Vivir según el espíritu.
(Domingo 22 de septiembre de 2019) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos hallamos en el Decimoquinto Domingo después de Pentecostés, y hoy tenemos en la Misa un fragmento1 de la Epístola de San Pablo a los Gálatas. Nuestra intención hoy es desarrollar un tema que se halla en el primer versículo y cuya idea es retomada en los últimos versículos, a saber, el importantísimo tema de vivir acorde al espíritu.
1 Gálatas 5,25-26; 6,1-10.
(Cuerpo: Vivir según el Espíritu)
En efecto, comienza la Epístola de hoy, diciendo:
(“Fratres: Si spíritu vívimus, spíritu et ambulémus”)
“Hermanos: Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu”. (5,25)
Primeramente, veamos a qué se refieren las expresiones “vivir por el Espíritu” y “caminar según el Espíritu”. Por “Espíritu” se refiere San Pablo a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, esto es, al Espíritu Santo. De donde “vivir por el Espíritu” significa vivir en estado de gracia, pues por la inhabitación del Espíritu Santo en nuestras almas poseemos la vida sobrenatural, y “caminar según el Espíritu”, viene a significar obrar o actuar conforme al Espíritu Santo o, lo que es lo mismo, vivir en conformidad con la Santa Religión Católica, única verdadera.
En esta pequeña frase San Pablo está afirmando la relación que debe existir entre vivir en estado de gracia, y vivir acorde a ese estado de gracia. O, dicho de otra manera, nos está diciendo que debemos ser coherentes: “Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu”. Pues es imposible vivir en gracia y pretender a la vez obrar de manera contraria a la gracia, pues de ello, en materia grave, se sigue el pecado mortal que aniquila totalmente la vida de la gracia —la muerte espiritual del alma—; y cuando obramos contra la gracia en materia leve —los pecados veniales— si bien no se sigue muerte del alma como en el pecado grave, sí hay un daño, pues esos pecados nos van mermando y debilitando, predisponiendo la caída al pecado mortal. El punto que San Pablo enseña es claro: si somos de Dios, debemos vivir en consonancia con lo que Dios manda y pide.
Pasando ahora a la faz práctica, demos algunos ejemplos de cosas que son “según el Espíritu”: 1) La oración, por supuesto. ¿Cómo mantener el estado de gracia sin oración? De hecho, es imposible. Sin oración, tarde que temprano cae uno. 2) La mortificación. Ella es necesaria —indispensable— para combatir nuestras pasiones desordenadas; por medio de ella el espíritu adquiere fuerzas y prevalece contra la carne, dominándola y sujetándola a la razón. 3) La Caridad, precepto máximo y principal, del que pende toda la ley y los profetas. De ella depende nuestro progreso espiritual y en la suma Caridad —que consiste en la perfecta conformidad con la voluntad divina— está la perfección, es decir, la Santidad.
Asimismo, podemos incluir la fidelidad a las mociones de la gracia, esto es, el seguimiento de los buenos movimientos que Dios nos inspira: esos pensamientos que nos dicen, por ejemplo, “¡confiésate!”, “ve a Misa”, “haz una limosna”, “apártate de tal persona”, y muchos otros por el estilo.
Ahora hablemos de cosas que NO son “según el Espíritu”. Primeramente, digamos que desgraciadamente nuestras vidas, en general, muchas veces transcurren cómo si nuestra relación con Dios fuese algo secundario, que no debe influir sobre nuestra vida toda; por lo cual nos contentamos con tener una práctica religiosa que queda confinada a sólo al domingo y —con suerte— a algunos momentos perdidos durante la semana… Y como obramos así, no es de maravillarnos que el vértigo del mundo moderno termine arrastrándonos y acabemos así haciendo multitud de cosas que son hasta un sin-sentido e indignas las más de las veces para el que se precia de ser católico, y con mucha más razón para el que en teoría es “católico tradicional”.
Entre otras cosas tenemos la terrible y colosal perdedera de tiempo que ofrece el mundo moderno en un sinfín de bobadas: (1) Películas, novelas, series: horas y horas consumiendo esas producciones llenas de escenas impuras, de inmodestia y con mensajes doctrinales —que es lo peor— perversos. (2) O las diversas redes sociales, facebook, whatsapp, etc.: todo el día allí desperdiciando el tiempo que Dios nos da para salvarnos, pendientes de qué se publica, de qué escribió quién sabe quién, etc. (3) O los videojuegos, —ojo aquí los jóvenes—: horas y horas perdidas en juegos que de nada les van a aprovechar a la larga —todo lo contrario— y cuyo contenido muchas veces debe ser nocivo para los chicos: toda esa violencia tan gráfica, llenándose de eso desde bien chicos… eso no puede hacer bien al alma. (4) La espantosa música moderna —el reggaetón o el rock satánico o lo que sea— con una letra y un baile, no decimos indigna de un católico, sino que de cualquier persona de buena conciencia, y la gente escuchando eso todo el día, todos los días… Y uno se pregunta ¿cómo puede ser?, ¿cómo puede ser que un católico —y tradicional muchas veces (!)— pierda horas y horas en todas esas cosas?, ¿en verdad hace falta que el Padre deba aclarar que andar todo el día en este tipo de cosas no está bien, no es normal? Pero por eso estamos como andamos…
Y éstos han sido tan sólo unos pocos ejemplos. La lista de incoherencias —llamémoslas así— en los católicos sería interminable si hiciéramos un análisis más profundo.
(Conclusión)
Y, para concluir, simplemente recalquemos que este tema de la coherencia con nuestra Fe, con la gracia recibida, por supuesto que es trascendental. No es un asunto menor. No da lo mismo vivir según el Espíritu, según Dios Nuestro Señor, que vivir según el mundo y la carne, que es lo mismo que vivir contra Él. Por lo cual, San Pablo hacia el final del texto de la Misa de hoy, dice:
“No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que siembre el hombre, eso cosechará. Y así, el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; mas el que siembra en el espíritu, del espíritu cosechará la vida eterna”. (6,7-8)
“No os engañéis: de Dios nadie se burla”, dice San Pablo. No os engañéis, no os hagáis ilusiones, si vivís según el mundo, según la carne, obrando contra lo que dicta Dios, cosecharéis corrupción, esto es, la condenación. Si, por el contrario, obráis conforme al Espíritu, conforme a lo que manda Dios, apartándoos del mal y practicando el bien, cosecharéis la vida eterna, esto es, salvaréis vuestras almas. Así de sencillo. Si queremos salvar nuestras almas, debemos vivir bien, como buenos católicos e hijos de Dios; y no por un tiempo determinado solamente sino hasta el fin de nuestras vidas, por lo cual añade San Pablo: “No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo recogeremos el fruto, si no desfallecemos” (6,9). Recogeremos el fruto, esto es, la salvación si no desfallecemos, esto es, si perseveramos en el bien obrar.
Pidamos, pues, a la Virgen Santísima nos ayude con su poderosa intercesión.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.