El Valor del Tiempo, San Alfonso María de Ligorio.
(Domingo 10 de octubre de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy, Domingo Vigésimo después de Pentecostés, tenemos en la Epístola del día un extracto de la carta de San Pablo a los Efesios1. En ella el Apóstol, entre otras cosas, nos exhorta a que seamos prudentes “aprovechando el tiempo presente, porque los días son malos”.
Por lo cual, tomando pie en dichas palabras, quisiéramos el día de hoy hablar sobre el valor del tiempo, basándonos principalmente en San Alfonso María de Ligorio, en su magnífica obra, “Preparación para la Muerte”2, considerando, primeramente, el gran don que es el tiempo; en segundo lugar, cómo no es estimado como debiera serlo; y, finalmente, cómo hemos de aprovecharlo.
1 Efesios 5, 15-21.
2 Consideración 11.
(Cuerpo 1: El Gran Don del Tiempo)
Primeramente, consideremos, pues, el gran don que es el tiempo.
En efecto, debemos tener bien presente que el tiempo es un regalo gratuito que Dios nos otorga; que el tiempo de vida de que gozamos es una dádiva que nos viene de su infinita bondad y misericordia. Y, para apreciar el gran bien y tesoro que es, consideremos que con él, con el tiempo, podemos adquirir la posesión de Sumo Bien que es Dios, ya que, en un instante, con un acto de perfecta contrición o de amor perfecto, puede el alma adquirir la divina gracia y, por tanto, la Gloria eterna del paraíso.
Asimismo, nos ayudará a valorar el tiempo el considerar que éste es un don que sólo se halla en esta vida. En efecto, ni en el cielo ni en el infierno hay tiempo, allí lo que hay es la eternidad, ese ahora eterno, pero no tiempo. De hecho, y de aquí también podemos colegir la importancia del tiempo, los condenados lo que más quisieran sería tener tiempo, así fuera un año, un día, una hora, para poder remediar su terrible mal, mas ese tiempo, por el cual suspiran, jamás les será concedido. Tremendo meditar y pensar en ese desgarrador grito, lleno de rabiosa y furiosa desesperación de los condenados: “si tuviéramos siquiera una hora”, que proferirán, crujiendo y rechinando los dientes, como nos dice Nuestro Señor.
Los mismos bienaventurados del cielo que, gozando de la visión beatífica de Dios, no pueden sufrir ni lamentarse, si pudieran padecer algo, sería sin duda el tiempo perdido, el tiempo que en la vida no se aprovechó para acopiar más méritos y gloria en la vida eterna.
Y los santos, cuando vemos sus vidas, nos damos cuenta de que ellos verdaderamente supieron estimar la gran importancia del tiempo, pues, en verdad, ¡qué no hicieron para salvarse!, y nosotros, ¿qué hacemos con el tiempo que Dios nos ha dado para salvarnos?, ¿en qué lo gastamos?
(Cuerpo 2: Tiempo no Valorado)
Ahora consideremos cómo el tiempo no es valorado como debiera serlo.
En efecto, así como es de precioso el don el tiempo, así es de lo más desestimado y menospreciado por los mundanos. Para comprobarlo echemos tan sólo un vistazo a nuestro alrededor y a nosotros mismos. Miremos a la gente y veremos que pierden enormemente el tiempo; veamos a todos esos jóvenes que pasan días enteros jugando videojuegos; o a esos otros que están todo el día viendo películas o series o videos en youtube; o a esas otras personas que pasan horas y horas escuchando la nefanda música moderna; o a tantas mujeres jóvenes que pierden y desperdician enormes cantidades de tiempo en la vanidad, en arreglarse, etc. Y tantas otras personas que gastan el tiempo en diversas vanidades. Si a todos ellos les preguntásemos qué hacen, nos responderían: “pasando el tiempo”.
Y lo más triste y paradójico es que, a la hora de la muerte, cuando se hallen ya en el último trance en que se definirá su eterna salvación o condenación, lo que más querrán será tiempo —ese tiempo que ahora tan vanamente desperdician—; querrán un año, un día, siquiera una hora más, para poder ajustar las cuentas de sus conciencias. Mas no les será dado, pues cuando se llega a la hora de la muerte, el tiempo se ha acabado: lo hecho, hecho está.
(Cuerpo 3: Hemos de Aprovechar el Tiempo)
Por tanto, hemos de buscar aprovechar al máximo el tiempo que Dios nos da, el tiempo que nos queda y resta de vida. Si en el pasado hemos desperdiciado este grandísimo don, empleándolo en cosas vanas o —peor— pecaminosas, procuremos de ahora en adelante utilizarlo debidamente, siempre para la mayor Gloria de Dios y la salvación de nuestra alma.
Y así, mientras tenemos vida, obremos nuestra salvación, que para esto nos da Dios el tiempo, para salvarnos. Organicemos nuestras vidas y evitemos caer en el ocio, en la pérdida de tiempo; no, sino que busquemos disponer nuestro día, de manera que le saquemos el mayor provecho posible.
En este sentido, lo que mejor que podemos hacer es tener horarios —o intentar tenerlos—: Tener una hora fija para levantarnos, para hacer nuestras oraciones de la mañana, para rezar el Santo Rosario, hacer la lectura espiritual, la lectura bíblica, para hacer las oraciones de la noche y acostarnos.
Mientras más organizado esté nuestro día, mucho más fácilmente podremos evitar el ocio y aprovechar el tiempo y emplearlo fructíferamente. Es, de hecho, muy importante que busquemos evitar la ociosidad —que es la madre de todos los vicios—, es decir, evitar ese estar sin saber ni tener idea de qué hacer —o ese querer hacer nada: la pereza—.
Asimismo, es importante que, en ese tener organizado nuestro día, tengamos ya estipuladas nuestras recreaciones y descansos, saber ya de antemano qué se ha de hacer allí: si leer un buen libro —alguna vida de Santos, por ejemplo—, escuchar música “bonita” —no la espantosa moderna—, caminar o pasear, algún juego de mesa, etc., etc, para que no caigamos en perder nuestro tiempo en cosas mundanas, como desperdiciarlo en series, películas, novelas, videos de youtube, facebook, música y un largo e interminable etcétera.
(Conclusión: Los Días son Malos)
Y, para concluir, tengamos en cuenta que San Pablo nos dice que aprovechemos el tiempo, “porque los días son malos”. En efecto, los días, los tiempos que nos han tocado vivir a nosotros, son sin duda alguna malos —malísimos—: tiempos de Apostasía generalizada de las naciones, de Apostasía en la Iglesia, por causa del modernismo reinante, gracias al nefasto Concilio Vaticano II, donde se operó la falsificación de nuestra Santa Religión Católica.
Por tanto, con mucha mayor razón debemos aprovechar el tiempo que nos queda —sea poco o mucho—, pues vivimos tiempos, digamos, sumamente anticatólicos, tiempos del Anticristo, tiempos que se muestran como los finales; lo cual quiere decir que el tiempo se aproxima a su fin, el fin de los tiempos que se llama.
Por lo cual, aprovechemos el tiempo presente y no lo desperdiciemos; aprovechémoslo para vivir católicamente ahora, el día de hoy; no dilatemos nuestra conversión para mañana, ni dejemos el hacer las cosas bien para después, que ésta es tentación que nos pone el demonio, ya que no sabemos si habrá día de mañana, si después tendremos tiempo para arreglar nuestras conciencias.
Convirtámonos, pues, hoy, y entreguémonos del todo a Dios y formemos el propósito de aprovechar al máximo el tiempo que Él disponga otorgarnos. Hagamos la resolución de rezar el Santo Rosario todos los días, de hacer lectura espiritual, de asistir a la Santa Misa todas las veces que nos sea posible, de no dejar pasar nunca ninguna oportunidad que sirva a nuestra santificación y salvación.
Lloremos, asimismo, el tiempo pasado perdido y pidamos a María Santísima nos ayude a emplearlo bien en lo sucesivo.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.