Sacramento de la Penitencia.
(Domingo 13 de octubre de 2019) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El Evangelio del día de hoy nos narra un asombroso milagro de Dios Nuestro Señor Jesucristo: la curación del paralítico1 . Este Evangelio se presta para decir o abordar varios temas distintos. Sin embargo, nosotros, basándonos en las palabras de Nuestro Señor al paralítico: “Confía, hijo, perdonados te son tus pecados”, hablaremos sobre el Sacramento de la Penitencia; más concretamente, sobre cómo hacer una buena
confesión, en la espera de que estas palabras nos sirvan a todos para hacer buenas y muy santificadoras confesiones.
(Cuerpo 1: Examen de Conciencia)
Por tanto, comencemos diciendo cuántas y qué cosas son necesarias para hacer una buena confesión. Según prácticamente todos los catecismos ellas son cinco, a saber, 1ª examen de conciencia, 2ª dolor de los pecados, 3ª propósito de enmienda, 4ª confesión o acusación de los propios pecados y 5ª cumplir la penitencia. Examinemos cada una de ellas.
En primer lugar, está el examen de conciencia, el cual consiste en una diligente averiguación de los pecados que se han cometido desde la última confesión bien hecha. Hay obligación, en principio, de realizar el examen de conciencia, a no ser que uno esté moralmente seguro de no haber cometido pecado mortal. Si uno olvida confesar algún pecado grave por no haber realizado el examen de conciencia o haberlo hecho mal, muy superficialmente, por ejemplo, tendría culpa en ese olvido.
El examen de conciencia no solamente debe abarcar los pecados mortales, sino también el número de veces que los cometimos; pues, no es lo mismo haber matado una sola vez que haberlo hecho diez veces, por poner un ejemplo. En el primer caso tenemos un solo pecado de homicidio, y, en el segundo, diez homicidios, esto es, diez pecados distintos. Y la misma norma aplica también para los pecados internos. No es lo mismo haber consentido un solo mal pensamiento que veinte, pues en el primer supuesto hay un solo pecado y, en el otro, veinte pecados distintos. Por tanto, siempre al hacer el examen, si hemos caído más de una vez en algún pecado mortal, debemos examinarnos y averiguar cuántas veces hemos caído en él. Y cuando no sea posible dar el número exacto de veces que uno cayó en algún pecado grave (por ejemplo, por llevar mucho tiempo o años sin confesarse), bastará dar un número aproximado o una idea de cuánto se solía caer en ese pecado.
La obligación de averiguar el número de veces que uno cayó en el pecado sólo aplica para los pecados mortales, no los veniales; éstos basta declarar que uno los cometió muchas veces.
1 S. Mateo 9, 1-8.
(Cuerpo 2: Dolor de los pecados)
En segundo lugar, tenemos el dolor de los pecados, el cual consiste en un pesar y detestación de los pecados cometidos en cuanto son ofensa de Dios, con propósito de no volver a pecar.
Este dolor o arrepentimiento es el elemento más importante en el Sacramento de la Confesión —de hecho, constituye la materia próxima del mismo—, pues si falta el arrepentimiento la confesión es totalmente nula e inválida. Si alguien se acercara a la Confesión sin tener verdadero arrepentimiento y propósito de dejar el pecado, aunque dijera todos los pecados que ha cometido y el número exacto de ellos, con todo lujo de detalles, sin embargo, no se le perdonaría ni un solo pecado; y si hiciera esto conscientemente, esto es, sabiendo que sin arrepentimiento no vale la Confesión, cometería además un sacrilegio, por profanar el Sacramento.
Asimismo, hay que notar lo siguiente: El arrepentimiento para que sirva, para que valga para la Confesión debe ser sobrenatural, esto quiere decir, que debe tener su principio y razón de ser en Dios o en alguna verdad de Fe. Debemos arrepentirnos porque el pecado es una ofensa a Dios, una injuria que le hemos inferido; éste es el motivo más perfecto del verdadero dolor de los pecados: saber que uno ha ofendido a Dios. Sin embargo, también dolernos de los pecados porque por ellos hemos merecido las penas eternas del infierno o perdido la gloria del cielo, son también motivos de verdadero arrepentimiento sobrenatural.
Lo que no sirve es el dolor natural, el cual es motivado en solas razones humanas; como, por ejemplo, arrepentirse de haber pecado porque de ello se siguió la pérdida de la fama, o de las riquezas, o por los castigos que de parte de los hombres nos acarreó el pecado, etc.
Una aclaración, asimismo, se vuelve importante respecto al dolor de los pecados que estamos tratando: El dolor o arrepentimiento que se nos pide no es preciso sentirlo, pues es, fundamentalmente, un dolor espiritual de la voluntad, que, por lo mismo, no es necesario que repercuta en la sensibilidad. Basta que uno, por saber que los pecados son ofensa de Dios, los deteste y rechace, por lo mismo, con la voluntad.
(Cuerpo 3: Propósito de Enmienda)
Pasemos ahora al tercer elemento, el propósito de enmienda. Éste consiste en la firme resolución de no volver a pecar y de emplear todos los medios necesarios para no recaer en el pecado. Como es evidente, el propósito de enmienda está íntimamente ligado con el dolor de los pecados o arrepentimiento, pues si uno se arrepiente verdaderamente de haber hecho algo, claro está que no tiene voluntad de volverlo a hacer. De lo contrario sería un hipócrita.
Para que el propósito de enmienda sea verdadero o válido, debe reunir las siguientes condiciones: que sea firme, universal y eficaz.
(1) El propósito de enmienda ha de ser firme, esto es, el penitente, el que se va a confesar, ha de estar completamente decidido a no pecar más, sin poner ninguna condición de tiempo, lugar o persona. El propósito no puede ser una simple veleidad (quisiera no pecar más), sino una resolución sólida (quiero no pecar más, voy a vencer tal vicio, cortar con tal lugar o persona).
(2) El propósito ha de ser, asimismo, universal, esto es, la resolución de no pecar más ha de extenderse absolutamente a todos los pecados mortales; no solamente a los que de hecho se han cometido, sino también a cualquier otro que pudiéramos cometer. O, dicho con otras palabras, hemos de tener la voluntad de no cometer jamás ningún pecado mortal.
(3) El propósito ha de ser también eficaz. Esto quiere decir que hemos de resolvernos firmemente, no solamente a perderlo todo antes que pecar —incluso la misma vida—, sino también a huir de las ocasiones peligrosas, a abandonar la ocasión de pecado, a desarraigar los malos hábitos y a cumplir las obligaciones que hayamos contraído a causa de nuestros pecados. Alguien que se confiese sin intención de dejar la ocasión de pecado (la persona con la cual siempre peca, por ejemplo), no tiene verdadero propósito ni por tanto verdadero arrepentimiento; por lo cual su Confesión es nula e inválida.
(Cuerpo 4: Acusación de los pecados)
Pasemos ahora al cuarto elemento, la acusación de los propios pecados hecha al sacerdote, que es propiamente la Confesión. Esta acusación debe ser: humilde, entera, sincera, prudente y breve.
(1) La acusación ha de ser humilde. Al confesarnos debemos recordar que vamos al tribunal de Dios para culparnos a nosotros mismos; que como reos y delincuentes nos presentamos a este tribunal para reconocer nuestros pecados y pedir perdón de ellos. Por esta misma razón, debemos huir alabarnos a nosotros mismos en la Confesión. No andar diciendo cosas como: “yo rezo mucho, hago no sé qué cosa, tengo mucha paciencia, etc.”.
(2) La acusación, asimismo, ha de ser entera y esto es requerido para la validez. Debemos decir todos los pecados mortales —sin callar ninguno— que hayamos cometido y el número de veces de ello; a lo cual debemos agregar las circunstancias que mudan la especie del pecado, es decir, que hacen que un pecado venial se convierta en mortal, o que encierran, en un solo acto malo, la malicia de dos o más pecados mortales: por ejemplo, una mentira pequeña, pero que redunda en grave daño del prójimo, se vuelve pecado grave o robar un cáliz sagrado añade a la malicia del robo, el del sacrilegio. Si uno calla un pecado mortal, o disminuye la cantidad de veces que lo cometió a propósito, o no calla una circunstancia que sabe está obligado a declarar, la confesión es nula e inválida, no se perdona ningún pecado, además del horrible sacrilegio que se comete por profanar el Sacramento.
(3) La acusación ha de ser sincera, esto es, hemos de decir los pecados tal como los tengamos en la conciencia, lo cierto como cierto, lo dudoso como dudoso, sin aumentarlos ni disminuirlos (esto invalidaría, como recién vimos, la confesión si es materia grave). Tampoco debemos excusarnos ni justificarnos (“me tocó decir una mentira, Padre”; “no podía obrar de otra manera”), sino que hemos de acusarnos humildemente como reos, según ya dijimos.
(4) La acusación, asimismo, ha de ser prudente. Esto quiere decir que no debemos revelar pecados ajenos en la Confesión. La Confesión es para decir los pecados propios (“no, Padre, es que fulano es tal y cual cosa”). Asimismo, hemos de guardar suma modestia y delicadeza en los términos al confesarnos.
(5) La acusación también ha de ser breve, esto es, no debemos alargarla innecesariamente, refiriendo detalles o circunstancias irrelevantes, ni hablando de cosas ajenas a la Confesión, por caridad hacia los demás que esperan su turno para confesarse.
(Cumplir la Penitencia y Conclusión)
El quinto y último elemento de una buena confesión es cumplir la penitencia impuesta por el confesor, esto es, realizar las oraciones u obras que mande para satisfacer por los pecados, lo cual ha de hacerse lo más pronto posible y preferentemente ha de realizarse en estado de gracia. Descuidar la penitencia o directamente no cumplirla constituye una falta, grave o leve, según la calidad de la penitencia impuesta.
Para concluir, queridos fieles, simplemente deseamos invitarlos a reflexionar todas estas cosas, sobre si seguimos estos cinco pasos para hacer una buena confesión, y a ponerlos en práctica para que nuestras confesiones sean cada vez mejor hechas y así nos reporten mucho más fruto para nuestras almas. Asimismo, no dudemos en acudir con frecuencia a este Sacramento, pues él llena de fuerzas al alma para luchar contra las tentaciones y malas inclinaciones de la naturaleza y seguir adelante.
Pidamos a la Santísima Virgen nos ayude a meditar estas cosas.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.