13° Domingo después de Pentecostés 2021

Fiesta del Inmaculado Corazón de María.

(Domingo 22 de agosto de 2021) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

El día de hoy estamos celebrando la Fiesta del Inmaculado Corazón de María, por lo cual, tomando pie en ello, quisiéramos decir hoy unas palabras sobre el Santo Rosario, sobre cómo es la mejor oración que podemos hacer a María Santísima y sobre qué condiciones ha de reunir para valernos la salvación.

(Cuerpo 1: Necesidad Devoción a María)

Pero, antes de entrar en ello, queríamos volver a decir unas breves palabras sobre cómo nos es necesaria la intercesión de la Santísima Virgen. En efecto, hace ocho días, en la Fiesta de la Asunción, dijimos de la necesidad que tenemos de la devoción a la Santísima Virgen, no sólo para poder santificarnos y adelantar en la vida espiritual, sino incluso para alcanzar la salvación. Y esto es un tema muy-muy importante, sobre el cual nunca insistiremos bastante.

Esto es así porque Dios ha determinado darnos todas sus gracias por medio de María. Absolutamente toda gracia que desciende de Dios a los hombres pasa por sus virginales manos; ella ha sido constituida por Dios mediadora de todas las gracias, el canal por donde éstas bajan a los hombres. Esta necesidad, como decíamos hace ocho días, es hipotética, es decir, nace de la libre disposición de Dios. En absoluto, podría haber dispuesto que la gracia nos llegara por otro medio, pero habiendo querido, de hecho, que nos fuera transmitida a través de María, de allí se sigue que ella sea necesaria para nosotros para que podamos obtener dicha gracia.

San Luis María Grignion de Montfort, en su Tratado de la Verdadera Devoción, enseña que, habiendo Dios querido darnos a su Hijo Unigénito por medio de María, ya que el Verbo se hizo carne dentro de sus virginales entrañas y fue milagrosamente dado a luz por ella, así también quiere concebir y dar a luz espiritualmente a su Hijo en nuestras almas por medio de María Santísima1.

De donde se sigue la siguiente importantísima verdad, a saber, que la devoción a María Santísima —la verdadera, entiéndase— es una señal de predestinación, de que uno va a salvarse, mientras que lo opuesto ser indiferente a María Santísima o, lo que es peor, ser contrario a ella, como tantos herejes, es una señal de reprobación, de que uno va a condenarse. San Luis María Grignion de Montfort dice al respecto: “Es una señal infalible de reprobación… el no tener estima y amor a la Santísima Virgen: así como, por el contrario, es un signo infalible de predestinación el entregársele y serle devoto entera y verdaderamente2.

(Cuerpo 2: El Santo Rosario)

Por todo lo cual, podemos ver la gran importancia del Santo Rosario, ya que éste es la expresión más perfecta de la devoción a la Santísima Virgen María. Muchas son, sin duda, las diversas prácticas de devoción dirigidas hacia ella, pero nunca ninguna podrá ocupar el lugar o superar el rezo del Santo Rosario.
Y, en verdad, si lo meditamos y pensamos bien, esta oración es tan sublime como sencilla. En efecto, como es bien sabido por todos, el Santo Rosario consiste en rezar cinco veces —ó 10 ó 15, según se rece completa o no la corona— un Padrenuestro, 10 diez Avemarías y un Gloria Patri, meditando en los diferentes misterios —gozosos, dolorosos y gloriosos— de la vida de Dios Nuestro Señor Jesucristo y de su Santísima Madre la Virgen María. Así de sencillo.

Mas, a pesar de su sencillez, es el Santo Rosario de una enorme grandeza, pues estas oraciones de que está compuesto son de las más bellas y perfectas que poseemos los católicos: el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria Patri.
En efecto, el Padrenuestro, también llamado oración dominical, es, entre todas las oraciones vocales, la más mejor, la más perfecta, la más sublime de todas —absolutamente insuperable—, pues nos la dictó y enseñó con sus propios labios el mismo Hijo de Dios, el Verbo hecho carne. En esta plegaria está contenido todo lo que debemos pedir a Dios y en el orden mismo en que hemos de pedírselo.
El Avemaría, llamada también la salutación angélica, después del Padrenuestro es la mejor oración vocal que tenemos a disposición, pues son las mismas palabras con que el Arcángel San Gabriel —y Santa Isabel, llena del Espíritu Santo— saludó y alabó a María Santísima, cuando del cielo descendió a anunciarle que sería Madre de Dios, a revelarle el misterio de la Encarnación que en ella se obraría.
El Gloria Patri, con que cerramos cada decena del Rosario, es desde los tiempos más antiguos y remotos del catolicismo la fórmula por excelencia para glorificar y honrar a la Santísima Trinidad. Mejor oración para acabar cada misterio no podría haber, pues el fin de toda oración es, en última instancia, la gloria del Dios Uno y Trino, de la Santísima Trinidad.
Por tanto, si miramos bien y meditamos estas oraciones, en especial el avemaría, entenderemos por qué siempre se enseña que rezar el Santo Rosario todos los días implica la salvación del alma.

1 Otro argumento que da el mismo Santo es el siguiente: Así como Nuestro Señor no quiso venir a este mundo y llegar a nosotros sino por María, en cuyo seno se encarnó, así también no quiere que nosotros podamos llegar a Él sino por medio de María. De manera que ella es el canal por donde bajó a nosotros y por el cual nosotros subimos a Él.

2 Obras de San Luis María G. de Montfort, BAC, Madrid, España, 1954, Tratado de la Verdadera devoción, n. 40, p.459.

En efecto, para darnos más cuenta de ello, miremos más de cerca la salutación angélica. La primera parte de ella constituye una alabanza muy hermosa a la Santísima Virgen. Cada vez que rezamos el avemaría le decimos a María: “llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres”. ¿Acaso podríamos nosotros idear o pensar palabras mejores con las cuales bendecir y alabar a María? Ellas están llenas de elogio; veámoslo:

“Llena eres de gracia”. ¡Dichosa María!, estás llena y repleta de gracia; desde el primer instante de tu concepción, no solamente no ha habido en ti pecado alguno ni mancha ni sombra de la menor falta e imperfección, sino que tú sola has tenido más gracia, más virtud, que todos los santos y ángeles juntos, ¡llena de gracia!
“El Señor es contigo”. Por tanto, Dios ha habitado en tu alma y la ha poseído perfectamente desde el primer instante de tu concepción, desde el primer instante de tu existencia, y te ha amado más que a ninguna otra creatura, en ti sola ha hallado más honor y complacencia que en todas las demás creaturas, pues el Padre te tomó por hija predilecta, el Hijo te escogió para Madre suya y el Espíritu Santo te eligió para ser su esposa. Eres templo y sagrario de toda la Santísima y amabilísima Trinidad.
“Bendita tú eres entre todas las mujeres”. Por todo lo cual, eres bendita entre todos los hijos de Adán, ya que eres la única que no fue tocada por el pecado de Adán, la única a quien Dios ha amado tanto, la única que fuiste digna de concebir, llevar en tu seno, amamantar con tus pechos, llevar en brazos a Dios hecho hombre, ¡seas mil veces bendita!
Y después de haberla alabado a ella, le decimos también, con las palabras de Santa Isabel: “y bendito es el fruto de vientre, Jesús”. Pues al alabar a María estamos alabando a Jesús, pues quien honra a la Madre honra al Hijo y porque María es el medio más perfecto para llegar a Jesús, que es el fin de la devoción a María: a Jesús por María.
Luego viene la segunda parte del avemaría, que son palabras que la Santa Madre Iglesia agregó a las palabras del ángel y constituyen una súplica muy sencilla como profunda: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.

“Por nosotros pecadores”. Confesión humilde de nuestra condición de transgresores de la ley divina, que es necesaria para hacer buena oración, pues “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”.
¿Y cuándo le pedimos que ruegue e interceda por nosotros? Primeramente, “ahora”, es decir, en estos momentos presentes, en la actual cruz que nos ha tocado llevar; en medio de las angustias, temores y tristezas que estamos sufriendo; ahora que somos acometidos y asediados por tantas tentaciones, que nos hallamos rodeados de tantos peligros, espirituales y temporales; en definitiva, en todas las necesidades y peligros de esta vida, tanto espirituales como temporales.

Y, en segundo lugar, “y en la hora de nuestra muerte”. Esto es, cuando nos hallemos en el postrer momento de nuestra vida,cuando se decidirá la causa de nuestra eterna salvación o condenación, cuando el demonio y todo el infierno redoblarán sus ataques para perdernos, cuando el alma se espantará al recuerdo de todo el mal que hizo, de todo el bien que omitió, en aquella terrible hora, ¡oh, Madre de Dios!, acordaos de nosotros y rogad para que tengamos buena muerte, para que podamos morir en vuestro regazo y ser por vos trasladados a la gloria.

Como vemos, son muy sencillas las palabras que decimos, pero contienen en sí una gran alabanza y una gran plegaria a María. Y por eso nadie que se dirija así a María Santísima todos los días puede perecer eternamente, ¿o es que será posible que un alma que diariamente 50 veces alaba así a María de manera tan hermosa y le pide y ruega que se acuerde de ella, no sólo en estos momentos, sino muy especialmente en la hora de la muerte; será posible que María abandone y no ayuda a esa alma; y qué diremos, si repite esa alabanza/súplica 100 ó 150 veces al día: podrá María no acudir en su socorro, dejando que perezca? No, es absolutamente imposible, pues esta Madre bendita jamás desampara al que le encomienda.

(Cuerpo 3: Modo de Rezarlo)

Sin embargo, para que dichas plegarias nos sean provechosas y nos sirvan para alcanzar la salvación, debemos tener presente que el Rosario debe estar revestido de las siguientes condiciones, a saber, hay que rezarlo con atención, modestia y perseverancia.
A lo cual hay que añadir una vida verdaderamente católica, es decir, que vivamos habitualmente en estado de gracia, como buenos hijos de Dios, o que, por lo menos, tengamos al rezar el Santo Rosario la firme resolución de salir de nuestros pecados y de llevar una vida según Dios, pues si alguien rezara el Rosario sin intención de cambiar, de corregirse, de dejar sus pecados, a ese tal el rezo del Rosario no le valdría ni serviría para nada, pues sería una hipocresía y burla contra Dios, especialmente si pecara fiándose de que no se condenará porque “reza el Rosario”; San Pablo dice: “de Dios nadie de burla”. Por tanto, si alguien se halla en pecado, para que el Rosario le sea provechoso, se requiere que tenga, por lo menos, la firme resolución de abandonar el pecado al rezarlo.

Y, ahora sí, pasando a las condiciones antedichas, digamos un poco de cada una:
1) Primeramente, hemos de rezar el Santo Rosario con atención, es decir, poniendo cuidado a las palabras que decimos o, lo que es mejor aún, considerando el misterio que meditamos en la decena que estamos rezando. De hecho, ésta es la mejor forma de rezar el Rosario: meditando los misterios de la vida de Nuestro Señor, pues el Rosario es una mezcla de oración vocal y mental.
Por tanto, hemos de combatir vigorosamente las diversas distracciones que nos puedan venir durante el Rosario. Y tener en cuenta que las distracciones involuntarias no dañan en Rosario, ni disminuyen su mérito, dado que siempre las rechacemos apenas nos demos cuenta de ellas y tratemos de recogernos y volver a la oración.

2) En segundo lugar, hemos de rezar también el Rosario con modestia, es decir, con una postura digna y decorosa. Ordinariamente la mejor postura es de rodillas, con el Rosario entre las manos, tratando de tener en frente, si es posible, alguna imagen de la Santísima Virgen.
Por tanto, no hay que rezar el Rosario acostados en la cama (a no ser en caso de enfermedad). Evidentemente, que, si alguien por enfermedad o avanzada edad o cualquier otra justa causa no puede rezarlo de rodillas, puede hacerlo de pie o sentado (mas siempre guardando el decoro: sin cruzar las piernas, etc.).

3) Y, en tercer lugar, hemos de rezar el Santo Rosario con perseverancia. Esto quiere decir que hemos de rezarlo con constancia todos los días de nuestra vida, a pesar de las sequedades, de los tedios, de las distracciones, de las desolaciones, a pesar de las muchas dificultades que pudiéramos hallar en su rezo. Esta tercera condición es tal vez la más importante de todas, pues para que el Rosario nos valga la salvación, hemos de hacerlo todos los días, sin falta, hasta la muerte. “El que perseverare hasta el fin, ése será salvo”, dice Nuestro Señor.
Por tanto, formemos el propósito de rezar con constancia y perseverancia, contra viento y marea, todos los días el Santo Rosario, sin falta.
Asimismo, no olvidemos la importancia rezarlo también con confianza y humildad. Teniendo presente, por un lado, la gran bondad de Dios que quiere comunicarnos sus gracias y, por el otro, nuestra indignidad para recibir tales gracias.

(Conclusión)

Para concluir, queridos fieles, simplemente deseamos exhortarlos a meditar todas estas cosas y a que se decidan a rezar el Santo Rosario, todos los días, aquellos que todavía no tengan esa saludable costumbre.
Quiera María Santísima otorgarnos la gracia de que así sea y de que podamos ser contados dentro del número de sus verdaderos hijos y devotos.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.