Parábola del Mayordomo infiel.
(Domingo 18 de julio de 2021) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
El día de hoy nos hallamos en el Octavo Domingo después de Pentecostés y el día de hoy la Santa Madre Iglesia propone a nuestra consideración la parábola del Mayordomo Infiel. En el Evangelio podemos ver dos enseñanzas distintas: La primera respecto a que hemos de trabajar en el negocio más importante que tenemos entre manos, que es la salvación de nuestras almas. La segunda es un llamado a practicar la virtud de la limosna.
(Cuerpo 1: Nuestra Salvación)
Digamos, pues, primeramente unas palabras sobre la primera enseñanza, a saber, que hemos de poner manos a la obra en el negocio de nuestra salvación, ya que ella constituye —podríamos decir— la esencia de la parábola de hoy; es decir, a lo que Nuestro Señor va o lo que quiere enseñarnos o inculcarnos. Lo cual queda claro con las palabras de Nuestro Señor, que dice: “Los hijos de este siglo son más prudentes en el trato con los suyos que los hijos de la luz”.
En efecto, esto que dice Nuestro Señor es algo sumamente real; basta que pongamos atención a nuestro alrededor —o incluso a nosotros mismos— para verlo. Verdaderamente, cuántos esfuerzos no hacen los mundanos —“los hijos de este siglo”— para obtener lo que buscan, para alcanzar los fines que persiguen. ¡Dios mío!, no escatiman trabajo ni sacrificio alguno; no se duerme, no se come; se está siempre pensando en lo que se quiere conseguir, se lo repasa una y otra vez; qué de angustias, qué de preocupaciones; cuántos cuidados para que todo salga bien; llegando a enfermarse a veces a causa de ello.
Pensemos en un deportista de alto rendimiento, de esos que van a las olimpíadas, por ejemplo: Cuántas privaciones y sacrificios no sobrelleva; largos entrenamientos casi todos los días de 4 a 5 horas, como si nada; las diversas dietas a que se somete; hasta se abstiene de salidas sociales que podrían estorbar sus propósitos; las angustias, los nervios, los temores, dañando ello muchas veces su sueño y descanso; y todo ello para intentar conseguir —que tal vez no lo logre— un trofeo, una medalla, un reconocimiento, una gloria que durará apenas un poco tiempo, un momento, y luego se esfumará como el viento —una corona corruptible, como dice San Pablo—.
Y viendo lo que son capaces de hacer los mundanos por algo perecedero, pensemos ahora: ¿Y nosotros por la vida eterna qué hacemos?, ¿nosotros para poder conseguir la corona incorruptible de la salvación qué trabajos o privaciones soportamos? Tristemente nada o, con suerte, muy poco. Si se trata de cosas mundanas hacemos mayores esfuerzos, pero tratándose de la eternidad bienaventurada o desdichada —Dios nos libre— no nos movemos. No practicamos mortificación, nada de lectura espiritual-bíblica, cero meditación; ¿examen de conciencia?, ¿rezar el Rosario todos los días? Algunos con suerte de vez en cuando y tal vez ni eso; ¿asistir a Misa entresemana, cuando no es precepto…? Y así podríamos discurrir por varias cosas más. Hemos de mirarnos a nosotros mismos y reflexionar sobre esto.
Y así el propósito de Nuestro Señor es que a la vista de lo que los mundanos —“los hijos de este siglo”— hacen para conseguir sus fines — para lo cual no escatiman esfuerzos, como decíamos, ni sacrificios—, nosotros nos animemos a trabajar por lo que es mucho más grande y mejor, a saber: la vida eterna, por la cual todo sacrificio, toda penalidad, todo sufrimiento, es poco.
A este respecto, les compartimos un comentario de Juan de Maldonado, un conocido comentador de los Evangelios: “Si aquel mayordomo ni siquiera dudó en valerse de malas artes con tal de huir una pena pequeña y temporal, ¡cuánto más ha de emplear el pecador todos los medios lícitos para evitar la grandísima pena que nunca ha de acabar [el infierno]! Si aquel fue alabado por su amo, a pesar de haberle defraudado con sus malas artes, ¡cuánto más lo será el pecador que, sin ofender al Señor, antes agradándole en lo que hace con sus pobres, se muestra prudente e industrioso!”1.
(Cuerpo 2: La Limosna)
La segunda enseñanza del Evangelio de hoy es sobre la limosna y está contenida en el último versículo del mismo, el cual dice así: “Y Yo os digo: Con las injustas riquezas haceos amigos para que, cuando éstas falten, os reciban en los eternos tabernáculos”. Los Santos Padres, de hecho, basándose en estas palabras han aprovechado para hablar sobre la limosna.
La limosna, que abarca prácticamente todas las obras de misericordia corporal, es, en efecto, una obra de gran valimiento ante Dios. Por medio de ella expiamos las manchas que el pecado ha dejado en nuestras almas, pagando así la pena temporal que debemos por ellos, también es una forma excelente de mover a Dios a tener misericordia de nosotros y de alcanzar, en última instancia, la salvación de nuestras almas: la vida eterna. De hecho, la Sagrada Escritura tiene bastantes textos muy hermosos en alabanza de la limosna. Veamos uno de ellos: En el libro de Tobías, leemos que el Arcángel San Rafael dice: “Buena es la oración con el ayuno, y mejor la limosna que acumular tesoros de oro; porque la limosna libra de la muerte, y es ella la que borra pecados y hace hallar misericordia y vida eterna” 2.
1 Cita de Maldonado, Comentario a San Lucas, visto en Verbum Vitae La Palabra de Cristo, Tomo VI, BAC, 2da Edición, Madrid, 1959, p. 529.
2 Cap. 12, vv. 8-9.
Digna de meditación. ¿Queremos evitar la condenación eterna; purificar nuestras almas de las máculas que el pecado ha dejado en ellas; que Dios tenga misericordia de nosotros y podamos alcanzar la bienaventuranza eterna? Hagamos limosnas según la medida de nuestras posibilidades. Ayudemos con mercados a las familias pobres, con alimentos a los pobres de la calle, dando ropa a los que no tienen; practiquemos, en definitiva, las obras de misericordia. Y si no tenemos muchos bienes materiales, hagamos entonces limosna espiritual, dando buenos consejos, corrigiendo con caridad y prudencia a nuestro prójimo si yerra, consolando a los tristes, visitando a los enfermos, etc.
Y, para evitar que el pensamiento o tentación, de que por despojarnos de lo nuestro a favor de nuestro prójimo hayamos después de padecer nosotros necesidad a causa de ello, veamos qué nos dice el Espíritu Santo, en el libro de los Proverbios, para disipar tal temor: “Quien da al pobre, no estará necesitado; quien desprecia al que le pide, padecerá penuria”3. ¡Exactamente al revés de lo que solemos pensar! Si ayudo a mi prójimo y me preocupo por él, Dios a su vez verá por mí y me amparará; y, por el contrario, si cierro mis entrañas para con mi prójimo, Dios hará lo mismo conmigo y permitirá, en castigo, que padezca necesidad.
3 Cap. 28, v. 27. Y en el libro del Eclesiástico, leemos también lo siguiente: “Emplea tu tesoro según los preceptos del Altísimo [esto es, haciendo limosnas, que para eso da Dios los bienes], y te rendirá más que el oro. Encierra la limosna en el seno del pobre, y ella rogará por ti para librarte de todo mal” (Cap. 29, vv. 14-15)
(Conclusión)
En todo caso, concluyendo ya, queridos fieles, meditemos las palabras de Nuestro Señor antedichas: “los hijos de este siglo son más prudentes en el trato con los suyos que los hijos de la luz”. Reflexionemos y cada uno pregúntese a sí mismo: ¿Qué hago por la vida eterna? Pensemos si lo que más nos importa y preocupa es la salvación de nuestra alma, evitar el pecado, agradar y amar a Dios; o si todo nuestro afán es el trabajo, ganar más plata, viajar a tal o cual parte, o cualquier otra cosa terrena. Veamos dónde ponemos lo más importante, recordando las palabras de Nuestro Señor: “Donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón”.
Y, por tanto, busquemos poner manos a la obra en el negocio de nuestra salvación: rezar el Santo Rosario todos los días —¡es la salvación!—, confesarse y comulgar con frecuencia, siempre que nos sea posible, hacer lectura espiritual, hacer meditación, hacer muchas limosnas; buscar, en definitiva, las cosas espirituales ante todo, recordando también aquellas otras palabras de Nuestro Señor: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”.
Quiera María Santísima rogar por nosotros para que así sea.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.