La Candelaria, Devoción a María.
(Domingo 2 de febrero de 2020) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos hallamos hoy festejando la Fiesta de la Candelaria, día en que conmemoramos la Presentación de Niño Jesús en el Templo y la Purificación de María, según lo mandado en la Ley de Moisés; en lo cual Jesús y María nos dan un gran ejemplo humildad, pues ambos sin necesidad se sometieron a la Ley, ya que Nuestro Señor siendo Dios no estaba obligado a cumplirla, como es evidente, y María, siendo como era purísima en extremo, no precisaba de ninguna especie de purificación, pues fue y es siempre pura.
Nuestro deseo hoy es hablar sobre Ella, sobre nuestra Bendita Madre, la Santísima Virgen María, con la intención de que esta prédica de algún modo pueda ayudar a inflamar nuestros corazones en santo amor hacia ella; para lo cual quiera Ella interceder y ayudarnos. Por lo cual, trataremos hoy, en primer lugar, de la verdadera y falsa devoción a la Santísima Virgen. Y, en segundo lugar, de la necesidad de la devoción hacia ella. Para ello nos basaremos, principalmente, en San Luis María Grignion de Montfort, en su magnífica obra, Tratado de la Verdadera Devoción —que todo buen católico debería leer—.
(Cuerpo 1: Verdadera y Falsa Devoción a María)
Y así, antes de entrar propiamente en tema, dejemos en claro que el culto que tributamos a la Santísima Virgen María difiere del que es debido a Dios. Pues, a Éste le rendimos culto de latría, esto es, de adoración, por cuanto es el Creador y Señor de todas las cosas. En cambio, el culto que le tributamos a la Virgen recibe el nombre de hiperdulía, pues consiste en venerarla de manera eminente, por encima de todos los ángeles y santos —cuyo culto es de dulía—, por razón de su excelsa dignidad como Madre de Dios y de todas las prerrogativas y gracias que se derivan de esa su maternidad divina.
Habiendo dicho esto, entremos en tema. Primero hablemos de la verdadera devoción a María. San Luis María atribuye cinco cualidades a dicha devoción; ella ha de ser: 1) interior, 2) tierna, 3) santa, 4) constante y 5) desinteresada. Desarrollemos un poco cada una por separado.
1) En primer lugar, la devoción a la Santísima Virgen ha de ser interior: debe nacer del corazón, esto es, provenir del amor y estima que le tenemos y del alto concepto que nos formamos de Ella por su gran excelencia y grandeza. Por lo cual, como no se ama lo que no se conoce, es preciso meditar sobre las grandezas de la Santísima Virgen, para así adquirir mucho aprecio y una gran estima por Ella. Obrando así, nuestra devoción será verdaderamente interior, esto es, arraigada en lo íntimo y profundo del corazón.
2) En segundo lugar, la devoción a la Santísima Virgen ha de ser tierna, esto quiere decir, llena de filial confianza, como la que tiene un niño pequeñito para con su madre, la cual confía nunca le hará ningún mal sino todo lo contrario: que lo cuidará, protegerá de todo mal y que lo ayudará en todas sus necesidades. Por lo cual, el verdadero hijo de María recurre a Ella con total confianza en las diversas circunstancias de la vida, particularmente, en la pruebas y tribulaciones, en las tentaciones y desalientos, en las arideces y sequedades, buscando en ella su refugio y consuelo.
3) En tercer lugar, la verdadera devoción a la Virgen María debe ser santa, esto quiere decir, debe apartarnos y hacernos huir del pecado y llevarnos a practicar la virtud, particularmente aquellas que más brillaron en la Santísima Virgen, como la humildad, la Caridad, una Fe profunda, etc.
4) En cuarto lugar, la verdadera devoción a la Virgen ha de ser constante, es decir, debe consolidar la voluntad del alma en el firme propósito de practicar el bien y de estar entregado a tan Augusta Señora, de manera que el alma no abandone fácilmente sus prácticas de devoción. Esto no quiere decir que no pueda caer o disminuir en lo sensible de la devoción; sino que si resbala, rápidamente se levanta, pidiendo auxilio a María Santísima, y si es combatida por las desolaciones, arideces y sequedades, no por ello se echa para atrás sino que se mantiene firme e invariable en el servicio del Señor.
5) Y, en quinto lugar, la devoción a la Santísima Virgen ha de ser desinteresada, esto es, el alma verdaderamente devota de María, tiene la razón de su devoción en María misma, esto es, en su excelsitud y santidad, que la llena de amor por ella y de deseos de imitarla; sabiendo que, encontrando y amando a María, encontrará y amará a Jesús: a Jesús por María, como expresa el hermoso dicho.
Habiendo, pues, establecido los caracteres de la verdadera devoción, tratemos ahora de la falsa devoción a Nuestra Señora. San Luis María G. de Montfort habla de siete falsas devociones o formas de falsos devotos. Nosotros trataremos solamente de tres de esos siete falsos devotos1, a saber, de los devotos exteriores, los presuntuosos y los interesados. Y así:
1) Los devotos exteriores son aquellos que cifran toda la devoción a la Virgen en cumplir materialmente cierta cantidad de devociones y oraciones de manera rutinaria o mecánica; ponen el énfasis en la parte sensible de la devoción, en el sentimentalismo, el cual, en faltando, o abandonan las obras de piedad o las hacen sin ningún espíritu ni recogimiento interior2.
1 Los otros cuatro falsos devotos son: Los críticos, los escrupulosos, los inconstantes, los hipócritas. Cf. Tratado de la Verdadera Devoción nn. 92-104.
2 San Luis María dice de ellos: “rezarán muchas coronas [del Rosario], pero precipitadamente; oirán muchas Misas, mas sin atención; acudirán a las procesiones, mas sin devoción; ingresarán en todas las cofradías, pero sin enmendar de vida, sin hacer violencia a sus pasiones y sin imitar las virtudes de esa Virgen Santísima”. Obras de San Luis María G. de Montfort, BAC, 1954, Tratado de la Verdadera devoción, n. 96, p. 494.
2) Los devotos presuntuosos son aquellos que, viviendo en pecado y teniendo la intención de permanecer en él, esto es, sin albergar propósito alguno de convertirse y de abandonar el pecado, pretenden que por hacer unas cuantas oraciones o prácticas de devoción a la Virgen María, se salvarán, así sea en el último momento; que no podrá ser que se condenen. Tal devoción, por supuesto, es una falsedad, una impostura; pues, como vimos antes, la verdadera devoción a la Virgen María debe apartarnos del pecado y llevarnos por el camino de la práctica de la virtud.
Sin embargo, nótese que aquí se trata del que se hace “devoto” de la Virgen para no condenarse, pero sin intención alguna de dejar el pecado, lo cual supone mala fe. Es distinto del caso del que, estando hundido en el pecado, “con un pie ya en el abismo”, como dice San Luis María3, reza a la Virgen con la intención de que le ayude a salir de esos sus pecados, con el deseo de recibir la gracia de la conversión. Éste tal, si reza con piedad y devoción a la Virgen y persevera en ello, sin duda alguna saldrá, tarde o temprano, de sus pecados por mediación de María.
3) Y los devotos interesados son aquellos que recurren a la Santísima Virgen únicamente para alcanzar de Ella bienes o cosas temporales, como ganar un pleito, escapar de algún mal, verse libres de alguna enfermedad u obtener mayores ingresos económicos, o cualquier otra cosa semejante, esto es, solamente por cosas materiales y no por ser ella digna de amor; de manera que, si no es por tales cosas, ni la invocarían y ni se acordarían siquiera de Ella.
Tengamos, por tanto, cuidado de no hallarnos entre ninguno de estos falsos devotos, y si es así, corregir prontamente.
(Cuerpo 2: Necesidad de la Devoción a María Santísima)
Mas, habiendo dicho esto, tratemos ahora sobre el importante tema de la necesidad de la devoción a la Santísima Virgen María.
En efecto, la devoción a la Santísima Virgen nos es del todo necesaria, no con una necesidad absoluta —esto es que sea de naturaleza—, sino con necesidad hipotética —esto es, por haberlo así querido y dispuesto Dios—.
Dios Nuestro Señor por medio de la Virgen María ha querido y quiere transmitirnos absolutamente todas sus gracias, sin excepción ninguna. En efecto, Dios ha querido valerse de María en la ejecución del plan divino de la salvación; pues por Ella decretó darnos al Salvador.
Y así como determinó que Ella engendrara en su virginal seno y diera a luz a su Hijo Unigénito hecho hombre, así también ha dispuesto por medio de Ella engendrar y dar a luz espiritualmente a su Hijo en las almas de sus escogidos.
De donde se ve la importancia de la devoción a María Santísima; la cual no es una devoción más —esto es, opcional—, como la de cualquier otro santo; sino que es imprescindible, no sólo para que podamos ser buenos católicos y santificarnos, sino incluso para poder alcanzar la salvación.
De lo cual se sigue también que la verdadera devoción a la Santísima Virgen es una señal de predestinación, como comúnmente enseñan los santos y doctores. En efecto, podemos y debemos afirmar sin vacilación que es imposible que un verdadero devoto e hijo de María perezca eternamente. Lo cual ha sido enseñado innumerables veces a través de los siglos por multitud de santos, teólogos y doctores. Podrían darse un sinfín de citas a este respecto, pero para no alargarnos demasiado, citaremos tan solamente a tres santos: 1) En primer lugar, a San Anselmo que dice: “Es imposible que se pierda quien se dirige con confianza a María y a quien Ella acoge bien”. 2) En segundo lugar, San Pedro Damián también nos dice: “No podrá perecer ante el eterno juez el que se haya asegurado la ayuda de su Madre”4. 3) Y, en tercer lugar,tenemos al mismo San Luis María Grignion de Montfort, que, en el Tratado de la Verdadera Devoción, nos dice estas importantísimas palabras: “Es una señal infalible de reprobación… el no tener estima y amor a la Santísima Virgen: así como, por el contrario, es un signo infalible de predestinación el entregársele y serle devoto entera y verdaderamente”5. Palabras sobremanera claras: si somos verdaderos devotos de la Virgen Santísima nos salvaremos, si no lo somos, si no apreciamos a la Virgen —o peor la escarnecemos—, nos condenaremos, así de sencillo.
3 Ibídem, n. 100, p. 496.
4 San Anselmo, Orat. 52: ML 158,956; San Pedro Damián, Opusc. 33: ML 145,563. Citas vistas en La Virgen María, Teología y Espiritualidad Marianas, del P. Antonio Royo Marín OP, BAC, 1968, n. 393, pp. 414-415.
5 Obras de San Luis María G. de Montfort, BAC, 1954, Tratado de la Verdadera devoción, n. 40, p. 459.
(Conclusión: ¡Rezad el Santo Rosario!)
Por lo cual, queridos fieles, sólo resta que cada uno medite en su interior cómo es su devoción por la Virgen María: si es devoción verdadera o si es una falsa devoción, una pura ilusión. El tema no es menor; como hemos visto, de ello depende en última instancia la eterna salvación. Y así se nos presenta la ocasión de insistir en un tema muy importante, que no podemos dejar pasar: el rezo del Santo Rosario.
El Santo Rosario podemos afirmar que es la práctica por excelencia que existe en honor de la Santísima Virgen María. Nunca seremos católicos serios ni verdaderos hijos de María, si no adquirimos la costumbre de rezar el Santo Rosario todos los días. En verdad, qué cosa más hermosa y grandiosa: todos los días dedicar 25 o 30 minutos, más o menos, para honrar (“bendita eres”) y pedir auxilio (“ruega por nosotros”) a nuestra Bendita Madre. Y, haciendo esto, alcanzaremos la salvación. El que reza con piedad y rectitud de intención el Santo Rosario todos los días, sin falta, se salva; es moralmente imposible que se condene. A condición de perseverar en esa devoción, no unos días, meses o años, sino toda la vida hasta la muerte.
Por lo cual, si alguno de ustedes no reza el Santo Rosario todos los días o sólo de vez en cuando, pues a comenzar a rezarlo a partir de hoy.
Los que ya tienen la saludable costumbre de rezar el Santo Rosario a diario, perseverar en ello, no aflojar ni omitirlo nunca, y agregar tal vez, según las posibilidades de cada uno, uno o dos más al día, para rezar así la corona entera. Y si a esto agregamos la consagración entera de nosotros mismos a Jesús por María, según el método que propone San Luis María G. de Montfort, en su ya mencionado libro, habremos, moralmente hablando, asegurado nuestra salvación. Quiera, pues, la Bendita y Santísima Virgen María otorgarnos esa inmerecida gracia, de ser suyos ahora y por siempre en la eternidad, para llegar de esta manera a Jesús por medio de Ella.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.