Curación de un Paralítico.
(Domingo 26 de septiembre de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy, Domingo Decimoctavo después de Pentecostés, la Santa Madre Iglesia propone a nuestra consideración en el Evangelio1 un milagro de suma importancia de Dios Nuestro Señor Jesucristo, ya que, al realizarlo, Cristo Nuestro Señor claramente da a entender su divinidad, que Él es Dios verdadero, a los escribas y fariseos circunstantes.
Dicho milagro está narrado por los tres Evangelios sinópticos2, es decir, por San Mateo, San Marcos y San Lucas. El texto de la Misa de hoy está tomado del primero, esto es, de San Mateo, sin embargo, es muy interesante cotejar las narraciones de los diferentes Evangelistas, pues uno añade detalles que el otro no da.
1 San Mateo 9, 1-8.
2 San Marcos 2, 1-12; San Lucas 5, 17-26.
(Cuerpo 1: El Milagro)
Veamos, pues, el mencionado milagro.
Dios Nuestro Señor Jesucristo se hallaba en Cafarnaúm, “su ciudad”, como la llama San Mateo porque allí era como el centro de sus operaciones, de su predicación. Se halla, pues, en Cafarnaúm, en casa, rodeado por una multitud inmensa de personas, entre las cuales había escribas y fariseos, que escuchaban su palabra. Era tan copiosa la muchedumbre de los que habían acudido a oírle, nos dice San Marcos, que no cabían en la casa, por lo cual, algunos estaban por fuera escuchándolo.
Entonces, aparecen en escena cuatro hombres portando a un paralítico que yacía sobre su camilla; éstos tenían un propósito bien claro y preciso: llegar a Jesús para que sane al pobre enfermo. Pero, cuando llegan, se encuentran con un problema: no hay forma de acceder a Nuestro Señor, pues, como dijimos, estaba abarrotada la casa por la inmensa multitud que había, de manera que no había ya lugar por dentro ni forma siquiera de entrar en la misma.
¿Qué hacer, entonces? Cualquier otra persona se hubiera vuelto atrás, diciendo: “perdimos el viaje; es imposible acercarnos a Él. Vámonos”; mas no, no se rindieron, sino que insistieron hasta lograr llegar a Nuestro Señor, ¿y qué es lo que hicieron para alcanzar su cometido? Dice San Marcos que “no pudiendo presentárselo a causa de la muchedumbre, descubrieron el terrado por donde Él estaba y, hecha una abertura, descolgaron la camilla en que el paralítico estaba acostado”, y añade San Lucas que “le pusieron en medio, delante de Jesús”. ¡Increíble!, subieron al techo, hicieron un hueco, y por allí, con cuidado, bajaron al enfermo, colocándolo al frente de Nuestro Señor, a la vista de todos los presentes. De esta hazaña podemos extraer la siguiente lección o enseñanza: la perseverancia, no desistir hasta que lleguemos a Nuestro Señor.
Y Nuestro Señor, viendo la gran Fe de ellos, dijo al enfermo: “Confía, hijo; tus pecados te son perdonados”. Ahora ya nos acercamos a lo que decíamos al inicio, a cómo Nuestro Señor enseñó aquí su divinidad. Pues nos narran los tres Evangelistas que, apenas dijo las mencionadas palabras, “tus pecados te son perdonados”, los escribas y fariseos comenzaron a murmurar dentro de sí: “¿Cómo habla éste así? —pensaban— Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?”. Efectivamente, sólo Dios puede perdonar los pecados, en eso acertaron, pero ése es precisamente el punto: Cristo es Dios y por eso puede perdonar los pecados y se lo va a demostrar a ellos.
En efecto, les dice: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?«, tengamos en cuenta que los escribas y fariseos no habían dicho palabra alguna, simplemente habían pensado dentro de sí las susodichas palabras. De manera que, con lo que les dijo Nuestro Señor, podríamos decir que ya les dio una primera prueba de su divinidad, pues leer los pensamientos es un atributo exclusivo de Dios. Por eso, Nuestro Señor que es Dios, al ver sus pensamientos, los increpó, diciendo: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?”.
E inmediatamente añade: “¿Qué es más fácil decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda?” Ni una ni otra cosa, pues sólo Dios puede hacer ambas: perdonar los pecados y curar a un paralítico. Y para demostrarles que es Dios y que, por tanto, puede perdonar los pecados, añadió —con gran solemnidad, podemos pensar—: “Pues, para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder sobre la tierra de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa”, que es como si hubiera dicho, “para que sepáis que soy verdadero Dios y por tanto tengo poder de perdonar los pecados, voy a curar a este paralítico, cosa propia de Dios”. El cual, en efecto, habiendo oído el mandato de Nuestro Señor, se levantó y se fue a su casa, glorificando a Dios, lo mismo que todos los presentes que quedaron pasmados y decían, como nos indica San Lucas: “Hoy hemos visto cosas maravillosas”.
(Cuerpo 2: Ataque a la Divinidad de Cristo)
Hasta allí el milagro. Como podemos apreciar, es claro cómo Nuestro Señor se revela como Dios verdadero en él, al atribuirse la potestad de perdonar los pecados, cosa propia y exclusiva de Dios. Y, por esto, es de suma importancia, como dijimos al inicio, este milagro, pues hoy nos han tocado vivir tiempos de Crisis, tiempos de Apostasía, en los cuales la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo es terriblemente atacada y conculcada.
En efecto, los tiempos que vivimos se muestran como los finales y sabemos, por las profecías de la Sagrada Escritura, que habrá una gran Religión Mundial, que será del Anticristo. Ésta será una especie de mezcla o unión de todas las religiones de la tierra, que convergerán en un punto común, que será punto de unión de todas: el hombre, el naturalismo, el hombre por el hombre. Esto vemos que se está realizando ante nuestros ojos con el ecumenismo, que es particularmente favorecido y propulsado por la falsa Iglesia del Concilio Vaticano II.
Ahora bien, para que logren hacer esa especie de unión masiva de las religiones, se ven en la necesidad de negar la verdad y realidad de que Cristo es Dios, pues esto no lo aceptarán, ni los judíos, ni los musulmanes, ni infinidad de otras falsas religiones. La divinidad de Cristo les es un obstáculo a sus planes. De allí que veamos tan conculcado que Nuestro Señor Jesucristo es Dios verdadero, consustancial al Padre, un solo Dios verdadero, junto con el Padre y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
(Conclusión)
Por tanto, nosotros busquemos, particularmente el día de hoy, afianzarnos y arraigarnos más y más en la divinidad de Dios Nuestro Señor Jesucristo, en este dogma fundamental de nuestra Santa Fe Católica. Pidámosle a Dios nos dé la gracia de consolidarnos en esta verdad, de que la mantengamos hasta nuestro último suspiro; de que, si fuere necesario y preciso, demos la vida antes que negar que Cristo es Dios, como lo hicieron tantos gloriosos mártires en los primeros siglos del Cristianismo, de la Iglesia Católica.
Quiera María Santísima rogar por nosotros y alcanzarnos esa gracia.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez