Cristo es Dios.
(Domingo 3 de abril de 2022) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos hallamos el día de hoy en el Primer Domingo de Pasión, a tan sólo ocho días del Domingo de Ramos; y, en el Evangelio de la Misa, la Santa Madre Iglesia propone a nuestra consideración una parte de un extenso diálogo de Dios Nuestro Señor Jesucristo con los judíos, esto es, con los escribas y fariseos —que estaban siempre al acecho—, según aparece en el capítulo 8 de San Juan, abarcando la casi totalidad de éste.
El Evangelio de hoy es de suma importancia, pues en él se halla uno de los Dogmas más importantes de nuestra Fe católica: la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Cristo es Dios.
(Cuerpo: Cristo enseña que es Dios)
En efecto, vemos cómo Nuestro Señor mismo, en este diálogo, proclama su divinidad a los judíos de una manera que nos parece, a nuestro modo de ver, inequívoca. Veamos, pues, las palabras mismas que pronunció Nuestro Señor.
Leemos en el Evangelio que, hablando con los judíos, les dijo: “Abraham, vuestro padre, exultó por ver mi día; lo vio y se llenó de gozo”, a lo cual, ellos respondieron: “¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?”; a lo cual, Él respondió con las siguientes solemnísimas palabras, que son las que nos importan el día de hoy: “En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera creado, Yo SOY”. Estas palabras indican claramente la divinidad de Nuestro Señor, pues les está diciendo que, antes de que Abraham entrase en la existencia, Él es, en presente.
Y, para que sea aun más patente que estas sus palabras significan que Él es Dios, vayamos a otro lugar de la Sagrada Escritura, al Libro del Éxodo (cap. 3, vers. 14).
Allí se nos narra el famoso y conocido episodio de la aparición de Dios a Moisés en la zarza ardiente, para darle la importantísima misión de liberar a su pueblo de la dura opresión del Faraón. Moisés, al recibir semejante encargo de Dios Nuestro Señor, le dijo lo siguiente:
“Iré, pues, a los hijos de Israel y les diré: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; pero cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre? ¿Qué les responderé?”, a lo cual, le dijo Dios a Moisés: “Yo soy EL QUE SOY” “Ego sum qui sum”… “Así dirás a los hijos de Israel: ‘EL QUE ES [Yahvé] me ha enviado a vosotros’”.
Por tanto, vemos que Dios mismo dijo de sí “Yo soy el que soy”. De hecho, Yahvé es hebreo para “el que es”. Y esto es así, y de hecho es muy metafísico, porque Dios, como enseña la sana filosofía y metafísica, es el mismo ser subsistente (ipsum esse subsistens), ya que el constitutivo formal metafísico de Dios es el ser (esse, en latín); Él es la plenitud de Ser.
Por esto es que, al decir Nuestro Señor: “antes de que Abraham fuera creado, Yo SOY”, se está declarando Dios; pues fíjense que no dijo: “antes de que Abraham fuera creado, era yo o ya existía, etc.”, sino “Ego sum”, “Yo soy”. “Yo soy el que soy”, dijo Dios de sí. Por tanto, nos parece que aquí Cristo Nuestro Señor está proclamando a las claras que es Dios.
Y esto lo entendieron muy bien los fariseos y escribas que le escuchaban, pues apenas dijo las referidas palabras, leemos en el Evangelio que: “Entonces tomaron piedras para arrojarlas sobre Él”, esto es, para apedrearlo por el crimen —según ellos— de hacerse como Dios, igualándose a Él, al atribuirse el Ser que sólo a Dios compete. En realidad, ésta será la causa por la cual más tarde lo condenarán a muerte: por igualarse a Dios.
Y, para ilustrar aun más lo que decimos, vayamos más adelante en el mismo Evangelio de San Juan (cap. 10, vv. 30-33). Allí leemos que les dijo a los judíos también lo siguiente: “Yo y el Padre somos uno”; y nos narra San Juan que: “De nuevo los judíos recogieron piedras para lapidarlo. Entonces Jesús les dijo: ‘Os he hecho ver muchas obras buenas, que son de mi Padre. ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme? Los judíos le respondieron: ‘No por buena obra te apedreamos, sino porque blasfemas, y siendo hombre, te haces a ti mismo Dios”. Y Nuestro Señor les dice y responde: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero ya que las hago, si no queréis creerme, creed al menos, a esas obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre es en mí y que Yo soy en el Padre”. Como vemos, les insiste en la enseñanza de que Él es Dios, consubstancial al Padre, “el Padre es en mí y que Yo soy en el Padre”.
(Conclusión)
Entonces, ¿qué conclusión o enseñanza sacar de esto? Que hemos de afianzarnos en este Dogma fundamental de nuestra Fe: Cristo es Dios verdadero; pues hoy en día, tal vez como nunca, está siendo atacada por el impío mundo moderno esta verdad de nuestra Fe.
En efecto, los tiempos que nos han tocado vivir se muestran como los finales, ya que estamos viendo ante nuestros ojos la gran Apostasía. Naciones enteras que antes eran católicas, ahora llenas de aberraciones: aborto, eutanasia, “matrimonio” homosexual, unión libre/concubinato, planificación, etc., etc., etc.; todo ello respaldado y muchas veces apoyado y propagado por el mismo Estado. Y a esto hay que añadir la Apostasía en la Iglesia, gracias al Concilio Vaticano II y sus heréticas doctrinas sobre la libertad religiosa y el ecumenismo, que vienen a empeorar en demasía la situación.
Por todo esto debemos arraigarnos en que Cristo es Dios, pues este mundo cada vez más lo niega o disminuye, porque mientras esté en alto afirmada la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo nunca podrán hacer la Religión Mundial —la cual está profetizada en la Sagrada Escritura—, ya que ninguna de las falsas religiones aceptará hacer una unión sobre la base de la divinidad de Nuestro Señor.
Por tanto, el día de hoy pidamos muy especialmente la gracia de la perseverancia en la Fe, de que podamos llegar hasta nuestro último suspiro manteniendo en alto esta verdad de que Cristo es Dios; de que podamos, si hace falta, morir y derramar toda nuestra sangre, antes que negar que Él es Dios.
Roguemos, pues, a María Santísima para que nos alcance dicha gracia.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez .