Fiesta de Todos los Santos 2021

(Domingo 1° de noviembre de 2021) P. Pío Vázquez.

Ir a descargar

(Introducción)

Queridos fieles:

El día de hoy nos hallamos celebrando la Fiesta de Todos los Santos. En esta Fiesta, la Santa Madre Iglesia se regocija y exulta de santa alegría al celebrar a todos sus hijos que han llegado ya a la bienaventuranza, a la Gloria eterna del cielo; y esta su alegría se refiere, no solamente a todos los Santos canonizados o cuyos nombres leemos en el Martirologio Romano, sino también a todos aquellos que, sin haber sido elevados al honor de los altares, han llegado no obstante por medio del trabajo y del silencio, de la abnegación y práctica de las virtudes, de la paciencia y cumplimiento constante y perseverante de sus deberes, a la Gloria eterna del Paraíso.

(Cuerpo 1: La 8ª Bienaventuranza)

El Evangelio1 de la Misa de hoy, en que Dios Nuestro Señor Jesucristo enuncia las famosas y bien conocidas ocho bienaventuranzas, es muy a propósito a la Fiesta que estamos celebrando, porque si lo pensamos y meditamos bien, todos los Santos practicaron dichas bienaventuranzas, todas se les pueden aplicar.
Sin embargo, queríamos enfocarnos en la última de ellas, la octava bienaventuranza, que hace referencia a la cruz y padecimientos que los Santos llevaron en sus vidas, la cual dice: “Bienaventurados los que padecen persecución a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os ultrajen y os persigan y digan mintiendo todo mal contra vosotros por mi causa, porque grande es vuestra recompensa en los cielos”.

Como recién decíamos, todas las bienaventuranzas se pueden aplicar a los Santos, pero muy especialmente se cumplió ésta última en la vida de todos ellos. En efecto, si vemos la vida de los Santos, nos daremos cuenta de ello, ya que sus vidas estuvieron marcadas por la cruz, por la contradicción, por los sufrimientos que padecieron por Dios Nuestro Señor.
Debemos tener bien presente que portar/llevar la cruz es importantísimo, pues sufrir con paciencia es necesario para nuestra santificación e incluso salvación. Por esto San Pablo nos advierte esta misma verdad en su segunda epístola a Timoteo, diciendo: “Todo el que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerá persecución”2. Y esto es así, porque el único camino que lleva al cielo —y grabémoslo bien claro en nuestra mente— es la cruz; por eso dice Nuestro Señor: “Bienaventurados seréis cuando os ultrajen y os persigan…”,
¡bienaventurados!, ¡qué paradójico y contrario al pensar del mundo, que considera bienaventurados a los que no sufren! Nuestro Señor nos llama dichosos si somos acometidos por la cruz, “cuando os ultrajen y os persigan…”, cuando esto es lo que más rehúye el mundo: los padecimientos, los sufrimientos; y, sin embargo, nos dice: «bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.

Por esto es que, cuando Dios ama más a un alma y la quiere llevar a más grande perfección y santidad, le da más grandes y terribles cruces. Y esto es muy importante que lo entendamos y que busquemos compenetrarnos de ello: La Cruz es signo de predilección de Dios y es la forma cómo Él nos lleva, no sólo a la Santidad, sino incluso a la vida eterna, a la salvación.
Por tanto, debemos buscar apreciar los sufrimientos, como lo hicieron los Santos, y ver en ellos un bien para nuestra alma y una señal de que Dios quiere salvarnos; y, por consiguiente, sobrellevarlos con paciencia por amor a Dios, ofreciéndoselos.

(Cuerpo 2: Ejemplos de la Sagrada Escritura)

Y, para ilustrar más lo que decimos, queremos darles un par de ejemplos tomados de la Sagrada Escritura.
En efecto, en ella siempre vemos que los que eran más agradables a Dios fueron más fuertemente probados por Él.
1) Es famoso y conocido el caso de Job, varón santísimo, como nos lo atestigua la misma Sagrada Escritura, que dice de él:
“Había… un varón que se llamaba Job; era hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”3. Y, no obstante ser él “hombre perfecto y recto”, permitió Dios que Satanás en un solo día le quitara todo lo que poseía —pues Job era hombre muy rico y poderoso—. En un solo día perdió absolutamente todo: sus riquezas, todos sus bienes, incluso sus propios hijos, ya que sus siete hijos y tres hijas que perecieron en el mismo instante en un accidente.

Y, como si esto hubiera sido poco, permitió Dios que Satanás hiriera también a Job con lepra; dice la Sagrada Escritura: “Salió, pues, Satanás de la presencia de Yahvé e hirió a Job con una úlcera maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza”. ¿Y qué hizo nuestro Santo cuando le sobrevinieron tantos males? ¿Acaso se rebeló contra Dios por la desgracia que le había sobrevenido? No, para nada, sino que “postrado en tierra adoró, y dijo: ‘Desnudo salí de las entrañas de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como agradó al Señor, así fue hecho. ¡Bendito sea el nombre del Señor!’”, y añade la Escritura: “En todo esto no pecó Job, ni dijo palabra insensata contra Dios” 4.

1 San Mateo 5, 1-12.
2 2 Timoteo 3,12.
3 Job 1,1.
4 Ibídem, 2,7; 1, 20-22.

2) Otro ejemplo admirable que hayamos en la Sagrada Escritura es el caso de Tobías. Era éste un varón virtuosísimo, que se ejercitaba especialmente en la Caridad hacia el prójimo, ayudándole de varias maneras, entre las cuales sobresalía el dar sepultura a los muertos. ¿Y qué fue lo que le ocurrió a Tobías? Dios permitió fuese herido con ceguera, que perdiera el sentido de la vista, y que esto le ocurriera precisamente cuando volvía de realizar buenas obras, de enterrar muertos. ¿Y qué hizo nuestro Santo?, ¿cómo reaccionó ante tal desventura? Dice la Escritura: “Como desde su niñez vivió siempre en el temor de Dios, guardando sus mandamientos, no se quejó contra Dios por la desgracia de la ceguedad que había venido sobre él; sino que permaneció inquebrantable en el temor de Dios, dándole gracias todos los días de su vida5.
Y así vemos que uno y otro, que eran santísimos, fueron probados por Dios, y lo fueron precisamente a causa de su gran santidad.
En efecto, el Arcángel San Rafael dijo a Tobías, cuando se le reveló, expresamente lo siguiente: “Y por lo mismo que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación de probase”.

Y así como obró Dios con ellos, obra con todos sus Santos. La Sagrada Escritura está llena de más ejemplos de ello: Abel, asesinado por su hermano Caín; José, vendido por sus propios hermanos como esclavo; Abraham, con sus peregrinaciones y pruebas; el Rey David y todos los males que tuvo que padecer, especialmente la persecución de Saúl y de su propio hijo Absalón, etc., etc.
Y no sólo mirando la Sagrada Escritura vemos esta verdad, sino viendo también la vida de los santos vemos esto mismo, que Dios prueba a los que ama y que, a más santidad, más grandes pruebas.
¡Dios mío Bendito, qué no tuvieron que padecer los Santos! San Juan de Dios fue tratado como loco; San Juan de la Cruz fue metido en la cárcel; a San Benito intentaron envenenarlo sus propios monjes; el Santo Cura de Ars fue tratado como un bruto e ignorante por sus propios hermanos en el sacerdocio; San Juan Crisóstomo fue desterrado por la Emperatriz Eudoxia y murió en el exilio; San Francisco de Asís sufrió al fin de sus días el llevar los estigmas; San Gerardo María Mayela sufrió ser calumniado e injustamente castigado; tantos mártires que dieron su vida entre atroces suplicios, y así podríamos seguir discurriendo con prácticamente todos los Santos; basta leer sus vidas, para ver qué de cruces no llevaron.

Las vidas de todos ellos estuvieron llenas de las cruces, de sufrimientos, pero precisamente por eso fueron dichosos y llegaron a ser Santos, porque “Bienaventurados los que padecen persecución a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.

5 Tobías, 2, 13-14.

(Conclusión)

Por tanto, cobremos ánimos y llevemos nuestras cruces con paciencia, a imitación de los Santos, para que podamos ser bienaventurados como ellos. Noten que hemos dicho con paciencia, porque los sufrimientos llevados con impaciencia, con murmuraciones, con quejas, con maldiciones, etc., etc., no sirven para ser dichosos ni santos. La condición, para que sirvan los padecimientos, es cargar con la cruz —no arrastrarla— y seguir en pos de Nuestro Señor, el cual antes nos dio ejemplo y mostró el camino.
Elevemos, pues, nuestras miradas en este día hacia todos aquellos dichosos habitantes de la Gloria; elevemos nuestras miradas y corazones hacia ellos y busquemos imitarlos, llevar, como ellos hicieron, nuestras cruces.
Roguemos, asimismo, a todos los Santos, y muy especialmente a María Santísima, Reina de toda la Corte Celestial, para que intercedan por nosotros y nos alcancen la gracia de poder seguir su ejemplo, para que podamos algún día hallarnos junto con ellos en la Gloria del Paraíso, alabando y amando a Dios por toda la eternidad.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.