Etiqueta: Necesidad de la Fe

1er Domingo después de Pentecostés 2019

Fiesta Santísima Trinidad, Necesidad de la Fe.

(Domingo 16 de junio de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Nos hallamos en el Primer Domingo después de Pentecostés, día en que celebramos la importantísima y solemnísima Fiesta de la Santísima Trinidad. Hoy adoramos de manera muy especial al Dios Uno y Trino, único verdadero, creador y Señor de todo el universo; Dios que es Trino en Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, mas es Uno según la sustancia o naturaleza, esto es, un único y solo Dios verdadero y tres Personas verdaderamente distintas. Misterio máximo de nuestra Santa Religión, totalmente por encima de nuestro pobre alcance, según nos dice San Pablo en la Epístola1 del día: “Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios: ¡cuán incomprensibles son sus juicios e impenetrables sus caminos!”.

1 Romanos 11, 33-36.

(Cuerpo 1: Necesidad de la Fe)

Este día, para mayor gloria y honra de la Santísima Trinidad, deseamos hablar sobre la necesidad de la Fe para poder obtener la salvación, es decir, la necesidad de creer en este divino misterio que hoy contemplamos.
Esta necesidad aparece con claridad en la Sagrada Escritura, pues en el Evangelio de hoy leemos: “Enseñad a todas las gentes, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar todo cuanto os he mandado”2. Y en San Marcos agrega Nuestro Señor: “Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; pero quien no creyere, se condenará”. El texto es claro: quien no creyere, se condenará; de allí la necesidad de la Fe para la salvación.

Mas, sin embargo, podría objetar alguno, ¿por qué no basta una noción vaga de Dios único sin Trinidad? A esto respondemos con un texto del Evangelio, en el cual, Nuestro Señor hablando con su Padre dice: “Ahora bien, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo”. La vida eterna, esto es, poder llegar al cielo, salvar nuestras almas, —y en lo que consistirá, en definitiva, la felicidad del cielo— es conocer al Dios verdadero y a su enviado, Nuestro Señor Jesucristo. Ahora bien, esto no es posible sin el conocimiento de la adorable Trinidad, puesto que ella, la Santísima Trinidad, es el Dios verdadero; asimismo, es imposible conocer el misterio de la Encarnación (“y a quien enviaste Jesucristo”) si desconocemos el misterio de las divinas Personas, puesto que la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo, es “quien es enviado”, quien se hace hombre para la salvación del mundo.
En consonancia con lo que decimos tenemos la siguiente enseñanza del Concilio Vaticano I (ojo: no confundir con el Vaticano II), que dice así: “Mas porque sin la Fe es imposible agradar a Dios (Hebr. 11,6) y llegar al consorcio de los hijos de Dios, de ahí que nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna si no perseverare en ella hasta el fin” (Dz. 1793). Es, pues, necesaria la Fe.

2 San Mateo 28, 19-20; San Marcos 16,16; San Juan 17,3.

(Cuerpo 2: Indiferencia Religiosa)

Y si bien, por un lado, debe llenarnos de felicidad el que Dios nos haya hecho partícipes del conocimiento del misterio de la Santísima Trinidad, sin embargo, por otro lado, no puede dejar de invadirnos la tristeza al ver cómo este misterio es despreciado y ultrajado hoy día.
En efecto, vemos cómo, en estos tiempos actuales del llamado “mundo moderno”, la Santísima Trinidad es despreciada y negada por la impiedad e incredulidad de muchos, así como por multitud de falsas religiones. Y nótese que, no sólo es despreciada cuando se la niega directamente o pone en duda, sino también cuando se la rebaja al nivel de las falsas deidades, poniéndola en pie de igualdad con Buda, Alá, etc., restando así importancia al creer en ella o no, contra lo que veíamos anteriormente sobre la necesidad de la Fe en la Trinidad. Esto es lo que se llama indiferencia religiosa, terrible peste de la sociedad que mata la Fe sobrenatural del alma creyente. Error pernicioso que oculta la verdad y la pone en pie de igualdad con la mentira. Mal generalizado de nuestro tiempo, que va de la mano con la apostasía que vivimos —la cual es signo de que nos hayamos cada vez más cerca del fin—3.

3 2 Tes. 2,3.

Asimismo, vemos que esta terrible plaga de la indiferencia religiosa no sólo es propagada por el mundo enemigo de Dios, sino que tiene por cómplice a la falsa Iglesia moderna, la cual, a través del ecumenismo por el cual pretende que todas las religiones son buenas y caminos de salvación, ha difundido e impreso en los ánimos de las personas esta indiferencia, haciendo que piensen que no tiene importancia en qué crea uno (Santísima Trinidad, Buda, Alá), sino que lo importante es tener “caridad (falsa)”, haciendo buenas obras, etc. Un exponente sin igual de esto es Francisco, para él lo importante es cuidar el medio ambiente y luchar contra el hambre; si la gente cree en Dios o no, si son católicos o no, eso no importa. Recordemos sus palabras a Scalfari, periodista italiano, en la cuales decía que “no existe un Dios católico”4 o aquellas otras, de la misma entrevista, en las que dice que el proselitismo (palabra despectiva referida al apostolado, es decir, intentar convertir al prójimo a Dios) es una tontería; es decir, quien intenta convertir a su prójimo, para que se salve, es un tonto… Veremos después qué opina Dios.

4 «Yo creo en Dios, No en un Dios católico, no existe un Dios católico, existe Dios”. http://www.repubblica.it/cultura/2013/10/01/news/el_papa_as_voy_a_cambiar_la_iglesia-67692129/?refresh_ce

Este ataque que vemos hoy día contra la Santísima Trinidad, y su única Religión verdadera, el Catolicismo, sin embargo, es inevitable, pues, manteniéndose en pie el dogma de la Trinidad, jamás podrán instaurar el nuevo Orden Mundial que tendrá, como es obvio, una sola Religión Mundial, según está profetizado en el Apocalipsis. En efecto, jamás aceptarán las falsas religiones que Dios sea uno y trino, según enseña la Santa Fe Católica, y su consecuencia de que Nuestro Señor Jesucristo es verdadero Dios. Por esto deben, si no acabar del todo con esta creencia, por lo menos restarle importancia, rebajarla, como decíamos hace unos momentos, al nivel de todas las demás, esto es, lograr que en los ánimos de los hombres impere la indiferencia religiosa.

(Cuerpo 3: ¿Qué hacer?)

Entonces, queridos fieles, ¿qué hacer ante todo esto?, ¿cómo debemos actuar para no vernos envueltos en esta impiedad general y para prepararnos para lo que se viene, pues los tiempos serán cada vez peores?:

1) Primeramente, vivir en estado de gracia y no en pecado; pues, ¿cómo seremos capaces de afrontar los hechos si estamos en desgracia de Dios? Por tanto, si alguno de los que escuchan estas palabras se halla en pecado desde hace tiempo, ya sea porque lleva mucho sin confesarse o porque, a pesar de confesarse, no termina de romper con el pecado, recayendo siempre en las mismas faltas, debe salir de ese miserable estado de una vez por todas, poniendo los medios oportunos para ello: oración, huida de las ocasiones y mortificación.

2) En segundo lugar, debemos tener una vida de oración profunda; que no pase día en que no volvamos nuestras almas a Dios, en que no le pidamos las gracias que necesitamos, especialmente la gracia de la perseverancia final; no pase día sin que hayamos rezado el Santo Rosario; no pase día en que no nos hayamos encomendado a Dios al iniciarlo o que no le hayamos dado gracias al final del mismo por los favores recibidos. Además, es preciso que estemos atentos de no caer en la tibieza, esto es, en recitar las oraciones por pura rutina, sin espíritu interior, sino que siempre hemos de hacerlas con sincero deseo de agradar a Dios, buscando siempre mejorar —e incluso aumentar, si es posible— nuestra oración.

3) En tercer lugar, recurramos lo más que podamos, según la medida de nuestras posibilidades, a los Santos Sacramentos de la Confesión y Comunión —los cuales son medios eficacísimos de santificación—, mientras Dios nos lo permita, ya que no sabemos por cuánto tiempo habremos de tenerlos a nuestra disposición. ¡Tantos lugares donde no hay verdaderos sacramentos y uno, dentro de todo teniéndolos a mano, no los aprovecha! ¡Dios mío, qué ceguera la nuestra! Y día llegará en que nos serán quitados.

4) En cuarto lugar, debemos ejercitarnos en la práctica de la virtud. No contentarnos con no cometer pecados, sino también realizar obras buenas. Practicar las diversas virtudes: Caridad, humildad, mansedumbre, pobreza, abnegación, mortificación, etc. En definitiva, buscar la Santidad, a la cual estamos todos llamados.

5) En quinto lugar, e íntimamente relacionado con lo anterior —y con todos los puntos en realidad—, debemos apartarnos definitivamente de todo aquello que dice y respira mundo: las películas, novelas, las redes sociales; cierta música; ciertos ambientes y compañías: dejar de ir a tal parte, dejar de juntarse con tal persona. Apartarnos en definitiva de todo aquello que merma nuestra vida espiritual, que nos debilita y predispone al pecado.

(Conclusión)

Resumiendo, queridos fieles, debemos vivir como buenos y verdaderos católicos. Pues, de lo contrario, no estaremos preparados para las cosas que sobrevendrán. Los tiempos que vivimos son duros e irán empeorando seguramente. Y llegará el momento, tarde o temprano, de la persecución sangrienta, la cual está profetizada. Por tanto, pongamos manos a la obra y preparémonos, pues si somos incapaces de realizar esto que hemos dicho, ¿de dónde sacaremos fuerzas y la gracia necesaria para resistir a los suplicios que la maldad de los perseguidores ideará?

Recurramos, pues, para concluir, a la Santísima Virgen, pidiéndole nos alcance la gracia de ser buenos católicos, buenos hijos de Dios.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.