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16° Domingo después de Pentecostés 2018

Fiesta de San Pedro Claver.

(Domingo 9 de septiembre de 2018) P. Pío Vázquez.

Queridos fieles:

Hoy es la fiesta de San Pedro Claver, Patrono de Colombia, el cual es considerado el Apóstol de la gente de raza negra, por el gran apostolado que desempeñó entre ellos, mostrando un celo inaudito e incansable, una caridad sin límites, una entrega y abnegación totales. Por todo lo cual, el Papa León XIII —que lo canonizó en 1888— lo declaró Patrono y especial Protector de todas la misiones que se hacen entre gente de raza negra.

(Cuerpo 1: Vida de San Pedro)

Primeramente, reseñemos un poco su vida.

Pedro Claver Corberó nació en 1580, en Verdú de Cataluña, España, de don Pedro Claver y de doña Ana Corberó, siendo el quinto de un total de seis hijos, de los cuales sólo sobrevivieron tres: el hermano mayor, por nombre Juan, él y la hermana menor, llamada Isabel. Era de origen humilde, pues sus padres eran labradores.

Su infancia ha quedado prácticamente en el misterio, porque no se tienen datos precisos sobre ella. Sin embargo, sabemos que hacia los 15 años de edad recibió la tonsura en su pueblo de manos del obispo del lugar, y partió luego para la Universidad de Barcelona para iniciar allí sus estudios en “letras y artes”. Fue aquí, en Barcelona, donde entró en contacto con los jesuitas. Ingresó a la Compañía de Jesús el 7 de agosto en 1602, a los 22 años de edad; por lo cual partió para Tarragona, pues allí se hallaba el noviciado de la Compañía. Tras haber emitido sus primeros votos, fue enviado a Gerona para ampliar sus estudios de humanidades y luego, el 11 de noviembre de 1605, fue enviado a Mallorca para asistir a los cursos de filosofía.

(Encuentro de dos santos)

Cuando llegó allí fue recibido por un hermano lego anciano, que desempeñaba el oficio de portero en ese momento. Su nombre era Alonso Rodríguez, el cual era un santo religioso —de hecho, fue canonizado también por León XIII el mismo que día que San Pedro Claver—. Ambos trabaron desde el primer momento entrañable amistad, y gustaban, con permiso de los superiores, de juntarse a hablar de cosas celestiales, animándose recíprocamente a crecer en santidad —así es como debe ser, dicho sea de paso, una verdadera amistad—.

De hecho, fue gracias a San Alonso que San Pedro vino a parar acá en nuestras tierras. Pues S. Alonso un día tuvo una visión en la que vio el trono de gloria que se preparaba para San Pedro por las heroicas virtudes que ejercería por estos lugares. Por lo cual, sin contarle sobre la visión, le infundía el deseo de consagrarse a las misiones de América, diciéndole cómo había almas por acá que no conocían a Nuestro Señor, almas que se perdían por no haber quien les mostrara el camino de la Verdad.

Inflamado, entonces, San Pedro en santos deseos de consagrarse a las misiones de América, pidió permiso a sus superiores para hacerlo, mas le fue dicho que debía antes terminar sus estudios de Teología, por lo cual fue enviado a Barcelona con ese fin. Allí estuvo durante dos años haciendo sus estudios hasta que le fue otorgado el anhelado permiso: ir de misionero a América, al Nuevo Mundo.

El navío que lo trajo hacia estos lugares partió en abril de 1610 y el lugar donde arribaron fue Cartagena de Colombia. Apenas llegó fue enviado a Santa Fe de Bogotá para proseguir allí los estudios de Teología —todavía no había sido ordenado sacerdote, era simple hermano religioso—. Allí duró dos años, después de los cuales pasó un año también en Tunja; acabos sus estudios fue ordenado sacerdote en 1616, en Cartagena, donde permanecería hasta su muerte, acaecida en 1654, desempeñando un incansable apostolado en favor de los esclavos de raza negra, es decir, ¡durante 38 años!

(Cuerpo 2: Apostolado en Cartagena)

Y, ¿cómo fue su primer contacto con los esclavos de raza negra? Este primer contacto lo tuvo por medio del Padre de Sandoval, jesuita como él, que había consagrado gran parte de su vida a la evangelización y adoctrinamiento de estos esclavos; llegó incluso a bautizar a más de treinta mil de ellos. San Pedro fue su discípulo y prosiguió su obra.

(Leyenda Negra)

Primeramente, situémonos en el contexto histórico en que vivió San Pedro Claver. En esa época, siglo XVII, existía la esclavitud, la cual con el descubrimiento de América se había disparado, por la necesidad de tener mano de obra. Por todo lo cual había gente, especialmente portugueses, que se dedicaba a cazar personas en las costas africanas para venderlas como esclavos.

Por supuesto, aquí entran los enemigos de la Iglesia —como siempre—, y tienen el descaro de decir que los hombres hacían ese tráfico o comercio, porque dudaban si tenían alma o no las personas de raza negra o que era tema discutido por los teólogos (!). ¡Causa indignación pensar que siquiera se atrevan a decir una cosa así! ¡Es indignante! Eso es, por supuesto, una calumnia.

El que sabe lo mínimo —no de teología— de filosofía, sabe que el color es una cosa absolutamente accidental que no afecta, para nada, la esencia de una cosa; o lo que es lo mismo que el hombre no es hombre por ser blanco o negro sino por poseer la naturaleza o esencia humana, esto es, la naturaleza racional. Otro ejemplo: hay manzanas verdes, rojas y amarillas, y todas son igualmente manzanas, el color no importa.

Por supuesto, no aprobamos ese mercado que trata a seres humanos, capaces de ser hijos de Dios y de alcanzar la gloria eterna, como una simple mercancía; menos aun aprobamos cómo esa “mercancía” era obtenida͗ haciendo incursiones y secuestrando a las personas que habían de ser “vendidas”; tampoco aprobamos cómo en muchos casos eran tratadas estas personas, a costa de las cuales se hacía un lucro inicuo.

Sin embargo, hay que hacer otra aclaración y es que no podemos creer lo que se nos vende oficialmente a este respecto, la famosa Leyenda Negra. Porque así como nos quieren decir que los españoles únicamente vinieron a robar el  oro, matar a los indios y violar a las mujeres, también nos quieren hacer creer que a todos o casi todos estos esclavos los trataban de una manera inhumana, sometiéndolos a formas de vida infrahumanas.

Por supuesto que habrá habido abusos: siempre que hay hombres hay abusos —como en nuestras “sacrosantas democracias modernas”, que nos presentan como la panacea para todos los males y, sin embargo, no se acaban sino que aumentan—. Pero esos abusos que hubo o pudo haber no fueron la nota característica de la obra española aquí en América, para nada. La nota característica fue la Fe: querer ganar almas para Dios Nuestro Señor Jesucristo. ¿Que no? ¿Entonces cómo es que nuestras naciones son (o eran) católicas?, ¿por qué enviaban frailes dominicos, franciscanos, jesuitas, etc., etc., a adoctrinar a los indios, que hablaban dialectos ininteligibles, si no era eso lo que importaba, si la Fe no era el móvil?

(Obras de misericordia de S. Pedro)

Pero ahora, volviendo a nuestro santo, a San Pedro Claver, a él le tocó ver y vivir varios abusos, en los cuales los esclavos eran sometidos a un trato deplorable, sobre todo cuando era trasladados de un lugar a otro. Eran traídos en unos barcos llamados “negreros”, donde solían estar amontonados y apretados, mal alimentados y mal vestidos o cubiertos, durante lo que durara el viaje, merced a lo cual muchos se enfermaban y morían. También horroriza pensar cómo eran guardados en almacenes, cual mercancía, cuando todavía no los vendían, en condiciones de vida insanas.

Todo esto conmovía y afligía a San Pedro, el ver esa miseria corporal, temporal. Por lo cual, cuando se enteraba de que iba a llegar unos de esos barcos “negreros” —tenía amigos que le avisaban— se preparaba y llenaba de provisiones. Salía a recibirlos con una abundante cantidad de bizcochos, dulces, tabaco, refrescos, y muchas cosas semejantes, incluso llevaba aguardiente.

Es admirable su celo y su caridad, cómo los atendía: les hablaba dulcemente, los abrazaba, buscaba ganarse su amor y confianza; a los enfermos él mismo los atendía, limpiando y curando sus llagas, dándoles de comer. Ellos mismos quedaban maravillados. Y no sólo los recibía en el puerto sino que pasaba horas en los almacenes con ellos, atendiéndolos, dándoles de comer, curándolos; ejerciendo, en definitiva, con ellos todas las obras de misericordia corporales.

Pero más que la miseria temporal que veía en ellos, le conmovía la miseria espiritual; recordemos: eran paganos, no tenían la Fe. Y de esta miseria también se ocupó con gran celo y paciencia. Iba con su intérprete a enseñarles el catecismo, a hablarles del camino de salvación y de la necesidad del Bautismo. Para enseñarles los rudimentos de la Fe y las verdades reveladas, se valía de cuadros en los que estaban representados los dogmas y verdades de nuestra santa Religión. Duraba horas confesándolos y siempre se tomaba la molestia de ir a buscarlos a donde estuviesen, así fuera en la casa de un particular: allí iba para hablarles, consolarlos, instruirlos y darles los sacramentos.

Duró en este admirable ritmo de vida hasta que enfermó de una fuerte fiebre el 5 ó 6 de septiembre de 1654; recibió los santos Sacramentos y durmió en el Señor el 8 de septiembre de ese mismo año.

(Conclusión)

En fin, podríamos resumir su vida diciendo que fue toda para la gente de raza negra; ¡38 años duró en este apostolado! Y él así lo entendió, y por esto cuando hizo sus votos solemnes —después de seis años en este apostolado—, pidió permiso de hacer otro por el cual se consagrara hasta la muerte al servicio de los esclavos de raza negra. El permiso le fue otorgado y de su puño y letra escribió en su acta de profesión “Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre” (Petrus Claver, aethíopum semper servus).

Como podemos ver tenemos en San Pedro un modelo de Caridad hacia el prójimo. Pero de la Caridad verdadera, que se preocupa, no solamente de lo material o temporal sino también y principalmente de lo espiritual. Se calcula que bautizó cerca de 300,000 esclavos de raza negra, y esto lo dice el mismo Martirologio Romano, libro oficial de la Iglesia Católica. Sus restos se conservan en Cartagena, en el Altar mayor de una Iglesia que lleva su nombre.

Queridos fieles, meditemos en la hermosa vida de este grandísimo santo que Dios les ha dado por protector, y pidámosle a San Pedro Claver y a la Santísima Virgen que inflamen nuestros corazones en amor hacia nuestro prójimo.

Ave María Purísima. P. Pío Vázquez.