El Evangelio1de hoy contiene la parábola de la cizaña. En ella Nuestro Señor se propone principalmente inculcarnos la coexistencia de buenos y malos en su Iglesia, de justos y pecadores, de los que viven en estado de gracia y los que están desprovistos de ella, que no llevan el traje nupcial. Sin embargo, nosotros queríamos hablar sobre la vigilancia, ya que la parábola nos dice que el enemigo vino y sembró la cizaña mientras dormían los hombres encargados de velar sobre el sembrado.
Y así nos ocurre a nosotros muchas veces, mientras dormimos, es decir, cuando no estamos pendientes y vigilantes, llega el enemigo — esto es, el diablo— y siembra la cizaña de la tentación, con la cual arruina el trigo de la gracia de nuestra alma. Por tanto, hemos de estar siempre vigilantes para no caer en la tentación, para no recaer en los pecados ya confesados; y para esto son necesarias, principalmente, dos cosas: oración y huida de las ocasiones de pecado.
(Cuerpo 1: Oración)
Primeramente, es sumamente necesaria la oración.
En efecto, jamás se nos debe olvidar que, debido a nuestra naturaleza caída, tenemos una inclinación muy fuerte hacia el mal, hacia el pecado y que el único remedio que tenemos para combatir nuestras malas tendencias es la gracia de Dios, pero ésta Dios no la da sino a los que se la piden; Él quiere dárnosla, pero quiere que se la pidamos para hacerlo. Por tanto, vemos la importancia de la oración, ya que si ésta falta en nuestras vidas, faltará también la gracia de Dios, por lo cual, no tendremos fuerzas de resistir a nuestras malas tendencias, las cuales nos llevará tras de sí, haciéndonos caer en pecado.
Por tanto, hemos de adquirir buenos hábitos de oración. Hacer oración todos los días, constantemente; no de vez en cuando o una que otra vez, sino siempre, todos los días. Rezar todos los días nuestras oraciones de la mañana y de la noche, hacer nuestro Santo Rosario, tratar de hacer lectura espiritual —así sean tan sólo unos 15 minutos al día—.
Y, entre las oraciones mejores para obtener fuerzas y no recaer en el pecado, es digna de mención la meditación u oración mental. Dedicar unos 25/30 minutos al día a tratar más profundamente con Dios, considerando alguna verdad de Fe o algún misterio de nuestra Santa Religión. Es esta oración un medio excelentísimo de estar “vigilantes”, pues todos los autores son prácticamente unánimes en decir que el que hace oración mental debidamente, y esto todos los días, o dejará el pecado o dejará la oración, pero que ambas cosas no pueden coexistir en un alma.
En efecto, ¿cómo podría el alma todos los días presentarse ante el divino acatamiento, considerando las postrimerías o las verdades eternas —la muerte que a todos nos espera, el tremendo juicio a que seremos sometidos, la eternidad del infierno, la dicha de la gloria—, estando en pecado mortal, y no hacer todo lo posible por salir de tan miserable estado? ¿Y, por el contrario, si decide obstinarse en su pecado, cómo le será posible todos los días pensar en dichas cosas?, no lo hará, sino que dejará la oración y buscará distraer su mente con cosas de este mundo, cosas mundanas como música, películas, videojuegos, redes sociales, etc., para buscar así acallar los remordimientos de la conciencia.
Y así vemos que un método excelentísimo de estar sobre aviso, vigilantes, es la oración mental. Allí el alma recibe luces especiales de Dios, en particular respecto a los peligros que la acechan. Por tanto, si alguno tiene pecados en los que recae con frecuencia, de los cuales pareciera no puede salir, haga oración mental. Dedique todos los días 25 minutos a pensar en las realidades eternas y pedir a Dios las gracias que necesita para vencer sus pecados y vicios. Hágalo, que, con la ayuda de Dios, saldrá adelante.
(Cuerpo 2: Huida de las ocasiones)
Mas a la oración ha de añadirse otro elemento asimismo de suma importancia: la huida de las ocasiones.
En efecto, es esto, desde un cierto punto de vista, más importante que la oración, pues por más oración que hagamos, si no huimos de las ocasiones de pecado, sino que voluntariamente y sin ninguna necesidad nos colocamos en ellas, pecaremos miserablemente. Entendemos por ocasión de pecado todo aquello que de una u otra manera nos lleva irremisiblemente a caer en pecado o que representa un peligro, a veces grave o leve, de caer en él: sea un lugar, una persona, una cosa, una determinada situación. Aquí entran también la inmensa mayoría de las películas y series modernas, el internet, la música mundana moderna, etc.
Es necesario, entonces, si queremos no recaer en el pecado, que huyamos de toda ocasión de pecar, que nos apartemos de tal lugar, que jamás volvamos a ir allá; que renunciemos a determinado trato y amistad, no volver a juntarnos con fulano; que nos apartemos, sin dudarlo, de tal o cual persona, cortando de raíz todo trato si fuere necesario. Hay que hacerlo, so pena de recaer siempre en los mismos pecados.
1San Mateo 13, 24-30.
De hecho, la causa de la mayoría de las recaídas —por no decir de todas— es que no huimos de la ocasión, sino que temerariamente nos exponemos, colocándonos en ella, y la Sagrada Escritura ya nos tiene advertido lo que ocurre entonces: “el que ama el peligro, en él perecerá”2, dice el Libro del Eclesiástico.
Por tanto, analicémonos y veamos si nuestras recaídas en pecado no son precisamente por esto de no huir de la ocasión. Pues mientras no rompamos con ésta, no lograremos romper con el pecado. Tengámoslo bien claro: si no dejo la ocasión, jamás lograré dejar el pecado. Y, en este sentido, dice San Alfonso María de Ligorio que el demonio se ríe del pecador arrepentido que no abandona la ocasión de pecar, porque sabe que, a pesar de su arrepentimiento y pena de haber ofendido a Dios, volverá a caer. Por lo cual, el demonio no se preocupa seriamente de que se le escape algún pecador, si ve que éste sigue colocándose en las ocasiones.
Por tanto, como decíamos, examinémonos: ¿Por qué caigo? ¿No es acaso porque siempre voy y me veo con tal persona?, ¿o porque frecuento tal y cual lugar donde sé lo que suele ocurrir?, ¿no será porque no he roto todavía mi amistad con fulano de tal, que siempre me incita al pecado? Cada uno vea dentro de sí y medite; busque las ocasiones que le hacen pecar, en las cuales voluntariamente y sin necesidad se coloca, y proponga ayudado de la gracia de Dios evitarlas en lo sucesivo, sabiendo que ésa es la primera tentación que nos coloca el demonio: ponernos en ocasión de pecado, porque de allí adelante es pan comido para él.
Sin embargo, cabe aclarar que existen ciertas ocasiones que son necesarias, es decir, que por fuerza hemos, aun sin quererlas, de padecer; para éstas hay que armarnos de mucha oración y tener firmeza de voluntad en no querer consentir a ningún pecado. Una ocasión necesaria sería, por ejemplo, la profesión de médico que muchas veces, por razón de su oficio, debe reconocer pacientes. Pero todas las ocasiones que no son necesarias, han de ser evitadas, so pena de condenación, porque de no hacerlo, caeremos en tentación y nos perderemos.
(Conclusión)
Concluyendo ya, queridos fieles, estemos bien despiertos, bien atentos, para que el enemigo —el diablo— no nos coja desprevenidos, pues no olvidemos que él está, como dice San Pedro, como león rugiente a nuestro alrededor buscando a quien devorar. Resistámosle firmes en la Fe, como dice el mismo Apóstol, y hagámosle frente huyendo de todo peligro y orando mucho, haciendo caso y poniendo en práctica las palabras de Nuestro Señor: “Vigilate et orate, ut non intretis in tentationem”, “Velad y orad, para que no entréis en tentación”3.
Roguemos a María Santísima que nos ayude a que así sea.