2º Domingo después de Pascua 2019

Domingo del Buen Pastor.

(Domingo 5 de mayo de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Nos hallamos en el Segundo Domingo después de Pascua, conocido también como Domingo del Buen Pastor. Suele ser costumbre que el día de hoy se predique sobre la vocación. Por lo cual, hablaremos de ella diciendo, primeramente, qué es, algunos indicios para saber si hay o no vocación y por qué hoy en día casi no hay vocaciones.

(Cuerpo 1: Qué es la vocación)

Primeramente, ¿qué es la vocación? La vocación es un llamado divino a un género o estado de vida más perfecto, consagrado a Dios. En esta breve definición podemos distinguir, por lo menos, dos cosas en la vocación.
En primer lugar, que es un llamado divino, esto quiere decir, que únicamente es Dios quien llama a la vocación, según aquello de San Pablo: “Nadie toma para sí este honor, sino quien es llamado por Dios como lo fue Aarón”1. De manera que el que se “auto-fabrica” para sí la “vocación”, es decir, aquél que pretende tenerla y se obstina en seguir adelante con ella en contra de lo que la Providencia muestra, y logra —digamos— infiltrarse en las filas sacerdotales, a ése tal se le pueden, con suma verdad, aplicar las palabras de Cristo: “el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador”2. Únicamente Dios llama a la vocación, lo cual Él hace por medio de ciertos indicios de los cuales hablaremos en seguida.
En segundo lugar, vemos que la vocación implica un estado de vida más perfecto, consagrado a Dios. Esto puede referirse al estado religioso, con los tres votos de pobreza, castidad y obediencia —esto es, los monjes y monjas—, el cual estado mira principalmente a la santificación personal, por medio del fiel seguimiento de la regla propia. O puede referirse también al estado de vida sacerdotal, con el único voto de castidad, el cual estado, además de la santificación propia del sacerdote, mira también muy especialmente al apostolado, es decir, al bien del prójimo, de las almas encomendadas al sacerdote.

(Cuerpo 2: Indicios de vocación)

Ahora, enfocándonos en la vocación sacerdotal, tratemos sobre los indicios que suelen mostrar que un joven tiene vocación:
1) Primeramente, el candidato o joven que se acerca al sacerdocio debe hacerlo por motivos y fines sobrenaturales, a saber, para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas, y no por motivos terrenales (mejorar su situación, buscar dinero, poder, etc.).

2) En segundo lugar, el candidato debe poseer una piedad sólida, no fundada en sentimentalismos, sino en principios doctrinales firmes. Debe tener algún gusto y atracción por las cosas espirituales, por la oración, por la quietud, el silencio, el recogimiento, la disciplina; en definitiva, debe sentir atracción por la vida sacerdotal y por todo que ella implica, particularmente, la oración, porque el sacerdote debe ser hombre de oración profunda, ya que ella constituye el alma de todo apostolado: de la oración dimanan los frutos de salvación. Sin embargo, la pura fuerte atracción al sacerdocio no constituye suficiente indicio de vocación, sino que han de unírsele también los otros indicios de que estamos tratando.

3) En tercer lugar, el candidato debe ser capaz para los estudios, debe poseer la capacidad suficiente para cursar, con buen éxito, todas las diferentes materias a que un sacerdote debe aplicarse. Un joven que sea incapaz de estudiar, que no tenga hábitos de estudio y que, por tanto, no pueda seguir los estudios y materias que todo sacerdote debe llevar, por mucha piedad que posea, carece de la vocación sacerdotal.

4) En cuarto lugar, el candidato debe gozar de buena y estable salud, no sólo física sino también mental. Tener una salud precaria, que no permitirá ejercer los ministerios digna y decorosamente, es indicio de falta de vocación. Asimismo ciertos defectos del cuerpo constituyen irregularidad3 para recibir las órdenes, como, por ejemplo, la ceguera, sordera, el haber perdido algún miembro del cuerpo, como un brazo o una pierna, aun cuando sea sin culpa.

5) Finalmente, es necesario que el candidato sea de buenas costumbres, que brille por la pureza de vida. Pues el que está sumido en vicios y pecados no puede ser ascendido al estado sacerdotal, por lo menos mientras no erradique de raíz esos vicios y malas costumbres de manera definitiva, dando claras muestras de ello por medio de una vida honesta, para lo cual se requiere un prudente período de tiempo. Asimismo, hay ciertos pecados que, una vez cometidos, hacen contraer irregularidad4; algunos de ellos son: a) la apostasía, la herejía y el cisma; b) los que cometieron homicidio voluntario; c) los que realizaron un aborto y todos los cooperadores; d) los que se han mutilado a sí mismos o a otros; e) y los que han intentado quitarse la vida a sí mismos. Tampoco deben ser admitidos al sacerdocio aquellos que padezcan problemas de homosexualidad, los que hayan pecado con menores y los que hayan cometido incesto.

1 Hebreos 5,4.
2 S. Juan 10,1.
3 Código de Derecho Canónico, Canon 984.
4 Ibídem, Canon 985.

(Cuerpo 3: Por qué no hay vocaciones)

Hoy día podemos constatar que hay una falta terrible de vocaciones; son muy pocas las almas consagradas a Dios y aun más pocas las que tienen deseos de consagrarse a Él. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué esta carencia, siendo que antes había cientos de vocaciones? Escuchemos a Pío XI, en una Encíclica suya sobre el Sacerdocio Católico de 1935, para vislumbrar lo que ha pasado; dice así:

“El jardín, primero y más natural donde deben germinar y abrirse como espontáneamente las flores del santuario, será siempre la familia verdadera y profundamente católica. La mayor parte de los obispos y sacerdotes santos, ‘cuyas alabanzas pregona la Iglesia’, han debido el principio de su vocación y santidad a los ejemplos y lecciones de un padre lleno de fe y virtud varonil, de una madre casta y piadosa, de una familia en la que reinaba soberano, junto con la pureza de costumbres, el amor de Dios y del prójimo. (…) Cuando en una familia los padres, siguiendo el ejemplo de Tobías y Sara, piden a Dios numerosa descendencia ‘que bendiga el nombre del Señor por los siglos de los siglos’, y la reciben del cielo con hacimiento de gracias como don del cielo y depósito precioso, y se esfuerzan por infundir en sus hijos desde sus primeros años el santo temor de Dios, la piedad cristiana, tierna devoción a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen, el respeto y veneración a los lugares y personas consagradas a Dios; cuando los hijos tienen en sus padres el modelo de una vida honrada, laboriosa y piadosa; cuando los ven amarse santamente en el Señor, recibir con frecuencia los Santos Sacramentos, y no sólo obedecer a las leyes de la Iglesia sobre ayunos y abstinencias, pero aun conformarse con el espíritu de mortificación cristiana voluntaria; cuando los ven rezar incluso en casa rodeados de toda la familia para que la oración hecha así, en común, suba y sea mejor recibida en el cielo; cuando observan que se compadecen de las miserias ajenas y reparten a los pobres de lo poco o mucho que poseen; será difícil que, tratando todos ellos de emular los ejemplos de sus padres, alguno de ellos a lo menos no sienta en su interior la voz del divino Maestro, que le diga: ‘Ven, sígueme, y haré que seas pescador de hombres’”5.

“El jardín, primero y más natural donde deben germinar y abrirse como espontáneamente las flores del santuario, será siempre la familia verdadera y profundamente católica, dice Pío XI. Allí está el problema, queridos fieles. ¿Dónde hay, hoy día, siquiera una sola familia verdadera y profundamente católica? En este punto, la Revolución, la masonería y todos los enemigos de Dios y de la Iglesia han obrado, podríamos decir, de manera perfecta, pues han prácticamente destruido la familia católica.

¿Cómo lo han logrado? De varias maneras, pero una de las principales ha sido, sin lugar a dudas, la anticoncepción: ese pecado abominable, gravísimo, por el cual uno evita los hijos que Dios desde toda la eternidad previó darle, de los cuales muchos tenía Dios previsto llamar a su divino servicio, los cuales hubieran tenido vocación, ¿mas cómo será ello posible, si no les permite ni siquiera nacer? ¿Quién hay que obre como Tobías y Sara, como nos dice Pío XI, es decir, que “pidan a Dios numerosa descendencia ‘que bendiga el nombre del Señor por los siglos de los siglos”, esto es, que pidan muchos hijos a Dios y que le pidan que llame muchos a su servicio?
Además, no sólo acabaron con las familias numerosas, sino también con la educación católica dentro de ellas, pues muchas de las actuales familias católicas lo son sólo de nombre, de manera que poca o ninguna diferencia hay entre ellas y las familias de los paganos. En efecto, ¿dónde vemos que los padres se preocupen seriamente por enseñar a sus hijos, desde sus más tiernos años, a temer y amar a Dios, a odiar con todas sus fuerzas el pecado y todo lo que los puede alejar de Nuestro Señor?, ¿hay alguien, por ejemplo, que enseñe a sus hijos desde su más tierna infancia a cuidar y respetar su cuerpo como Templo del Espíritu Santo, a alejarse de toda impureza o de cualquier cosa que pueda empañar el hermoso lirio de su pureza?, ¿o que a sus hijos jóvenes enseñe a mantenerse sin mancilla hasta llegar al matrimonio, guardando virginidad?, ¿o que les inculque los fines del matrimonio, enseñándoles que la procreación de los hijos es toda la razón de ser del matrimonio y que la anticoncepción constituye un pecado gravísimo, abominable?, ¿quiénes hay que se afanen por introducir a sus hijos desde chicos a la piedad sólida, a la práctica de las virtudes, al amor a la Santísima Virgen, al amor a la oración que nos une con Dios?, ¿acaso alguno se desvela porque, desde su primer uso de razón, conozcan el catecismo y que, a medida que vayan creciendo, aprendan las verdades más importantes y esenciales a la Fe?

En verdad, ¿cómo pretendemos que puedan surgir vocaciones de familias “católicas”, donde se vive igual —o peor— que paganos? ¿De dónde le nacerá a un joven el deseo de abandonar el mundo, de renunciar a todas las cosas para no seguir más que a Dios Nuestro Señor Jesucristo, si todo lo que ve y respira, en su propio hogar, dice mundo? ¿Cómo habrá una vocación en un hogar donde jamás se reza en familia, donde se le permite a los hijos perder todo el día en las redes sociales: facebook, whatsapp, youtube; donde desperdician todo su tiempo en películas de Hollywood, las cuales están llenas —repletas— de porquería doctrinal y moral, o que pasan todo el día en videojuegos, sea en el celular, el computador, la consola de Xbox, PlayStation, etc., etc., todo lo cual no les llena el alma de Dios, de virtud, de deseo de consagrarse a Dios Nuestro Señor, sino todo lo contrario: de mundo, de mundanidad, en última instancia, de pecado?

¿Cómo podrá surgir una vocación en una familia, donde los padres no velan por la pureza de sus hijos, sino que les permiten juntarse con quien sea, o ver cualquier cosa, ya sea en el celular, en la televisión, etc., sin ejercer ningún control, ninguna vigilancia; o que les permiten a edades tempranas 14, 15, 16 años, tener novio o novia, siendo ello un sinsentido y constituyendo, además, un gran peligro, especialmente hoy día, para su pureza?
Asimismo, ¿cómo va a florecer una vocación donde no hay ningún respeto por los padres, donde impera la desobediencia, el contestar a lo que se le dice a uno, el faltar al respeto debido a los mayores; donde, en definitiva, hay falta de sumisión, lo cual implica mucha soberbia y amor propio?, ¿cómo estará un joven dispuesto a cargar con la Cruz de Cristo, siguiéndolo en la abnegada vida sacerdotal, si el hogar donde se cría brilla por la falta de toda mortificación, de todo sacrificio; donde reinan los caprichos del niño, los cuales hay que cumplir a toda costa (con perjuicio de él mismo), no obligándolo, por ejemplo, a comer lo que hay y lo que se sirve a la mesa, permitiéndole decir el famoso “no me gusta”?

Asimismo, si los padres no son exigentes con los estudios de sus hijos, sino que les permiten darse a la pereza, al incumplimiento de sus deberes estudiantiles, con menoscabo de sus facultades intelectuales, ¿de dónde sacarán hábitos de estudio, aptitud y facilidad para ser capaces de aprender y comprender aquello a lo que se aplican?, ¿cómo será posible que de allí surja una vocación, si son incapaces de los menores estudios?
En definitiva, podemos resumir todo diciendo: ¿de dónde saldrán vocaciones, si no hay familias verdadera y profundamente católicas?

(Conclusión: pedir vocaciones)

Sin embargo, queridos fieles, no debemos desesperar, pues “para Dios nada hay imposible”6 y, como nos dice San Juan Bautista: “Dios es poderoso para suscitar de estas piedras hijos de Abraham”7; es decir, Dios puede sacar vocaciones de donde, en principio, ninguna saldría. Por tanto, recemos por las vocaciones; recemos para que Dios toque el corazón de almas generosas, que estén dispuestas a abandonar todo para seguirlo. Roguemos, pues, para que Dios Nuestro Señor, por medio de María Santísima, aumente, así sea un poco en estos tiempos finales —según todo indica—, el número de operarios de su viña, para que, en medio de esta terrible Crisis, haya más almas que trabajen y se consagren para la Gloria de su Nombre.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.

5 Encíclica Ad Catholici Sacerdotii fastigium, nº 64.
6 S. Lucas 1,37.
7 S. Mateo 3,9.