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1er Domingo de Pasión 2018

Nuestro Señor Jesucristo manifiesta su Divinidad.

(Domingo 18 de marzo de 28) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Este domingo comienza el tiempo de Pasión, tiempo en el cual las imágenes, como pueden apreciar, están veladas en señal de luto por la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo que se avecina. Pues el domingo siguiente será Domingo de Ramos y el inicio de la Semana Santa. En este día, la Iglesia propone a nuestra consideración un fragmento del Evangelio según S. Juan, en el cual Nuestro Señor tiene un diálogo con los judíos. El texto comienza con una increpación de Nuestro Señor a los judíos sobre su incredulidad: “Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis?” Veían los milagros, oían la perfecta doctrina de Nuestro Señor, las profecías se estaban cumpliendo en Él… y sin embargo, no creían, no querían creer.

(Cuerpo)

Todo el texto del Evangelio de hoy es digno de ser meditado y comentado, sin embargo, hoy queríamos volcar nuestra atención hacia las siguientes palabras solemnísimas de Nuestro Señor: “Amen, amen dico vobis, ántequam Abraham fíeret, ego sum”: En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera creado, Yo soy1 . En estas palabras Nuestro Señor claramente manifiesta su divinidad: que Él es Dios. Y esta verdad durante todo el tiempo de su predicación —desde el inicio de su vida pública hasta el fin de ella en la Pasión—, Nuestro Señor la fue revelando poco a poco a los judíos: el grandísimo misterio de su divinidad, y por consecuencia, de la Trinidad de Personas en Dios. Tenía que hacerlo de ese modo, es decir, poco a poco. Pues los judíos, y, con mayor razón, la totalidad de los hombres, no estaban preparados para la revelación de tan grande misterio; y, sin embargo, este gran misterio de la Trinidad de Personas en Dios era ya creído en el Antiguo Testamento, por los grandes patriarcas, como Abraham, por ejemplo. Pero, la generalidad del pueblo judío creía en ello implícitamente, por creer en la Fe de los mayores, de los patriarcas.

¿Por qué? Porque el pueblo de Israel tendía a caer en la idolatría, como los pueblos que lo rodeaban, y si se les hubiera enseñado que en Dios había tres Personas, hubieran adulterado tan grande Verdad, cometiendo idolatría adorando a cada Persona como si fuese cada una un dios distinto. Por esto, Nuestro Señor no pudo revelar inmediatamente este misterio, sino poco a poco, pues, de lo contrario, lo habrían crucificado antes de tiempo, y nadie, o muy pocos, hubieran creído en Él, porque no habría tenido tiempo suficiente para predicarles.

Y el Evangelio nos muestra que los fariseos entendieron claramente lo que Nuestro Señor quería decir, esto es, que se estaba haciendo Dios; en efecto, dice el Evangelio que los fariseos: “Tomaron entonces piedras para lanzárselas”. Seguramente habrán recordado aquel pasaje del Antiguo Testamento, en el cual Dios se manifestó a Moisés en la zarza ardiente, pues allí Dios se llamó a sí mismo “el que soy”. Veamos exactamente qué dice el pasaje en cuestión:

Contestó Moisés a Dios: “Iré, pues, a los hijos de Israel y les diré: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; pero cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre? ¿Qué les responderé?” Entonces dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y agregó: “Así dirás a los hijos de Israel: ‘El que es me ha enviado a vosotros’”. (Éxodo 3, 13-14)

Así que Dios, en la Sagrada Escritura, en el Antiguo Testamento, se llama, se define a sí mismo: “Yo soy el que soy”, y en el Nuevo Testamento, en el Evangelio, Nuestro Señor dice a los judíos: “En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera creado, Yo soy. Por lo cual, queda claro que estas palabras de Nuestro Señor constituyen una manifestación clarísima de su divinidad.
Y, como pequeño paréntesis, queríamos hacer notar que este nombre que Dios da de sí mismo, concuerda, como por supuesto tenía que ser, con el constitutivo metafísico formal de Dios, que es su ser (esse, en latín). Pues Dios es la Plenitud de Ser, el mismo Ser Subsistente, y por esto contiene en sí toda perfección.

Pero, volviendo al Evangelio de hoy, consideremos la actitud, la reacción de los fariseos. Ellos, como dijimos anteriormente, entendieron claramente que Nuestro Señor se hacía Dios. Por lo cual leemos más adelante en el mismo Evangelio: “Entonces Jesús les dijo: ‘Os he hecho ver muchas obras buenas, que son de mi Padre. ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme?’ Los judíos le respondieron: ‘No por obra buena te apedreamos, sino porque blasfemas, y siendo hombre, te haces a Ti mismo Dios’”.2 Por tanto, tenemos ante nosotros lo siguiente: que delante de los judíos, ante sus ojos había: un Hombre santísimo, absolutamente irreprochable en sus costumbres; con una doctrina perfecta; que hacía muchísimos milagros: resucitaba muertos, curaba enfermos, ciegos, sordos, mudos, expulsaba a los demonios, etc., etc.; pero, pequeño detalle, este Hombre enseñaba que era Dios: “En verdad, en verdad os digo, antes de que Abraham fuera creado, Yo soy”. “Yo y mi Padre somos uno”.3 “El Padre es en Mí y Yo soy en el Padre”.4Ante todo esto, lo mínimo habría sido pensar “aquí hay algo”, “algo pasa”. Deberían haber pensado, por lo menos, que tenían ante sí al más grande profeta que pudo haber sido. Mas, ¿qué hicieron los fariseos? Tristemente negar lo que veían con sus ojos, cegarse a sí mismos, atribuyendo todo lo que hacía Nuestro Señor al demonio: “Por arte de Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa los demonios”. Y esto porque no querían creer; pues tenían todos los elementos suficientes para creer: los milagros, las profecías, etc., pero sin embargo no creían porque no querían.

(Conclusión)

Entonces para terminar, ¿qué conclusión sacar de todo esto? Primeramente, que hemos de afianzarnos en este dogma fundamental de nuestra Fe: Cristo es Dios. Decimos fundamental porque quitado este dogma, toda nuestra Santa Religión, el Catolicismo, se viene abajo, se derrumba. Si Cristo no es Dios, entonces no hay Trinidad, no hay Encarnación, no hay Redención, etc. Y ésta es la razón por la cual los enemigos de la Iglesia –y el demonio en última instancia– han buscado siempre atacar este dogma. Por esto los que quieren hacer el gobierno mundial –para lo cual se necesita una religión mundial–, quieren acabar con él, pues saben que jamás las diversas falsas religiones aceptaran amalgamarse mientras se afirme que Cristo es Dios.

Por consiguiente, pidamos a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, que nos aumente la Fe en la divinidad de su Hijo, y pidámosle que, en medio de esta Apostasía que vivimos, nos proteja ella de los enemigos de la Fe, y nos dé la gracia de perseverar hasta el fin firmes en ella.

AVE MARÍA PURÍSIMA. Padre Pío Vázquez.

1 S. Juan, 8,58.

2 Ibídem, 10,31-33.

3 Ibí., 10,30.

4 Ibí., 10,38.