Solemnidad Corpus Christi, Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
(Domingo 19 de junio de 2022) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El pasado jueves fue una de las Fiestas más importantes del año: Corpus Christi. Hoy nos hallamos celebrando la solemnidad de dicha Fiesta. La Santa Madre Iglesia desea que, por medio de esta festividad, volvamos nuestros ojos hacia uno de los misterios más grandes y admirables de nuestra Santa Fe Católica: la Presencia Real de Dios Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies de pan y vino. Deseamos comentar unas pocas estrofas de la hermosa Secuencia de la Misa de hoy, “Lauda, Sion, Salvatorem”, y, asimismo, narrarles un milagro eucarístico que tiene íntima relación con esta Fiesta.
(Cuerpo 1: Datos Históricos)
Pero, primeramente, digamos brevemente sobre algunos datos históricos relativos a esta Fiesta.
Ésta fue instituida por el Papa Urbano IV en el siglo XIII, año 1264, por medio de su Bula Transiturus. Este Sumo Pontífice encargó la redacción de los textos de la Misa y del Breviario a dos grandes Santos: Santo Tomás de Aquino, de la Orden Dominica, y San Buenaventura, de la Orden Franciscana. Cada uno debía componer sus propios textos y el Papa decidiría cuáles eran los mejores para la Fiesta. Según nos narra la historia, el día en que estos dos eminentes religiosos se presentaron ante Urbano IV, para ver quien había compuesto el mejor Oficio para Corpus Christi, el Papa comenzó a leer en alta voz el realizado por Santo Tomás. Y San Buenaventura, mientras iba escuchando, hizo algo admirable y digno de su santidad y humildad: rompió lo que él mismo había compuesto, dando así la “victoria” a Santo Tomás.
De hecho, todos los textos y secuencia de la Misa, como los diversos himnos del Breviario, están compuestos por Santo Tomás de Aquino, y en ellos notamos, no solamente una gran hermosura poética —y ni digamos sobre la melodía—, sino también una gran agudeza teológica, pues en todos ellos, en especial en los himnos y la secuencia de la Misa, Santo Tomás va exponiendo la doctrina relativa a la Sagrada Eucaristía o Comunión.
Lo cual —dicho sea de paso— nos da pie para hacer notar que la verdadera piedad y devoción debe estar basada en la doctrina; si no, caemos en un puro pietismo, en un sentimentalismo vaciado de sustancia; que es lo que hoy vemos mucho, particularmente con todo el indiferentismo que hay y los movimientos ecuménicos, que pretenden buscar una unidad en una piedad que no se basa en la doctrina única y verdadera.
(Cuerpo 2: La Secuencia de la Misa)
Mas, volviendo a nuestro tema, deseamos entonces compartirles unos breves extractos de la bellísima secuencia compuesta por Santo Tomás, Lauda, Sion, Salvatórem:
Dogma datur Christianis, quod in carnem transit panis, et vinum in sánguinem. | Un Dogma es dado a los cristianos (católicos), a saber, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre. |
En esta pequeña frase tenemos la esencia del Dogma de la Presencia Real y de ese grandioso prodigio que en teología ha venido a llamarse transubstanciación, esto es, la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su Sangre preciosísima. Por la cual, Cristo todo entero está realmente presente en las especies de pan y vino: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Y en la estrofa inmediatamente siguiente dice Santo Tomás:
Quod non capis, quod non vides, animosa firmat Fides, praeter rerum órdinem. | Lo que no abarcas, lo que no ves, la Fe viva lo afirma, fuera del orden [natural] de las cosas. |
Efectivamente, la Fe es la que nos enseña y nos da seguridad sobre este augusto Sacramento. Sabemos, sin la menor sombra de duda, que Nuestro Señor está real, verdadera y substancialmente presente en la Hostia Consagrada, aunque los sentidos no lo comprendan, abarquen, ni lo puedan ver, pues la Fe, que está basada en la autoridad de Dios que revela —que no puede engañarse ni engañarnos—, nos los dice y enseña. Y así, creemos firmemente por la Fe, como 2 + 2 = 4, que Cristo está allí presente, pues Él mismo nos lo enseñó, diciendo: “Mi carne verdaderamente es comida y mi sangre verdaderamente es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él”.
Y esta importancia de la Fe Santo Tomás también la expresó muy bellamente en otro himno que compuso: el Pangue lingua, cuyas dos estrofas finales cantamos siempre que se expone el Santísimo Sacramento, que empiezan Tantum ergo… donde decimos praestet Fides supplementum sénsuum deféctui: Dé la Fe un complemento al defecto de los sentidos; como diciendo, ya que los sentidos no son capaces de abordar este Misterio, pues ven pan, huelen pan, sienten sabor a pan, venga la Fe en su auxilio y supla su defecto, para que así el alma pueda ver, con los ojos de la Fe, a Cristo allí presente.
Y ahora pasemos a otras dos estrofas de la Secuencia, que contienen una enseñanza muy importante y práctica para nuestras vidas:
Sumunt boni, sumunt mali, sorte tamen inaequali, vitae vel intéritus. Mors est malis, vita bonis; vide páris sumptiónis, quam sit dispar éxitus. | Lo reciben [al Cuerpo de Cristo] los buenos, lo reciben los malos, pero con suerte desigual: de vida o de muerte. Es muerte para los malos, vida para los buenos; mira cuán dispar es el fin de un mismo alimento. |
En efecto, la Sagrada Comunión —y en realidad todos los Sacramentos—, dependiendo de cómo los recibamos, son para vida y salvación del alma o muerte y condenación de la misma. Si recibimos bien la Sagrada Comunión, esto es, en estado de gracia y con rectitud de intención, nos da vida, esto es, nos santifica y hacer crecer más y más en gracia y amor de Dios. Pero si la recibimos mal, esto es, con conciencia de pecado mortal, comentemos un horrible sacrilegio; y éste es uno de los pecados más graves que uno puede llegar a cometer: hollar el Sacratísimo Cuerpo de Cristo.
Por tanto, mucho cuidado de cometer comuniones sacrílegas, lo cual —por desgracia— no es tan raro, como se cree. En efecto, cuantas veces no ocurrirá que alguien, para evitar que sospechen de él, se atreverá a comulgar estando en pecado mortal, sin confesarse antes. Y en este sentido, los hijos deben tener cuidado, pues pueden tener esta tentación, para no ser mal vistos por la mamá; lo mismo los esposos, para evitar que la mujer piense mal.
Tengamos, por el contrario, mucho temor de Dios, recordando las palabras de San Pablo de hoy, que dicen: “el que come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación”. Así, pues, si alguno tiene la desgracia de cometer pecado mortal, no se atreva a acercase a recibir la Sagrada Comunión, sino sólo después de haberse confesado. Entonces, la Comunión sí le será para vida y purificación de su alma.
(Cuerpo 3: Milagro de Bolsena)
Ahora, para terminar, queremos compartirles, un milagro eucarístico, que tiene, como les decíamos al inicio, íntima relación con esta Fiesta de Corpus Christi. Nos referimos al famoso Milagro de Bolsena. Bolsena es una ciudad situada en Italia. El año 1263 había un sacerdote, llamado Pedro, que estaba siendo atacado con dudas contra la Fe, concretamente contra la Presencia Real de Dios Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia Consagrada. Este sacerdote pidió a Dios le librara de las terribles dudas que lo asolaban. Y, en efecto, fue escuchada su oración, pues mientras celebraba la Santa Misa en Bolsena, al momento de fraccionar la Hostia, comenzó ésta a derramar abundante sangre, con la cual se empapó el corporal y también incluso el altar.
El asunto fue remitido por el sacerdote a las autoridades competentes, las cuales estudiaron el caso. El Papa reinante en la época era Urbano IV, el cual se hallaba en Orvieto, que se encuentra a unos 20 km aproximadamente al este de Bolsena. Urbano IV, una vez verificada la veracidad del milagro, hizo que el corporal fuera llevado en procesión a dicha ciudad de Orvieto, donde él estaba. Y con motivo de este prodigioso milagro, instituyó la Fiesta de Corpus Christi, el 8 de septiembre del año 1264, para que la Sagrada Comunión fuera especialmente adorada.
(Conclusión)
Concluyendo, queridos fieles, simplemente los exhortamos a que el día de hoy adoremos especialmente a Dios Nuestro Señor Jesucristo realmente presente en la Sagrada Comunión; y no sólo adorémoslo, sino también hagamos acciones de gracias, por haber Él, en su infinita misericordia, instituido este Sacramento, por medio del cual, no sólo se queda con nosotros, sino que también se convierte en el divino manjar de nuestras almas. Jamás le agradeceremos lo suficiente tan grande beneficio.
Roguemos a María Santísima y pidámosle a ella que nos ayude a crecer más y más en el amor a Jesús Sacramentado. Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.