Tristeza daños, causa y remedios.
(Domingo 8 de mayo de 2022) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
“En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo” 1.
Queridos fieles:
El día de hoy, Domingo Tercero después de Pascua, tenemos en el Evangelio2 las anteriores palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo, las cuales nos dan pie para que podamos hablar sobre la tristeza, sobre los daños que de ella se siguen y sus causas y remedio.
(Cuerpo 1: Graves Daños de la Tristeza)
Comencemos, entonces, primeramente hablando los graves daños que se siguen de la tristeza.
En la Sagrada Escritura, el Libro del Eclesiástico, nos da a entender los males de ella, al decirnos lo siguiente: “Aparta la tristeza lejos de ti, pues a muchos ha muerto la tristeza y no hay utilidad en ella” (Cap. 30, vv. 24-25).
Y debemos notar que hemos de huir —como dice el Eclesiástico—de la tristeza, esto es, evitarla y no dejar que se enseñoree de nuestro corazón, de la misma manera que combatimos las demás tentaciones que acometen a nuestra alma. Pues la tristeza obra grandes daños y estragos en el alma. Y esto hay que tenerlo bien presente, pues no solemos ver la tristeza como una tentación sino sólo como una especie de estado psíquico, y sin embargo sí que es una tentación, y muy terrible, por cierto. Por eso hay que combatirla y desecharla como hacemos con los pensamientos contra la pureza o contra la Fe o de ira o soberbia, etc.
Y para que veamos aun más esto, ahora sí pasemos a enumerar algunos de los daños que se nos siguen de la tristeza.
1) En primer lugar, nos quita el gusto por la oración y cosas espirituales, llenando al alma de tedio y hastío para todo lo espiritual. Y así, si dejamos que la tristeza domine nuestro corazón —y lo sabemos por experiencia— no tenemos ganas de rezar, ni poquito; de manera que empezamos a acortar nuestras devociones, si no es que del todo dejamos la oración. No hallamos entonces gusto en ir Misa, ni en rezar el Santo Rosario, ni en leer la Sagrada Escritura o libros espirituales; nos enfada o disgusta que nos hablen de Dios o cosas relacionadas a Él. Hasta tal punto llega este tedio que se engendra en el alma que aun ver a otros realizar obras de devoción nos molesta. Podríamos llegar a decir que la tristeza lo vuelve a uno inútil para todo lo bueno.
2) En segundo lugar, la tristeza hace que fallemos en la Caridad, pues nos hace ásperos y desabridos en el trato con nuestro prójimo. En efecto, cuando somos presa de esta pasión, muy fácilmente nos enfadamos e irritamos por cualquier cosa, por muy ínfima y absurda que sea; por lo cual nos hace andar muy impacientes y mal geniados. Y no sólo eso, sino que lleva incluso al que padece tal pasión a no juzgar bien, sino a caer en muchos juicios temerarios y miedos sin fundamento, teniendo sospechas de su prójimo infundadas.
3) En tercer lugar, la tristeza es causa y raíz de muchas tentaciones y de muchas caídas en el pecado: “a muchos ha muerto la tristeza”, nos dice el Espíritu Santo. Muchos han caídos en cantidad de pecados debido a la tristeza. Pues cuando alguien se halla en medio de la confusión y tinieblas y oscuridad que pone esta pasión en el alma, entonces allí el demonio le acomete con todo género de tentaciones y, como le halla sumamente débil, muy fácilmente lo abate.
Y debemos notar que aquí el demonio tiene dos formas distintas de atacar al alma cuando ésta se halla sumida en la tristeza. O la ahoga en la tristeza, o la lleva hacia los placeres mundanos. Y debemos reparar muy bien en esto, porque el demonio al que está triste algunas veces busca inducirlo a desconfianza y desesperación, como hizo con Caín y Judas, y otras veces, cuando se da cuenta de que por allí no logrará nada, lo acomete con deleites mundanos, e incluso con deleites carnales y sensuales, bajo la excusa de que por allí hallará remedio y alivio para su tristeza.
Por esto no es raro que al que está muy triste y melancólico le asalten muchos pensamientos malos y deshonestos, pues es tal la naturaleza del hombre que no puede hallarse sin gusto ni contento alguno. Por esto, si no le encuentra en Dios, se vuelve hacia las cosas viles y bajas para hallar en ellas (falso) consuelo.
4) Finalmente, es tan tremenda la tristeza que, si no nos la sacudimos de encima, puede realmente poner en peligro nuestra salvación eterna, por todo lo que anteriormente hemos dicho. No por nada dice la Escritura que “ha muerto a muchos”, no sólo refiriéndose a la muerte corporal —pues la tristeza excesiva daña la salud y es causa inclusive de suicidios—, sino mucho más principalmente a la muerte espiritual a que lleva al alma.
1 San Juan 16,20.
2 San Juan 16, 16-22.
(Cuerpo 2: Causas de la Tristeza y sus Remedios)
Habiendo visto, pues, los males grandes que trae consigo la tristeza, veamos ahora cuáles son las causas de ella y sus remedios, para que podamos evitarla más eficazmente. La tristeza puede ser producida por muchos capítulos distintos. Y así:
1) A veces la tristeza puede proceder por causas naturales del cuerpo u organismo humano, o de algunos temperamentos que tienen cierta propensión a la melancolía, y en ese sentido constituir una enfermedad. En cuyo caso, se ha de acudir a los médicos para hallar la solución del mal. Sin embargo, debe tenerse presente que, si bien la fuente de la tristeza puede ser natural, ésta se empeora y agranda, si uno tiene concibe muchos pensamientos tristes y melancólicos. Hemos de evitarlos a toda costa.
2) A veces puede ocurrir que, sin haber ocurrido nada particular, se halle uno de repente presa de la tristeza, sin tener ganas de tratar ni de hablar con nadie, ni de hacer cosa alguna. De manera que, como decíamos antes, en el trato con el prójimo uno pierda la amabilidad y cortesía y se vuelva desabrido y áspero. Aquí el remedio es mortificar las pasiones que uno tiene, pues el mal no está en el prójimo sino en la mala disposición de uno mismo. Por tanto, la solución no es huir del trato de los demás, sino, como decimos, mortificarnos y, a pesar de sentir el mal movimiento dentro de nosotros, hacernos violencia para no dejarnos llevar por él.
3) Otra causa de la tristeza es la afición a los bienes de esta tierra o a las cosas mundanas. Pues cuando un alma se halla apegada a lo que este mundo ofrece —sean honores, riquezas o placeres—, bien se ve que, en no teniéndolo —lo cual más comúnmente suele ocurrir—, o perdiéndolo —lo cual tampoco es raro, los bienes de este mundo son efímeros y pasan como si nada—, esa tal alma se llenará de tristeza y pesadumbre, pues no posee lo que desea. Por esto, vemos que el mundo está lleno de tristeza y melancolía, pues los mundanos nunca tienen todo lo que quieren y muchas veces, por una u otra causa, pierden lo que poseían. Y así, el remedio aquí es desasirnos de los bienes de esta tierra y poner nuestro corazón únicamente en Dios, el cual nadie nos lo puede quitar si no nos dejamos, venciendo el pecado.
4) Otra causa de la tristeza es la soberbia. ¡Sí!, la soberbia, nuestro amor propio, nuestro deseo de ser estimados y la poca o nula humildad que tenemos. Por eso muchas veces andamos tristes, por la gran soberbia que hay en nuestro interior que se siente herida, contrariada, ofendida o humillada por diversas cosas o situaciones, muchas de ellas ínfimas… Por tanto, aquí el remedio evidentemente es la humildad. Crecer en el conocimiento de nuestra nada, de que no merecemos sino desprecios y castigos por los muchos pecados que hemos cometido.
5) También tenemos como causa de la tristeza la falta de conformidad con la Voluntad Divina. Como queremos que las cosas salgan a nuestra manera, según nuestros planes y no según los de Dios, por eso nos hallamos contrariados y tristes cuando no ocurren como queríamos. Por tanto, hemos de trabajar por conformarnos más y más con la Voluntad de Dios Nuestro Señor; de lo contrario, viviremos siempre tristes, pues los caminos de Dios suelen ser diametralmente opuestos a los nuestros.
6) Y, finalmente, podemos contar también entre las causas de la tristeza el pecado. Cuando el alma peca y ofende a su Señor y Creador, no puede menos que llenarse de amargura y tristeza. Y así, muchas de las tristezas que padecemos se deben a nuestros pecados, ¿pues cómo ha de vivir alegre quien se halla apartado de Dios por el pecado? Y así, aquí el remedio oportuno es una buena Confesión con un firme propósito de enmienda y aplicación del ánimo a la práctica de la virtud, pues, por el contrario, nada hay que más alegre al alma que practicar y crecer en la virtud.
Un remedio universal contra la tristeza, sea cual fuere la causa de donde proviniere, es la oración. Explícitamente nos la indica Santiago Apóstol en su Epístola, al decir: “¿Está triste alguno de vosotros? Que ore”. Pues si hablar con un amigo en nuestra tristeza da consuelo a nuestro corazón, ¿cuánto más no le dará el hablar con Dios, que eso es la oración? Por tanto, en todas nuestras tristezas y desánimos acudamos a este soberano remedio de la oración, en particular meditando en los bienes futuros, en la Gloria del Paraíso y en el infinito amor de Dios, cosas todas que deben, en medio de este valle de lágrimas, darnos esperanzas y alientos para seguir adelante.
(Conclusión: Tristeza Buena y Santa)
Queridos fieles, hemos visto, pues, los daños que causa la tristeza y de donde puede provenir. Por tanto, busquemos huir de ella y no dejar que nos entre en el corazón.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que existe una tristeza buena, según Dios, a la cual no se aplica nada de lo que antes hemos dicho. Esta tristeza según Dios es buena y soberanamente provechosa para el alma. Fundamentalmente consiste en entristecernos por el pecado: por los pecados que hemos cometido y con los cuales hemos ofendido la Divina Majestad —lo cual nos lleva a una saludable penitencia— y también por los pecados de otros, en cuanto nos dolemos, por un lado, de ver la ofensa inferida a Dios y, por otro, de ver la perdición de las almas, que costaron toda la preciosa sangre de Cristo Nuestro Redentor.
Procuremos, pues, estar siempre alegres, pues quien tiene a Dios en su alma razón es esté feliz, aun en medio de sus tribulaciones y cruces. Y así, en este tiempo Pascual, que es tiempo eminentemente alegre, pidamos a Dios nos conceda, por medio de su Madre la Santísima Virgen María, la gracia de tener la verdadera alegría y paz de los hijos de Dios.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.