Banquete nupcial.
(Domingo 30 de septiembre de 2018) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Hoy, Decimonoveno Domingo después de Pentecostés, la Santa Iglesia propone a nuestra consideración la parábola del Banquete Nupcial1. En ella podemos ver, por lo menos, dos cosas significadas o representadas: Primera y principalmente, al pueblo judío y hasta — podríamos decir— es una profecía sobre el mismo y, en segundo lugar, al alma individual.
(Cuerpo)
Esta parábola se encuentra inmediatamente después de otra, de la de los Viñadores Homicidas, y es como una profundización de la idea de ésta: La salvación pasará a los gentiles por la incredulidad de los judíos; “El reino de Dios os será quitado, y dado a gente que rinda sus frutos”, dice Dios Nuestro Señor Jesucristo a los fariseos después de la parábola de los Viñadores Homicidas, que, como decimos, antecede a la de hoy2.
La cual comienza diciendo:
“Semejante es el reino de los cielos a cierto rey que hizo el convite de las bodas de su hijo”.
San Gregorio Magno nos dice: “Dios Padre hizo las bodas a su propio Hijo cuando unió a Éste con la humanidad en el vientre de la Virgen…”3. De manera que el rey que hace el convite representa a Dios Padre y el hijo es, por supuesto, Dios Hijo, el Verbo eterno, siendo las bodas de las que aquí se hablan la Encarnación del Verbo; y ésta es representada por la imagen o símil de unas bodas, porque el Verbo, en cierto modo, se desposó con la humanidad, en cuanto unió a sí una naturaleza humana, asumiéndola sin dejar de ser Dios, de manera tal que nunca dejará de poseerla realmente: es y será verdadero Dios y verdadero hombre por siempre, por toda la eternidad.
Y continúa el Evangelio diciendo:
“El cual envió a sus siervos para que llamaran a los convidados a las bodas; mas ellos no quisieron acudir”.
Estos primeros siervos, que son enviados, son los profetas del Antiguo Testamento, los cuales tenían por misión preparar al pueblo judío para la venida del Mesías, es decir, para el gran misterio de la Encarnación del Verbo, pues a ellos se habían hecho las promesas, y estaban destinados, en los planes de Dios, a recibir al Mesías y comunicarlo a todo el mundo. Mas ellos no hicieron caso: “no quisieron acudir”, dice el Evangelio.
Y continúa el mismo diciendo:
“Envió de nuevo otros criados con este mensaje: Decid a los convidados: Mirad que ya he preparado mi banquete, mis toros y los animales cebados han sido ya degollados; todo está a punto; venid a las bodas”.
Estos segundos siervos o criados, que son enviados, son los Apóstoles, los cuales después de la Ascensión de Cristo, a pesar del terrible crimen de Deicidio del pueblo judío, seguían anunciándole la salvación, seguían invitándolos a participar de las bodas, es decir, de los frutos de la Encarnación y Redención de Dios Nuestro Señor Jesucristo; de todas las promesas mesiánicas.
Y podemos también mirar en estas palabras y las anteriores la segunda significación que decíamos al inicio, es decir, aquella que se refiere al alma individual.
En efecto, Dios Padre llama a toda alma a las bodas, es decir, a unirse a Dios Nuestro Señor Jesucristo, por la Fe y la gracia. Pero, tristemente, —piense cada uno en sí mismo—, no solemos acudir… Y Dios, ¿qué hace? Insiste: “Envió de nuevo otros criados”. No cesa de enviarnos criados, ya sean personas que nos intenten enderezar hacia Dios —un sacerdote, padre, madre, pariente, amigo…—, ya sean buenas inspiraciones, para que nos confesemos, para que rompamos con tal o cual persona, para que mortifiquemos nuestros sentidos, practiquemos la virtud, y todo ello para que asistamos a las “bodas”, a esa unión con el Verbo Encarnado, fuera del cual no hay salvación.
Y el Evangelio sigue diciendo:
“Mas ellos lo despreciaron, y se fueron el uno a su granja y el otro a sus negocios; y los demás se apoderaron de los siervos y, después de ultrajarlos, los mataron”.
Los judíos, en particular los fariseos y escribas, despreciaron la predicación apostólica, prefiriendo ocuparse en sus propios asuntos e intentando olvidar todo lo ocurrido con Jesús de Nazaret. Y no sólo despreciaron a los Apóstoles sino que también los persiguieron por predicar a Cristo. Esto está en el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde leemos cómo los persiguieron; cómo a más de uno lo flagelaron; cómo apedrearon a San Esteban protomártir; cómo fue muerto Santiago el Mayor por Herodes para agradar a los judíos…; cómo persiguieron a Pablo en varios lugares distintos y cómo lo hicieron encarcelar; también dieron muerte a Santiago el Menor, primo de Nuestro Señor y primer obispo de Jerusalén… La lista es interminable.
1 S. Mateo 22, 1-14.
2 S. Mateo 21, 43.
3 Catena Aurea, Santo Tomás de Aquino, Tomo II, Cursos de Cultura Católica, 1946, Buenos Aires, Argentina, p. 196.
Y aquí podemos ver representada también al alma individual —nuestra propia alma quizás—. ¿Cuántas veces no descuidamos lo más por lo menos? ¿Cuántas veces no preferimos ocuparnos en las cosas de este mundo, descuidando el llamado de Dios? “No, tengo mucha tarea, mucho trabajo… no tengo tiempo para rezar el Rosario, ni meditar, ni leer la Sagrada Escritura…” Y, sin embargo, sí tenemos tiempo para mirar facebook, el whatsapp, ver películas, perder el tiempo criticando a los demás, etc., etc.; tiempo para cometer pecados sí lo sacamos; y ni si hable si se nos presentara una oportunidad de enriquecernos sobremanera, así no durmiéramos sacaríamos el tiempo necesario… así somos: Prontos para todo lo del mundo, pero bien remisos para el servicio de Dios.
Y volviendo al Evangelio, éste prosigue:
“Habiéndose enterado de ello el rey montó en cólera, y enviando sus ejércitos acabó con aquellos homicidas, y puso fuego a su ciudad”.
Ésta es la parte de la parábola por la cual decíamos al inicio que también es una profecía, porque aquí Nuestro Señor les está diciendo a los judíos, especialmente a los fariseos que lideraban al pueblo, la consecuencia que tendría su rechazo de Él, de Nuestro Señor: la destrucción de Jerusalén; destrucción que se verificó, de hecho, en el año 70 d. C., ejecutada por los romanos, liderados por Tito: “y enviando sus ejércitos acabó con aquellos homicidas, y puso fuego a su ciudad”.
Y continúa el Evangelio:
“Entonces dijo a sus siervos: Las bodas están preparadas, mas los que habían sido convidados no han sido dignos; id, pues, a las salidas de los caminos y a todos los que hallareis, convidadles a las bodas. Distribuyéronse, pues, sus siervos por los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenaron las salas de convidados”.
Los que habían sido convidados eran los judíos, como hemos visto. Y ahora se manda a los siervos, esto es, a los Apóstoles y a sus sucesores, salir a buscar a otros distintos de los primeros convidados, de los judíos, ¿a quiénes? A todos los gentiles, es decir, todas las demás naciones no judías, las cuales se hallaban en su totalidad bajo el dominio del error y de la inmoralidad, o, lo que es lo mismo, bajo el dominio del demonio. Éstos son llamados a participar de las bodas, lo cual significa participar de la unión con el Verbo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, por la Fe y la gracia, como hemos dicho antes.
Y dice la parábola que las salas se llenaron de buenos y malos. Por lo cual vemos que se trata de la Iglesia Militante y no de la Triunfante o Purgante. Pues en éstas solamente hay buenos, es decir, almas salvadas en estado de gracia, pero en la Iglesia Militante puede haber —y por desgracia hay— malos, es decir, miembros muertos por el pecado mortal.
Y continúa el Evangelio:
“Entró el rey para ver a los comensales y vio allí un hombre que no se hallaba vestido con el traje nupcial. Y le dijo: Amigo, ¿cómo es que has entrado aquí, no teniendo vestido de bodas? Mas él enmudeció. Entonces dijo el rey a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, mas pocos los escogidos”.
Esta entrada del rey para ver a los comensales es el juicio del alma, ya se refiera al Juicio Particular o al Juicio Universal.
El traje nupcial es la gracia santificante, y la parábola nos da un detalle que contiene una gran verdad. En efecto, después de ser interrogado el hombre carente de traje nupcial, nos dice la parábola: “Mas él enmudeció”. Porque el alma que se condena, se condena por su propia culpa, por sus propios pecados voluntarios, elegidos “libremente”; y esto lo ve claramente el alma del condenado al estar en juicio, por eso enmudece, porque no puede dar excusas ni responder nada.
Las tinieblas exteriores, donde es el llanto y rechinar de dientes —como es obvio— designa el infierno. Esa terrible realidad, cuya existencia es de Fe, y cuya sola consideración y seria meditación debería servirnos para apartarnos del pecado, por el temor de terminar allí, en ese océano de tormentos inimaginables e interminables…
(Conclusión)
Por tanto, para concluir, queridos fieles, simplemente queríamos exhortarlos a meditar este Evangelio y a hacer la aplicación de él a sus propias almas: si, acaso, Dios los llama y no responden; o, peor aún, si desprecian ese llamado, prefiriendo las cosas mundanas, los afanes de este mundo; si hacen burla o menosprecian a los que sí se entregan a Dios, lo cual es una forma de persecución; si tienen el traje nupcial, es decir, la gracia santificante o si están en pecado… en fin, qué ocurriría —meditad— si en este instante el Rey os llamara a juicio y os examinara… ¿a dónde iríais?, ¿al cielo o a las tinieblas exteriores donde es el llanto y rechinar de dientes?
Pidamos, pues, a la Santísima Virgen nos ayude a meditar estas cosas.
Ave María Purísima. Padre Vázquez.