Domingo in Albis, La paz del alma.
(Domingo 11 de abril de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos hallamos en el Primer Domingo después de Pascua, conocido como Domingo in albis, y el día de hoy la Iglesia propone a nuestra consideración la incredulidad y posterior confesión del Apóstol Tomás, llamado Dídimo, cuya duda, según suele enseñarse, nos reafirma en nuestra Fe en la Resurrección de Dios Nuestro Señor Jesucristo.
Sin embargo, quisiéramos volver hoy nuestra atención sobre las primeras palabras dichas por Nuestro Señor, después de su Resurrección, a sus discípulos reunidos, las cuales fueron: “Pax vobis”, “La paz sea con vosotros”. Palabras sumamente atinadas para la ocasión, pues los discípulos estaban precisamente encerrados, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Recordemos las circunstancias:
No estaba el Cuerpo de Nuestro Señor en el sepulcro, creían se lo había robado alguien, y ¡las mujeres les decían que había resucitado!, que unos ángeles les habían anunciado eso. “¡No aparece el Cuerpo de Jesús! —pensarían— ¡Nos echarán la culpa los fariseos y nos matarán también a nosotros!”. ¡Qué turbación no sentirían en sus espíritus ante todos estos acontecimientos! Y, hallándose precisamente en medio de esa zozobra e intranquilidad, he aquí que Nuestro Señor hace su aparición y, para confortarlos, les dice: “Pax vobis”, “la paz sea con vosotros”, infundiendo, seguramente, la paz en sus almas, mientras decía dichas palabras.
Ahora bien, a todos nosotros también están dirigidas esas palabras de Dios Nuestro Señor, a todos nos dice: “la paz sea con vosotros”; a todos nos ofrece el don de su paz, no como la da el mundo, sino como Él solo la puede dar, que es la única y verdadera paz: la paz del alma.
Por lo cual, hoy deseamos hablar sobre la paz del alma y sobre cómo la conformidad con la voluntad divina se relaciona con ella.
(Cuerpo 1: La Paz del alma)
Antes de hablar de cómo adquirir algo —la paz en nuestro caso—, debemos saber o tener en cuenta qué es. Entonces la primera preguntar a hacernos es: ¿qué es la paz? Clásicamente ha sido definida como “la tranquilidad en el orden”. Por tanto, la paz implica una tranquilidad que, a su vez, supone un orden de cosas.
Por lo cual podemos decir que, para que haya paz en el alma, debe haber orden en la misma; es decir, las potencias o facultades inferiores —los sentidos, apetitos y pasiones— deben estar ordenadas o sujetas a las potencias o facultades superiores —esto es, a la razón y a la voluntad— y éstas, a su vez, deben estar ordenadas o sometidas a Dios, pues el orden natural de las cosas pide que la creatura esté sujeta a su Creador. Por lo cual, podríamos resumir la paz del alma diciendo que ésta consiste en que el alma se halle en estado de gracia, esto es, sin pecado mortal.
Por esto, es imposible que un alma entregada al pecado pueda tener paz, pues en ella hay y reina un tremendo desorden, ya que la parte inferior, animal, es la que domina y arrastra tras de sí a la parte superior, racional. No en balde dice Dios por boca del Profeta Isaías: “No hay paz para los impíos”1 [“non est pax ímpiis”]. Y, en realidad, es así; pues un alma apartada de Dios jamás tiene —ni tendrá— verdadera felicidad ni paz; lo que hay es vana alegría, algunas risotadas y carcajadas, algún placer que dura un momento y se dispersa como el humo por el viento, seguido todo esto de un tremendo vacío… “No hay paz para los impíos”, esto es, para los que viven en pecado mortal, apartados de Dios.
Por lo cual, lo primero que debe hacer el alma, que aspira y anhela la paz interna, es destruir el pecado que hay en ella y romper definitivamente con él, afectiva y efectivamente. Dicho con otras palabras, debe hacer una buena confesión —pues ella es la que borra los pecados— y debe decididamente apartarse de las ocasiones de pecado, de todo aquello que sabe la aparta de su Dios.
Eso sería el primer paso, pero, para ahondar más en la paz interior, no debe el alma contentarse con haber dejado el pecado mortal, sino que debe luchar, sin tregua, contra el pecado venial deliberado, de manera que nunca cometa este tipo de pecados de manera fría y calculada; de hacerlo así, como estos pecados suponen siempre un desorden en el alma, disminuiría en mayor o menor grado, si bien no desaparecería totalmente, la paz. Y, para aumentar ésta aún más, debemos luchar también contra nuestros defectos e imperfecciones, por pequeños que sean. En efecto, cada uno lo habrá podido experimentar en sí: cuando uno deja que corran los pecados veniales e imperfecciones, esto trae consigo mucho desasosiego y congoja al alma.
(Cuerpo 2: Conformidad con la Voluntad de Dios)
Mas, en todo este tema de la paz interior, un punto fundamental, clave, es el de la conformidad con la voluntad de Dios, pues jamás tendremos paz en nuestra alma, si no nos conformamos en todas las cosas con la voluntad divina y aquí es donde está, de hecho, el mayor grado de paz posible en esta tierra —y de perfección y santidad—.
Todo este tema se reduce, podríamos decir, a la conformidad con la voluntad divina; de manera que, si logramos sujetarnos en todo al querer de Dios, viviremos una vida dichosa, tranquila, llena de paz y felicidad, y, por el contrario, si no nos acomodamos a lo que Dios dispone, viviremos turbados, intranquilos, llenos de zozobra y angustia, dando siempre coces contra el aguijón.
1 Cap. 57 v. 21.
Respecto a este tema, veamos qué dice o enseña San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, en su magnífica obra, Preparación para la Muerte, consideración 36, punto 3°:
“El que está unido a la divina voluntad disfruta, aun en este mundo, de admirable y continua paz. (…) porque el alma se contenta y satisface al ver que sucede todo cuanto desea; el que sólo quiere lo que quiere Dios, tiene todo lo que puede desear, puesto que nada acaece sino por efecto de la divina voluntad [no se mueve ni la hoja de un árbol sin que Dios lo quiera]”.
El razonamiento es magnífico: si queremos lo que Dios quiere, tendremos siempre lo que queremos, pues la voluntad de Dios siempre se cumple. Por tanto, estaremos siempre contentos, aun en las cosas adversas que puedan sobrevenir, por ser ellas voluntad de Dios. Por eso, continúa diciendo San Alfonso:
“El alma resignada… si recibe humillaciones, quiere ser humillada; si la combate la pobreza, complácese en ser pobre; en suma: quiere cuanto le sucede, y por eso goza de vida venturosa. Padece las molestias del frío, del calor, la lluvia o el viento, y con todo ello se conforma y regocija, porque así lo quiere Dios. Si sufre pérdidas, persecuciones, enfermedades y la misma muerte, quiere estar pobre, perseguido, enfermo; quiere morir, porque todo eso es voluntad de Dios”.
Por eso nosotros no solemos tener paz, y a la menor contradicción, a la menor molestia, ante cualquier cosa que vaya contra lo que nosotros queremos y deseamos, nos turbamos y llenamos de desasosiego, porque no queremos se haga lo que Dios dispone, sino lo que nosotros queremos. De allí surgen también muchísimos de nuestros pecados (quejas, murmuraciones, maldiciones, etc.), de esa falta de conformidad.
Y, verdaderamente, es un grandísimo y perniciosísimo error no conformarnos con la voluntad divina; dice al respecto San Alfonso:
“Indecible locura [vean la palabra que utiliza: locura] es la de aquellos que se oponen a la voluntad de Dios. Lo que Dios quiere se ha de cumplir seguramente. ¿Quién resiste a su voluntad? (Ro., 9,19) [Y así es. ¿O ha de prevalecer lo que quiere este miserable gusano sobre lo que Dios ha decretado?]. De suerte que esos desventurados tienen por fuerza que llevar su cruz, aunque sin paz ni provecho. ¿Quién le resistió y tuvo paz? [¡Tremendo!] (Job. 9, 4).”.
Por eso, como decíamos recién, no solemos tener paz en nuestras cruces y trabajos, porque no nos sometemos a la voluntad divina que quiere sobrellevemos esas cosas. Por eso en medio de nuestras cruces nos llenamos de turbación y caemos en multitud de pecados, por falta de conformidad con Dios.
Ahora bien, para mejor conformarnos con la voluntad de Dios, no olvidemos que Dios es nuestro Padre y nos ama como tal y que, por tanto, quiere nuestro bien y dispone, por eso, todas las cosas en orden a ello, a lo que nos es conveniente, a lo que hace, en definitiva, a nuestra salvación eterna.
Por tanto, confiémonos a Él y entreguémonos totalmente en sus manos; abandonémonos a Él, que sabe mejor que nosotros qué es lo que más nos conviene. Tengámoslo bien presente: Dios busca y quiere siempre nuestro bien, no nuestro mal; las mismas cruces y castigos temporales están ordenados a nuestra salvación eterna; solamente pueden dañarnos si no nos conformarnos con lo que Él dispone.
(Conclusión)
Por tanto, busquemos ejercitarnos mucho en la práctica de esta virtud de la conformidad con la voluntad divina. Debemos darle un lugar principal en nuestra vida espiritual, de manera que enderecemos hacia ella todas nuestras devociones: oraciones, comuniones, confesiones, propósitos, meditaciones, sacrificios etc., etc.
No olvidemos que en esto se cifra toda nuestra perfección y paz, en conformarnos en todas las cosas con la voluntad de Dios. Quien más se conformare con la voluntad divina, más perfecto será.
Asimismo, repitamos a menudo durante el día la jaculatoria2: “Hágase tu voluntad”, “Fiat voluntas tua!”; digámosla en especial cuando seamos contrariados, cuando las cosas no salgan como deseamos, o seamos goleados por alguna prueba; particularmente, recitémosla cuando sintamos el mal movimiento de inconformidad en nuestro interior.
Busquemos, en definitiva, en la vida y en la muerte, estar conformes con la voluntad de Dios. Si lo logramos, habremos salvado nuestra alma.
Concluimos con unas palabras de San Alfonso: “Morir quiero, ¡oh Jesús!, para complaceros; morir quiero diciendo: Fiat voluntas tua… María, Madre nuestra, así moristeis Vos; alcanzadme la inefable dicha de que muera yo así”3.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.
2 “Y cuando nos suceda alguna adversidad, digamos en seguida: «Hágase así, Dios mío, porque así lo quieres». Especialmente, no olvidemos la tercera petición del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Digámosla a menudo, con gran afecto, y repitámosla muchas veces… ¡Dichosos de nosotros si vivimos y morimos diciendo: Fiat voluntas tua!”. (Preparación para la Muerte, Consideración 36, punto 3).
3 Ibídem, Afectos y Súplicas.