Espíritu Santo, Predicación del Evangelio y Persecuciones.
(Domingo 13 de mayo de 2018) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El jueves pasado fue la fiesta de la Ascensión, en la cual, como dice el Catecismo de San Pío X, hemos celebrado “el glorioso día en que Jesucristo, a vista de sus discípulos, subió por su propia virtud al cielo, cuarenta días después de su Resurrección”.1 Por esto, ya no está más el cirio pascual, que representaba la presencia de Nuestro Señor después de su Resurrección, sino que fue apagado el jueves pasado después del Evangelio, para significar la cesación de esta presencia por la subida de Dios Nuestro Señor Jesucristo a los cielos. Por tanto, nos encontramos hoy en el Domingo después de la Ascensión, y dentro de ocho días, el domingo próximo, nos encontraremos en la fiesta de Pentecostés, celebrando el misterio de la venida del Espíritu Santo.
(Cuerpo 1: Espíritu Santo y Predicación del Evangelio)
Por esto, la Santa Madre Iglesia, para prepararnos para la fiesta de Pentecostés, coloca hoy un pasaje del Evangelio según San Juan2, pasaje que está tomado del hermosísimo y profundísimo discurso de despedida de Dios Nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, antes de su Pasión. El discurso abarca cuatro capítulos (14-17) del Evangelio de San Juan, y, como recién decíamos, es hermosísimo y por esto los invitamos y exhortamos a que lo lean y mediten.
En el pasaje de la Misa de hoy, Dios Nuestro Señor Jesucristo anuncia a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, del Espíritu de Verdad, de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del Hijo eternamente, siendo Espíritu de ambos. Y esto de que procede del Padre y del Hijo está en el Evangelio del día; en efecto, dice Nuestro Señor: “Cuando venga el Paráclito, que Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, que del Padre procede…”; que Yo os enviaré del Padre, dice Nuestro Señor, e inmediatamente agrega que procede del Padre, para que nos quede claro que procede de uno y de otro, como de un solo principio.
Y agrega inmediatamente que “Él [el Espíritu Santo] dará testimonio de mí”. Porque, en efecto, dará testimonio de Él a los Apóstoles en sus corazones, iluminando sus inteligencias para que recuerden y comprendan todas las cosas que Nuestro Señor les ha enseñado. E inmediatamente añade: “y vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo”. Vosotros daréis testimonio de mí también, pues después de haber dado testimonio el Espíritu Santo de mí a vosotros, entonces seréis mis testigos en todo el mundo, anunciando la Buena Nueva de Salvación a todos los hombres, para que todos aquellos que crean en mi nombre, se bauticen y hagan penitencia, obtengan la vida eterna, que les mereceré derramando toda mi sangre; y haréis esto porque habéis estado conmigo desde el principio, es decir, porque habéis sido testigos de todos mis milagros y de mi predicación, así como lo seréis de mi reprobación por parte de los judíos; en definitiva, porque habéis visto y terminaréis de ver el cumplimiento de todas las profecías referentes a mí.
(Cuerpo 2: Persecuciones)
“Os he dicho estas cosas para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas”. En estas palabras, como hace notar San Agustín, está implícito que los judíos, en su mayoría, no creerían en Cristo, no recibirían la predicación de los Apóstoles. Porque si los judíos hubieran creído, no los hubieran echado de las sinagogas sino que éstas habrían pasado a ser iglesias, o como dice el mismo Santo: “y por cuanto no creyeron, ¿qué restaba sino que los que permanecían alejados de Cristo, echaran de la sinagoga a los que no dejaron a Cristo?”.3
1 San Pío X Catecismo Mayor, Cruz y Fierro Editores, 1ra Reimpresión, 1993, Buenos Aires, Argentina, p. 154.
2 San Juan 15, 26-27; 16, 1-4.
3 Catena Aurea, S. Tomás de Aquino, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, Argentina, 1946, pp. 363-364.
Y Nuestro Señor agrega aún más: “viene la hora en que todo el que os dé muerte pensará hacer un servicio a Dios”. En estas palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo se encierra una gran verdad que nunca debemos olvidar, y cuyo olvido podría poner en peligro nuestra eterna salvación, y es ésta: Todos los que quieran seguir a Dios Nuestro Señor Jesucristo serán perseguidos. Sí, así es: los que quieran vivir de acuerdo a la Fe y a los mandamientos serán perseguidos, sufrirán contradicciones, hallarán cruces, tribulaciones y pruebas… Lo cual, asimismo, nos lo enseña San Pablo, al decir: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución” (2 Timt. 3,12).
Pero, ¿por qué?, ¿por qué han de padecer quienes siguen a Dios? Nuestro Señor nos da la razón: “por no conocer ni al Padre ni a mí”. Y esto es así porque el mundo es contrario a Él; las máximas de este mundo están diametralmente opuestas a las del Evangelio.
Por tanto, no podemos servir a dos señores, como nos dice Nuestro Señor mismo: o servimos a Dios o servimos al mundo, que es, en definitiva, servir al diablo. Y por esto es inevitable que haya persecución, pues la vida recta y correcta irrita de suyo a los impíos, a los que viven entregados a sus concupiscencias, pues ella es una viva reprobación de sus vidas. Por tanto, buscan y quieren que todos vivan mal como ellos, y no pueden sufrir a quien vive rectamente. En efecto, en el libro de la Sabiduría, hayamos las siguientes palabras puestas en boca de los impíos: “Oprimamos al justo desvalido… Armemos, pues, lazos al justo, visto que él no es de provecho para nosotros, y que es contrario a nuestras obras. Nos echa en cara los pecados contra la ley; y nos desacredita, divulgando nuestra conducta… No podemos ni aun sufrir su vista; porque no se asemeja su vida a la de nosotros, y sigue una conducta muy diferente… Examinémosle a fuerza de afrentas y tormentos, para conocer su resignación y probar su paciencia. Condenémosle a la más infame muerte…”.4 Por tanto, no nos sorprendamos ni nos turbemos, si por vivir rectamente somos criticados, murmurados, hechos objeto de burla… que esto no nos turbe, antes bien todo lo contrario, debe llenarnos de alegría, porque es una señal de que nuestra vida es conforme al Evangelio y agradable a Dios; asimismo, es una oportunidad para imitar a Nuestro Señor, que sufrió antes que nosotros y de una manera mucho más terrible y cruel.
Y hemos dicho que el olvido de esta verdad, de que los verdaderos discípulos y seguidores de Cristo padecerán persecución, puede poner en peligro nuestra salvación, y esto no lo hemos inventado nosotros sino que Nuestro Señor Jesucristo mismo lo dice en la parábola del sembrador; en efecto, hablando de la segunda semilla que cayó entre piedras, nos dice: “Los sembrados en pedregal son aquellos que al oír la palabra, al momento la reciben con gozo, pero no tienen raíz en sí mismos, y son tornadizos. Apenas sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la palabra, se escandalizan en seguida” (S. Mc. 4, 16-17). Noten que dice que la persecución sobreviene a causa de la palabra, y no olvidemos que de las cuatro semillas que cayeron a lo largo del camino, sólo una, la que cayó en buena tierra, dio frutos; es decir, las otras tres se perdieron, y la segunda, que es la que ahora nos interesa, se perdió por escandalizarse de la persecución; esto quiere decir que por no estar bien imbuido del misterio de la cruz en nuestras vidas, no dio fruto aquél sobre el que cayó la semilla. Por tanto, debemos compenetrarnos de esta verdad, meditarla, para que cuando sobrevengan las persecuciones y tribulaciones a causa de la Fe, a causa de buscar e intentar observar y cumplir en todo con la ley de Dios, no nos escandalicemos, sino que lo suframos todo por amor Dios, poniendo nuestra esperanza en el cielo.
Y concluye el Evangelio de hoy con estas palabras: “Os he dicho estas cosas para que, cuando venga la hora de ellas, os acordéis de que ya os lo había anunciado”. Es decir, estamos prevenidos de que hemos de padecer por la Fe, de que vamos a sufrir persecución por Dios Nuestro Señor Jesucristo, de manera que no nos escandalicemos cuando vengan las tribulaciones, como decíamos antes.
4 Sabiduría, cap. 2, vers. 10, 12, 15, 19-20.
(Conclusión)
Para terminar, entonces, simplemente queríamos insistirles en que mediten todo esto, en que mediten el misterio de la cruz en nuestras vidas; que reflexionen y piensen cómo la cruz nos purifica, nos hace semejantes a Nuestro Señor, que quiso padecer para darnos ejemplo; en cómo nos lleva al cielo, pues no debemos hacernos ilusiones, a la vida eterna sólo hay un camino: el de la cruz. Y así, bien cimentados y fundamentados en esta verdad, al venir las tribulaciones, tendremos más ánimos y fuerzas para sobrellevarlas, teniendo la mirada y la esperanza fija en el cielo, a donde Nuestro Señor Jesucristo ascendió después de haber pasado una vida de sufrimientos y trabajos, que coronó con la más terrible de las muertes.
Pidámosle a la Santísima Virgen María nos ayude a comprender estas cosas.
Ave María Purísima. P. Pío Vázquez.