Circuncisión del Señor.
(Martes 1 de enero de 2019) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Nos encontramos hoy en la Octava de Navidad, llamada también Fiesta de la Circuncisión del Señor, porque al octavo día de su nacimiento, como leemos en el Evangelio del día, el Niño Dios fue circuncidado según la costumbre y rito judíos.
Este día desea la Santa Madre Iglesia que nos regocijemos una vez más por el nacimiento de nuestro Redentor y Salvador, Dios Nuestro Señor Jesucristo. Por lo cual, la Misa de hoy posee el mismo hermoso Introito de la Misa del día de Navidad: el Puer natus. Asimismo, la Iglesia coloca, en la Epístola de hoy, el mismo texto que en la Misa de medianoche del día de Navidad. La cual Epístola es nuestra intención comentar, porque con ser muy breve —tan sólo cuatro versículos—, es hermosísima y está llena doctrina, como veremos.
(Cuerpo 1: Cómo vivir)
La mencionada Epístola es la que San Pablo escribe a Tito y comienza con estas bellísimas palabras:
“Carísimo: Se ha manifestado a todos los hombres la gracia de Dios, Salvador nuestro”.
Por medio y a partir del nacimiento de Nuestro Señor, esto es, del deseado de las gentes, por tantos siglos esperado, se manifiesta la gracia de Dios a todos los hombres; porque todos son, por este Divino Niño, convidados a participar de la gracia que Él nos ha venido a conquistar por medio de su magno Sacrificio de la Cruz.
Antes de la Encarnación del Verbo, la verdadera Religión estaba, en cierta medida, circunscrita únicamente al pueblo judío, siendo dejadas por fuera todas las demás naciones, las cuales no participaban de los beneficios y promesas que habían sido hechos al pueblo de Israel. Ellas, por el contrario, se hallaban dominadas por las tinieblas del error y de la inmoralidad o, lo que es lo mismo, estaban todas bajo el dominio de Satanás.
Nuestro Señor viendo esta deplorable situación, en su infinita misericordia, vino a poner remedio a ese lamentable estado de cosas, lo cual comenzó a hacer ya desde su mismo nacimiento; recordemos, la adoración los Reyes Magos —cuya Fiesta será este domingo próximo—, los cuales no pertenecían a la nación judía, y en los cuales estamos todos nosotros representados, todos los que venimos de pueblos distintos al de Israel. Por donde vemos la verdad de las palabras del Apóstol: “Se ha manifestado a todos los hombres la gracia de Dios, Salvador nuestro”. Y prosigue la Epístola:
«enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”.
En esta corta frase, vemos los siguientes elementos:
(1) Primeramente, nos dice de renunciar a la impiedad. Esto quiere decir, como fácilmente se puede deducir, abandonar el pecado, cambiar definitivamente de vida. Romper de una vez por todas con esa mala amistad, esa mala compañía…; dejar de frecuentar ese sitio, ese lugar, donde siempre ofendemos a Dios…; evitar a toda costa la ociosidad, madre de todos los vicios… Renunciar a la impiedad. Esto es condición indispensable para salvarnos. Pues, si, por el contrario, no renunciamos a la impiedad, no renunciamos al pecado y permanecemos en él, esto nos llevará, primero, a la obstinación en el pecado y, consiguientemente, a la impenitencia final; lo cual lleva a la perdición eterna. Por lo cual es muy serio esto.
(2) Además, nos insta no sólo a renunciar al pecado sino, incluso, a los deseos mundanos, “Saecularia Desideria” en latín. ¿Cuáles? Querer ser estimados y apreciados de los hombres, el querer “figurar”; el afán por lo material, por la riqueza: vivir en función del dinero, de las cosas materiales; buscar o querer hacer el mal a aquellos que nos han dañado de alguna manera, o el regocijarnos en sus desgracias; no pensar sino en los placeres, en las comodidades, en todas aquellas cosas que halagan a los sentidos, huyendo de toda mortificación, de toda privación o negación de nosotros mismos; no actuar sino en función del respeto humano, “debo vestir así, si no dirán…”, “debo callar porque me criticarán…”, “debo ir a tal lugar, porque si no…”. Interminable sería la lista de ejemplos que podríamos dar.
Y lo más serio de todo es que ellos constituyen un obstáculo para la Santidad. Jamás llegaremos a la Santidad, si no nos libramos del todo de esos deseos, remplazándolos por los deseos Evangélicos, es decir, por aquellos que son acorde a Dios Nuestro Señor Jesucristo, que son totalmente opuestos a todo lo que hemos nombrado: La humildad, la pobreza, la mansedumbre, la templanza y mortificación, la fortaleza, etc.
(3) Y el Apóstol no solamente nos dice qué hemos de abandonar: la impiedad, los deseos mundanos, sino que asimismo nos enseña cómo debemos vivir; en efecto, nos dice: “vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”.
a) Sobriamente. Esto debe valer para todos los aspectos de nuestra vida. No debe ser circunscripto únicamente a la comida y bebida. El católico debe ser siempre una persona austera, moderada en todo: en las cosas que compra, no haciendo gastos exorbitantes que claramente son irrazonables; también siendo bien medido en las cosas que posee, no hace falta tener, por decir, 50 pares de zapatos distintos; asimismo el católico debe saber ser parco en el hablar, moderar el charlar, no estar horas y horas hablando, o no permitir que los demás también participen activamente de la conversación; siendo moderado en la recreación, en la diversión: también que sea un tiempo razonable, no es necesario sean horas interminables, que se pierda todo o gran parte del día, sino un tiempo razonable. Debemos buscar tener esta sobriedad en todas las cosas.
b) Justamente, esto es, no atropellando los derechos —verdaderos, por supuesto— del prójimo, ni sus bienes. Respetando siempre a los demás y tratándolos como quisiéramos ser tratados por ellos. Buscando siempre que cada cual le sea dado lo suyo, lo que le corresponde. Si todos los hombres obraran así, cesarían todos los problemas relativos a la inseguridad.
c) Piadosamente, esto es, refiriendo siempre todo a Dios, a su mayor Gloria. Es decir, vivir como católicos en todo momento —no sólo los domingos—, recordando siempre que Dios está presente en todo y en todos los aspectos de la vida: sean jurídicos, sociales, morales, familiares, laborales, etc., el que sea… Dios está presente en todo.
Y en esto último, vivir como católicos en todo momento, vaya si no fallamos. Cuántos no vienen a Misa los domingos, hasta se confiesan y comulgan, y luego durante la semana viven —y da tristeza decirlo— como uno más del montón, como otro pagano más; de manera tal que quien no lo conozca sería incapaz de saber o darse cuenta de que esa persona supuestamente tiene Fe, supuestamente es católica. Cada uno analícese y vea qué tipo de catolicismo vive: únicamente dominical o de tiempo completo. Si lo primero, entonces hemos de corregirlo haciendo lo que dice San Pablo: viviendo piadosamente, esto es, siendo católicos toda la semana, en todo momento, en todo lugar.
(Cuerpo 2: Advenimiento de N.S. Jesucristo)
Y, volviendo a la Epístola, vemos que San Pablo, a lo ya dicho, añade un elemento importantísimo, que es de mucha actualidad para nosotros; retomando el texto leemos allí:
“enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la bienaventurada esperanza y el glorioso advenimiento del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”.
Es decir, a todo lo anterior hemos de sumar el vivir esperando la Segunda Venida o Parusía de Dios Nuestro Señor Jesucristo. Pues esta Bienaventurada Esperanza debe ser la fuente de donde manen las fuerzas necesarias para perseverar; porque todo lo que hemos venido diciendo solamente nos servirá para salvar el alma, si perseveramos: “el que perseverare hasta el fin, ése será salvo”, dice Nuestro Señor. Esta expectativa, constante y vivida, debe ser lo que nos mantenga en pie. Máxime hoy día, que vivimos en un mundo totalmente adverso y hostil a la Fe, a la Santa Religión Católica, y que nos hallamos, por tanto, más cerca del Glorioso Retorno de Dios Nuestro Señor. Sin esta esperanza, no resistiremos mucho tiempo; por ello ella es importantísima y hemos de mantenerla siempre viva en nosotros.
(Conclusión)
Para terminar, queridos fieles, los deseamos exhortarlos a meditar todas estas cosas. A penas hemos comentado tres versículos de la Epístola y, sin embargo, qué riquezas no se pueden extraer de ella. Meditemos, pues. Meditemos si hacemos acorde a como nos dice el Apóstol o si no. Veamos si verdaderamente hemos renunciado al pecado y a los deseos mundanos, cambiando definitivamente de vida; si vivimos como verdaderos hijos de Dios, sobria, justa y piadosamente; si nuestro catolicismo se cierne únicamente al domingo o si verdaderamente actuamos como católicos todos los días de la semana; y más importantemente aun, si nuestro andar en esta tierra está marcado por la expectación y el deseo de la Parusía; si ella es el sustentáculo de toda nuestra vida espiritual. Reflexionemos sobre estas cosas en lo profundo del alma, y pongamos pronto remedio a lo que lo hiciere falta.
Quiera la Virgen Santísima ampararnos con todo esto.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.