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14° Domingo después de Pentecostés 2021

Divina Providencia.

(Domingo 29 de agosto de 2021) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Nos hallamos hoy en el Domingo Decimocuarto después de Pentecostés y la Santa Madre Iglesia propone a nuestra consideración un pasaje del Evangelio1 bastante hermoso y digno de mucha meditación, que trata sobre la Divina Providencia; de hecho, por lo mismo, este domingo ha sido llamado Domingo de la Providencia.

(Cuerpo)

Y este pasaje evangélico es, en realidad, de suma importancia para todos nosotros, pues uno de nuestros pecados o faltas más comunes es la de desconfiar de Dios, desconfiar de su Divina Providencia; olvidarnos de que Él dirige el curso de todas las cosas y de que tiene especial cuidado de nosotros: “Todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios”, dice San Pablo en su Epístola a los Romanos (8,28). Por lo cual, por no tener esto presente, caemos en una solicitud excesiva, que eso es lo que aquí reprueba Nuestro Señor; es decir, ese preocuparnos y afanarnos excesivamente, demasiado, de las cosas, como si Dios no existiera, como si Él no mirara por nosotros, por nuestro bien.
Y de aquí proceden, por ende, gran parte de nuestras murmuraciones, de nuestras quejas; nuestra inconformidad con la Divina Voluntad; las maldiciones, imprecaciones, malas palabras, que muchas veces proferimos; nuestro mal genio y, por tanto, las asperezas, los malos modos y los malos tratos con el prójimo; y un sinfín de pecados más.
Por lo cual, es muy importante que leamos con detenimiento el Evangelio de hoy y que tratemos de meditarlo profundamente, para llenarnos de confianza en Dios, pues con ese fin nos dirigió Cristo estas palabras; las cuales veamos, pues, y digamos un breve comentario; nos dice:

No os inquietéis por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No es el alma más que la comida y el cuerpo más que el vestido?

El primer argumento, para animarnos a la confianza en Dios, es bastante sencillo: si Dios nos ha dado la vida —que éste es el sentido de la palabra alma aquí—, que es mucho más que la comida, y también nos ha dado el cuerpo, que, asimismo, es mucho más que los diversos ropajes con que lo cubrimos, ¿cómo no nos dará, entonces, lo necesario para una y otra cosa; o, dicho con otras palabras, si nos dio lo que es más, cómo no nos dará lo que es menos? Si Dios te ha dado el vivir, ¿cómo no te dará lo necesario para subsistir; cómo no te proveerá de lo que necesitas para conservar esa vida que te otorgó?
Y para aumentar más nuestra confianza añade otro argumento, diciendo:

Mirad las aves del cielo cómo no siembran, ni siegan, ni tienen graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. Pues, ¿no valéis vosotros mucho más que ellas?

Este otro argumento está aducido a partir de los seres irracionales: si Dios se encarga de cuidar y alimentar a las aves —y, en realidad, a todos los demás animales—, que son y valen mucho menos que vosotros ante el acatamiento divino, ¿cómo no verá de daros a vosotros lo que necesitáis para subsistir; si conserva a los pajarillos, a vosotros no os ayudará?
Y añade: “¿Quién de vosotros, a fuerza de discurrir, puede añadir un codo a su estatura?”, que es como si dijera: ¿Y de qué os sirve todo ese estrés, toda esa angustia, toda esa preocupación; acaso, con ello remediáis el mal, solucionáis el problema? No; y no solamente no lo solucionamos, sino que lo empeoramos, pues lo hacemos, por lo menos, mucho más difícil de sobrellevar, y con daño de nuestra salud, para colmo de males.
E inmediatamente añade otro argumento similar, pero a partir de los seres que tienen meramente vida vegetal:

¿Y por qué inquietaros por el vestido? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan. Y, sin embargo, yo os digo que ni Salomón en toda su gloria llegó a vestirse como uno de estos lirios. Pues si al heno que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?

Es decir, si Dios no solamente cuida de los animales sino que incluso toma a su cargo el ver por las diferentes flores —que son mucho menos que los animales—, y las ha dotado de tan excelsa hermosura —¡y vaya si no son hermosas las flores!— que ni Salomón en medio de su gran magnificencia llegó a compararse a la belleza de una de ellas; si Dios así se ha comportado con ellas, cuya hermosura dura apenas un momento, ¿con cuánta mayor razón verá que tengáis vosotros lo necesario para cubrir vuestro cuerpo; de que tengáis las vestiduras necesarias para la vida, vosotros que estáis destinados a una vida eterna, si salváis vuestras almas?

1 San Mateo 6, 24-33.

A todos nos cabe el apelativo que dirigía a sus oyentes: “hombres de poca fe”; y vaya si no lo seremos, pues nuestra confianza en Dios es, tristemente, muy —pero muy— poca: a los primeros problemas que tenemos dejamos mucho que desear con nuestra conducta, con nuestra forma de reaccionar ante la tribulación… diríase que ni católicos parecemos… “hombres de poca fe”.
Y, recapitulando lo dicho y enseñado, concluye Nuestro Divino Redentor, diciendo:

“No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Por estas cosas se afanan los paganos. Mas sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”.

Frase, en verdad, tan corta como llena de enseñanza. Como decíamos antes, lo censurado por Nuestro Señor es la solicitud excesiva por las cosas de la tierra; por eso dice: “Por estas cosas se afanan los paganos”; pues nosotros, que somos católicos y profesamos creer en un Dios de infinito amor que cuida de nosotros, no debemos obrar como aquellos que no creen en Dios, lo que decíamos hace un momento también: que muchas veces dejamos mucho que desear con nuestro comportamiento ante los problemas, pues reaccionamos de forma no apropiada a un católico.
Y, para animarnos aun más y que no seamos como los paganos, añade: “Mas sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis”. Y es conveniente notar —como hacen los comentaristas—que no dice: “sabe Dios…”, sino “sabe vuestro Padre…”, para de esta manera infundirnos más confianza, ya que Dios verdaderamente es nuestro Padre y como tal nos ama y quiere ayudarnos en nuestras diferentes necesidades, las cuales Él conoce mejor que nosotros, “sabe… que las necesitáis”.

Y concluye con aquella frase que es bien conocida por todos: “Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. Frase que resume, en sí, todo lo hasta aquí dicho. Si nos ocupamos principalmente de nuestra salvación (“el reino de Dios”), de huir del pecado, de practicar la virtud (“y su justicia”); si ponemos el empeño primariamente en todo lo que hace a la vida eterna, Dios, que es nuestro Padre y sabe nuestras necesidades, se encargará de que tengamos lo necesario para esta vida (“y todo lo demás se os dará por añadidura”). Y esto Cristo aquí lo afirma categóricamente, es decir, está empeñando su palabra en ello y Él no puede engañarse ni engañarnos; podríamos decir que es una promesa; por lo cual, debemos confiar que nunca nos faltará lo que necesitamos, con tal que no releguemos lo más importante, que es nuestra salvación, al último lugar.

(Conclusión)

Por tanto, queridos fieles, ya concluyendo, los invitamos a que meditemos y pensemos todas estas cosas, a que reflexionemos sobre todas estas hermosas palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo y las llevemos a la práctica. En general, solemos hacer al revés de lo que Él nos dice, pues ordinariamente buscamos primero las cosas de esta tierra y luego tal vez —y capaz y ni siquiera— las cosas del cielo.
Y lo que dice Nuestro Señor tiene muchas consecuencias prácticas; pensemos, por ejemplo, cuántas veces no asistimos a la Misa o no rezamos el Santo Rosario bajo la excusa de que es “por el trabajo”, “por el estudio”… Como si Dios no fuera a bendecir ese trabajo o ese estudio, si le sacamos un tiempito para Él.
Meditemos, pues, estas cosas, y pidamos a María Santísima que ella nos alcance la gracia de que, verdaderamente, busquemos ante todo nuestra salvación, “el reino de Dios y su justicia”.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.