La Transfiguración del Señor.
(Domingo 1° de marzo de 2015) P. Altamira.
(Introducción)
Queridos hijos:
Hoy tenemos en el Evangelio los hechos ocurridos en la Transfiguración de Nuestro Señor. En la Misa está la narración de San Mateo (17,1-9), pero también están narrados por San Marcos (9,1-8) y por San Lucas (9,28-36). Queríamos darles: (1) Un relato de los hechos previos a la Transfiguración, (2) un texto concordado de ella según estos tres evangelistas (así es mucho más rico en detalles e información sobre lo ocurrido), y finalmente (3) unos comentarios.
(Cuerpo 1: Contexto de los hechos previos a la Transfiguración)
Para ponernos en contexto, recordemos brevemente los hechos que ocurrieron previos a Transfiguración:
Hace dos semanas, en el Domingo de Quincuagésima, les hablábamos sobre uno de los anuncios de Cristo sobre su propia Pasión y Muerte: “Ecce ascéndimus Ierosólymam… (y el Hijo del hombre:) Tradetur enim géntibus, et illudetur, et flagellábitur, et conspuetur: et postquam flagelláverint, occident eum, et tertia die resúrget”. Algunos dicen éste sería el tercer anuncio de la Pasión, tal vez han sido más.
Este Domingo, entre los hechos previos a la Transfiguración, tenemos el primer anuncio de Cristo sobre su Pasión, además del Primado de Pedro, etc (también reseñamos esto hace dos semanas). Leemos algunas pocas partes de San Mateo:
(16,13ss) Y vino Jesús a las partes de Cesarea de Filipo… Simón Pedro dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo… (Y Jesús le dijo) tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam et portae inferí non praevalebunt adversus eam. Et tibi dabo claves regni caelorum… (20) Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Mesías. Es curiosa realmente la insistencia de Cristo de que sus discípulos no dijeran que Él era el Mesías. En los otros dos evangelistas, vemos que la orden fue muy enérgica: “Les mandó rigurosamente que a nadie dijeran esto de Él (nota: que Él era el Mesías)”, San Marcos (8,30). “Les recomendó, con energía, no decir esto a nadie”, San Lucas (9,21).
Y aquí viene el primer anuncio de la Pasión, también en los tres evangelistas (San Marcos 8,31, San Lucas 9,22, San Mateo 16,21). Nosotros lo leemos de San Mateo junto con los hechos que le siguen:
“Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que oportebat eum ire Ierosolymam et multa pati… et occidi et tertia die resúrgere… // (Pedro:) «Absit a Te, Domine…», (y Jesús:) «Vade post me, Sátana… quia non sapis (sabes o sientes) ea quae Dei sunt, sed ea quae hominum» (nota: pecado de Naturalismo, Humanismo, antropocentrismo). Si quis vult post me venire, abneget semetipsum, et tollat crucem suam, et sequatur me». (27) El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras.
El versículo 28 (Mt 16,28): “Amen dico vobis, sunt quidam de hic stantibus, qui non gustabunt mortem, donec videant Filium hominis venientem in regno suo”. San Marcos y San Lucas relatan los mismos hechos, hacen una alusión al juicio final (ver Mc 8,38 y Lu 9,26) y agregan: (San Marcos 9,1): “(…) non gustabunt mortem, donec videant regnum Dei veniens in virtute (viniendo con poder)”. (San Lucas 9,27): non gustabunt mortem donec videant regnum Dei”. San Jerónimo y San Juan Crisóstomo creen que estas palabras se refieren a la Transfiguración, la cual fue una visión anticipada de Gloria futura, de la Gloria del Reino de Dios, y sus tres discípulos preferidos (Pedro, Santiago y Juan) vieron esto antes de ellos morir.
(Cuerpo 2: Texto concordado de los tres sinópticos sobre la Transfiguración)
Ahora escuchemos la Transfiguración en texto concordado de San Mateo, San Marcos y San Lucas:
(1) La Subida al monte y la Transfiguración:
Después de seis días (nota: de los hechos que acabamos de narrar), Jesús tomó a Pedro y a Santiago y a su hermano Juan, y solos los llevó aparte (seorsum) a un monte alto. Subió para rezar. Mientras rezaba, la hermosura de su rostro se volvió otra (facta est species vultus eius altera), y sus vestidos blancos y refulgentes (refulgens). Y se transfiguró ante ellos, y su rostro brilló como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como no puede hacer batanero sobre la tierra, muy blancos, como la nieve, y resplandecientes (splendentia).
(2) Aparición de Moisés y de Elías:
Y he aquí que dos hombres hablaban con Él. Pedro, y los que estaban con él, estaban cargados de sueño (gravati erant somno); y despertándose vieron su majestad (su gloria) y a los dos varones que estaban con Él. Eran Moisés y Elías, que se les aparecieron hablando con Él. Moisés y Elías eran vistos en majestad (gloriosos) y hablaban sobre la muerte de Jesús (dicebant excessum eius) que iba a cumplirse (completurus erat) en Jerusalén.
(3) Las “ocurrencias o ideas” de Pedro:
Y aconteció (factum est) que, cuando se alejaron de Él, Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús sin saber lo que decía: “Señor, Maestro, bueno es para nosotros estar aquí, si quieres hagamos aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías”. No sabía lo que decía.
(4) La nube que se formó:
Todavía estaba él hablando, cuando he aquí que se formó una nube luminosa (lúcida), la cual los envolvió-cubrió (obumbravit), y quedando ellos dentro de la nube, tuvieron miedo. Estaban muy asustados (extérriti) por el temor. Y he aquí que hubo una voz: Una voz vino desde la nube y decía: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien bien me he complacido: Escuchadle”. Y oyendo, los discípulos cayeron sobre su rostro, y temieron mucho. Y mientras sonaba la voz, Jesús estaba solo. Y se acercó Jesús, y los tocó, y les dijo: “Levantaos y no temáis”. Y elevando sus ojos, observando a su alrededor, a nadie vieron, sino sólo a Jesús con ellos.
(5) La orden de Jesús de no decir todavía a nadie lo que habían visto, y las preguntas de los discípulos sobre el interesantísimo tema de la venida del Profeta Elías. Saben que Elías vendrá poco antes de la Segunda Venida de Cristo. Este tema es tratado por dos de los tres evangelistas, por San Mateo y por San Marcos. La respuesta de Cristo sobre Elías parece ser con lo que se ha llamado tipo y antipo, responde sobre la profecía de la vuelta de Elías y lo relaciona con la vida de San Juan Bautista, quien fue tipo de lo que hará –yo creo que ya pronto- Elías cuando vuelva. Pongo el extracto sólo de la vuelta de Elías y salteo el de San Juan Bautista:
Al día siguiente (dato de Lc 9,37: in sequenti die, descendéntibus illis de monte), cuando bajaban ellos desde lo alto del monte, Jesús les ordenó diciendo: “A nadie digáis de la visión, a nadie digáis de lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”. Y ellos callaron, y a nadie dijeron nada en aquellos días sobre estas cosas que habían visto. Y mantuvieron esta palabra entre ellos (et verbum continuerunt apud se), preguntándose qué sería ese “cuando haya resucitado de entre los muertos” (cum a mortuis resurréxerit). Los discípulos le hicieron esta pregunta: ¿Entonces por qué (Quid ergo) los escribas dicen que es necesario que Elías venga primero? Él, respondiendo, les dijo: Elías ciertamente va a venir, y cuando haya venido, restaurará todas las cosas (“Elías quidem venturus est et restituet omnia”), y del mismo modo está escrito del Hijo del hombre, que padecerá muchas cosas y será despreciado.1 Cuando llegaron a donde estaban los (otros) discípulos, había un gran gentío que los rodeaba y los escribas discutían con ellos, y la multitud iba al encuentro de Él…
Hasta aquí llegamos en el relato, para que no se haga tan largo.
¿Y cuáles serán los recuerdos de San Pedro y de San Juan sobre la Transfiguración?
San Juan dirá: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de Verdad” (Jn 1,14). Y San Pedro: (II Pe 1,16-18) “No os dimos a conocer el poder y la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo con fábulas inventadas, sino como testigos oculares que fuimos de su majestad. Pues Él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la Gloria Majestuosísima (nota: desde el Cielo) le fue enviada aquella voz: Éste es mi Hijo amado, en quien Yo me complazco, y esta voz enviada desde el Cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo”.
(Cuerpo 3: Algunos comentarios)
Les damos ahora algunos comentarios:
La Tradición, en particular San Jerónimo, nos dice que el Monte Santo de la Transfiguración fue “El Tabor” en Galilea, que si bien no es tan alto, al ser una saliente en un valle, resalta mucho y da sensación de mayor altura.
Los tres apóstoles escogidos (Pedro, Santiago y Juan) son los mismos que fueron testigos de la Agonía en el Huerto de Getsemaní. Y hay un paralelo curioso. En la Agonía, hechos tristes y dolorosos de la Pasión: Tenían los ojos cargados de sueño y se durmieron. En el Tabor, hechos de Gloria y de experimentar los premios del Cielo: También tenían los ojos cargados de sueño y se durmieron. En el dolor se duermen, en la Gloria se duermen.
¿Qué es esta claridad que pueda emitir un cuerpo y hasta en los vestidos de dicho cuerpo? La claridad de un cuerpo glorioso se deriva de la claridad del alma en posesión de Dios, de la Visión Beatífica, de la Gloria del Cielo. En el caso de Nuestro Señor, Él –en su parte humana- desde su concepción gozaba plenamente de la Visión Beatífica pues era Dios, era viador y comprensor, aunque Él no permitía la manifestación de esta claridad en su cuerpo (salvo en el Tabor).
En nuestros cuerpos resucitados, cuando seamos inmortales, si nos salvamos, también habrá esta claridad. Pero el grado o brillo de la misma dependerá del grado de nuestra Caridad o santidad.
¿Por qué era necesaria o conveniente la Transfiguración? Seis días antes les había profetizado su Pasión, aun en la Transfiguración les vuelve sobre el tema: “no digáis nada hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”, y también otras palabras con lo de Elías, y días después de estos hechos: Nuevo anuncio de su Pasión y Muerte; además los había exhortado a que siguieran el camino de la Cruz: “quien no se niega a sí mismo y toma su cruz”; así: Como evidentemente el camino de la Cruz cuesta, ser soldado de Cristo cuesta, los seres humanos necesitamos estímulos y aliento, y en ese sentido, considerar el Fin, los premios, la Gloria, la paz y felicidad que tendremos allí, en definitiva los efectos de la Transfiguración, sirvieron a esos discípulos, y servirían a nosotros por la Fe, para tener estímulos de luchar, de hacer cosas por Cristo, de sufrir por Él, de llevar la Cruz.
Allí estaban Moisés, Elías y Nuestro Señor, es decir: La Ley, los Profetas y el Evangelio. También Moisés y Elías representaban los hombres que vivieron antes de Nuestro Señor, los Apóstoles a los hombres que vivirían después de Nuestro Señor hasta el final, y unos y otros en la Gloria del Tabor, mostrando el deseo de Dios de que todos los hombres se salven, los de todas las épocas, siempre y cuándo cumplamos con Dios, teniendo la vida que Él nos pide.
San Pedro: Él dice allí arriba: “Señor, es bueno para nosotros el estarnos aquí, si quieres hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro, para variar, “mete la pata”, y estaba totalmente alelado, atontado, por los efectos de la Gloria del Cielo que experimentaba allí. Tenía gran paz, y sentía dicha y felicidad: “Señor, es bueno para nosotros estarnos aquí; Señor nos quedemos aquí”. Y tenía sus sentidos realmente embobados. Dice el texto: “Cuando se van Moisés y Elías”, es decir, cuando ya no están, entonces allí quiere hacerles a cada uno una tienda; ¡una tienda!, ¡cuando ya se han ido!, ¡en medio de la montaña, en la oscuridad de la noche, sin haber llevado ni las tiendas, ni nada de lo necesario para armarlas! ¡Y para Moisés y Elías, que no estaban, olvidándose de San Juan y de Santiago y de él mismo, que sí estaban!
¿Por qué este alelamiento? Santa Teresa y otros místicos explican que los contactos con lo sobrenatural producen cierto “descalabro” en nuestros cuerpos mortales porque no están preparados para ello2.
Y en su deseo, “Señor, nos quedemos aquí”, vemos que San Pedro quería los premios, la Gloria, el descanso, la felicidad, antes de haber luchado, antes de la Cruz y de militar por Cristo, antes de los esfuerzos (otra vez el llamado del rey temporal y del Rey Eterno y Emaús de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio).
Cuando de repente se forma esa nube, los cubre y envuelve, nube con resplandores, y sale una voz de la nube, el testimonio del Padre sobre su Hijo, caen en tierra por miedo y no sólo por la majestad de Dios Padre, sino también por la majestad del Hijo, y así nos enseña San León Magno, el cual dice que en ese momento “por un conocimiento superior comprendieron que era una misma la divinidad de ambos”, el Padre es Dios, y el Hijo es Dios. Moisés lo había profetizado superior a Él. El testimonio del Padre es completo en cuanto a la filiación de Cristo, y en esa filiación declara su divinidad, Cristo es Dios, y por lo mismo su autoridad es superior a Moisés y Elías.
1 La referencia al Bautista vendría aquí; está más clara en San Mateo que en San Marcos: -San Mateo cap. 17: “(12) Pero os digo que Elías ya vino y no lo conocieron, antes (sed) hicieron con él (fecerunt in eo) cualquier cosa que quisieron. Así también ha de padecer el Hijo del hombre por mano de ellos. (13) Entonces los discípulos entendieron que les había hablado de Juan el Bautista”.
-San Marcos cap. 9: “(12) Mas os digo que Elías vino y le hicieron cualquier cosa que quisieron, como fue escrito de él.
2 Por eso incluso con la felicidad se puede mezclar miedo ante lo sobrenatural, y un gran miedo como vemos más de una vez en la Sagrada Escritura.
(Conclusión)
Para concluir:
Nosotros los seres humanos somos seres “incompletos”, tenemos grandes vacíos. Buscamos por naturaleza la paz, el sosiego, la felicidad; tenemos unas ansias enormes y una sed enorme de estas cosas. Pero el reposo, el premio, es el último término, es el último Fin, lo que obtendremos recién al final… si somos sus “hijitos” fieles.
San León Magno decía: “La felicidad de reinar, de ningún modo puede preceder al tiempo de sufrir”, al tiempo de luchar, de llevar la Cruz, de ser soldados de Cristo “en esta guerra total”.
Pero, por el tipo de vida moderna, los medios, la publicidad y muchos “etcéteras”, para casi todas las personas, nuestra vida, o el régimen de nuestra vida en la tierra, se nos presenta como:
“Pasarla bien por un tiempo aquí, para seguir pasándola bien después en el Cielo”.
Y así se cree, y así vivimos.
De lucha, de la Cruz, del esfuerzo de una vida católica, ni hablemos. “Todos nos salvaremos, hagamos lo que hagamos”, falso, falsísimo slogan o cliché: Si no cumplo con Dios Nuestro Señor Jesucristo, no me salvaré; si no cumplo con el Catolicismo, no me salvaré.
Quisiéramos ser amigos de Nuestro Señor en el Tabor, mas no en Getsemaní (en el Huerto de los Olivos), ni en el Calvario, ni en la Cruz.
“Ser soldado de Cristo, la vida sacrificada de una guerra total, llevar la Cruz a imitación de Cristo, abnegación, esfuerzo por Él, no ser sordos al llamamiento del Rey Eterno”: Ésa es la gracia que pedimos, ésa es la gracia que resume la vida del católico y del Catolicismo, la Religión del Sacrificio de la Cruz, que es lo mismo que decir: La Religión de la Santa Misa. Ésa es la gracia que pedimos.
Por último, no olvidemos, que para llevar la Cruz con mérito para el Cielo, es necesario estar en estado de gracia. Algunos de ustedes –creo- no se confiesan muy frecuentemente que digamos. Si estoy en estado de pecado mortal, los sufrimientos y los méritos de esta vida no me sirven para el Cielo.
En Cuaresma hay gracias especiales de conversión, “éste es el tiempo adecuado, éste es el tiempo oportuno”. ¡Hagan su Confesión y mantengan siempre el estado de gracia!
AVE MARÍA PURÍSIMA.