Jueves Santo 2018

Qué es el Sacramento del Orden Sagrado.

(Jueves 29 de marzo de 2018) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:

Hoy, día de Jueves Santo, es un día importantísimo para la Santa Madre Iglesia. Porque es el día en que Nuestro Señor Jesucristo instituyó el Sacerdocio Católico, el Santo Sacrificio de la Misa y, por tanto, la Eucaristía o Santa Comunión: su Presencia Real bajo el pan y el vino. Hoy queríamos, sin embargo, poner nuestra atención sobre el Sacerdocio Católico, llamado también sacramento del Orden Sagrado.

(Cuerpo)

Comencemos recordando algunas nociones básicas. El Catecismo de S. Pío X hace la siguiente pregunta: “¿Qué es el sacramento del Orden Sagrado?” Y Responde: “El Orden Sagrado es el sacramento que da la potestad de ejercitar los sagrados ministerios que miran al culto de Dios y a la salvación de las almas, e imprime en el alma el carácter de ministro de Dios”.1 Esta sencilla definición nos dice lo esencial de este sacramento. Primeramente, nos enseña cuál es la gracia “particular” que se recibe en él. Pues todos los sacramentos confieren, además de la gracia santificante o habitual, una gracia especial que les es propia; en la Eucaristía, por ejemplo, la gracia propia es la nutritiva y unitiva. La gracia propia del Orden Sagrado, como dice la definición, es dar “la potestad de ejercitar los sagrados ministerios”, esto es, conferir a quien lo recibe la potestad de decir la Misa, de poder consagrar el Cuerpo y la Sangre de Dios, Nuestro Señor Jesucristo; de poder absolver los pecados.

Esta definición, asimismo, nos indica las razones o motivos que deben mover a aquel que abraza el estado eclesiástico y más concretamente el sacerdocio; en efecto, dice que el Orden Sagrado da el poder de ejercer los ministerios: “que miran al culto de Dios y a la salvación de las almas. Porque el sacerdote, el que desea ingresar al sacerdocio, debe buscar, antes que nada y sobre todas la cosas, la gloria de Dios y la salvación de las almas. Quien entra al sacerdocio, por otros fines o motivos, es un mercenario… es un lobo con piel de oveja. Repetimos: La razón de ser del sacerdote, lo que debe inspirar todo su obrar, debe ser siempre Dios y la salvación de las almas. De ahí que siempre deba buscar la Santidad, y esto debe hacerlo por medio del estudio de las cosas pertinentes a su estado (filosofía, teología, derecho canónico) y por medio de la oración, por supuesto.

1 San Pío X Catecismo Mayor, Cruz y Fierro Editores, 1era Reimpresión, Argentina, 1993, p. 115.

Y termina la definición diciéndonos: “e imprime en el alma el carácter de ministro de Dios”. ¿Y qué es el carácter? El carácter es una marca o señal espiritual del alma que no se borra jamás; es decir, quien recibe este sacramento es sacerdote para siempre, para toda la eternidad: “tu es sacerdos in aeternum” (S. 109,4), y jamás puede perder esta gracia, ni siquiera si se condena. Por esto, el Orden Sagrado únicamente se puede recibir una sola vez en la vida, como el Bautismo y la Confirmación, pues éstos son también sacramentos que imprimen carácter.

Como decíamos al principio: hoy es un día importantísimo. Importantísimo, porque gracias a que hay sacerdotes, tenemos la Santa Misa; gracias a que hay sacerdotes, podemos ser alimentados con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Dios, Nuestro Señor Jesucristo; gracias a que hay sacerdotes, podemos recibir el perdón de nuestros pecados por medio de la confesión; gracias a que hay sacerdotes, podemos ser confortados y robustecidos en la hora postrera, por medio de la Extremaunción; gracias a que hay sacerdotes, tenemos quien nos instruya, quien nos corrija, apartándonos del mal sendero, y nos enderece camino al cielo. Pues éste es uno de los deberes principales del sacerdote: la instrucción de las almas, ¡ser luz!, luz que ilumine a semejanza de Cristo. Por esto, el sacerdote debe siempre estudiar, buscar mejorar y perfeccionar sus conocimientos, para poder él, a su vez, ilustrar a los demás. ¡Y vaya si no necesitamos ser enseñados e instruidos, que nos guíen y enderecen camino al cielo!, nosotros que siempre, por nuestra naturaleza caída, tendemos hacia el mal, hacia el pecado… hacia el abismo, en definitiva; y ¡más que nunca hoy!, que estamos rodeados de ocasiones de pecado, de mentiras y errores, de pecados y escándalos, de las asechanzas del demonio, que continuamente nos asedian, nos atacan, tentándonos para apartarnos del buen camino y llevarnos a la perdición eterna. ¡Vaya si hoy no hay deformación de las conciencias! ¡E incluso muchas veces entre los católicos “tradicionalistas”, de “Misa en Latín”! ¡Cuánta ignorancia que hay, incluso respecto a cosas básicas y elementales! Y muchas veces por nuestra propia culpa; sí, por nuestra propia culpa, porque no hacemos el mínimo esfuerzo por formarnos, por instruirnos en nuestra Santa Religión, en nuestros deberes y obligaciones. Pecado de omisión. No podemos ni debemos descuidar nuestra formación religiosa; de ella puede depender, y, de hecho, muchas veces depende, nuestro destino eterno.

Ahora digamos algunas breves palabras sobre la dignidad del sacerdote. El sacerdote está revestido de dignidad, y ésta es grandísima, y es superior a la de los reyes y soberanos de la tierra, y esto por la potestad que recibe y por la Persona a la que representa: a saber, a Cristo, al mismo Dios. Por esto, debemos siempre respetar a los sacerdotes y rezar mucho por ellos, pues en ellos hemos de ver a Cristo mismo, a Nuestro Señor, por cuanto obran en representación suya, y por cuanto han sido apartados, por elección divina, de la totalidad de los hombres, para ser instrumentos de Cristo para la confección de la gracia, especialmente cuando confieren los sacramentos. Por esto, dice San Agustín: “¿Pedro bautiza? Es Cristo quien bautiza. ¿Pablo bautiza? Es Cristo quien bautiza. ¿Judas bautiza? Es Cristo quien bautiza”2. Entonces volvemos a repetir: en los sacerdotes tenemos a los representantes de Cristo y, por esto, hemos de respetarlos y tratarlos como al mismo Cristo, en especial, cuando administran los sacramentos; por ejemplo, al confesarnos, hemos de hacerlo como si estuviésemos diciendo nuestros pecados al mismísimo Cristo, ya que aquí también se aplica lo dicho por San Agustín, de manera que podríamos decir: ¿El P. Altamira absuelve? Es Cristo quien absuelve ¿El P. Pío absuelve? Es Cristo quien absuelve.

Pensar, ¡oh Dios mío!; pensar que habéis dado a los sacerdotes la potestad de convertir la substancia del pan y del vino en tu Cuerpo y en tu Sangre. ¡Milagro grandísimo!, que ni siquiera los ángeles pueden hacer, y, sin embargo vos, oh Señor, habéis dado tal potestad a los hijos de los hombres, a unos simples mortales, a unos pobres hombres pecadores, ¿pues quién hay que nunca haya pecado? Por esto dice San Pablo: “Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro”, mas añade inmediatamente: “para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (II Cor. 4,7); sí, la excelencia del poder de Dios es manifestada a causa de nuestra flaqueza, porque, entonces, es notorio a todos —y a nosotros mismos en nuestra propia conciencia— que nuestra suficiencia viene de Dios, como dice San Pablo, y no de nosotros mismos, pues en cuanto de nosotros depende bien sabemos a dónde iríamos a parar… Verdaderamente qué increíbles y misteriosos son los caminos de Dios; cuánto nos sobrepasan. Y, tristemente, nosotros solemos acostumbrarnos a estas grandes verdades, a estos misterios, que son en sí mismos dignos de meditación, y, por tanto, los miramos con indiferencia, no valorándolos como merecen.

2 San Agustín, Tract. In Io. 6: ML 35,1428

(Conclusión)

Por tanto, queridos fieles, en este día en que festejamos, como decíamos, la institución del Sacerdocio, de la Santa Misa, de la Eucaristía, demos gracias a Dios; demos gracias a Dios, que nos concede, en estos tiempos de Apostasía, la inmensa gracia, la inmerecida gracia de tener sacerdotes; sacerdotes que los instruyen en la Fe, que les confieren los sacramentos, que los alimentan con el Cuerpo de Cristo, y que les perdonan los pecados. Ni un solo día cesen de dar gracias a Dios por ello.

Asimismo, para concluir, les pedimos muchas oraciones por todos los sacerdotes del mundo entero, que guardan la verdadera Fe en medio de esta gran Apostasía, y muy especialmente por nosotros que los atendemos aquí, pidiendo disculpen nuestros defectos y falencias… Pedid por nosotros para que podamos ser santos sacerdotes según el Sagrado Corazón de Jesús, y, por caridad, encomendadnos a la Santísima Virgen para que ella guarde y proteja nuestra vocación sacerdotal.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.