamos invitarlos a que mediten todas estas cosas en la oración: a que reflexionen si su vida es en base a los “deseos carnales” que combaten el alma o según el hombre interior; y si, por tanto, predican con su buen ejemplo a Dios Nuestro Señor Jesucristo, de modo que, por vuestra vida, tengan los incrédulos y paganos un testimonio firme de la verdad de nuestra Fe, o, si, por el contrario, vuestra vida es escándalo para quienes la ven.

Pidamos a la Santísima Virgen ruegue por nosotros para que en todo nos comportemos como buenos hijos de Dios.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.