Solemnidad del Corpus Christi, Amor de Dios.
(Domingo 6 de junio de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy estamos festejando la Solemnidad de Corpus Christi, cuya Fiesta fue el pasado jueves. Esta Fiesta es de suma importancia, pues en ella celebramos de un modo muy especial el más importante de los siete Sacramentos: el Santísimo Sacramento del Altar, la Sagrada Comunión o Eucaristía; Sacramento que contiene verdadera, real y substancialmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Dios Nuestro Señor Jesucristo, que se halla presente bajo las especies o apariencias de pan y vino.
Si bien es cierto que ya el Jueves Santo hemos conmemorado la celebración de la Primera Misa y, por ende, la institución del Santísimo Sacramento de la Eucaristía o Comunión, sin embargo, como el enfoque en dicho día está puesto en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor y, por tanto, está rodeado de un ambiente de luto, por eso ha querido la Iglesia instituir esta Fiesta particular de Corpus Christi, para poder celebrar este Sacramento con pleno júbilo y alegría y con toda solemnidad.
Y así, el día de hoy, alabemos a la Divina Bondad por habernos dado este Santísimo Sacramento, en el cual Dios se entrega a sí mismo a nosotros para ser manjar de nuestras almas. Por tanto, deseamos decir, primero, unas palabras sobre el gran amor que Dios nos ha mostrado en este Sacramento y luego sobre las disposiciones que hemos de tener para recibir dignamente la Sagrada Comunión.
(Cuerpo 1: Amor de Dios)
Y así, en primer lugar, consideremos el gran amor de Dios manifestado por nosotros en este augusto Sacramento.
Verdaderamente, el Santísimo Sacramento de la Eucaristía es la más grande prueba del amor de Dios por nosotros, pues, si lo pensamos bien, ¿qué más podría haber hecho por nosotros Nuestro Señor? Habíase hecho hombre, llevado vida pobre y humilde durante 30 años; murió por nosotros muerte afrentísima en el patíbulo de la Cruz, derramando toda su sangre preciosa para redimirnos; nos dio desde la Cruz a su Madre Santísima, para que también lo fuera nuestra. Todo esto hizo por nosotros. Por tanto, repetimos la pregunta de antes: ¿Qué más podría haber hecho por nosotros? Pues bien, además de todo eso, se hizo nuestro manjar (!); sí, quiso, además de todo lo que hemos dicho, hacerse comida, alimento de las almas fieles, para poder así unirse a ellas íntimamente por medio de este Santísimo Sacramento.
Y, para que veamos aun más el abismo de amor que hay en este Sacramento, consideremos lo siguiente: ¿Era necesario este Sacramento?, ¿verdaderamente era preciso que Cristo se ocultara bajo las especies de pan y vino, para darnos a comer su Cuerpo y Sangre santísimos? No, no lo era en absoluto. Para nuestra Redención y Salvación fue necesario, y así lo decretó Dios desde la eternidad, que el Verbo, el Hijo de Dios, se hiciera hombre y muriera por nosotros en la Cruz; sin esto, hubiéramos estado irremediablemente perdidos. Mas que el Hijo de Dios se hiciera comida y bebida nuestra no era de ningún modo indispensable para nuestra salvación. Luego, ¿por qué instituyó este Sacramento, si era prescindible, si no era necesario? Por puro amor. El amor fue lo que movió a Nuestro Señor a instituir este admirable Sacramento, que acertadamente ha sido llamado por muchos el Sacramento del Amor.
Y, en este sentido, es verdaderamente este Sacramento un misterio, misterio del amor de Dios por nosotros. En verdad, jamás penetraremos ese abismo del amor que Dios tiene por nosotros. Pensémoslo bien: Que Dios haya querido hacerse comida de los hombres; ¡de los hombres!, que no han hecho ni hacen sino ofenderlo, pecar contra Él; que haya querido ocultarse bajo las especies sacramentales, a pesar de saber la cantidad innumerable de sacrilegios y profanaciones que serían perpetradas a lo largo de los siglos; a pesar de ver la gran ingratitud e indiferencia de los hombres, que en su inmensa mayoría —incluso entre los católicos, es triste decirlo—, no aprecian como deberían este admirable Sacramento; que, a pesar de todo ello, haya querido ocultarse y estar esperando, a veces días y noches, bajo las especies de pan y vino, para poder unirse a las almas que lo aman. Esto es sin duda incomprensible a nosotros, nos escapa y no podemos sino anonadarnos ante tan grande misterio de amor y agradecer a Dios por este grandísimo don que hace de sí mismo a nosotros.
(Cuerpo 2: Disposiciones para bien comulgar)
Ahora pasemos a decir unas palabras sobre las disposiciones que debemos tener para comulgar con mucho fruto para nuestra alma.
En efecto, la Sagrada Comunión, cuando es recibida debidamente, santifica sobremanera al alma, pues produce una serie de admirables efectos en el alma del comulgante: Lo une íntimamente con Cristo y con la Santísima Trinidad toda; fortalece y robustece el alma; repara las fuerzas perdidas por el pecado y ayuda a evitar las recaídas en el mismo; purifica el alma, remitiendo parte de la pena temporal debida por el pecado; y une entre sí espiritualmente, en virtud de la Comunión de los Santos, a todos los miembros vivos de la Iglesia.
Veamos, pues, qué disposiciones ayudan al alma a obtener todos estos admirables efectos:
1) La primera de todas las disposiciones para poder comulgar con fruto es el estado de gracia, es decir, estar confesados y sin pecado mortal, pues si alguien, con conciencia de pecado mortal, recibiera la Sagrada Comunión cometería un horrible y gravísimo sacrilegio. San Pablo es claro: “Quien come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación”. Por tanto, el que haya cometido pecado mortal, para poder comulgar, ha de confesarse antes de recibir la comunión.
2) Asimismo, para comulgar con fruto, hemos de tener una preparación remota a la Comunión, que consiste, básicamente, en cumplir con nuestros deberes de estado y en buscar estar lo más apartados del pecado y del mundo y las cosas que éste ofrece —películas, novelas, música, redes sociales, etc., etc.—; esto último nos ayudará a mantener un espíritu de recogimiento, que, a su vez, hará que nuestras comuniones sean mucho más provechosas.
3) Y respecto a la preparación próxima, que consiste en los actos que realizamos poco antes de recibir la Sagrada Comunión, los principales han de ser los siguientes:
a) Primeramente, rectitud de intención, es decir, que nos acerquemos a comulgar por el solo deseo de agradar a Dios y poder crecer en su amor; no para aparentar, para que la gente me vea, porque los demás lo hacen, etc., sino sólo por amor a Dios.
b) Hacer un acto de Fe antes de comulgar, recordando que allí, bajo la apariencia de la hostia, está Dios realmente presente, que al comulgar no recibo un pedazo de pan, sino el verdadero Cuerpo de Cristo. A este acto de Fe será utilísimo añadir también actos de Caridad y Esperanza.
c) Asimismo, hemos de ejercitar la humildad antes de recibir la Comunión, recordando que somos pecadores, indignos de acercarnos a participar de este divino manjar. Y así, decir con todo el afecto de nuestra alma: “Dómine, non sum dignus”, “Señor, no soy digno”, palabras que coloca la Iglesia en nuestros labios inmediatamente antes de comulgar.
Después de comulgar, para sacar el mayor fruto posible de la Sagrada Comunión, hemos de dedicar algún tiempo a la acción de gracias.
Esto es importante y aquí solemos ser bastante flojos; comulgamos y no dedicamos el debido tiempo a agradecer y a adorar a Dios que está en nuestro pecho. Por tanto, de ser posible, deberíamos dedicar siempre unos 15 minutos, por lo menos, a la acción de gracias. Es éste también el momento más oportuno y propicio para impetrar de Dios las gracias que necesitamos y pedir por aquellos que amamos.
(Conclusión: Comunión Espiritual)
Para concluir, digamos unas breves palabras sobre la comunión espiritual. Consiste ésta en un vivo deseo de recibir a Jesús Sacramentado, de recibir la Sagrada Comunión.
La comunión espiritual tiene una gran eficacia santificadora, pues puede producir los mismos efectos que la Sagrada Comunión en el alma. Simplemente, que la comunión espiritual depende totalmente de las disposiciones y fervor del que la realiza, ex ópere operantis, se dice en teología; a diferencia de la Comunión sacramental que siempre produce la gracia ex ópere operato, por la misma obra realizada.
Sin embargo, la comunión espiritual puede llegar a santificar, en algunos casos, más que la misma Comunión Sacramental: Si alguien, por ejemplo, realiza una comunión espiritual mientras otro recibe sacramentalmente la Sagrada Comunión, pero el primero tiene mucho más fervor y devoción y mejores disposiciones que el segundo, el cual la recibe tibiamente a la Comunión, entonces el primero, que realiza la comunión espiritual, recibe mucha más gracia que el otro, en virtud de sus mejores disposiciones.
Por lo cual, cuando no podamos asistir a la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión, hagamos comuniones espirituales con mucho fervor y deseo de unirnos a Nuestro Señor; y esto podemos hacerlo varias veces al día. Y siempre que nos sea posible, intentemos recibir la Sagrada Comunión, pues si la recibimos debidamente nos santifica sobremanera.
En este día, demos gracias a Dios Nuestro Señor Jesucristo por haberse dignado quedarse con nosotros bajo las especies de pan y vino; agradezcámosle y pidámosle la gracia de poder recibirlo siempre con fervor y devoción y fe viva en la Sagrada Comunión.
Quiera María Santísima interceder por nosotros para que así sea.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.